VALCÁRCEL, Luis
E.:
El Virrey Toledo, gran tirano del Perú.
Una revisión histórica
Fondo editorial,
Universidad Inca Garcilaso de la Vega
Serie: Clásicos peruanos.
Prólogo: Wilfredo Kapsoli
(Lima noviembre
2015) pp. 158.-
Al conocer los mecanismo de dominación;
aprendemos a usar las armas de la liberación
Antonio Rengifo Balarezo
rengifoantonio@gmail.com
El Virrey Toledo, gran tirano del Perú
es un libro confrontacional. Debió
titularse: Valcárcel vs. Levillier en torno al Virrey Toledo.
Roberto
Levillier (1881/1969) historiador y diplomático porteño de Buenos Aires
considera a Francisco Álvarez de Toledo uno de los espíritus más nobles que haya
contribuido a amparar a los naturales y asegurarles su justo trato y bienestar (p 147). En cambio, Luis Eduardo Valcárcel (1891/1987)
historiador cusqueño, afirma que para todos los peruanos fue uno de sus tiranos más desaprensivos y
crueles. (p.17).
Y así, a lo largo del libro, encontraremos afirmaciones contrapuestas. Es una demostración de que lo hechos no
hablan por sí solos.
En buena
hora que Luis Valcárcel ponga en cuestión la apreciación de su colega argentino;
simplemente, porque la unanimidad es
estéril, como dijera J.C. Mariátegui.
Levillier ha rescatado valiosos y numerosos documento referidos al
Virrey Toledo, como el mismo Valcárcel lo reconoce.
Levillier, no es cualquier
historiador, tiene un obra colosal: Don Francisco de Toledo supremo organizador del
Perú. Su vida, su obra: 1515-1582. T. 2, Sus informaciones sobre los
incas. 1570-1572. Colección de publicaciones históricas de la Biblioteca del Congreso
argentino (Bs.As. 1940). A Valcárcel le indigesta desde el título: “Supremo organizador”. Para él, Toledo sería el “supremo
desorganizador del Perú”. Los dos tienen
razón. Son visiones desde perspectivas diferentes. Dos lecturas contrapuestas de los mismos
documentos.
Cualesquiera que sean las
visiones o lecturas, los doce años de ejercicio gubernativo del virrey Toledo
tienen sentido, significación, en el contexto del siglo XVI, siglo de la
CONSOLIDACIÓN de una guerra de conquista del Tahuantinsuyo por el imperio
español.
Obsérvese la elegancia de un aristócrata de rancio
abolengo
y las dos armas
de Virrey: la pluma y la espada
(empuñadura)
Francisco de Toledo
(1515/1582) aristócrata y militar. Permaneció
en estado célibe; por ello se dedicó exclusivamente a cumplir su misión;
también por eso, lo llamaron “el virrey casto”.
Fue el quinto virrey del Perú; ocupó dicho cargo durante once años y
cinco meses (desde el 30 de noviembre de 1569 hasta el 1° de mayo de
1581). Para saber qué terreno pisaba,
hizo una “visita” general a los extensos territorios del virreinato del Perú
(1570-1575). En esa época el virreinato
comprendía desde Panamá hasta el sur de lo que ahora es La Argentina. España aún era la primera potencia europea;
en los territorios del Rey Felipe II de España, no se ponía el sol. Toledo había tenido una relación cercana con el
Emperador Carlos V y luego con Felipe II.
Debido a esa relación, adquirió una habilidad política
extraordinaria.
Después de la victoria militar
y la consiguiente derrota del ejército incaico, sigue la etapa de consolidación
de esa victoria militar mediante la promulgación y ejecución de rigurosa normas
administrativas y la evangelización de los indígenas. Todo ello tiene un
trasfondo económico: la extracción del tributo
indígena. Tributo que subsistió hasta un
buen tramo de la época republicana.
Valcárcel nos hace saber que
en la guerra psicológica se suele inventar pretextos, calumniar y difamar,
en este caso, a los Incas, Toledo encontró un excelente agente en
Sarmiento de Gamboa con su Historia
Índica; con ello justificó la violencia de la consolidación de la
Conquista. Presentó a los Incas como
tremendos opresores de su pueblo.
Para Toledo, o cualquier
dictador, solo hay una versión oficial de la historia; incineran los libros y
acallan las voces que denuncian los abusos coloniales. Los disconformes son eliminados mediante “el
descubrimiento” y “desactivación” de algún complot contra la autoridad
virreinal, tal como lo hizo Toledo.
Toledo, en cumplimiento de su
misión, apagó el rescoldo de resistencia incaica del reducto de
Vilcabamba. Logró la captura del joven Tupac
Amaru I, lo condenó a muerte e hizo rodar su cabeza. Fue ejecutado de manera
espectacular el año 1572 en la que fuera la capital del Tahuantinsuyo, el Cusco
y en su plaza de armas, llamada antiguamente Huacaypata (lugar de llanto).
Con ello hizo escarnio del enemigo y un acto de disuasión ante la
masa indígena que se había congregado. No
fue un error político de Toledo como algunos creen. Y si no tuvo el beneplácito
del Rey Felipe II, por qué no destituyó a Toledo? Felipe II guardó las apariencias de
discrepar con la sentencia de Toledo; en realidad, había un juego de
compadres entre ellos.
El consuelo de la población subyugada ante la decapitación del joven Tupac
Amaru I fue atribuir a Felipe II haberle dicho a Toledo: yo te envié a servir reyes y no a matarlos. En Anécdota
e Historia, formidable ensayo de Carlos Araníbar, historiador y Maestro sanmarquino
nos alecciona: da igual que la anécdota sea verídica o inventada. Como cuentos y novelas, basta que sea
verosímil. (…) la anécdota redime de culpa y nos restituye
la fe en el ser humano y en su aventura terrenal. No importa qué pesar nos agobie, la anécdota
nos reconcilia con la vida al brindarnos con el optimismo que sonríe, la esperanza
que alienta.
Tupac Amaru I
…la piedad que despertó se basaba en su aspecto
infantil. Por mucho que su edad
correspondiese a un adulto, su retraso espiritual y orgánico, era de un
infranormal, el UTI (o tonto), de que hablara Sarmiento de Gamboa. (..) Para Toledo tenía un delito mayúsculo: descender
en línea recta de los reyes del Tahuantinsuyu (pp. 25-26)
La decapitación espectacular de Tupac Amaru I fue una
decisión contrasubversiva parecida a la que tomó el gobierno dictatorial de Fujimori
al exhibir en una jaula a Abimael Guzmán con un traje a rayas de presidario. Con ello humilló al llamado “presidente
Gonzalo” e intentó disuadir a sus partidarios alzados en armas. (La semejanza de ambos eventos es explicable,
a pesar de las diferencias de época y personajes, en términos estrictamente
militares y en una situación de emergencia social).
Valcárcel sustrae una cita de la
obra de Levillier referida a la ejecución de Tupac Amaru I: Toledo
fue justo, aunque falto de clemencia, al condenar a muerte a Tupac Amaru
(p.17). Por supuesto, para Valcárcel esa
ejecución fue injusta. Toledo confiscó
las propiedades del Inca y de sus familiares; desterró a mujeres y
niños de su linaje. Tal es así que según Valcárcel: Toledo,
desde un comienzo de su gobierno, tuvo como una obsesión buscar medios de
eliminar a los Incas y todo vestigio de autoridad aborigen. (p.19).
Bien sabía Toledo que el Inca o sus herederos constituían un factor
aglutinante de los nativos y una fuente potencial de rebelión. En el cielo peruano no hay cabida para dos
Soles. Toledo centralizó todo el
poder y pacificó el virreinato.
Toledo trastocó manu militari el patrón de asentamiento
poblacional incaico -que era disperso en ayllus- para concentrarla, separarla
y aislarla a la población indígena en lugares estratégicamente elegidos; a
los cuales se les llamó Reducciones . En concordancia con las reducciones, levantó un censo para saber las características
de la población nativa. Tanto el censo
como las reducciones son condiciones
básicas para facilitar la gobernabilidad. Es decir, evangelizar, cobrar los tributos y
reclutar la mano de obra indígena para las minas, los obrajes y las
plantaciones de coca (mita). Estos tres instrumentos de política fueron
minuciosamente reglamentados por el virrey Toledo; esa legislación estuvo
vigente por mucho tiempo. Ahí tienen su origen las actuales comunidades
indígenas y el paso de la sociedad agrocéntrica a un país, dizque de “vocación”
minera. La marca de la carimba colonial aún perdura.
La mita y los tributos de la época
incaica fueron retomados por Toledo para darles un sentido que afianzara al
Virreinato en el poder y facilitara la extracción del excedente económico
producido por la población explotada.
Tal fue la extraordinaria
sagacidad para gobernar y consolidad el poder español del virrey Toledo que
instituyó la cátedra de Quechua en la Real y Pontificia Universidad de San
Marcos y otorgó estímulos económicos a los sacerdotes que supieran
quechua. El idioma era una manera de
penetrar en la conciencia de los indígenas para adoctrinarlos; es decir,
inducir el desprecio de la cultura nativa y, por consiguiente, la pérdida de la
identidad. En cada reducción había un cura doctrinero y una iglesia.
Con las reducciones toledanas, el virrey se constituyó como el precursor
de las “aldeas estratégicas” en la lucha contrasubversiva para controlar a la
población y la insurgencia de las guerrillas.
La idea de Toledo fue empleada por los ingleses en Malasia tras
finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Asentaron a la población de las aldeas en nuevos poblados cerrados. También fueron implantadas en 1952 por los
franceses en la Primera guerra de Indochina, le llamaron “Agrovilles”. Y por último, a
principios de 1962 el gobierno de Vietnam del Sur junto con la Central de
Inteligencia Americana (CIA) lanzó un programa llamado “Aldeas
Estratégicas”; desplazaron a las comunidades rurales desde sus tradicionales
aldeas a otras localidades. No sería
extraño, que también en nuestro país aplicaron el referido programa los jefes
político-militares de las zonas de emergencia en la guerra contrasubversiva
(1980-1992); puesto que fueron adiestrados en la Escuela de las Américas en
Panamá. El gobierno norteamericano amadrinaba
dicha escuela para asegurar la expansión de su política exterior y su área de
influencia.
La digresión, que antecede, se
deba a un pensamiento de J.C. Mariátegui para quién:
El problema de nuestro tiempo no
es saber cómo ha sido el Perú. El pasado
nos interesa en la medida que puede servirnos para explicarnos el presente. (7 Ensayos de Interpretación de la Realidad
Peruana, p. 92)
En tal sentido, conociendo los extraordinarios
mecanismos de dominación diseñado por el Virrey Toledo; también,
dialécticamente, aprendemos las armas de la liberación. El libro de Valcárcel, que es el negativo de
la foto tomada por Levillier, debería leerlo cualquier ciudadano y
especialmente los peruanos y los estudiantes de Historia.
El
Virrey Toledo, gran tirano del Perú lo he leído con cariño, por ello, lo llamo librito. Me ha despertado el interés por leer el
“positivo” de la foto de Toledo tomada por Roberto Levillier. Valcárcel, quizá sin proponérselo, es
seguramente el mayor difusor de la obra de Levillier.
Hay que tomar en cuenta que Valcárcel
tuvo reflejos rápidos porque su respuesta a Levillier fue publicada, en primera
edición, en 1940, salió a la estampa de los talleres de la imprenta del Museo
Nacional.
Una nota curiosa es la edición
de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, pues, aparece como si hubiera sido
una edición conmemorativa, salió a la luz a los 500 años del nacimiento de Don
Francisco de Toledo.
El
Virrey Toledo, gran tirano del Perú no solo es un librito notable de historia; sino, también
forma parte de la filosofía de la historia. Además, es adecuado para motivar a
los alumnos en un curso de introducción a la historia y suscitar un debate. Advierto que la verdad única y eterna es
propia de fanáticos y no de historiadores.
Finalmente, diré, aunque quizá
Valcárcel me hubiera tildado de renegado:
Felipe II reveló sapiencia al elegir al hombre adecuado para cumplir con
la misión de consolidar o afianzar el Virreinato. Toledo estuvo en el lugar preciso y en el
tiempo exacto. Hago mía una frase
religiosa del Talmud: No juzgues a nadie antes de haber vivido en
sus propias circunstancias.
Lima,
Unidad Vecinal N°3, marzo 23 del 2016.
Antonio Renifo Balarezo
rengifoantonio@gmail.com
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