Por: Daniel
Eskibel
En cada elección hay un solo
triunfador. Los demás candidatos (a Alcalde, a Gobernador, a Presidente) son
derrotados. Pierden. Eso lo sabemos. La mayoría pierde.
Pocas veces el perdedor analiza las causas de su
derrota.
Es más frecuente que el perdedor distribuya las
culpas. El culpable es el otro partido, el que ganó. El culpable es la otra
fracción del mismo partido perdedor. El culpable es el conjunto de medios de
comunicación. O los politólogos, los encuestadores, los publicistas o vaya a
saber quién. Pero alguien tiene que llevarse esa maleta pesada cargada de
culpas.
Y cuanto menos analiza su derrota, más se enfila el
partido hacia la próxima derrota. La balada del derrotado es una canción
triste, monótona y reiterativa.
El ABC del resultado
electoral
¿Por qué se gana y por qué se pierde? En términos
generales lo he escrito en todas partes: porque se comprende mejor o peor
la psicología política del votante. Y punto.
Allí está la roca dura del resultado electoral. La
clave. El ABC. En la psicología del votante. Y en cómo ganadores y perdedores
trabajaron ese terreno.
Es obvio pero se olvida. En todo resultado
electoral hay méritos del triunfador. Aciertos, nos guste o no. Virtudes.
Siempre. Y también hay errores del derrotado. Siempre. Pensar lo contrario es
hacerse trampas al solitario.
Cambian los tiempos, las elecciones, los derrotados
y los triunfadores. Pero hay un error de comunicación política que insiste en
reiterarse en todas partes. Un error que aparece con dura frecuencia en campañas
electorales en todas partes del planeta.
Me refiero a cuando los candidatos le hablan a las
minorías. Y solo a ellas.
El profesor despistado
Con cierta frecuencia me invitan desde diversas
instituciones a brindar clases, conferencias y seminarios. Eventos muy disfrutables, claro
está. Donde uno puede aportar a otros algo de lo poco-mucho aprendido a lo
largo de un tercio de siglo en el mundo de la psicología.
Me ayuda, también, la experiencia docente. Años que
no fueron en vano enseñando a nivel secundario, terciario, universitario y de
formación de docentes. Y me ayuda, también, la formación específica en el área
de la psicología de la comunicación. Que de eso se trata cualquier clase,
conferencia o seminario: de un acto de comunicación.
Como la política, claro.
Pero comencemos por lo básico en la comunicación
docente. ¿Qué es casi lo primero que hacemos en un salón de clase o en una sala
de conferencias? Asegurarnos que le estamos hablando al público adecuado. No a
los que circulan por los pasillos, ni a los que asisten a clase en otro salón
ni a quienes viven en casas cercanas. Sino a quienes asisten a nuestra clase o
conferencia.
Simple.
Que la amplificación funcione adecuadamente. Que
nuestro volumen de voz sea adecuado. Que allá en el fondo del salón también nos
escuchen. Que nuestra letra en la pizarra sea descifrable. Que desde todos los
ángulos puedan ver las diapositivas que presentamos.
Hablo en plural porque es la rutina que seguimos
todos los docentes.
Pero imaginemos a un hipotético Profesor
Despistado. Tiene un auditorio de 40 personas pero desde el principio anuncia
que hablará solo para 2. A esos 2 es a los únicos que mira, a los únicos que
escucha y a los únicos que habla.
Despistado. Muy despistado el pobre profesor. Más
despistado aún cuando al finalizar la clase o conferencia se queja del
comportamiento de la mayoría de los asistentes. Que nadie aprende nada, hombre.
Que los muchachos de ahora no estudian, no leen y bla bla bla.
Despistado.
Todo mensaje político
tiene su destinatario
Si se analiza la comunicación política de un
candidato se descubre a quién le está hablando. Porque los gestos políticos y
el mensaje construyen la imagen del destinatario, de aquel a quien está
destinada la comunicación.
Es cierto que en una campaña electoral no se le
puede hablar a la totalidad del electorado (sería como el profesor que habla
también para las clases vecinas y hasta para el vecindario). Pero una cosa es
segmentar y otra muy distinta es hablarle a una estricta y pequeña minoría.
Hablarle a la minoría dejando que el adversario le
hable a la mayoría es lisa y llanamente un suicidio político.
Segmentar sí.
Pero el conjunto de públicos al que se dirige el candidato tiene que ser el suficiente en número como para lograr el objetivo electoral.
Muchas veces no se gana el día de la elección sino el día que trazamos la estrategia y seleccionamos nuestro target.
Fuente: Blog Maquizvelo y Freud
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