Marcos Roitman
Lunes 21 de marzo de 2016
La agenda de la
derecha latinoamericana no ha variado. Su máxima es no dejar gobernar a
gobierno democrático alguno. La justificación ideológica para derrocarlos está
a la orden del día. Si por alguna razón las clases dominantes dejaron en
barbecho la técnica del golpe de Estado, se debió al reinado absolutista del
neoliberalismo ejercido entre los años 70 y los 90 del siglo pasado. Hoy, la
derecha política, económica, social, las grandes empresas trasnacionales, lo
desempolvan, apuntando a nuevos enemigos: el populismo, la corrupción, y a una
amenaza exterior identificada con el narcotráfico, el terrorismo internacional
y los movimientos antisistema.
El momento de
euforia, sin intervenciones militares, cubre un breve periodo que va desde 1990
hasta 2002, momento del fallido golpe contra el gobierno del presidente
constitucional y democrático de Venezuela, Hugo Chávez. A partir de ese
instante, el putsch político se redefine. Los llamados golpes de guante blanco
se compatibilizan con las armas de la guerra sicológica, comunicacional y las
acciones desestabilizadoras en el orden económico, político e internacional.
El golpe
cívico-militar contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya (2009), se
convierte en un punto de inflexión. En 2012, el derrocamiento del presidente
Fernando Lugo, en Paraguay, da la bienvenida a los golpes consensuados entre
los poderes del Estado. Hoy la derecha brasileña pretende dar la puntilla,
forzando la dimisión de la presidenta Dilma Rousseff, cuya debilidad extrema,
producto de sus propios errores, no se puede desconocer. La trama es posible
gracias a una izquierda débil, cuya desarticulación se remonta a los gobiernos
de Fernando Henrique Cardoso e Ignacio Lula da Silva. Defender este gobierno es
un acto imposible, salvo apelando, como de costumbre, a una visión fatalista,
en la cual, se arguye que los que vienen lo harán peor. Lo cual no impide ver
que se trata de un golpe de Estado y un acto desestabilizador que rompe
cualquier consenso democrático representativo.
Si triunfa la
operación Lavado Rápido, orquestada por los empresarios, el capital
trasnacional, con aval de Estados Unidos y la eurozona, Brasil se transforma en
referente para plantificar golpes fundados en el protagonismo político
extemporáneo de jueces, fiscales y tribunales. El Poder Judicial, con el apoyo
del Poder Legislativo, toma el relevo de las fuerzas armadas.
La corrupción,
como argumento central, desplaza a un segundo plano la política económica y
social para derrocar gobiernos, ampliando la base social del descontento,
agitando la bandera de la transparencia, la buena gestión, apoyado en una
izquierda destruida. ¿Cuál es el sentido de tal desplazamiento?
Hagamos historia.
Los años 90 del siglo pasado se caracterizaron por la reforma del Estado, el
abandono de la inversión estatal y las políticas públicas redistributivas. El
proceso desregulador, las privatizaciones, fueron las armas utilizadas para
desmantelar el movimiento obrero y sindical, atacar a los partidos de la
izquierda, a la par que declararlos obsoletos. Asimismo, la caída del muro de
Berlín se interpretó como el fin de un ciclo histórico. Para los acólitos del
neoliberalismo y la globalización fue el fracaso de la utopía socialista. En
América Latina dicho argumento se aderezó con elucubraciones teóricas,
destacando la obra de Jorge Castañeda, La utopía desarmada (1993), destinada a
mostrar la desafección de los dirigentes de la izquierda latinoamericana,
adjetivados como mafiosos, subrayando la esterilidad del pensamiento
emancipador antimperialista, al tiempo que proponía trabajar consolidando la
hegemonía estadunidense. Esta visión fue completada con El manual del perfecto
idiota latinoamericano, publicación escrita por Carlos Alberto Montaner, Álvaro
Vargas Llosa y Plinio Apuleyo Mendoza, donde el insulto sustituyó el argumento.
Todo en pro de la supremacía de la doctrina neoliberal. Ambos textos cobraron
protagonismo editorial gracias a una publicidad y fondos destinados a potenciar
la guerra sicológica contra el enemigo interno.
Sentimientos de
frustración, desafección política, derrota y depresión fue el estado de ánimo
de la izquierda latinoamericana y occidental. ¿Para qué golpes de Estado? En la
Europa del Este se vivió el ajusticiamiento, tras juicio sumario, del
presidente de Rumania, Nicolas Ceausescu, y su esposa, Elena, el 25 de
noviembre de 1989, transmitido por televisión a todo el país. No hubo vuelta
atrás. La estocada de muerte fue la ilegalización del Partido Comunista de la
Unión Soviética. La guerra de los Balcanes dejó testimonio del cisma político.
La primera guerra del Golfo supuso la hegemonía, una tercera guerra mundial con
el triunfo del unilateralismo de Estados Unidos.
En América Latina
el fin del ciclo pasó factura. La invasión de Panamá, el 20 de diciembre de
1989, por marines estadounidenses, conocida como Causa Justa, marcó el punto de
inflexión. Le siguieron la derrota electoral del Frente Sandinista en
Nicaragua, el fracaso de la llamada insurrección final decretada por el Frente
Farabundo Martí en El Salvador y la represión de la URNG en Guatemala. El fin
de las dictaduras militares en el Cono Sur y la apertura de procesos
electorales se interpretó como un periodo histórico marcado por la
consolidación de la democracia representativa. En esos años se popularizó la
versión idílica del neoliberalismo. Bajo el paraguas de la economía de mercado,
todos podrían conseguir sus metas, aumentar sus bienes, prosperar y ascender en
la escala social. Sin enemigos internos ni externos, sólo se trataba de
administrar el orden neo-oligárquico.
La emergencia de
proyectos emancipadores en Ecuador y Bolivia, la consolidación del proyecto
bolivariano en Venezuela, junto a gobiernos nacionalistas en Argentina, El
Salvador y República Dominicana, entre otros, fue suficiente para sacar del
armario la técnica del golpe de Estado. Sólo que la mano ejecutora no será la
institución militar. El tiempo de la tolerancia llegó a su fin. La ofensiva
neoconservadora se rehace. Los golpes de Estado regresan a la agenda, si alguna
vez se fueron.
21/03/2016
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