¿Destruir, domar, escapar o erosionar?
Erik Olin Wright
Miércoles 20 de enero de 2016
[Este artículo resultará a la vez útil y polémico
para muchos de nuestros lectores. Por eso lo publicamos.
Por un lado, su descripción de las cuatro lógicas
que han animado históricamente el anticapitalismo (destruir, domar, escapar y
erosionar) nos ayuda a entender las lógicas que “no son la nuestra”, a abrir la
mente a otras formas de anticapitalismo. En este sentido resulta
particularmente interesante el análisis de las “utopías reales”.
Por otro lado, el autor valora cada una de estas
formas de anticapitalismo y hace una propuesta de cómo pueden combinarse en una
alternativa viable. Esta parte resultará polémica: “Así que, ¿cómo ser un
anticapitalista en el siglo XXI? Renunciar a la fantasía de aplastar el
capitalismo. El capitalismo no es dinamitable, al menos si se quiere construir
realmente un futuro de emancipación... Domar y erosionar el capitalismo son las
únicas opciones viables.”
Pero no es necesario compartir esta propuesta para
sacar provecho del artículo. Quienes crean que sigue siendo necesario mantener
la perspectiva de destruir el capitalismo pero consideren que no es un
posibilidad cercana, seguramente verán la conveniencia de combinar esta
perspectiva con el reconocimiento de la utilidad de la lucha por reformas (como
hacía la socialdemocracia histórica) y de construir “utopías reales” (como
hacen algunas corrientes anarquistas y autónomas) como formas de ganar batallas
parciales en la guerra de posiciones que hay por delante. Y en todo caso tratar
de entender otras lógicas y experiencias es siempre un ejercicio saludable.
Redacción.]
El anticapitalismo no es simplemente una postura
moral contra la injusticia, sino que se trata de construir una alternativa.
Para muchas personas la idea de anticapitalismo
parece ridícula. Después de todo, las empresas capitalistas nos han traído
fantásticas innovaciones tecnológicas en los últimos años: los teléfonos
inteligentes y el streaming de películas; coches sin conductor y redes
sociales; pantallas Jumbotron para los partidos de fútbol y juegos de vídeo que
conectan miles de jugadores de todo el mundo; cada producto de consumo
concebible está disponible en Internet para una entrega a domicilio rápida;
aumentos asombrosos de la productividad del trabajo gracias a las tecnologías
de automatización nuevas, etc.
Y si bien es cierto que el ingreso se distribuye de
manera desigual en las economías capitalistas, también es cierto que el
conjunto de los bienes de consumo disponibles y asequibles para la persona
media, e incluso para los pobres, se ha incrementado drásticamente en casi
todas partes. Basta con comparar los Estados Unidos en el medio siglo entre
1965 y 2015: el porcentaje de estadounidenses con aire acondicionado, coche,
lavadora, lavavajillas, televisor y agua corriente ha aumentado enormemente. La
esperanza de vida es más larga; la mortalidad infantil, más baja.
En el siglo XXI, esta mejora de los niveles de vida
básicos también se ha producido en las regiones más pobres del mundo: las
condiciones materiales de millones de personas que viven en China desde que
abrazó el libre mercado han mejorado de forma muy significativa. Es más,
miremos lo que pasó cuando Rusia y China intentaron una alternativa al
capitalismo. Aparte de la opresión política y la brutalidad de esos regímenes,
fueron fracasos económicos. Así pues, si usted se preocupa por mejorar la vida
de las personas, ¿cómo se puede ser anticapitalista? Ese es un relato, el
relato estándar.
He aquí otro relato: el sello distintivo del
capitalismo es la pobreza en medio de la abundancia. Esta no es la única cosa
que va mal con el capitalismo, pero es su defecto más grave. La pobreza
generalizada –especialmente entre los niños, que claramente no tienen ninguna
responsabilidad de su situación– es moralmente reprobable en las sociedades
ricas donde podría ser eliminada fácilmente. Sí, hay crecimiento económico,
innovación tecnológica, aumento de la productividad y una difusión hacia las
clases bajas de los bienes de consumo, pero junto con el crecimiento económico
capitalista viene la miseria para muchos, cuyos medios de sustento han sido
destruidos por el avance del capitalismo, la precariedad de los que están en la
parte inferior del mercado de trabajo, y el trabajo alienante y tedioso para la
mayoría.
El capitalismo ha generado enormes aumentos en la
productividad y una riqueza extravagante para algunos, pero muchas personas
todavía luchan para llegar a fin de mes. El capitalismo es una máquina de
ampliación de la desigualdad, además de una máquina de crecimiento. Por no
hablar de que cada vez es más claro que el capitalismo, impulsado por la
búsqueda incesante de ganancias, está destruyendo el medio ambiente. Ambas cosas
están ancladas en las realidades del capitalismo. No es una ilusión que el
capitalismo ha transformado las condiciones de vida materiales en el mundo y ha
aumentado enormemente la productividad humana; muchas personas se han
beneficiado de esto. Pero igualmente, no es una ilusión que el capitalismo
genera grandes daños y perpetúa formas innecesarias de sufrimiento humano.
La cuestión fundamental no es si en promedio han
mejorado las condiciones materiales en el largo plazo en las economías
capitalistas, sino más bien si, mirando hacia adelante desde este punto de la
historia, las cosas serían mejores para la mayoría de la gente en un tipo
alternativo de economía. Es cierto que las economías centralizadas,
autoritarias, estatales de Rusia y China del siglo XX fueron en muchos aspectos
fracasos económicos, pero esas no son las únicas posibilidades. Donde radica el
verdadero desacuerdo –un desacuerdo fundamental– es en la cuestión de si es
posible tener la productividad, la innovación y el dinamismo que vemos en el
capitalismo sin tener que sufrir los daños que causa. Margaret Thatcher anunció
a principios de la década de 1980 su famosa consigna “no hay alternativa”,
pero dos décadas después, el Foro Social Mundial declaró “otro mundo es
posible”.
Sostengo que otro mundo –uno que mejoraría las
condiciones del bienestar humano para la mayoría de la gente– es sin duda
posible. De hecho, elementos de este nuevo mundo ya se están creando hoy en
día, y existen formas concretas para pasar de aquí a allí. El anticapitalismo
es posible, no simplemente como una postura moral ante los daños y las
injusticias del capitalismo global, sino como una actitud práctica hacia la
construcción de una alternativa de mayor bienestar humano.
Los cuatro tipos de anticapitalismo
El capitalismo engendra anticapitalistas. A veces,
la resistencia al capitalismo cristaliza en ideologías coherentes que ofrecen
tanto diagnósticos sistemáticos de la fuente de los daños como prescripciones
claras sobre cómo eliminarlas. En otras circunstancias, el anticapitalismo se
impregna de motivaciones que a simple vista poco tienen que ver con el
capitalismo, como las creencias religiosas que llevan a las personas a rechazar
la modernidad y buscar refugio en comunidades aisladas. Pero siempre, siempre
que exista el capitalismo, habrá descontento y resistencia de una forma u otra.
Históricamente, el anticapitalismo ha estado
animado por cuatro lógicas diferentes de resistencia: destruir el capitalismo,
mitigar el capitalismo, escapar del capitalismo y erosionar el capitalismo.
Estas lógicas a menudo coexisten y se entremezclan, pero cada una de ellas
constituye una forma distinta de dar respuesta a los daños causados por el
capitalismo. Estas cuatro formas de anticapitalismo se pueden considerar como
variables a lo largo de dos dimensiones. Una se refiere al objetivo de las
estrategias anticapitalistas –trascender las estructuras del capitalismo o
simplemente neutralizar las peores lacras del capitalismo–, mientras que la
otra dimensión se refiere al objetivo principal de las estrategias: si el
destino es el Estado y otras instituciones en el nivel macro del sistema o las
actividades económicas de las personas, organizaciones y comunidades a nivel
micro. Tomando estas dos dimensiones en conjunto obtenemos la tipología que se
expone a continuación.
1. Destruir el capitalismo
Dada la forma en que el capitalismo devasta las
vidas de tanta gente y dado el poder de sus clases dominantes para proteger sus
intereses y defender el status quo, es fácil entender el atractivo de la idea
de aplastar el capitalismo. El argumento viene a decir lo siguiente: el sistema
está podrido. Todos los esfuerzos por hacer la vida tolerable dentro de él
fallarán en el futuro. De vez en cuando puede que sean posibles pequeñas
reformas que mejoren la vida de las personas, cuando las fuerzas populares son
fuertes, pero estas mejoras serán siempre frágiles, vulnerables a los ataques y
reversibles.
La idea de que el capitalismo se puede convertir en
un orden social benigno, en el que la gente común puede vivir una vida
floreciente, con sentido, en última instancia es una ilusión, ya que, en su
esencia, el capitalismo es irreformable. La única esperanza es destruirlo,
barrer los escombros y luego construir una alternativa. Como proclaman las palabras
finales de la canción obrera Solidaridad para siempre: “Podemos crear
un mundo nuevo a partir de las cenizas del viejo”.
Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Cómo es posible para las
fuerzas anticapitalistas acumular poder suficiente para destruir el capitalismo
y reemplazarlo por una alternativa mejor? Esta es sin duda una tarea de enormes
proporciones, porque el poder de las clases dominantes, que hace de la reforma
una ilusión, también bloquea el objetivo revolucionario de una ruptura en el
sistema. La teoría anticapitalista revolucionaria, inspirada por los escritos
de Marx y ampliada por Lenin, Gramsci y otros, ofrece un argumento atractivo
acerca de cómo podría tener lugar esto. Si bien es cierto que la mayor parte
del tiempo el capitalismo parece inexpugnable, también es un sistema
profundamente contradictorio, propenso a las disrupciones y crisis. A veces,
esas crisis alcanzan una intensidad que hace que el sistema en su conjunto se
vuelva frágil y vulnerable a los desafíos.
Las versiones más fuertes de la teoría, consideran
incluso que tendencias subyacentes en las “leyes de movimiento” del capitalismo
que hacen que la intensidad de este tipo de crisis que debilitan el sistema
aumenten con el tiempo, por lo que a largo plazo el capitalismo se vuelve
insostenible; destruye sus propias condiciones de existencia. Pero incluso si
no hay una tendencia sistemática de las crisis a volverse cada vez peores, lo
que se puede predecir es que periódicamente habrá intensas crisis económicas
capitalistas en las cuales el sistema se vuelve vulnerable y las rupturas se
hacen posibles.
Esto proporciona el contexto en el que un partido
revolucionario puede conducir una movilización de masas a tomar el poder del
Estado, ya sea a través de elecciones o a través de un derrocamiento violento
del régimen existente. Una vez con el control del Estado, la primera tarea
consiste en remodelar el Estado en sí para que sea un arma adecuada de
transformación socialista, y luego usar ese poder para reprimir a la oposición
de las clases dominantes y sus aliados, desmantelar las estructuras
fundamentales del capitalismo y construir las instituciones necesarias para un sistema
económico alternativo.
En el siglo XX, varias versiones de esta línea
general de razonamiento animaron la imaginación de los revolucionarios de todo
el mundo. El marxismo revolucionario infundió esperanza y optimismo a las
luchas, ya que no solo significaba una condena poderosa al mundo tal como
existía, sino que también proporcionaba un escenario plausible de cómo podría
realizarse una alternativa emancipadora. Esto dio a la gente coraje,
manteniendo la creencia de que estaban del lado de la historia y que el enorme
compromiso y los sacrificios que tuvo que hacer en sus luchas contra el
capitalismo ofrecía perspectivas reales de éxito. Y a veces, en raras
ocasiones, estas luchas culminaron en la toma revolucionaria del poder del
Estado.
Los resultados de esas revoluciones, sin embargo,
nunca dieron lugar a la creación de una alternativa igualitaria, emancipadora y
democrática al capitalismo. Mientras que las revoluciones realizadas en nombre
del socialismo y del comunismo demostraron que era posible “construir un
mundo nuevo sobre las cenizas del viejo”, y que en ciertas formas
específicas mejoraban las condiciones de vida materiales de la mayoría de las
personas por un período de tiempo, lo que evidencian los intentos heroicos de
ruptura en el siglo XX es que no producen el tipo de nuevo mundo imaginado en
la ideología revolucionaria. Una cosa es acabar con las viejas instituciones; y
otra muy distinta construir nuevas instituciones de emancipación a partir de
las cenizas.
El motivo de que las revoluciones del siglo XX
nunca dieron lugar a una emancipación humana robusta y sostenible es, por
supuesto, una cuestión muy debatida. Algunas personas argumentan que el fracaso
de los movimientos revolucionarios se debió a unas circunstancias
desfavorables, históricamente específicas, de los intentos de ruptura de todo
el sistema: revoluciones ocurridas en sociedades económicamente atrasadas,
rodeadas de enemigos poderosos. Algunos sostienen que los líderes
revolucionarios cometieron errores estratégicos, mientras que otros dan la
culpa a las motivaciones de los dirigentes: los líderes que triunfaron en el
curso de las revoluciones estuvieron motivados por deseos de estatus social y
poder en lugar del empoderamiento y el bienestar de las masas.
Otros sostienen que el fracaso es intrínseco a
cualquier intento de ruptura radical en un sistema social, porque hay
demasiadas partes móviles, demasiada complejidad, y demasiadas consecuencias no
deseadas. A resultas de ello, los intentos de ruptura del sistema tenderán inevitablemente
a originar tal caos, que las élites revolucionarias, independientemente de sus
motivos, se verán obligadas a recurrir a la violencia generalizada y la
represión para mantener el orden social. Este tipo de violencia, a su vez,
destruye la posibilidad de un proceso genuinamente democrático y participativo
de construcción de una nueva sociedad.
Independientemente de qué explicación es la
correcta (si es que alguna lo es), la evidencia de las tragedias
revolucionarias del siglo XX muestra que destruir el capitalismo no funciona
como una estrategia para la emancipación social por sí sola. Sin embargo, la
idea de una ruptura revolucionaria con el capitalismo no ha desaparecido por
completo. Incluso si ya no constituye una estrategia coherente de ninguna
fuerza política significativa, se nutre de la frustración y la rabia de vivir
en un mundo de tales desigualdades agudas y potencialidades no realizadas del
bienestar humano y en un sistema político que parece cada vez más
antidemocrático y e irresponsable. Para transformar realmente el capitalismo,
las visiones que se basan en la ira no son suficientes; en cambio, se necesita
una lógica estratégica que tenga alguna posibilidad real de alcanzar sus
objetivos.
2. Domar el capitalismo
En el siglo XX, la principal alternativa a la idea
de destruir el capitalismo fue la domesticación del mismo. Esta es la idea
central que inspira a las corrientes anticapitalistas dentro de la izquierda de
los partidos socialdemócratas. Este es su argumento básico; el capitalismo,
cuando se le da rienda suelta, causa grandes daños. Genera niveles de
desigualdad que son destructivas para la cohesión social; destruye puestos de
trabajo tradicionales y abandona a la gente a su suerte; crea incertidumbre y
riesgo para las personas y comunidades enteras; daña el medio ambiente. Estas
son todas las consecuencias de las dinámicas inherentes a una economía
capitalista.
Sin embargo, es posible construir instituciones
paliativas capaces de neutralizar significativamente estos daños. No hay que
dar rienda suelta al capitalismo; puede ser domesticado mediante políticas
estatales bien elaboradas. Sin duda, esto puede implicar fuertes luchas, ya que
implica la reducción de la autonomía y el poder de la clase capitalista, y no
hay garantías de éxito en este tipo de luchas. La clase capitalista y sus
aliados políticos afirman que los reglamentos y la redistribución concebidos
para neutralizar estas presuntas lacras del capitalismo va a destruir su
dinamismo, paralizar la competitividad y socavar los incentivos. Estos
argumentos, sin embargo, son simplemente racionalizaciones egoístas del
privilegio y del poder.
El capitalismo puede ser objeto de regulación y
redistribución significativa para contrarrestar sus efectos nocivos y aun así
proporcionar beneficios adecuados para que funcione. Lograr esto requiere
movilización popular y voluntad política; nunca se puede confiar en la
benevolencia ilustrada de las élites. Pero en las circunstancias adecuadas, es
posible ganar estas batallas e imponer las restricciones necesarias para una
forma más benigna del capitalismo. La idea de domesticar el capitalismo no
elimina la tendencia subyacente del capitalismo a generar daños; simplemente
contrarresta sus efectos. Esto es como una medicina que se ocupa de manera
efectiva de los síntomas en lugar de las causas subyacentes de un problema de
salud. A veces eso es suficiente. Los padres de los bebés recién nacidos se ven
a menudo privados del sueño y suelen tener dolor de cabeza. Una solución es
tomar una aspirina y afrontar la situación; otra es deshacerse del bebé. A
veces, neutralizar el síntoma es mejor que tratar de deshacerse de la causa
subyacente.
En la que a veces se llama la “edad de oro del
capitalismo” –más o menos las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra
Mundial–, las políticas socialdemócratas, sobre todo en aquellos lugares en los
que se implementaron más a fondo, hicieron un buen trabajo moviéndose en
dirección a un sistema económico más humano. Fueron tres grupos de políticas de
Estado, en particular, las que contrarrestaron de manera significativa los
daños del capitalismo: los riesgos graves –especialmente en torno a la salud,
el empleo y los ingresos– se redujeron a través de un sistema bastante completo
de la seguridad social obligatoria y financiada con fondos públicos. El Estado
proporcionaba un conjunto amplio de bienes públicos (financiados por un sistema
fiscal robusto) que incluía la educación básica y superior, la formación de
habilidades profesionales, el transporte público, actividades culturales,
instalaciones de esparcimiento, la investigación y el desarrollo y la
estabilidad macroeconómica. Y, por último, el Estado creó un régimen de
regulación para frenar las más graves externalidades negativas del
comportamiento de los inversores y las empresas en los mercados capitalistas:
la contaminación, los peligros de los productos y los riesgos laborales, el
comportamiento depredador del mercado, etc.
Estas políticas no significaban que la economía
dejó de ser capitalista: los capitalistas eran básicamente libres de asignar
capital sobre la base de las oportunidades lucrativas del mercado, y aparte de
los impuestos, se apropiaron de los beneficios generados por esas inversiones
para utilizarlos como desearan. Lo que había cambiado era que el Estado asumió
la responsabilidad de la corrección de las tres fallas principales de los
mercados capitalistas: la vulnerabilidad individual a los riesgos, la baja
provisión de bienes públicos y las externalidades negativas de la actividad
económica privada que maximiza el beneficio. El resultado fue una forma de
funcionamiento razonablemente buena del capitalismo con las desigualdades
mitigadas y conflictos apagados. Los capitalistas pueden no haber preferido
esto, pero funcionó bastante bien. El capitalismo había sido, al menos en
parte, domado.
Esa fue la edad de oro, un vago recuerdo en las
duras primeras décadas del siglo XXI. En todas partes, hoy en día, incluso en
los bastiones de la socialdemocracia de Europa del Norte, ha habido
llamamientos para hacer retroceder los derechos asociados a la seguridad
social, reducir los impuestos y los bienes públicos, desregular la producción y
los mercados capitalistas y privatizar los servicios públicos. En su conjunto,
estas transformaciones se engloban en el llamado “neoliberalismo”.
Diversos factores han contribuido a la disminución de la voluntad y la aparente
capacidad del Estado para neutralizar los daños del capitalismo.
La globalización ha hecho que sea mucho más fácil
para las empresas capitalistas destinar las inversiones a lugares del mundo con
menos regulación y mano de obra más barata, mientras que la amenaza de la fuga
de capitales, junto con una variedad de cambios tecnológicos, ha fragmentado y
debilitado el movimiento obrero, mermando su capacidad de resistencia y
movilización política. Combinada con la globalización, la creciente
financiarización del capital ha llevado a un aumento masivo de la desigualdad
de riqueza y de los ingresos, lo que a su vez ha aumentado la influencia
política de los opositores al Estado socialdemócrata. En lugar de estar domado,
el capitalismo se ha desatado.
Tal vez las tres décadas de la “edad de oro”
fueran tan solo una anomalía histórica, un breve periodo en el que las
condiciones estructurales favorables y un poder popular robusto abrieron la
posibilidad de instaurar un modelo relativamente igualitario. Antes de ese
periodo, el capitalismo era un sistema voraz, y bajo el neoliberalismo se ha
convertido una vez más en rapaz, volviendo al estado de cosas normal para los
sistemas capitalistas. Tal vez a largo plazo el capitalismo no es domesticable.
Los defensores de la idea de rupturas revolucionarias con el capitalismo
siempre han afirmado que domar el capitalismo era una ilusión, una distracción
de la tarea de construir un movimiento político para derrocar el capitalismo.
Pero tal vez las cosas no son tan graves. La
afirmación de que la globalización impone fuertes restricciones a la capacidad
de los Estados para recaudar impuestos, regular el capitalismo y redistribuir
la renta es un reclamo político eficaz porque la gente se lo cree, no porque
las restricciones son realmente tan limitadas. En política, los límites de lo
posible siempre son fruto, en parte, de la creencia en los límites de lo
posible. El neoliberalismo es una ideología, respaldada por poderosas fuerzas
políticas, más que un teorema científicamente exacto de los límites reales a
que nos enfrentamos a la hora de hacer del mundo un lugar mejor. Si bien puede
suceder que las políticas específicas que constituían el menú de la
socialdemocracia en la “edad de oro” se han vuelto menos eficaces y
necesitan repensarse, domesticar el capitalismo sigue siendo una expresión
viable del anticapitalismo.
3. Escapar del capitalismo
Una de las respuestas más antiguas a la expansión
del capitalismo consiste en escapar de su dominio. Escapar del capitalismo
puede no haber cristalizado en ideologías anticapitalistas sistemáticas, pero
tiene una lógica coherente: el capitalismo es un sistema demasiado poderoso
para destruirlo. Domesticar verdaderamente el capitalismo requeriría un nivel
de acción colectiva sostenida que no es realista y, de todos modos, el sistema
en su conjunto es demasiado grande y complejo para controlarlo eficazmente. Los
poderes fácticos son demasiado fuertes para desalojarlos, y siempre organizarán
la oposición y defenderán sus privilegios. No se puede luchar contra el
ayuntamiento. Cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.
Lo mejor que podemos hacer es tratar de aislarnos
de los efectos dañinos del capitalismo y tal vez escapar por completo de sus
estragos en algún entorno protegido. Puede que no seamos capaces de cambiar el
mundo en general, pero podemos librarnos de su red de dominación y crear
nuestra propia microalternativa en la que vivir y realizarnos. Este impulso de
escapar se refleja en muchas respuestas conocidas a los daños del capitalismo.
El movimiento de los agricultores hacia la frontera oeste en Estados Unidos en
el siglo XIX fue, para muchos, una aspiración a una agricultura de subsistencia
estable y autosuficiente en lugar de la producción para el mercado. Escapar el
capitalismo está implícito en el lema hippie de la década de 1960, “turn on,
tune in, drop out” [conecta, sintoniza, libérate]. Los esfuerzos realizados
por ciertas comunidades religiosas, como los Amish, para crear fuertes barreras
entre ellos y el resto de la sociedad, implicaban zafarse a sí mismos en la
medida de lo posible de las presiones del mercado.
La caracterización de la familia como un "refugio
en un mundo sin corazón" expresa el ideal de la familia como un
espacio social no competitivo de la reciprocidad y el cuidado en el que uno
puede encontrar refugio del mundo competitivo y descorazonado del capitalismo.
Y, en formas limitadas en el tiempo, escapar del capitalismo aún se encarna en
caminatas de larga distancia en la naturaleza salvaje. Escapar del capitalismo
normalmente implica evitar el compromiso político y sin duda los esfuerzos
organizados de forma colectiva por cambiar el mundo. Especialmente en el mundo
de hoy, el escape es sobre todo una estrategia de estilo de vida
individualista. Y a veces es una estrategia individualista dependiente de una
riqueza capitalista, como en el estereotipo del exitoso banquero de Wall Street
que decide “renunciar a la carrera de ratas” y trasladarse a Vermont
para abrazar una vida de simplicidad voluntaria mientras vive de un fondo
fiduciario amasado a base de inversiones capitalistas.
Debido a la ausencia de actividad política, es
fácil descartar la estrategia de escapar del capitalismo, sobre todo cuando
refleja privilegios alcanzados dentro del propio capitalismo. Es difícil ver en
el senderista que camina a una región remota con su costoso equipo de
senderismo para “alejarse de todo” como una expresión significativa de
oposición al capitalismo. Aun así, hay ejemplos de esta actitud que tienen
relación con el problema más amplio del anticapitalismo. Comunidades
intencionales pueden estar motivadas por el deseo de escapar de las presiones
del capitalismo, pero a veces también pueden servir de modelos para formas más
colectivas, igualitarias y democráticas de la vida. Sin duda, las cooperativas,
que pueden estar motivadas principalmente por el deseo de escapar de los
lugares de trabajo autoritarios y de la explotación de las empresas
capitalistas, también pueden convertirse en elementos de un desafío más amplio
al capitalismo. El movimiento “Do It Yourself” [hazlo tú mismo] y la
“economía del compartir” pueden estar motivados por los el estancamiento de las
rentas individuales durante un periodo de austeridad económica, pero también
pueden apuntar a formas de organización de la actividad económica que son menos
dependientes del intercambio en el mercado. Y más en general, el estilo de vida
voluntariamente simple puede contribuir al rechazo más amplio del consumismo y
la preocupación por el crecimiento económico en el capitalismo.
4. Erosionar el capitalismo
La cuarta forma de anticapitalismo es el menos
conocida. Se basa en la siguiente idea: todos los sistemas socioeconómicos son
mezclas complejas de muchos tipos diferentes de estructuras económicas,
relaciones y actividades. Ninguna economía ha sido –ni nunca podría ser–
puramente capitalista. El capitalismo como una forma de organizar la actividad
económica tiene tres componentes fundamentales: la propiedad privada del
capital; la producción para el mercado con el fin de obtener beneficios; y el
empleo de trabajadores que no poseen los medios de producción. Los sistemas
económicos existentes combinan el capitalismo con toda una serie de otras
formas de organizar la producción y distribución de bienes y servicios:
directamente por los Estados; dentro de las relaciones íntimas de las familias
para satisfacer las necesidades de sus miembros; a través de redes y
organizaciones de base comunitaria; mediante cooperativas que pertenecen a sus
miembros y son gestionadas democráticamente por ellos; a través de
organizaciones no lucrativas orientadas al mercado; a través de redes peer-to-peer
[de igual a igual] que participan en procesos de producción colaborativos; y
muchas otras posibilidades. Algunas de estas formas de organización de las
actividades económicas pueden considerarse híbridas, al combinar elementos
capitalistas y elementos no capitalistas; algunas son totalmente no capitalistas
y algunas son anticapitalistas. Calificamos un sistema económico complejo como
este de “capitalista” cuando la dinámica capitalista es dominante en la
determinación de las condiciones económicas de la vida y el acceso a los medios
de sustento para la mayoría de la gente. Esa dominancia es inmensamente
destructiva.
Una forma de desafiar al capitalismo es la
construcción de relaciones económicas más democráticas, igualitarias y
participativas en los espacios y grietas de este complejo sistema, siempre que
sea posible, y luchar para ampliar y defender esos espacios. La idea de
erosionar el capitalismo imagina que estas alternativas tienen el potencial, a
largo plazo, de expandirse hasta el punto en que el capitalismo se ve
desplazado de este papel dominante. Una analogía con un ecosistema natural
podría ayudar a aclarar esta idea. Pensemos en un lago. Un lago consiste en una
masa de agua dentro de un paisaje, con determinados tipos de suelo, manantiales
y el clima. Una gran variedad de peces y otras criaturas viven en sus aguas, y
varios tipos de plantas crecen en y alrededor de ella. En conjunto, todos estos
elementos constituyen el ecosistema natural del lago. (Se trata de un
"sistema" en el que todo afecta a todo lo demás en su interior, pero
no es como el sistema de un solo organismo en el que todas las partes están
conectadas funcionalmente en un todo coherente, estrechamente integradas.) En
este ecosistema, es posible introducir una especie exótica de peces que no se
encuentra "naturalmente" en el lago. Algunas especies exóticas son
engullidas de inmediato. Otras pueden sobrevivir en un pequeño nicho en el
lago, pero no cambian gran cosa en la vida diaria del ecosistema. Sin embargo,
ocasionalmente una especie exótica puede prosperar y finalmente desplazar a las
especies dominantes.
La visión estratégica de la erosión del capitalismo
imagina la introducción de las variedades más vigorosas de especies
emancipadoras de actividad económica no capitalista en el ecosistema del
capitalismo, consolidando su desarrollo mediante la protección de sus nichos y
encontrando la forma de ampliar sus hábitats. La esperanza es que con el tiempo
estas especies exóticas puedan extenderse fuera de sus estrechos nichos y
transformar el carácter del ecosistema en su conjunto. Esta forma de pensar
sobre el proceso de trascender el capitalismo es similar a la historia popular,
estilizada, que se cuenta sobre la transición de las sociedades feudales
precapitalistas al capitalismo en Europa. Dentro de las economías feudales, en
el último período medieval, surgieron relaciones y prácticas protocapitalistas,
especialmente en las ciudades. Inicialmente esto implicaba una actividad
comercial, la producción artesanal regulada por los gremios y la actividad
bancaria. Estas formas de actividad económica llenaban nichos y eran a menudo
muy útiles para las élites feudales. A medida que se ampliaba el alcance de
estas actividades en el mercado, adquirieron gradualmente un carácter más
capitalistas y, en algunos lugares, erosionaron progresivamente la dominación
feudal establecida en la economía en su conjunto. A través de un proceso largo,
sinuoso, de varios siglos, las estructuras feudales dejaron de dominar la vida
económica de algunos rincones de Europa; el feudalismo había sido erosionado.
Este proceso puede haberse visto salpicado por convulsiones políticas e incluso
revoluciones, pero en lugar de constituir una ruptura de las estructuras
económicas, estos acontecimientos políticos han servido más para ratificar y
racionalizar los cambios que ya habían tenido lugar dentro de la estructura
socioeconómica.
La visión estratégica de la erosión del capitalismo
ve el proceso de desplazamiento del capitalismo de su papel dominante en la
economía de una manera similar: actividades económicas no capitalistas
alternativas surgen en los nichos en los que sea posible dentro de una economía
dominada por el capitalismo; estas actividades crecen con el tiempo, tanto de
forma espontánea y, sobre todo, a resultas de una estrategia deliberada; luchas
que implican reemplazar al Estado, a veces para proteger estos espacios, otras
veces para facilitar nuevas posibilidades; y, finalmente, estas relaciones y
actividades no capitalistas se vuelven lo suficientemente prominente en la vida
de los individuos y las comunidades que el capitalismo ya no puede decirse que
domina el sistema en su conjunto. Esta visión estratégica está implícita en
algunas corrientes del anarquismo contemporáneo. Si el socialismo
revolucionario propone que hay que utilizar el poder del Estado para destruir
el capitalismo, y la socialdemocracia sostiene que el Estado capitalista puede
servir para domar el capitalismo, los anarquistas en general han argumentado
que es preciso evitar el Estado –tal vez incluso darle la espalda– porque al final
solo puede servir de aparato de dominación, no de liberación. La única
esperanza para una alternativa emancipadora al capitalismo –una alternativa que
encarne los ideales de igualdad, democracia y solidaridad– es construirla desde
los cimientos y trabajar para ampliar su ámbito de influencia.
Como visión estratégica, la erosión del capitalismo
es a la vez atractiva y descabellada. Es atractiva porque sugiere que aun
cuando el Estado parece muy poco propicio para el avance de la justicia social
y el cambio social emancipatorio, todavía que se puede hacer mucho. Podemos
seguir con la idea de construir un mundo nuevo, pero no sobre las cenizas del
viejo, sino dentro de los intersticios del viejo. Es inverosímil porque parece
tremendamente improbable que la acumulación de espacios económicos
emancipatorios, dentro de una economía dominada por el capitalismo, podría
desplazar alguna vez realmente el capitalismo, dado el inmenso poder y la
riqueza de las grandes empresas capitalistas y la dependencia de los medios de
sustento de muchas personas con respecto al buen funcionamiento del mercado
capitalista. Seguramente si las formas no capitalistas de emancipación de las
actividades y las relaciones económicas crecieran alguna vez hasta el punto de
amenazar el dominio del capitalismo, simplemente serían aplastadas.
Erosionar el capitalismo no es una fantasía. Pero
solo es plausible si se combina con la idea socialdemócrata de domar el
capitalismo. Necesitamos una manera de vincular la visión de abajo arriba, la
visión estratégica centrada en la sociedad del anarquismo, con la visión de
arriba abajo, la lógica estratégica estatalista de la socialdemocracia. Tenemos
que domar el capitalismo de manera que lo haga más erosionable, y erosionar el
capitalismo de manera que lo haga más domable. Un concepto que nos ayudará a
vincular estas dos corrientes de pensamiento anticapitalista es el de las
utopías reales.
Utopías reales
“Utopía real” es una expresión contradictoria en sí misma. La
palabra “utopía” fue acuñada por primera vez por Tomás Moro en 1516
mediante la fusión de dos prefijos griegos –eu, que significa bueno, y ou,
que significa no– en una única vocal, la u, y la colocándola delante de
la palabra griega que designa el lugar, topos. Utopía es así el buen
lugar que no existe en ningún lugar. Es una fantasía de la perfección.
Entonces, ¿cómo puede ser “real”? Puede ser realista para buscar mejoras
en el mundo, pero no la perfección. De hecho, la búsqueda de la perfección
puede socavar la tarea práctica de hacer del mundo un lugar mejor. Como dice el
refrán, “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Existe, pues, una tensión
inherente entre lo real y lo utópico. Es precisamente esta tensión lo que
intenta a capturar la idea de una “utopía real”. El punto es mantener
nuestras aspiraciones más profundas de un mundo justo y humano que no existe, y
a la vez participar en la tarea práctica de construir alternativas reales
posibles en el mundo tal como es, que también prefigura el mundo como podría
ser y que nos ayude a avanzar en esa dirección. Por tanto, las utopías reales
transforman el “ningún lugar” de la utopía en el “aquí y ahora” de crear
alternativas emancipatorias del mundo que podría ser en el mundo tal como es.
Utopías reales se pueden encontrar allí donde los
ideales emancipatorios se encarnan en instituciones existentes y en las
propuestas de nuevos diseños institucionales. Ambos son elementos constitutivos
de un destino y una estrategia. He aquí algunos ejemplos.
Las cooperativas de trabajadores son una utopía
real que surgió paralelamente al desarrollo del capitalismo. Tres ideales
emancipatorios importantes son la igualdad, la democracia y la solidaridad.
Todos ellos están obstruidos en las empresas capitalistas, donde el poder se
concentra en manos de los propietarios y sus delegados, los recursos internos y
las oportunidades se distribuyen de manera extremadamente desigual, y la
competencia socava continuamente la solidaridad. En una cooperativa de
trabajadores, todos los activos de la empresa son propiedad conjunta de los
propios empleados, que también gestionan la firma según el principio de una
persona, un voto, de manera democrática. En una pequeña cooperativa, esta
gobernanza democrática puede ser organizada en forma de asambleas generales de
todos los miembros; en las cooperativas más grandes, los trabajadores eligen
delegados a los consejos de administración para supervisar la gestión.
Las cooperativas de trabajadores también pueden
encarnar características más capitalistas: pueden, por ejemplo, contratar a
trabajadores temporales o ser inhóspitas para los posibles miembros de
determinados grupos étnicos o raciales. Las cooperativas, por lo tanto,
encarnan a menudo valores bastante contradictorios. Sin embargo, tienen el
potencial de contribuir a erosionar el predominio del capitalismo cuando
expanden el espacio económico en el que pueden operar los ideales
emancipatorios anticapitalistas. Las agrupaciones de cooperativas de
trabajadores podrían constituir redes; con formas adecuadas de apoyo público,
esas redes podrían ampliarse y profundizarse para constituir un sector de
mercado cooperativo; ese sector podría –en ciertas circunstancias– ampliarse
hasta poner en tela de juicio el predominio del capitalismo.
Las bibliotecas públicas son otro tipo de utopía
real. Esto podría parecer a primera vista un ejemplo raro. Las bibliotecas son,
después de todo, una institución duradera que se encuentra en todas las
sociedades capitalistas. En Estados Unidos, el vasto sistema de bibliotecas
públicas fue obra en gran medida de Andrew Carnegie, uno de los despiadados “barones
ladrones” de la Edad Dorada. Sin duda no era anticapitalista y, en todo
caso, vio su filantrópico apoyo a las bibliotecas como una manera de fortalecer
el capitalismo como sistema. Sin embargo, las bibliotecas encarnan principios
de acceso y distribución que son profundamente anticapitalistas. Existe una
gran diferencia entre las formas en que una persona adquiere el acceso a un
libro en una librería y una biblioteca.
En una librería, uno busca el libro que desea en un
estante y comprueba el precio, y si se lo puede permitir y lo desea
suficientemente, va a la caja, entrega la cantidad necesaria de dinero y se va
con el libro. En una biblioteca, uno va al mostrador (o, más probablemente en
estos días, a un terminal de ordenador) para ver si el libro está disponible,
encuentra el libro, va al mostrador de registro, muestra su tarjeta de la
biblioteca y se va con el libro. Si el libro ya está prestado, se inscribe en
la lista de espera. En una librería, el principio de distribución es “a cada
cual según su capacidad de pago”; en una biblioteca pública, el principio
de distribución es “a cada uno según su necesidad”. Es más, en la
biblioteca, si hay un desequilibrio entre la oferta y la demanda, aumenta la
cantidad de tiempo que uno tiene que esperar hasta obtener el libro; los libros
que escasean se racionan por tiempo, no por precio. Una lista de espera es un
dispositivo profundamente igualitario: un día en la vida de todo el mundo se
considera moralmente equivalente. Una biblioteca bien dotada de recursos
tratará la longitud de la lista de espera como una señal de que se deben
solicitar más ejemplares de un libro en particular.
Las bibliotecas también pueden convertirse en servicios
públicos de usos múltiples, dejando de ser simples depósitos de libros. Las
buenas bibliotecas proporcionan espacio público para las reuniones, a veces
lugares para conciertos y otros espectáculos, y un lugar de encuentro agradable
para la gente. Por supuesto, las bibliotecas también pueden ser zonas de
exclusión, inhóspitas para cierto tipo de personas. Pueden ser elitistas en sus
prioridades presupuestarias y en sus reglas. Las bibliotecas reales pueden
reflejar por lo tanto valores bastante contradictorios. Pero en la medida en
que encarnan los ideales emancipatorios de la igualdad, democracia y comunidad,
las bibliotecas son una utopía real.
Un último ejemplo de una utopía real existente son
las nuevas formas de producción colaborativa peer-to-peer que han
surgido en la era digital. Tal vez el ejemplo más conocido es la Wikipedia. Una
década después de su fundación, Wikipedia había destruido un mercado de
trescientos años de edad, el de las enciclopedias; ahora es imposible producir
una enciclopedia generalista comercialmente viable. Wikipedia se produce de una
manera completamente no capitalista por un par de cientos de miles de editores
no pagados de todo el mundo, que contribuyen al bien común global y lo ponen a
la libre disposición de todos. Se financia a través de un tipo de economía de
donaciones que ofrece los recursos de infraestructura necesarios. Wikipedia
está llena de problemas – algunas entradas son maravillosas, otras terribles–,
pero es un ejemplo extraordinario de cooperación y colaboración a muy gran
escala que es altamente productiva y organizada sobre una base no capitalista.
Hay muchos otros ejemplos en el mundo digital. Si imaginamos este modelo de
colaboración que se extendiera al mundo de la producción de bienes, no sólo de información,
entonces es posible imaginar una producción colaborativa P2P [peer to peer]
invadiendo el dominio del capitalismo.
También se pueden encontrar utopías reales en las
propuestas de políticas de cambio social y públicas, no solo en las instituciones
realmente existentes. Este es el papel fundamental de las utopías reales en
estrategias políticas a largo plazo para la justicia social y la emancipación
humana. Un ejemplo es una renta básica incondicional (RBI). Una RBI proporciona
simplemente a todas las personas, sin condiciones, un flujo de ingresos
suficiente para cubrir las necesidades básicas. Permite un nivel de vida
modesto, pero culturalmente respetable, sin lujos. De paso también resuelve el
problema del hambre entre los pobres, pero lo hace de una manera que aporta un
bloque de construcción de una alternativa emancipadora.
La RBI doma directamente uno de los males del
capitalismo: la pobreza en medio de la abundancia. Pero también expande el
potencial de erosión a largo plazo de la dominación del capitalismo mediante la
canalización de recursos hacia formas no capitalistas de la actividad
económica. Consideremos los efectos de una renta básica en las cooperativas de
trabajadores. Una de las razones por las que las cooperativas de trabajadores
son a menudo frágiles es que tienen que generar ingresos suficientes no solo
para cubrir los costes de las materias de producción, sino también para
proporcionar una renta básica para sus miembros.
Si se garantiza una renta básica con independencia
del éxito en el mercado de la cooperativa, las cooperativas de trabajo serían
mucho más robustas. Esto también significaría que supondrían menos riesgo para
los préstamos de los bancos. Por lo tanto, con cierta ironía, una renta básica
incondicional ayudaría a resolver un problema del mercado de crédito para las
cooperativas. También potenciaría un aumento masivo de la participación en la
producción colaborativa P2P y muchas otras actividades productivas que no
generan ingresos propios del mercado para los participantes.
Doma y erosión
Así que, ¿cómo ser un anticapitalista en el siglo
XXI?
Renunciar a la fantasía de aplastar el capitalismo.
El capitalismo no es dinamitable, al menos si se quiere construir realmente un
futuro de emancipación. Uno personalmente puede ser capaz de escapar del
capitalismo saliéndose fuera de la red y reducir al mínimo su participación en
la economía monetaria y el mercado, pero esto no es una opción atractiva para
la mayoría de las personas, especialmente las que tienen hijos, y sin duda
tiene poco potencial para fomentar un proceso de emancipación social más
amplio.
Si uso se preocupa por la vida de los demás, de una
manera u otra tiene que hacer frente a las estructuras e instituciones
capitalistas. Domar y erosionar el capitalismo son las únicas opciones viables.
Es necesario participar tanto en los movimientos políticos para domar al
capitalismo a través de políticas públicas como en los proyectos
socioeconómicos de erosionar el capitalismo a través de la expansión de formas
emancipatorias de la actividad económica. Debemos renovar una democracia social
progresista fuerte que no solo neutralice los daños del capitalismo, sino que
también facilite iniciativas para construir utopías reales con el potencial de
erosionar el predominio del capitalismo.
2/12/2015
Erik Olin Wright es profesor de sociología en la
Universidad de Wisconsin, Madison, adscrito al marxismo analítico, investigador
de las relaciones de clase en el capitalismo contemporáneo y autor de muchos
libros. Su último título es Alternatives to Capitalism: Proposals for a
Democratic Economy.
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