14-01-2016
Cuando en las naciones industrializadas se afirma
que las remesas de los inmigrantes de países “en vías de desarrollo” a sus
familiares en sus países de origen constituyen “ayuda al desarrollo”, se
enmascara una cruel forma de explotación del Sur por el Norte.
Lo mismo ocurre cuando se atribuye a la emigración la
cualidad positiva de ser factor de descompresión de las tensiones sociales en
las naciones pobres porque sus remesas son fuente de ingreso de recursos
pecuniarios que atenúan situaciones extremas.
Es cierto que las transferencias de dinero fresco
que hacen los emigrantes hacia sus familiares contribuyen a mejorar las
balanzas de pagos en sus naciones de origen y a veces llegan a representar una
parte significativa del producto bruto de éstas.
Pero, a más largo plazo, el éxodo de trabajadores
jóvenes y la dependencia que surge de las transferencias de dinero, se traducen
en perjudiciales para el desarrollo del país emisor de migrantes.
Más claro: la crisis económica suscita el éxodo,
las remesas de los emigrantes atenúan sus efectos nocivos inmediatos, pero, a
mediano o largo plazo, la crisis se profundiza porque no han cambiado las
condiciones que la provocaron sino que se han agravado precisamente a causa del
éxodo de la fuerza de trabajo que sigue aumentando.
Las remesas familiares de los inmigrantes
latinoamericanos residentes en Estados Unidos aportan a sus países de origen
más que sus exportaciones agrícolas, superan sus ingresos por concepto de
turismo y en tiempos de depresión de los precios del petróleo sobrepasan el
valor de las ventas petroleras de algunos países tradicionalmente exportadores
del hidrocarburo.
Cuando el gobierno de Estados Unidos anuncia, o
insinúa, su disposición de expulsar inmigrantes indocumentados, son muchos los
gobiernos latinoamericanos que se han visto obligados a demandar clemencia
porque tal medida provocaría el surgimiento de insalvables crisis de
gobernabilidad y el desplome de las economías de sus países de origen,
incapaces de asimilar a los expulsados, e impedidos de prescindir de sus remesas.
Basta que trascienda por la prensa una amenaza por
parte de Washington de prohibir las remesas de los emigrados de un país
específico para que cambien bruscamente las predicciones de las encuestas y un
candidato a Presidente con popularidad suficiente para ganar una elección por
amplio margen, sufra un descalabro y deba abandonar la carrera.
Cuando hace algunos años parecía que el candidato
del izquierdista Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, Schafik
Jorge Handal, habría de ser electo Presidente de El Salvador por un margen muy
amplio, el Presidente de Estados Unidos formuló la amenaza de prohibir las
remesas de los migrantes salvadoreños establecidos en Estados Unidos si ello
ocurría. La dependencia en las remesas convirtió a ese país en rehén del
imperio, que de tal manera fue capaz de imponer al candidato de la derechista
Alianza Republicana Nacionalista (ARENA).
Por el sostenido ritmo de crecimiento de las
remesas y su monto tan elevado, parecería que se está logrando que el Norte
opulento empiece a compensar al Sur por los daños de la histórica expoliación.
Pero ni remotamente es esto así. Durante siglos, el sistema capitalista global
ha saqueado a los países pobres de manera cruel. Les ha despojado de sus
recursos naturales, y sometido a un intercambio injusto de sus mercancías,
además de la explotación inmisericorde de su fuerza de trabajo.
El hecho de que las remesas de los emigrantes
lleguen a ser base de sustentación de las economías de un número cada vez mayor
de países depauperados del Tercer Mundo, debe ser visto como la denuncia de un
crimen contra la humanidad y no como un motivo de complacencia.
Con los actuales términos del intercambio, si no se
incrementa la ayuda verdadera al desarrollo; si no se conmuta la deuda externa
que ahoga las economías de los países subdesarrollados del mundo; si se insiste
en forzar la creación de mecanismos de falsa “integración”; si no se renuncia a
la práctica del proteccionismo agrícola y comercial que los países ricos
imponen en acto de inconsecuencia con sus propios reclamos neoliberales, las
remesas nada bueno significan para las naciones pobres.
Si no se crean mecanismos de estímulo a las
exportaciones de los países subdesarrollados; si no se apoyan sistemas que
obliguen a que las empresas transnacionales se sometan a medidas de control
contra la explotación laboral, el traslado de beneficios y la especulación para
evitar la descapitalización y la fuga de cerebros de los países pobres que
ellas generan; si no se promueven inversiones que expandan el mercado laboral
para contribuir al arraigo de la población, las remesas no serán más que un
paliativo aplicado a una injusticia que se hará cada vez más insoportable.
Blog del autor: http://manuelyepe.wordpress.com/
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