Alfredo
Serrano Mancilla
ALAI
AMLATINA, 16/05/2016.- Van ríos de tinta sobre Brasil en estos últimos
meses. No se habla ni de fútbol ni de juegos olímpicos. Todos hemos aprendido
lo que significa la palabra impeachment. Está de moda para camuflar el actual
golpe de estado. Un eufemismo más en esta época de tanta importancia de las
palabras. Hemos asimilado incluso nombres de la política brasileña que nos eran
desconocidos. ¡Que levante la mano quién sabía quién era Temer en las
elecciones del 2014! Andamos en cursos acelerados sobre leyes e instituciones
en Brasil para enterarnos qué es lo que se viene a partir de ahora. Comenzamos
a estar un poco confundidos con tantos casos de corrupción de unos y otros.
Hemos llegado hasta a incursionar en las cuestiones de contabilidad pública
para conocer mejor cuál ha sido la excusa para derrocar a Dilma. Los más
ilustrados, inclusive, ahora utilizan con naturalidad el término de “pedaleo
fiscal” cuando antes nunca lo habían escuchado.
Lo
sorprendente de esta brasileñomanía es que se ha prestado poca o nula
atención a uno de los actores -seguramente- más decisivos en este episodio
golpista. Como siempre, la mano invisible acaba permaneciendo invisible ante
este tipo de hechos políticos. Sin economía, no hay debate político que se
sostenga. Y viceversa. Es imposible entender qué ocurre en un país si no se
observa con lupa cómo opera el sector financiero en estas circunstancias. La banca,
en un mundo económico inmensamente financiarizado, tiene mucho que decir en
cada cita política. Sea electoral o no. Este actor jamás queda por fuera de la
escena del crimen.
La banca
privada había vivido feliz con Lula y Dilma a lo largo de muchos años. En época
de vacas gordas, la política económica en Brasil fue muy exitosa en
redistribuir riqueza a favor de las mayorías. Políticas sociales, como el
programa Bolsa Familia, fueron responsables de sacar a 36 millones de
brasileños de la pobreza. Se generó empleo (20,8 millones de puestos de
trabajo), se mejoraron los salarios y se crearon casi 80.000 nuevas pequeñas y
medianas empresas. Sin embargo, todo esto se consiguió sin romper con las
alianzas con el sector financiero. La banca privada nacional engordaba sus
cuentas y el capital-golondrina financiero llegaba del exterior al calor de las
altísimas tasas de interés. Por momentos, de las más atractivas del planeta. Un
complejo equilibrio de ganar-ganar aplaudido por todos: alta aprobación de las
mayorías y piropos de los medios internacionales. Por ese entonces, se llegó a
hablar de Brasil como la tercera vía latinoamericana.
Pero el
idilio no duró para siempre. Desde hace unos años, la reducción de la entrada
de divisas vía exportaciones supuso una importante restricción externa. Los
capitales golondrina amenazaron con irse a otros lugares si no se sostenía la
elevada tasa de interés. Entonces, llegó el problema que sí constituye una de
las principales razones de ser de este golpe. En un primer momento, Dilma cedió
en su primer gabinete y colocó a Joaquim Levy en el Ministerio de Hacienda como
contraparte para la negociación con la banca. Qué mejor que un banquero como
interlocutor con sus pares. No resultó porque Brasil exigía una respuesta no neoliberal
si es que no se quería ahogar en la austeridad. Levy buscó el ajuste, pero los
resultados económicos y sociales no hicieron más que empeorar. Se cambió de
Ministro y se optó por una propuesta más keyenesiana: mayores estímulos para la
producción, más inversiones públicas (en redes ferroviarias, autopistas,
aeropuertos y carreteras). Fue una apuesta a favor de la industria productiva y
no para la banca.
No sólo
no gustó el nuevo rumbo, sino que enfurecieron cuando el gobierno de Dilma
quiso reducir la brecha entre la tasa de interés que cobran los bancos por
prestar y la que pagan a los ahorradores (spread bancario). Este
diferencial a favor de la banca privada, en Brasil, tenía de los valores más
alto del mundo. La propuesta económica implicaba una reducción mínima de la
rentabilidad del capital financiero, con una tasa de interés algo menor. Así,
se pretendía reactivar la economía como lo hizo la Reserva Federal en Estados
Unidos. Desde ese momento, la banca le juró muerte política a Dilma. Y así fue.
Ahora la
banca celebra el golpe con una revalorización del real del 1,5% en estos días.
La bolsa de Sao Paulo ha pasado de 50.000 a 54.000 puntos desde el día del
golpe. La banca privada vuelve a estar contenta. El nuevo Ministro de Hacienda,
Henrique Mieirelles, es ex banquero de Wall Street. A partir de ahora, lloverán
recortes para la mayoría a medida que se inflan los beneficios para una
minoría. Detrás del golpe a la democracia está la aversión a democratizar la
economía.
Como
siempre, la banca gana.
Alfredo
Serrano Mancilla, @alfreserramanci
Director
CELAG, Doctor en Economía
URL de este artículo: http://www.alainet.org/es/ articulo/177493
No hay comentarios:
Publicar un comentario