Javier Carrera
ALAI AMLATINA, 20/04/2016.-
En 1999, la FAO anunció en uno de sus documentos[i] que la humanidad
había perdido, a lo largo del siglo veinte, el 75% de sus recursos
fitogenéticos. Es decir, las semillas que heredamos de nuestros
ancestros.
La semilla agrícola es siempre el
resultado de largos procesos de adaptación. Tomemos el caso del maíz: la
necesidad y el gusto hizo que, hace unos diez mil años, campesinos en México le
pusieran esperanza a una hierba silvestre que crecía en la zona, el teosinte.
Se trataba de una mata con varios tallos, al final de los cuales hay una
hilera de granos pequeños, cada grano cubierto por su camisa o cáscara, de
forma similar al trigo o la avena. A veces ocurre una mutación que cubre
toda la espiga con una sola camisa, facilitando la extracción del grano.
Aquellos campesinos empezaron a sembrar solo las semillas de plantas que
habían presentado esa mutación; con el tiempo fueron seleccionando granos cada
vez más grandes, descubrieron una nueva mutación que duplicaba las hileras a
dos, y después otra que la duplicaba nuevamente a cuatro, luego a ocho y más.
Al cabo de mucho tiempo, estas mutaciones se hicieron estables.
Había nacido una nueva especie: el maíz.
En cada pequeño valle, los
agricultores adaptaron la planta a las condiciones locales de suelo, clima,
plagas; un proceso que puede tomar algunos años o varias décadas. De esta
manera fueron surgiendo nuevos tipos de maíz. Al arribo de los europeos,
existían en las Américas miles de variedades, adaptadas a las más diversas
condiciones geográficas.
Procesos similares se dieron en
la creación de todas las especies y variedades que heredamos: manzanas en
Kazajstán; cítricos y arroz en el Sudeste Asiático; café en Etiopía; trigo,
cebada y avena en Mesopotamia; col en Europa; vid y olivos en el Mediterráneo,
etc. Una impresionante diversidad agrícola, fruto de la labor de millones
de pequeños agricultores a lo largo de miles de años.
En los últimos siglos, la ciencia
moderna no ha sido capaz de añadir ni una sola especie nueva a la canasta
mundial. Esto se debe principalmente a que la evolución de los cultivos
se basa en una lotería extrema: la siguiente mutación genética útil puede
aparecer en una planta entre millones. Por ello, ninguna institución,
ningún equipo de científicos, ningún presupuesto estatal o privado puede
reemplazar la labor de millones de campesinos seleccionando continuamente, cada
año.
Además, la evolución de las
plantas de cultivo debe darse en condiciones naturales, en el campo, y no en
las condiciones artificiales existentes en los laboratorios y campos de prueba
de los institutos. Y debe darse también en un contexto social, al seno de
una sociedad que está recreando continuamente su cultura alimentaria en base a
las condiciones locales, buscando siempre un equilibrio entre calidad y
eficiencia en la producción.
Agricultura industrial
Ésta era precisamente la
situación a nivel mundial hasta el despegue de la agricultura industrial en la
década de los sesentas del siglo pasado. En pocos años, millones de
campesinos dejaron de seleccionar y guardar sus semillas. La calidad de
los cultivos, que dependía del manejo campesino de semillas y suelos, pasó a
depender de semillas híbridas y agrotóxicos.
Cuando en una región los
campesinos abandonan sus semillas a favor de los híbridos, ya no hay vuelta
atrás: la erosión genética acaba en pocos años con las variedades adaptadas
localmente, reduciendo peligrosamente la capacidad de crear nuevas variedades
resistentes y productivas, generando una total dependencia hacia las semillas
controladas por la industria y su paquete de agrotóxicos.
A finales del siglo veinte,
varias empresas que se estaban aprovechando de esta situación iniciaron un
proceso de monopolización del sector, y lanzaron una nueva etapa del proceso
con la introducción de los cultivos transgénicos. Sus nombres son
conocidos: Monsanto, Syngenta, Bayer, Novartis, Dupont, Seminis. Su
dominio del mercado de semillas está consolidado, lo que representa un enorme
riesgo para la humanidad en general: en tiempos de cambio climático y de cara a
una escasez de petróleo, la erosión genética, la incapacidad de crear nuevas
variedades adaptadas localmente y la dependencia de semillas que no funcionan
sin el aporte de los combustibles fósiles serán factores importantes en la
pérdida de productividad, hambre y pobreza en las próximas décadas. Las
semillas son un factor esencial tanto para el bienestar como para la
supervivencia de las generaciones futuras.
Actualmente las amenazas más
graves a la agrobiodiversidad son:
1. Contaminación genética: La
introducción masiva de cultivos genéticamente modificados está afectando
irremediablemente la riqueza genética local en varios países de América Latina.
El continente está participando a su pesar en un experimento a gran
escala; en realidad no sabemos cuáles serán las consecuencias a largo plazo de
la contaminación genética en los cultivos. Sin embargo, la afectación
social, económica, ecológica y en términos de soberanía alimentaria y erosión
genética ya es incalculable.
2. Erosión genética con soporte
legal: La mayoría de los países que firmaron el tratado internacional UPOV 91,
e incluso aquellos que no lo hicieron, se encuentran en distintas etapas de la
implementación de leyes que regulan la producción y circulación de semillas
dentro de sus territorios. Estas leyes son prácticamente fotocopias,
persiguen los mismos fines con herramientas similares. Con el pretexto de
proteger a las semillas de enfermedades y elevar la calidad de los cultivos
–ambas pretensiones que no tienen justificación científica– se crean sistemas
nacionales de control, que permiten solamente la circulación de semilla
certificada y que conste en un catálogo nacional. Francia, uno de los
primeros países en implementar con fuerza estas regulaciones, es un ejemplo de
sus consecuencias: cerca del 100% de las semillas registradas en su catálogo
nacional son híbridos industriales; las grandes empresas no cumplen con las
regulaciones pero éstas se aplican con fuerza a las asociaciones que producen
semilla libre y ancestral, generando costosos procesos judiciales que los
pequeños productores no pueden sostener. Otro ejemplo es Colombia, donde
la policía ha incautado camiones que viajaban sin permisos especiales llevando
productos que podrían servir de semilla, como arroz en grano entero; ha multado
a los transportistas y ha enterrado el grano en basureros municipales.
3. Erosión genética resultante de
la globalización alimentaria. Probablemente la causa más importante es el
desconocimiento por parte de la población, que ha adoptado una dieta
globalizada donde incluso las hortalizas orgánicas siguen el modelo
europeo/norteamericano y compiten con los productos locales.
Desafíos agroecológicos
Pero es quizá aquí donde reside
la esperanza. América Latina está viviendo una revalorización de sus
cocinas tradicionales, por motivos que incluyen, por un lado, la gastronomía
turística, y por otro, una toma de conciencia por parte de la población de que
las dietas nacionales son las más adecuadas para su salud. La
agroecología sigue expandiéndose por el continente y sin duda cobrará más
fuerza. Esto crea condiciones ideales para impulsar el consumo de
cultivos ancestrales en cada país, y a partir de ello rescatar las semillas
heredadas, libres y locales.
El éxito de esta estrategia
dependerá de la capacidad de articulación y sostenimiento económico de los
actores que impulsan la agrobiodiversidad en esta etapa inicial. América
Latina tiene una tradición de varias décadas de lucha social y política en el
tema, de la mano de varias organizaciones a nivel nacional y continental.
Gracias a su trabajo, las semillas se han posicionado como un tema
importante y que genera reacciones muy positivas en la opinión pública.
Pero esta labor, si bien ha frenado la expansión del monopolio fitogenético
en varios frentes, no ha logrado asegurar un autoabastecimiento de semillas a
nivel local, con lo que la erosión genética continúa. Ése es el reto que
ahora tratan de enfrentar las redes de guardianes y custodios de semillas, que
existen o se están formando en cada país del continente. Son grupos de
ciudadanos, productores y productoras de semillas que se están organizando para
afrontar juntos los retos de la producción orgánica de semillas en las
difíciles condiciones actuales.
En Europa varias asociaciones de
este estilo, consolidadas, han logrado subsistir e incluso dar exitosas
batallas legales a las corporaciones y sus aliados estatales. En Estados
Unidos, pese a las regulaciones, existe un auténtico florecimiento de redes,
microempresas familiares y asociaciones que están logrando enormes éxitos no
solo en el rescate de la agrobiodiversidad, sino en la creación de nuevas
variedades de cultivo.
La situación en América Latina es
crítica. Hay casos esperanzadores, como el de la empresa campesina Bionatur
en el sur del Brasil; pero en general hay una falta de estrategias autónomas,
autosostenibles, en el rescate y promoción de semillas.
Es en este contexto que trabajan
las redes mencionadas. Aquellas agrupadas en la naciente Red Semillas de
Libertad tienen éxitos impresionantes y mucha experiencia por compartir: la
campaña Sin Maíz no hay País en México, los procesos de comercialización de
semilla campesina en Guatemala, la declaración del 70% de municipios libres de
transgénicos en Costa Rica, las más de 3.000 variedades de semillas preservadas
por la Red de Guardianes de Semillas en Ecuador y Colombia, el rescate del
Festival Huatunakuy en Perú o la creación de la Cooperativa de productores
Semilla Austral en Chile son algunos ejemplos. Responsables de una de las
mayores diversidades agrícolas del mundo, sin apoyo económico, con pocos
conocimientos de cómo lograr que sus emprendimientos sean sostenibles, y con
leyes a menudo contrarias a su labor, las guardianas y los custodios de
semillas trabajan cada día para llevar semillas libres, orgánicas y de herencia
ancestral a la población.
- Javier Carrera, Red de Guardianes de Semillas, Ecuador.
Artículo publicado en la edición de abril 2016 de
la revista América Latina en Movimiento (No. 512) de ALAI, titulada “Por
los caminos de la soberanía alimentaria”. http://www.alainet.org/es/revistas/512
URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/articulo/176918
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