(I)
11/02/2016
Las
guerras en el entorno global siguieron en 2015 la misma lógica de siempre.
Desde hace unos 200 años, se refuerzan por la incesante expansión del mercado
capitalista. Los grandes capitales se organizaron en torno a poderosas
monarquías o repúblicas que apostaban a nuevas conquistas más allá de sus
fronteras. En el siglo XIX las potencias capitalistas se repartieron el planeta
en una carrera por territorios (colonias), recursos naturales (minerales y
alimentos) y mano de obra barata. En el siglo XX las potencias emergentes
(Alemania, Japón, EE.UU. y Rusia) se introdujeron en la carrera y chocaron con
las grandes naciones del occidente europeo.
Alemania
necesitaba urgentemente una salida al Atlántico para que su economía
capitalista, recién reorganizada, pudiera crecer más rápido. Al mismo tiempo,
con desesperación veía las ricas zonas agrícolas y mineras del este europeo
(incluyendo Rusia). Japón tenía sus ojos puestos sobre China, Corea y el sureste
asiático. EE.UU. ya era una potencia con costas en los dos océanos más grandes
del mundo y un Canal (a partir de 1914) que los comunicara en Panamá. Rusia, a
la vez, tenía recursos naturales y un vasto territorio que llegaba al Pacífico,
pero le faltaba la acumulación capitalista necesaria para explotarlos. En ese
panorama se desataron las dos guerras ‘mundiales' más asesinas de la historia
humana: más de 60 millones de muertes.
El
desenlace de los conflictos dio como resultado, a mediados del siglo XX, la
emergencia de un mundo bipolar dominado por EE.UU. y la Unión Soviética
(Rusia). La potencia norteamericana invirtió su enorme capital acumulado en la
industria y en la innovación. Sometió al mundo a su ritmo de desarrollo y rodeó
al bloque soviético (su único rival) con una red de bases militares. La ‘Guerra
Fría' (1945-1990) fue un enfrentamiento de tecnología armamentista y, al mismo
tiempo, una carrera por la conquista del espacio.
El
triunfo sobre el bloque soviético por parte de EE.UU. sorprendió a muchos. En
realidad lo que ocurrió fue una implosión del imperio que había construido
Moscú en el siglo XX. Este no tenía como eje central la acumulación capitalista
y no podía competir con los capitalistas concentrados en la bolsa de Nueva
York. En el proceso, sin embargo, el capitalismo norteamericano también perdió
su capacidad para acumular en su mercado doméstico. La producción industrial y
la explotación de la clase obrera dejaron de ser rentables a fines del siglo
pasado. EE.UU. se había convertido en el centro financiero y en el proveedor de
servicios a escala mundial.
Los
enormes déficits fiscales y comerciales de la economía norteamericana eran
cubiertos por una corriente incesante de inversiones extranjeras y un
endeudamiento astronómico a escala global (especialmente con China). EE.UU.
seguía siendo la potencia dominante y, además, hegemónica. Por un lado, su
poderío militar superaba la capacidad de todos los demás países combinados. Por
el otro, los capitalistas en todo el mundo confiaban aún en su liderazgo, tanto
financiero como político-cultural.
Con la
inauguración del siglo XXI, hace apenas 16 años, hay voces que comienzan a
dudar de la dominación y hegemonía global de EE.UU. Señalan que hay algunas
potencias ‘emergentes' (China) que pueden cuestionar este liderazgo y
reemplazar a Washington en los próximos cien años.
El mundo
es un lugar muy complicado. Sabemos, sin embargo, que hay reglas y los países
con proyectos de acumulación capitalista globales se atienen a ellas. Las reglas
pueden cambiarse. Pero primero hay que conocer el juego. La mayoría de los
países no sabe o no puede poner en práctica el juego y sus reglas. El país que
aprendió las reglas de la acumulación capitalista muy rápido fue China. En
apenas 60 años se sometió a una ‘revolución cultural' y después a una
transformación económica que dejó el mundo con la ‘boca abierta'. En solo
varias décadas, hizo lo que a Inglaterra y Francia les tomó casi dos siglos y a
Alemania, Japón y EE.UU. poco más de un siglo.
Tomando
prestado algunos conceptos de Gramsci, podemos decir que lo primero que
hicieron las potencias capitalistas globales fue desatar una guerra de
posiciones. Cada una se atrincheró en su territorio, el nuevo Estado-nación. En
este espacio construyeron un mercado capitalista nacional, un sentimiento de
unidad que superara los enfrentamientos de clase, levantaron una fuerza militar
inexpugnable y tejieron un sistema financiero que protegiera su comercio
interno y preparara una expansión al exterior.
La próxima
semana entregamos la segunda parte de este análisis.
- Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de
Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo
Arosemena (CELA) - www.marcoagandasegui14.blogspot.com,
www.salacela.net
http://www.alainet.org/es/articulo/175339
(II)
18/02/2016
La semana
pasada interrumpimos la primera parte de este artículo cuando analizábamos los
aportes de Gramsci a la teoría de la formación del Estado nación.
Una vez
consolidados los Estados naciones capitalistas, cada uno se lanzó a la
conquista del planeta. Se inició lo que Gramsci llamaría la guerra de
movimientos. Los nuevos Estados-naciones pretendieron apoderarse de las rutas
comerciales, de los territorios con riquezas naturales y fundar colonias en los
diferentes continentes. Las guerras de los siglos XVIII y XIX entre Francia e
Inglaterra (apoyada por sus aliados rusos y austro-húngaros) son históricas.
Después siguieron las guerras entre Francia y Alemania. En el siglo XX Alemania
(y, en parte, Japón) se enfrentó a la alianza anglo-francesa y sus aliados
ruso-norteamericanos. Las guerras tenían como objetivo asegurar las rutas
comerciales, los recursos naturales y los territorios a escala global para
seguir acumulando capital.
En el
siglo XXI los objetivos siguen siendo los mismos: el control de las rutas, los
recursos naturales y territorios a escala global. En la actualidad, se ha
sumado otra potencia capitalista (que conoce y aplica muy bien las reglas) que
es China. Una vez consolidada su posición en el Extremo Oriente, la nueva
potencia se ha movido trazando nuevas rutas comerciales (las ‘rutas de seda'),
firmando acuerdos para tener acceso a recursos naturales y ha logrado hacer
sentir su presencia en todos los continentes.
La presencia
china en América Latina ha hecho que EE.UU. reaccione preocupada por su
monopolio petrolero en Venezuela. Mayor preocupación ha mostrado EE.UU. en el
Medio Oriente, donde China se ha convertido en el consumidor principal de
petróleo en la región. Washington también está decidida en no ceder su control
de las aguas del Pacífico oriental. En África ha logrado desestabilizar varios
países del sub-Sahara.
En forma
indirecta, EE.UU. ha enfrentado a China en el oriente europeo donde ha hecho
retroceder a Rusia. Los países del colapsado Pacto de Varsovia y algunas
antiguas repúblicas soviéticas han sido ocupados por la OTAN. Rusia se ha
movido en forma desesperada para proteger el Mar Negro y su salida al
Mediterráneo.
En el
contexto geopolítico que enfrenta a EE.UU. y China, en el Medio Oriente surgió
el llamado Estado Islámico. En 2015 consolidó su presencia en Iraq y Siria,
donde controla aproximadamente 40 000 kilómetros cuadrados. Al igual que en
Afganistán, donde EE.UU. apoyó a los Talibán (Estudiantes del Corán) en la
década de 1990, los islamistas en el Medio Oriente tienen una estructura
militar, además de una militancia sunita. Su existencia solo se explica gracias
al apoyo logístico de Turquía y financiero de Arabia Saudita. Estos últimos,
aliados claves de EE.UU. en la región.
Al mismo
tiempo, EE.UU. apoya a Iraq en su guerra contra el Estado Islámico y dice
entenderse con Rusia que apoya militarmente al Gobierno de Siria en su guerra
contra las milicias islámicas. La confusión se aclara solo cuando se
identifican los verdaderos actores en este enfrentamiento por los yacimientos
de petróleo en la región: EE.UU. y China.
En el
caso de América Latina, China se ha convertido en el principal comprador de
materias primas (‘commodities') de la región. La reciente pérdida de valor de
las exportaciones latinoamericanas, sin embargo, están teniendo un efecto
político desestabilizador. Los neoliberales regresaron al poder en Argentina,
los conservadores ganaron elecciones parlamentarias en Venezuela y en Brasil el
Gobierno tambalea ante acusaciones de corrupción. EE.UU. ha logrado
desestabilizar a los países de la cuenca caribeña, comenzando por México,
siguiendo por Centro América y Panamá, así como Colombia. Washington ha
utilizado como herramienta la política de la ‘guerra contra las drogas' que ha
costado miles de vidas y miles de millones de dólares en gastos militares.
Cuba se
ha convertido en un eje clave para la política exterior de EEUU. Washington
quiere abandonar su política de confrontación con la isla y adoptar una
estrategia de acercamiento. El objetivo que persigue sigue siendo el mismo:
destruir la Revolución y reemplazar el Gobierno socialista con un régimen
neoliberal. Pareciera que los estrategas norteamericanos quieren descartar las propuestas
de Brzezinski (confrontación) y adoptar las ideas de Kissinger (acercamiento).
Este último insiste en que la Casa Blanca debe aliarse con Rusia para contener
a China. En cambio, el primero sostiene que EE.UU. debe acabar de una vez por
todas con Rusia y establecer un acuerdo con Pekín para consolidar un nuevo eje
de poder global.
- Marco
A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá
e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena
(CELA) www.marcoagandasegui14.blogspot.com, www.salacela.net
http://www.alainet.org/es/articulo/175483
(III)
25/02/2016
La semana
pasada interrumpimos la segunda parte de este artículo cuando analizábamos los
enfrentamientos militares del siglo XXI.
Aunque no
aparecen enfrentados militarmente en escenario alguno, los principales actores
del siglo XXI son EEUU y China. El primero defiende sus posiciones conquistadas
en el siglo XX, el segundo se mueve rápidamente para convertirse en la potencia
dominante del siglo XXI. Pareciera que los dos países se movieran por rieles
paralelos. Sin embargo, hay un enfrentamiento sordo entre ambas potencias que
es contenido por la diplomacia de ambas potencias. China rara vez muestra su
poderío en forma directa utilizando, en su lugar, terceras fuerzas (proxies).
Sólo cuando EEUU se introduce en su territorio reacciona: la Plaza Tiananmen,
Tibet, Hong Kong, Taiwán o el Mar del Sur de China.
La
estrategia de EEUU consiste en dominar las redes financieras globales que
aseguren su control sobre la economía mundial. Hace varios lustros perdió su
primacía en el mundo de la producción industrial y su clase obrera disminuye
con el paso de los años. Cuenta con dos cartas adicionales: Por un lado, su
hegemonía ideológica-cultural y, por el otro, su inmenso arsenal militar que le
permite intervenir en casi cualquier rincón del mundo. Con estas dos
herramientas intenta socavar las alianzas de Pekín con sus vecinos (Rusia e
India), así como con potencias medianas en otros continentes (Alemania, Brasil,
África del Sur).
La
estrategia de China consiste en convertirse en el motor industrial del mundo,
objetivo que ya logró. Además, la acumulación capitalista le permite, en la
actualidad, competir en el plano financiero global y colocarse en la punta de
la carrera armamentista y espacial. China también pretende lograr estos
objetivos sin chocar directamente con EEUU. Mejoró sus relaciones con Moscú y
está trabajando para establecer un eje euro-asiático cuyos polos serían Pekín y
Berlín.
La
respuesta de EEUU a la estrategia China tiene dos grandes vertientes que no
siempre se complementan. Las mismas se traducen en las propuestas de los
consejeros presidenciales, Kissinger y Brzezinski. Ambas tienen un fuerte
contenido militarista ya que la capacidad financiero-económica del viejo orden,
basado en el eje nor-Atlantico, se debilita cada vez más. En el caso del
primero, sería encerrar a China definitivamente mediante una alianza entre
Washington y Moscú. Es la estrategia de la contención que dio buenos resultados
durante la “Guerra Fría” del siglo XX. La posibilidad de que esta alianza se
realice fue descartada por EEUU en la década de 1990 cuando la OTAN ocupó los
países del antiguo Pacto de Varsovia y las ex-repúblicas soviéticas. La
dirección rusa actual acusa a EEUU de traición por no cumplir con su palabra
cuando negoció con Gorbachev, en 1991, el desmantelamiento de la Unión
Soviética.
Los
gobernantes norteamericanos desde 1991 se han inclinado más hacía la propuesta
de Brzezinski quien sostiene que el desmantelamiento de la antigua Unión
Soviética y la actual Rusia tiene que ser completa y terminal. El asesor de
Seguridad Nacional del presidente Carter (1977-1981) sugiere una Rusia dividida
en tres partes: la parte europea, la Siberia asiática y el extremo oriente
(Vladivostok). De esta manera EEUU podría mover las fronteras de la OTAN hacia
el norte y oeste de China.
En la
actual campaña electoral de EEUU ha surgido un candidato extemporáneo y
aparentemente díscolo en el Partido Republicano. En sus discursos siempre
incluye algo inusitado que desconcierta a los políticos tradicionales (establishment).
Está siempre dispuesto a hablar mal de los mexicanos, insultar a las mujeres o
denigrar a los musulmanes. Lo que no aparece en el radar de los medios de
comunicación sobre el candidato favorito del Partido Republicano, Donald Trump,
es su interés en llegar a un acuerdo con Rusia.
Trump es
el primer candidato con posibilidades de ganar la convención de un partido
importante en la historia de EEUU que no surge de las filas partidistas. Su
popularidad es producto de la existencia de una enorme masa de norteamericanos
descontenta con la decadencia de la economía de ese país. Son miembros de las
capas medias que sienten frustración al ver que sus niveles de vida son
interiores a los de sus padres. Es decir, sienten que la actual generación ha
retrocedido en su nivel de bienestar comparada con la anterior.
La
próxima semana entregamos la cuarta y última parte de este análisis.
25 de
febrero de 2016.
Marco A.
Gandásegui, hijo,
profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del
CELA
http://www.alainet.org/es/articulo/175632
(IV)
Marco A. Gandásegui h.
ALAI AMLATINA, 03/03/2016.- Esta es la
cuarta y última entrega de esta serie que analiza los conflictos globales que
marcan el inicio del siglo XXI. (1)
Las posibilidades en este momento de un triunfo
electoral de Donald Trump en las elecciones de noviembre de 2016 en EEUU son
cada vez menos remotas. Muchos de sus seguidores son elementos frustrados de la
derecha norteamericana que hace poco simpatizaban con el Tea Party,
grupo político que se inspiraba en los héroes de la guerra de independencia de
EEUU (1776). Pero Trump también tiene un lazo muy interesante que lo une a los
grandes capitalistas de su país así como del extranjero. Su visión del mundo no
es liberal (ni neoliberal), más bien es conservadora. No apuesta a la
inclusión. Más bien rechaza la visión “humanitaria” del capitalismo salvaje que
promueven los Clinton, Bush y Obama (y sus antecesores).
Con relación a Rusia, Trump –al igual que Kissinger-
propone la subordinación de Moscú a EEUU como aliado, similar a las antiguas
potencias europeas (Gran Bretaña, Francia, Alemania) y Japón. Kissinger es
partidario de la “integración” de Rusia al ‘orden internacional’. Trump
sostiene que EEUU tiene que evitar que China y Rusia se junten.
Los otros pre-candidatos a la Casa Blanca son
partidarios de las consignas de Brzezinski. Hillary Clinton, favorita del
Partido Demócrata, es partidaria de la confrontación en la medida en que esta
política estimula la industria armamentista. Según las encuestas en EEUU, la
señora Clinton tiene las mayores probabilidades de ganar las elecciones en
noviembre. Seguirá la misma política en el escenario mundial que sus
predecesores: Subordinar a sus aliados, crear el caos en las regiones que
pretenden ser más autónomas y destruir los países que escogen otro camino que
no sea el ‘consenso’ de Washington.
Las guerras globales y las potencias emergentes
del siglo XXI impactan directamente a América latina. Sin duda, los próximos
años y décadas serán testigos de grandes transformaciones. Los cambios pueden
ser muy beneficiosos para los países de la región que saben aprovechar la
coyuntura. En cambio, puede ser un período de transformaciones negativas para
aquellos países que no actúan a tiempo.
Todo dependerá de las actuaciones de las clases
sociales que tienen proyectos bien definidos y con capacidad de identificar a
sus aliados, tanto a lo interno como en el resto de la región.
La historia del capitalismo demuestra que los
imperios más poderosos pueden ser vencidos por quienes producen mercancías. Los
ingleses en una pequeña isla derrotaron el Imperio español y después acabaron
con los ejércitos de Napoleón. Pusieron a China de rodillas en el siglo XIX. Se
enfrentaron con éxito a todos sus adversarios vendiendo mercancías a precios
más baratos. Sólo fue en el siglo XX que fueron superados por los
norteamericanos. Todo indica que los chinos, que han dominado el ‘arte’ de
producir más, con mayor calidad y más barato, serán los nuevos líderes
capitalistas en el siglo XXI.
En Inglaterra las mercancías baratas las
producían los campesinos despojados de sus tierras, a lo largo del siglo XIX,
que fueron transformados en obreros industriales. En EEUU la revolución
industrial fue alimentada por 60 millones de campesinos que cruzaron el
Atlántico para entrar a las fábricas de los Rockefeller, Ford y otros en el
siglo XX. En China, la Revolución la hicieron mil millones de campesinos que en
el siglo XXI constituyen un ejército compacto de 300 millones de obreros y
creciendo.
Los ingleses, norteamericanos y chinos lograron
estos avances sobre la base de una disciplina y un sentido nacionalista
(endogamia rayando con la xenofobia) de sus clases dirigentes que explotaron a
sus clases trabajadoras hasta el límite. En el caso de Nuestra América, se
requiere disciplina, un nacionalismo económico y un sistema laboral justo, para
alcanzar las metas de bienestar que anhelan los pueblos. La disciplina es
necesaria para erradicar la corrupción y evitar la infiltración de intereses
extranjeros que desestabilizan cualquier proyecto de nación. El nacionalismo
económico consiste en la reducción de toda actividad a las demandas y los
intereses del país y su población. El sistema laboral justo es que cada
trabajador recibe lo que corresponde a su contribución a la producción del
país. En los casos anotados, con excepción de la cuestión laboral, el
desarrollo capitalista se basó en esos principios.
La emergencia de las nuevas potencias y los
conflictos globales que se anuncian para un futuro no muy lejano, pueden
provocar desajustes inimaginables. Nuestra América tiene que estar preparada
para enfrentar esos escenarios con planes de contingencia y mucha inteligencia.
3 de marzo de 2016.
- Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e
investigador asociado del CELA
(1) Ver las anteriores entregas de esta serie:
URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/175766
No hay comentarios:
Publicar un comentario