Es crucial insistir en la manera en que el
movimiento por el software libre se vincula con un sentido profundo de la
educación y la formación política. No solamente deberíamos tener a nuestra
disposición la información suficientemente acerca del funcionamiento de los
programas, los sistemas operativos, las aplicaciones o los artefactos:
conocerlos implica que podamos ponerlos al servicio de otros, un servicio
basado en la solidaridad y no un espíritu acumulador, acaparador o controlador.
Ann
Spanger
El movimiento por el software
libre surge a principios de los años ochenta con el propósito de permitir y
velar por un uso abierto y solidario de los sistemas operativos, los
programas y las aplicaciones tecnológicas disponibles en aquel momento.
Treinta años después, esta sigue siendo la motivación central de un
movimiento indispensable dentro de las luchas políticas contemporáneas: la
lucha por la libertad de información, la libertad de aprendizaje y el derecho
a la privacidad.
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La libertad de información es
interpretada por los activistas del software libre como la posibilidad no
solo de usar sino de conocer, compartir y transformar la tecnología. Solo así
es posible tener un uso genuinamente libre de ésta; un uso que no está restringido
por licencias, por códigos ocultos ni por la condena a la 'piratería'. Aunque
software libre no significa necesariamente gratuidad (una confusión común en
los países angloparlantes pero que es importante remarcar pues es posible
vivir desarrollando este tipo de software pero sin la ambición de un 'magnate
tecnológico'), sí quiere decir que el software está disponible y que es
mejorable y compartible entre usuarios y desarrolladores. La libertad de
información se liga a la libertad de aprendizaje, una libertad de la que
somos privados al carecer de acceso a los códigos de los programas: aprender,
desde la perspectiva del movimiento, significa, por supuesto, ganar una
habilidad técnica, pero ésta es indisociable de la vocación de compartir y
transformar la tecnología a nuestro alcance para un beneficio común.
Cuidar que estas libertades se
realicen permite que tengamos un uso justo de las herramientas tecnológicas.
Esto quiere decir que sea de manera transparente, conociendo lo que las
herramientas hacen y cómo lo hacen. De ahí la relación directa del movimiento
con la defensa del derecho a la privacidad. Al desconocer de lo que el
software es capaz, estamos expuestos a que, sin nuestro consentimiento, se
cree un registro de nuestras actividades y que este registro sea manipulado
con propósitos diversos. Un programa, una aplicación o un sistema operativo
puede tener el poder suficiente de inspeccionar y guardar nuestras rutinas de
trabajo y nuestras búsquedas, es efectivo a la hora de generar perfiles precisos
sobre nuestros intereses a partir de nuestros contactos, nuestras páginas
'favoritas', nuestras descargas, nuestras aplicaciones más usadas, etc. En un
sentido muy amplio, así funciona el software privativo -de acuerdo a la
caracterización que Richard Stallman hace de éste [1].
Hay quienes, sin embargo,
consideran que esto no es del todo importante pues los usos que hacen de la
tecnología no son dignos de sospecha alguna [2]. Aún así, los dueños del
software privativo sí tratan a sus usuarios como sospechosos; por ello,
tenemos límites para acceder a lo que los programas verdaderamente hacen y,
también, aquello por lo cual sus desarrolladores están interesados en guardar
nuestra información personal (en algún sentido, siempre somos blancos
potenciales de incriminación). A esto se suma el comercio de datos de
usuarios que no hace parte de ninguna teoría de la conspiración y que podemos
corroborar de la manera más sencilla. Sin el uso de bloqueadores de
propaganda, podemos ver que los avisos de ofertas relacionados con búsquedas
que hemos hecho en Google, por poner solo un ejemplo, aparecen por doquier en
nuestras pantallas. ¿Es esto poner la tecnología al servicio de las personas?
Supongamos que en algún mundo posible -como suelen decir los científicos- sí,
que obtener información sobre nuestro comportamiento mientras usamos
herramientas tecnológicas (lo cual incluiría la polémica conducta de obtener
datos acerca de lo que buscamos en internet, con quien nos comunicamos en las
redes o que programas tenemos instalados en nuestros computadores, tabletas o
teléfonos) puede ser útil para hacernos una mejor idea 'sociológica',
'psicológica' o 'antropológica' del comportamiento humano. O que incluso nos
pone más cerca lo que “queremos” al ofrecérnoslo. La suposición se cae
rápidamente por su propia superficialidad, pues una cuestión que le sigue es
si somos solamente conejillos de indias para causas científicas
(aparentemente purgadas de cualquier interés salvo la 'cruda verdad') o si
éstas y otras causas no están, más bien, involucradas en la recolección
masiva de información con el fin de caracterizarla, controlarla y manipularla
en conformidad con los privilegios de un grupo en particular.
Sería bastante ingenuo llamarle
a esto 'paranoia' después del escándalo de espionaje de la NSA y, en
Colombia, del destape del trabajo conjunto entre la policía y Hacking Team
[3]. Es evidente que son muchos los intereses políticos y económicos en juego
y que las grandes compañías de software no tienen escrúpulo alguno en mantener
sus réditos poniéndose al servicio del mejor postor [4]. Esto ratifica que
las disputas políticas aquí implicadas no son inocuas y ponen en juego la
vida de las personas en situaciones muy concretas (defensores de derechos
humanos, periodistas, líderes de comunidades, trabajadores de organizaciones
sociales, etc.); sobre esto solía hacer una mofa temeraria Slavoj Zizek. En
alguna ocasión [5] Zizek opinaba, en relación a la NSA, que la recolección de
información era vacua pues al final la terminaba procesando un idiota. Quizá
olvidaba que se trata de un idiota con el poder de perseguir, encarcelar o
matar (algo por lo que, además, le pagan). Con todo, no se trata de abogar
por el derecho a la privacidad per se. Más bien, se trata de
comprender que este derecho es crucial para que las disputas políticas se
desenvuelvan sin la sujeción por parte de aquel que posee control sobre
nuestra información. La privacidad permite, en última instancia, que la
confrontación exista sin disolver al adversario en la desnudez de lo que
piensa o hace. De ahí el valor político de aquellas personas que trabajan en
la criptografía y que han permitido el surgimiento de herramientas como ToR
Browser [6] (ligadas al movimiento por el software libre en su espíritu y en
su funcionamiento).
Para cerrar creo que es crucial
insistir en la manera en que el movimiento por el software libre se vincula
con un sentido profundo de la educación y la formación política. No solamente
deberíamos tener a nuestra disposición la información suficientemente acerca
del funcionamiento de los programas, los sistemas operativos, las
aplicaciones o los artefactos: conocerlos implica que podamos ponerlos al
servicio de otros, un servicio basado en la solidaridad y no un espíritu
acumulador, acaparador o controlador. Esto quiere decir, permitir que otros
utilicen, aprendan y mejoren una herramienta; quiere decir que sea posible
para cualquiera y no solo para una élite cualificada. Se trata, en suma, de
una batalla contra la tecnocracia que es opuesta de un uso libre de la
tecnología. En un sentido muy importante, la filosofía del software libre se
relaciona con formas alternativas de educación y puede ligarse a este
comentario de Robert Haworth en el libro Pedagogías anarquistas, acciones
colectivas, teorías y reflexiones críticas sobre la educación: “Luchas
dentro de diferentes frentes contrarrestan los alcances dominadores del
capitalismo global. Estudiantes, trabajadores, activistas y otros miembros de
la comunidad se han organizado alrededor de diferentes capacidades. Han
formado intervenciones creativas y renovadoras que retan a un desmontaje de
los espacios públicos mientras que, al tiempo, 'inventan alternativas a las
formas estatales y corporativas de organización social'” [7]. Esto describe
muy bien la manera en que se accede al software libre: además de estar
diseminado en internet, aprender a usarlo implica un trabajo cooperativo del
que existen innumerables ejemplos. Los interesados se reúnen a través de
foros o creando páginas con el único propósito de ayudar a otros a usar y
comprender su funcionamiento. Así, aquello que rodea al movimiento por el
software libre coincide con la perspectiva de David Graeber en el libro Acción
Directa: una etnografía sobre el que Haworth comenta: “[en este libro]
Graeber ilustra cómo sujetos y colectivos reconocen la naturaleza opresiva de
las estructuras jerárquicas y autoritarias y de este modo ayudan a generar
lugares alternativos para envolverse en prácticas pedagógicas que representan
espacios horizontales y [de trabajo] mutuo. Adicionalmente, estos espacios
situados resaltan la intrincada y a veces delicada afinidad entre diferentes
activistas y organizaciones” [Ibíd]. Sin lugar a duda, estamos ante un frente
de batalla imprescindible en nuestro tiempo, un frente al que deberíamos
unirnos sin miedo, cuanto antes y sin olvidar la respuesta de Snowden frente
al escepticismo acerca del espionaje: quien no tema de la vigilancia quizá no
tenga mucho por decir.
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[2] Este era básicamente el argumento que esgrimía “el “filósofo” de la NSA para justificar la vigilancia: https://theintercept.com/2015/08/11/surveillance-philosopher-nsa/
[3] http://surveillance.rsf.org/en/hacking-team/, https://theintercept.com/2015/07/08/hacking-team-emails-exposed-death-squad-uk-spying/, http://www.contagioradio.com/en-2015-colombia-compro-850-mil-euros-en-software-de-hacking-team-articulo-11146/
[4] http://www.theguardian.com/technology/2015/may/22/malware-viruses-companies-preinstall
[5] https://www.youtube.com/watch?v=PBBzYG8szmc
[6] https://www.torproject.org/projects/torbrowser.html.en
[7] Haworth, Robert (Ed.) Introducción a Anarchist Pedagogies: collective actions, theories and critical reflections on education. 2012. PM Press.
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