Publicado
por Francisco Umpiérrez Sánchez
domingo, 21 de febrero de 2016
Estoy
enfadado con los periodistas. También lo estoy con la izquierda: con la
reformista y con la supuestamente radical. Los primeros se alarman de la
pobreza y en especial de la pobreza que generan las guerras; y hacen
llamamientos y críticas a los Estados para que solucionen ese grave problema.
Siempre lo mismo: mantienen a la sociedad civil ajeno a ese grave problema y
hacen del Estado el mediador absoluto para la solución del mismo. Esa es su
primera inconsecuencia, la enajenación de la sociedad civil por medio del
Estado, pero peor es aún que solo critiquen a la pobreza y mantengan libre de
crítica a la riqueza, sobre todo en sus expresiones execrables. Y los segundos,
porque no someten a profunda crítica la distribución de la riqueza; solo se
preocupan de la redistribución de la riqueza, esto es, de la utilización del
sistema impositivo por parte de un Estado benefactor para quitarles a los ricos
una parte de su riqueza y dársela a los pobres. A eso se llama “solidaridad”.
La distribución de la riqueza estriba en que los propietarios y gestores del
capital son los dueños del mundo y se enriquecen hasta los tuétanos, mientras
que los que solo poseen su fuerza de trabajo ya le agradecen a “la economía”
que les dé un trabajo para poder vivir de un salario digno. La redistribución
vía impuesto puede paliar en parte las desigualdades e injusticias creadas por
la distribución de la riqueza, pero la solución de la injusta y desigual
distribución de la riqueza está en cambiar las relaciones económicas entre las
personas o ponerles severos límites. Un cambio decisivo para modificar las
relaciones económicas en el ámbito financiero, donde se produce la más alta
explotación de las familias y de las pequeñas y medianas empresas, estribaría en ponerle un límite al sueldo de
los gestores de fondos y un límite a los ingresos derivados de la propiedad de
capital monetario, que nunca deberían ser superiores a la inflación interanual.
Hablemos de la primera fotografía, facilitada por EFE Ámsterdam y publicada por El Correo Gallego el 18 de febrero de
2018 con el siguiente comentario: “El fotógrafo Warren Richardson ganó hoy el
World Press Photo, la máxima distinción del fotoperiodismo mundial, con una
imagen en blanco y negro tomada en 2015 en la frontera entre Serbia y Hungría
que capta a un bebé siendo pasado de un lado al otro de la valla mientras un
hombre lo toma en sus manos”. Es la
imagen de una tragedia. Genera compasión. Provoca dolor y tristeza. Y los
periodistas se hacen eco y gritan a los
Estados europeos que solucionen el drama de los refugiados sirios. No ven en la
sociedad civil a nadie que sea culpable. Todo es el Estado y por medio del
Estado. La sociedad civil queda siempre salvaguardada. La ideología capitalista
es así: en vez de presentar el Estado como la expresión objetivada de la
sociedad civil, lo presenta como una fuerza neutral a la cual hay que pedirle
cuenta en la solución de los males del mundo. Pero los males del mundo se
mantienen, se refuerzan y se desarrollan como una hidra, a la que cuantas más
cabezas le cortas más crecen.
Hablemos ahora de la segunda fotografía. Es la fotografía de una papa
(patata). Se publicó en el Huffington Post el 29 de enero de 2016. El
comentario es de Hilary Hanson: “A todo el mundo le encantan las patatas. Están
muy buenas, son baratas y resultan tremendamente versátiles. Y, por otra parte,
Kevin Abosch, es un fotógrafo inigualable. Pero, por mucho que te gusten ambos,
¿estarías dispuesto a pagar nada menos que un millón de euros por el cuadro Potato#345 (201)?”. Aquí es donde veo yo
la inconsecuencia de los periodistas. Cuando hablan de la tragedia y drama de
la pobreza, se alarman y claman al Estado pidiendo justicia; pero cuando hablan
de la riqueza, hablan como si fuera natural y justo que muchas personas tengan
más dinero del que puedan gastar. –No estoy contra los sueldos e ingresos
altos, estoy contra los sueldos e ingresos desproporcionados–.Y estos signos
caprichosos de los adinerados, que alguien pague un millón de euros por la
fotografía de una patata, les resultan a los periodistas anecdóticos y
curiosos. Nada más. Se niegan a vincular estos signos de quienes les sobra el
dinero con los signos de aquellos a quienes les falta lo imprescindible. Se
alarman de la vinculación de los políticos con los poderes económicos, pero les
resulta natural la vinculación de los grandes ricos con los artistas y
deportistas. Jamás hay debates sobre estos asuntos. Vende más un caso de
corrupción que un caso de distribución injusta de la riqueza. Este hecho, la
compra de la fotografía de una patata por un millón de euros, es execrable,
merece ser denunciado y criticado de manera severa. Piensen en los campesinos
que cultivan patatas y que se las pagan a precios de miseria, y piensen la
cantidad de personas que podrían vivir si tuvieran acceso a comer una patata al
día. Piensen en cuántos niños pobres se podrían apadrinar con un millón de
euros. El sistema capitalista se mantiene, en parte, por estos hechos: por la
alianza del poder monetario con los artistas y deportistas, y por el silencio y
acritud de los periodistas respecto a los signos execrables de la riqueza.
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