Entrevista
al historiador Valerio Romitelli
eldiario.es
20-01-2016
¿Podemos ir más allá del modelo de los partidos
políticos? El historiador italiano Valerio Romitelli encuentra en la
experiencia partisana la historia inspiradora de una experimentación política
alternativa.
¿Podemos ir más allá del modelo de los partidos
políticos? ¿Salir de las pretensiones de hegemonismo de las que toda
organización con forma de partido está inevitablemente poseída? El historiador
Valerio Romitelli encuentra en la lucha de las bandas partisanas italianas la
historia inspiradora de una experimentación política alternativa. Es la tesis
fundamental de su último libro, La felicidad de los partisanos y la nuestra.
Organizarse en bandas (publicado en Italia por la editorial napolitana
Cronopio).
Es un libro precioso, que se acerca a la historia
partisana como si fuera un depósito de energía que se tratase de liberar para
agitar con ella el presente. Por un lado, mediante un trabajo minucioso de
desmontaje de todos los estereotipos que codifican la memoria y sepultan su
energía. Por otro, enlazando la experiencia partisana con las búsquedas
actuales de una política de emancipación que escape de las lógicas de
centralización y representación de los partidos, que ya han mostrado
suficientemente sus límites para transformar la realidad.
La felicidad de los partisanos es la
felicidad de los pioneros, de los inventores, de quienes crean modos propios de
reapropiarse de su destino, incluso en medio de las peores condiciones. Si
queremos salir hoy de la tristeza política, es decir de la impotencia
para cambiar la realidad y a nosotros mismos con herramientas obsoletas,
necesitamos encontrar empuje, aliento e inspiración en otro imaginario de
referencia. En una historia hecha de intensidades y no de puros signos. Aquí se
inscribe la historia de los partisanos de Romitelli.
Valerio Romitelli (Bolonia, 1948) es profesor de
historia de los movimientos sociales y los partidos políticos en la Universidad
de Bolonia. Ha fundado el Grupo de Investigación de Etnografía del Pensamiento
(GREP) que desarrolla trabajos de investigación en lugares cruciales de la
sociedad como fábricas, escuelas o servicios sociales, recogiendo y dando valor
a las propias palabras y pensamientos de quienes los habitan. Entre sus últimas
publicaciones, señalamos Storie di politica e di potere (2004) y L'amore
della politica. Pensieri, passioni e corpi nel disordine mondiale (2014).
Sobre la experiencia de los partisanos italianos, ha publicado también L'odio
per i partigiani. Come e perché contrastarlo, en 2008.
Memoria viva y memoria muerta
1- Lo que te pediría en primer lugar son algunas
coordenadas generales de la experiencia partisana, para situar al lector
español menos informado.
Valerio Romitelli. Cuando se habla de los
partisanos italianos, estamos hablando de cerca de 200.000 jóvenes, en su
momento de máxima expansión, que por iniciativa propia, durante unos 20 meses,
entre septiembre de 1943 y abril de 1945, se constituyeron en bandas armadas
(más o menos coordinadas pero también con fracturas entre ellas, o bien
aisladas) con el objetivo de combatir al ocupante nazi y a los
colaboracionistas de la República de Salò.
Fue un fenómeno que afectó sobre todo al norte y al
centro-norte de Italia, en la medida en que a partir del verano del 43 los
aliados angloamericanos, después de desembarcar en Sicilia, comenzaron a
ascender por la península, si bien de una forma tan discontinua y dificultosa
que Roma, por ejemplo, sólo fue liberada en la primavera del año siguiente.
Todo terminará alrededor del 25 de abril de 1945, con la victoria política de
los partisanos, que lograron salvar la imagen de Italia, antes fascista, ante
los ojos del mundo.
Sin embargo, los partisanos serán derrotados en el
proceso de reconstrucción del nuevo Estado republicano, que los excluirá de la
vida pública. La construcción de la República, que sucedió a una monarquía que
se había comprometido con el fascismo, será de hecho gestionada por los pactos
entre los nuevos partidos y las superpotencias vencedoras, todos de acuerdo en
asignar al Vaticano una importancia que nunca había tenido en la historia de
nuestro país.
2- Lo primero que sorprende al leer tu libro es
descubrir la cantidad de estereotipos que conforman nuestra imagen de la
experiencia partisana: ni se autodenominaba “resistencia”, ni era un fenómeno
puramente militar y ¡ni siquiera tenía como himno la famosa Bella Ciao! Te
quería preguntar qué tipo de percepción fabrican estos estereotipos de la
experiencia partisana, a qué relatos obedecen, de dónde vienen.
Valerio Romitelli. Los partisanos italianos nacen
en el vacío de poder abierto tras el 8 de septiembre de 1943, cuando se
disuelve el gobierno Badoglio, que trataba de firmar un armisticio con los
aliados, y se constituye el régimen colaboracionista de la República de Salò,
con Mussolini al frente pero bajo el control absoluto de los nazis. Los
partisanos no tenían, pues, nada que defender y lo tenían todo por reinventar.
Si se estudian las “fuentes de abajo” (periódicos,
manifiestos, diarios, cartas, etc.), vemos muy claramente que no emplearon
nunca la palabra “resistencia”, a no ser que fuera para aludir a una simple
táctica bélica. Los partisanos se definían más bien como “rebeldes”,
“revolucionarios” y, sí, también como “patriotas”, pero en un sentido
totalmente nuevo, radicalmente antifascista, contra el resurgir de cualquier
residuo del fascismo. Y el reclamo a la patria implicaba también no esperar a
que fuera la invasión aliada la que decidiera los destinos de nuestro país.
Razón por la cual se produjeron importantes desencuentros entre partisanos y
aliados (cuyos bombardeos provocaron, en la Italia de entonces, ¡más muertos
que los de la propia Wehrmacht!).
Para entender situaciones políticas tan singulares
como la de los partisanos italianos, considero este aspecto metodológico de
crucial importancia: hay que partir siempre de las palabras empleadas por
los propios protagonistas. En caso contrario, se termina por anular la
singularidad de estas situaciones de ruptura, decisivamente innovadoras,
reduciéndolas a acontecimientos equivalentes e intercambiables. Y esto es lo
que se ha querido hacer al homologar el fenómeno de los partisanos italianos a
simples variantes de la resistencia europea al nazi-fascismo.
Es justo lo mismo que, con la guerra ya terminada,
querían los aliados y los partidos renacientes bajo su vencedora ala
protectora. Para ello se ocultó la gran diferencia que existía entre la Italia
completamente renovada por la que habían luchado los partisanos y la Italia que
efectivamente surgió del final de la guerra: una Italia que, si bien ya no era
monárquica, reciclaba a muchos ex-fascistas en todas las instituciones del
Estado, asumía un Vaticano más fuerte que nunca, mostraba una sumisión extrema
a la influencia norteamericana, crecía económicamente pero al precio de una
subordinación política completa, etc. La guerra partisana no fue simplemente
militar, sino que también fue una guerra política para la renovación del
país.
Hoy en día, todo esto queda cancelado cada vez que
se entona la famosa “Bella ciao!”, que ningún partisano cantó ni
siquiera en sueños, pues el tema se compuso después de que su experiencia
hubiera terminado.
3- Otro de los clichés o “ideas recibidas” que
tenemos sobre la experiencia partisana es que se trataba de un movimiento
organizado y dirigido por los partidos políticos, en particular por el Partido
Comunista Italiano.
Valerio Romitelli. Allá por 1943 en Italia los
partidos antifascistas, que habían sobrevivido a veinte años de fascismo, se
demuestran políticamente incapaces tanto de destruir el régimen (que se deshace
solo) como de emprender cualquier cosa en el vacío político que el 8 de
septiembre trae consigo. Lo único que consiguen hacer es participar en parte en
el gran movimiento de formación de bandas de partisanos, un movimiento que,
cierto, es en un primer momento espontáneo, pero que inmediatamente se
estructura y se organiza de un modo completamente singular y diverso. De hecho,
muchas bandas son muy pronto del todo o en parte apartidistas -o lo serán
después-, o bien incluyen a partisanos de distinta orientación política.
Este aspecto se borra en los homenajes a los
partisanos que en realidad sólo pretenden celebrar a los partidos en tanto que
verdaderos protagonistas del renacimiento republicano y post-fascista del país.
Y de ese modo nace la fábula según la cual los partisanos no habrían sido otra
cosa que el brazo armado de los partidos, mientras que estos últimos habrían
sido siempre los mismos, antes, durante y después del fascismo, y también hoy:
siempre los únicos custodios de los italianos buenos, celosos de la democracia.
¡Se comprende qué beneficio consensual sacan de esta fábula también los
politicastros actuales!
Nada de esto es cierto: los partidos antes del
fascismo eran algo completamente distinto a los partidos después del fascismo.
Los primeros eran autóctonos, mientras que los segundos estaban condicionados
del todo por los juegos diplomáticos de las superpotencias vencedoras, y se
convirtieron luego, a partir de 1992 más o menos, en meras marionetas movidas
por los medios de comunicación y los sondeos de opinión, completamente al
servicio del “mercado”.
En cambio, si partimos de que los que cambiaron el
destino de nuestro país durante la Segunda Guerra Mundial fueron las bandas
partisanas, podremos repensar de manera distinta toda nuestra historia más reciente.
4- Rescatar la singularidad de la experiencia
partisana es uno de los objetivos más valiosos y preciosos de tu trabajo. Tal y
como explicas, esta singularidad corre el riesgo de verse anulada por dos tipos
de miradas. En primer lugar, está la mirada que minusvalora la experiencia
partisana calificándola de explosión espontánea, puramente emocional,
necesariamente pasajera, pre-política o políticamente inmadura, etc. En segundo
lugar, está la mirada “evolutivo-lineal” que encaja a los partisanos en una
historia política (la del Partido Comunista Italiano) que nos impide captar la
discontinuidad que introducen, la novedad que aportan. En los dos casos, la
experiencia partisana resulta devaluada: sólo tiene valor en función de -o
subordinada a- la experiencia de los partidos. Perdemos así el contacto con su
potencial singular: lo que nos puede decir, lo que podemos aprender de ella, lo
que puede aún inspirarnos.
Valerio Romitelli. En un libro anterior (El amor
de la política. Pensamiento, pasiones y cuerpos en el desorden mundial,
2014) propuse tratar de entender cuándo y cómo la política funciona de forma experimental,
es decir, de manera completamente distinta al modo conservador y al modo
reaccionario. Para ello, resulta esencial entender cuáles son los “cuerpos
organizados” que se ponen a prueba haciendo política. Los partidos modernos
(nacidos a partir del modelo socialdemócrata entre los siglos XIX y XX,
primero, y del bolchevique vencedor del Octubre de 1917 en Rusia, después)
aparecen entonces como grandes figuras de la época, alternativas a la Iglesia,
a los ejércitos, a los Estados, a la empresas, a los bancos, etc. Para bien o
para mal, los partidos son las figuras protagonistas del siglo pasado: los
laboratorios políticos de masas.
Pero al igual que sucede con toda experimentación
científica o artística, tampoco la política es constante, sino cíclica:
funciona por secuencias. Las figuras que protagonizarán la secuencia política
1943-45 en Italia son las bandas partisanas y no los partidos. La experiencia
que hicieron los partisanos no era pre-política con respecto a la de los
partidos, sino la experiencia de otra política. Profundamente
innovadora. Lo que yo propongo entonces es pensar la experiencia partisana en
interioridad. ¿Qué significa esto? Trabajar por rescatar la materialidad de
la experiencia (lo que dijeron e hicieron los partisanos, cómo se organizaron y
combatieron), en lugar de considerarla simplemente como un espíritu a
homenajear. Es decir, construir un recuerdo materialista, no retórico ni
mitológico, de la lucha partisana. Sólo de ese modo podemos tener una memoria
vivo en el presente.
La felicidad de los partisanos
5- Para ti, la experiencia partisana no es una
“reacción automática” a la situación de guerra, ni los partisanos eran
simplemente mártires de una causa que se sacrificaron por un deber moral. Por
el contrario, describes la experiencia partisana como una experiencia de
felicidad colectiva. Ni obligación ni necesidad, sino deseo y felicidad. Se
trata de algo muy sorprendente, dadas las circunstancias en las que actuaron.
¿En qué consiste esa felicidad del partisano, de dónde viene?
Valerio Romitelli. Para celebrar a los partisanos
como figuras sin un legado singular siempre se los ha presentado como muertos
heroicos, como víctimas, como personajes tristes de una historia trágica y
cerrada para siempre. Y es cierto que los partisanos, como guerrilleros que
fueron, sufrieron de un modo hoy impensable. Actualmente, gozamos todavía
(aunque cada vez menos) del bienestar que nos trajeron los “treinta años
gloriosos” de la larga posguerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, un
bienestar semejante no era ni tan siquiera imaginable. Sin embargo, hoy en día somos
políticamente infelices: no logramos, en tanto que gente común, decidir
nada de cuanto condiciona nuestros destinos. En cambio, los partisanos, aun
sufriendo todas las penalidades, aun inmolándose a menudo en acciones al límite
del suicidio, eran políticamente del todo felices. Su dicha consistía en
decidir el propio destino, y con él el de todo el país. No es ninguna
fantasía mía. Lo dicen sus memorias. Lo dicen los grandes escritores que fueron
partisanos, tales como Meneghello o Fenoglio. Lo decían sus escritos en los
muros, sus pasquines, sus documentos.
Eran felices y llevaron a cabo una experimentación
política feliz, es decir, lograda. Sus modos de organizarse y de combatir
fueron un éxito completo, si tenemos en cuenta lo que por encima de todo se
proponían: echar a los nazis, vencer a los colaboracionistas de Salò, dejar un
ejemplo difícilmente igualable sobre cómo se puede renovar políticamente un
país entero, aun siendo una minoría, aun siendo sólo un puñado de jóvenes.
El que lo que siguiera a su experiencia no haya
sido una historia tan feliz no quita nada al hecho de que al releer hoy su
gesta como se debe, en interioridad, podamos vernos empujados a intentar
análogas experiencias.
6- Le das mucha importancia en el libro a una frase
muy bella de Ada Gobetti, periodista y partisana ella misma: “la amistad era la
clave de la batalla partisana”. ¿Puedes explicarnos la razón?
Valerio Romitelli. Existe toda una tradición de
pensamiento, a la que los mismos marxistas le hacen a veces demasiadas
concesiones, que sitúa el odio y el conflicto como prioridad de la política. Yo
cuestiono ese primado. Lo que sostengo al contrario es, por decirlo brevemente,
que para hacer cualquier guerra, primero se necesita dotarse de un ejército: es
decir, que antes de entrar en cualquier tipo de conflicto, si no se quiere sucumbir
inmediatamente, hay que prepararse y, por tanto, hacer amigos, unirse y
organizarse en un cuerpo colectivo, capaz también de hacer frente a las
derrotas. El caso de los partisanos italianos es particularmente instructivo.
El que pretendía combatir a los nazis aisladamente o mal organizado estaba
abocado a desaparecer rápidamente y sin dejar rastro. De donde se deduce que la
amistad, el amor estrechamente compartido por la misma causa, es la condición
prioritaria de cualquier experiencia política (que implica también, por
supuesto, el odio y el conflicto).
Política partisana y política de partido
7- Afirmas que los microcuerpos de las bandas
partisanas hicieron una experimentación alternativa a la del partido. ¿En qué
consiste esta distinción entre la “política de partido” y la “política
partisana”?
Valerio Romitelli. La “política partisana” fue una
política experimental: excluía la discusión en términos ideológicos
(regímenes, sistemas o modelos buenos o malos) para pensar exclusivamente en cómo
organizarse en el presente, en las condiciones existentes en la situación
presente.
Se trataba pues de una política completamente interna
a la situación, al territorio y a la población. Es decir, no derivaba su
acción de los cálculos politiqueros o de los juegos diplomáticos, ni tampoco
estaba subordinada a las potencias extranjeras (como era el caso del PCI con
respecto a la URSS), sino que desarrollaba una estrategia autodeterminada, que
se fundaba solamente sobre las propias fuerzas, y se pensaba y decidía sobre el
terreno.
Diversidad, adecuación a circunstancias cambiantes,
movilidad espacial y cultural, flexibilidad y adecuación a objetivos, apoyo de
la población local, coraje para inventar un modo propio de estar... son otras
claves fundamentales de la política partisana, heterogéneas a la política de
partido.
Al acabar la guerra, se construyeron partidos a
partir de las bandas partisanas. El PCI no sólo instrumentalizó la
experiencia partisana, sino que lo hizo sin acoger casi ninguna de las
expectativas de renovación radical de Italia que habían motivado a los propios
partisanos. En la posguerra, el PCI será el mayor partido comunista dentro de
un país capitalista, pero su acción, casi siempre burocrática, equívoca y a fin
de cuentas dimisionaria, no se recuperará ya de este pecado original de haberse
apropiado indebidamente de la herencia partisana.
8- Según explicas en el libro, los partidos han
cambiado radicalmente, pero la experiencia partisana podría tener hoy una
actualidad para vivificar nuestra idea y práctica de la política. Es decir,
para salir de la infelicidad presente. ¿En qué sentido, cómo lo piensas?
Valerio Romitelli. Dada la complejidad de la
pregunta, responderé en estilo telegráfico. Tanto los gobiernos como los
partidos mayoritarios o de oposición, a día de hoy, no experimentan ya nada que
no sea aquello que les impone el “mercado”, es decir, los bancos y los lobbys
que los sostienen. Derecha e izquierda convergen cada vez más hacia aquel
centro cuyo corazón late al ritmo de las reformas prescritas por el
neoliberalismo. Más a la derecha y más a la izquierda queda muy poco, aparte de
los sentimientos anacrónicos, el oscuro y ancestral odio racial o el mucho más
respetable, pero en todo caso ineficaz, llanto por los viejos temas de los partidos
de los tiempos del Estado del bienestar. Por lo tanto, vivimos en una situación
en la que la política ya no tiene organizaciones propias.
El problema de cómo reorganizarse políticamente
para dar cuerpo a políticas universalistas —las únicas dignas de ser
calificadas, precisamente, como políticas— está, por lo tanto, abierto. ¿Cómo
afrontarlo? Cada solución posible hay que buscarla, pienso yo, a distancia
del Estado. El Estado de bienestar ha sido suplantado hoy casi en todas
partes por el “Estado securitario” (que es el único que les gusta a los
“mercados”, siempre al acecho de lugares donde hacer inversiones “seguras”):
implicarse con los poderes de semejantes Estados con la idea de que así
mejoramos sus políticas sólo puede llevar al perfeccionamiento de las medidas
de seguridad. Medidas que son siempre exactamente lo contrario de aquello que
habían sido las medidas universalistas del Estado del bienestar.
Tratar de hacer política a distancia del Estado
significa intentar hacer política sin partido, prescindir de los ritos
electorales, pero también de la idea de corregir las injusticias a través del
derecho y sus tribunales, etc. Una vez que el horizonte político ha sido
despejado de Estado y de los partidos no queda ya nada más que lo social,
siempre ambivalente, impuro, sucio, incierto, bastardo. Pero es aquí donde
debemos sumergirnos para tratar de construir alternativas a las actuales
políticas neoliberales. Y, sobre todo, debemos sumergirnos en el nuevo entorno
social que se está formando en Europa pero también en otros lugares: allí donde
los ciudadanos son sólo un componente al lado de aquellas poblaciones de
extranjeros que, aunque siempre minoritarias, están destinadas a cambiar
radicalmente el rostro de muchos países.
Por esta razón, una experiencia como la de los
partisanos italianos puede tener todavía algo que enseñarnos. Porque sus bandas
se constituyeron, duraron e hicieron una política capaz de transformar los
destinos de nuestro país, una política distinta de la de los partidos y
experimentada en completa ausencia de cualquier Estado al que hacer referencia.
La experiencia partisana y el presente
9- ¿Persiste como recuerdo vivo, inspirador, la
experiencia partisana en Italia? ¿Podrías darnos ejemplos de
“reactualizaciones” de su memoria y ejemplo que te parezcan interesantes?
Valerio Romitelli. A partir de la posguerra y en
adelante, los grupos que en Italia más se han inspirado de forma declarada en
la experiencia partisana han sido las Brigadas Rojas, cuyo terrorismo entre los
años 70 y 80 fue políticamente desastroso. Aquello que más les gustaba a los
brigadistas de los partisanos era el hecho de que la suya era una lucha armada.
El gran error de los brigadistas fue no entender la profunda diferencia que hay
entre hacer política en tiempo de guerra, como era el caso entre el 43 y el 45,
y hacer política en tiempo de paz, como entre los años 70 y los 80, o como hoy
en Europa, por lo menos. Todavía hoy, muchos militantes “antagonistas”,
lectores de Michel Foucault, en particular de su seminario de 1976, insisten en
considerar esta distinción paz/guerra como ficticia, pero para mí sigue siendo
fundamental.
Aquello que a mí me interesa de la experiencia de
los partisanos es que estos, sin tener ningún apoyo institucional o mediático,
no siendo más que una minoría ínfima, padeciendo condiciones tremendas, lograban
ganarse la simpatía y el apoyo activo de las poblaciones allí donde operaban.
Por mucho que este sea un dato siempre disputado por la literatura de derechas,
me parece evidente que sin estos apoyos la experiencia de los partisanos no
habría nunca podido crecer, durar ni extenderse de la forma en que lo hizo.
10- En este sentido de entrar en contacto con las
poblaciones, y no de representarlas como pretende cualquier vanguardia, dices
que la experiencia partisana podría inspirar “nuevos cuerpos colectivos”
capaces de “pensar un pensamiento”. ¿Podrías desarrollar esto?
Valerio Romitelli. Hoy en día, para tratar de
organizar nuevas políticas alternativas, sostengo que es imprescindible hacer
investigaciones entre las poblaciones que más sufren las políticas
capitalistas. Sólo así se puede saber cuáles podrían ser los objetivos, las
reivindicaciones más adecuadas para unir a estas poblaciones, que actualmente
se encuentran muy divididas y dispersas, también por culpa del colapso de la
credibilidad sufrida por las organizaciones tradicionales comunistas o, más en
general, “de clase”.
Es decir, se trata de “pensar el pensamiento” de
las poblaciones explotadas y oprimidas. Sin presuponer ningún “sujeto político”
ni “antagonismo esencial” alguno (como ocurre en las teoría de las “multitudes”
de Toni Negri y los post-obreristas), sino sólo el hecho de que tales
poblaciones piensan una realidad, la suya, que le resulta extraña también a
quien hace la investigación, al menos hasta el momento de hacerla. Por lo
tanto, se trata de entender, con los métodos adecuados, sus palabras y de usar
las fuentes indispensables para la elaboración de cualquier política
alternativa. Hoy en día, entre los movimientos alternativos y antagonistas en
Italia no faltan tentativas de este tipo investigación: existen grupos de
jóvenes antropólogos comprometidos que hacen investigaciones muy interesantes,
por ejemplo.
Por mucho que los partisanos no hubieran estudiado
para adquirir esta capacidad etnográfica, por así decirlo, está claro que
fueron las singulares circunstancias de aquel momento las que los instruyeron
rápidamente. Por este motivo he sostenido que los partisanos fueron capaces de
“pensar un pensamiento” -que es una fórmula que surge del trabajo que llevo a
cabo con el Grupo de Investigaciones Etnografía del Pensamiento, GREP.
11- Fuerzas oscuras del presente (narco, mafia,
redes terroristas como Al-Qaeda) se organizan de alguna manera hoy también “en
bandas” (de forma autónoma, descentralizada, flexible, móvil, sin referencia a
partidos o Estados). ¿Cuál sería ahí el valor específico que podría tener la
inspiración de la experiencia partisana?
Valerio Romitelli. Ciertamente, hablar bien hoy en día
del concepto de bandas puede resultar escandaloso. Pero incluso dejando a un
lado los casos del Daesh o de Al-Quaeda, a cuya existencia parece que ya no hay
duda de que han contribuido más o menos directamente los servicios secretos
occidentales, se puede decir que muchas de las bandas criminales que hay
dispersas por el mundo se ven favorecidas, más que obstaculizadas, por la
conversión del Estado de bienestar en “Estado securitario”. De hecho, tal
conversión ha creado en el interior de lo social “tierras de nadie” donde la
lucha por la supervivencia es siempre dura y violenta. No creo, sin embargo,
que para hacer frente a este fenómeno tenga sentido reivindicar intervenciones
por parte de Estados que funcionan más como parte del problema que como solución.
Por lo demás, cada política tiene sus propios
riesgos. Algunas bandas criminales, como por ejemplo en Centroamérica, pero
también en África y en otros lugares, no son sino la degeneración de bandas que
en su día fueron políticas, como lo fueron en su día los partisanos italianos.
El peligro de que estas últimas, una vez alcanzada la paz, degenerasen en
simple bandidismo (cosa que sucedió en algunos casos muy esporádicos) fue una
de las razones por las cuales los partidos, con el comunista a la cabeza, consideraron
imprescindible su disolución después de la primavera del 45.
Por lo tanto, organizarse en bandas puede tener las
consecuencias más diversas. Lo que más me interesa a mí de esta categoría es
que nos permite pensar en una multiplicidad de micro-cuerpos políticos,
alejados de las pretensiones de hegemonismo de las que toda organización con
forma de partido está inevitablemente poseída. Y dado el nivel de corrupción
que afecta hoy a casi cualquier partido y Estado en el mundo entero, se puede
decir que el peligro de degenerar en la criminalidad debería obsesionar también
al que considera posible hacer políticas alternativas dentro de marcos
totalmente legales.
Traducción del italiano: Álvaro García-Ormaechea. Y
la ayuda de Steven Forti. ¡Gracias a los dos!
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