viernes, 24 de junio de 2016

LOS CICLOS HISTÓRICOS DE LA FORMACIÓN DE LA CONDICIÓN OBRERA MINERA EN BOLIVIA (1825-1999)[1]






Álvaro García Linera

El desarrollo de la producción minera en Bolivia, desde inicios de la república, se ha caracterizado por la coexistencia de complejas formas de organización del trabajo, que van desde el rudimentario trabajo manual en la extracción y refinamiento de los minerales, pasando  por organizaciones laborales artesanales y semi-industriales en pequeña escala, hasta modernos sistemas de extracción masiva sin rieles, y sofisticados tratamientos computarizados de la roca mineralizada. En la misma medida, la condición obrera de los trabajadores  mineros ha estado y está atravesada por el mismo grado de complejización y abigarramiento,  con la coexistencia de obreros disciplinados por el moderno  régimen industrial, junto a obreros temporales vinculados a actividades agrícolas comunales, y obreros-artesanos distribuidos en unidades familiares o individuales. Igualmente, la subjetividad de clase ha estado marcada por la cohesión corporativa otorgada por los grandes centros mineros donde  vivían y trabajaban dos, tres o cinco mil obreros, junto con la subjetividad atomizada del cooperativista y los hábitos agrarios esquivos del obrero temporal.


Cada una de estas cualidades técnicas y organizativas ha otorgado a cada época histórica características específicas de la condición objetiva de clase y de las posibilidades de autounificación de clase, esto es, de la identidad de clase con capacidad de ejercer efectos políticos en la estructura social. En general, se puede decir que la condición obrera minera ha tenido tres grandes periodos desde la fundación de la república, correspondientes a tres grandes etapas de las cualidades materiales y organizativas de la producción minera:

EL OBRERO ARTESANO DE EMPRESA

La primera, de 1850 a 1900, en la cual la composición del proletariado minero va a estar sustentada en el obrero artesano de empresa. Se trata de un obrero agrupado en centros industriales que extraen en gran escala, como en Huanchaca, Portugalete,  Real Socavón, Chorolque o Antequera, pero no a partir de una especialización globalmente escalonada del trabajo, sino a través de una concentración masiva de operarios artesanos que despliegan individualmente  habilidades productivas segmentadas. Los trabajadores, aunque comienzan a concentrarse en pueblos, no han interiorizado  como hábito y prejuicio colectivo la disciplina industrial, por lo que son poco afectos a unificaciones corporativas que enraícen una identidad duradera. Mantienen fuertes vínculos con la estructura productiva comunal-campesina, manifiesta en sus formas de resistencia, como el motín, la fiesta, el uso del tiempo y el cajcheo.[2] En esta época, a pesar de la gran renovación tecnológica que va a experimentar la minería, cerca del 35% de la producción de empresas “modernas”, como Huanchaca, va a depender del trabajo Cajcha y de la laboriosidad manual de palliris[3] que, como en esta empresa, llegan a constituir el 43% de la fuerza laboral.[4]  Se puede decir que hasta aquí, la subsunción formal de la fuerza de trabajo al capital sólo ha adquirido  la característica de la agregación a gran escala de operarios artesanos quienes, portadores de una productividad autónoma, la ejercen al interior de un sistema industrial sostenido por crecientes procesos de subsunción real[5] de procesos técnicos específicos, como el procesamiento y el transporte. La subsunción formal del proceso de trabajo es, en este caso, primaria, con lo cual la propia subjetividad obrera está anclada en la temporalidad agraria o artesanal, s que en la propia industria.

En estos momentos, la organización obrera estará marcada por las cajas de socorro o las mutuales con base territorial.[6] Básicamente, son estructuras de solidaridad por empresa o localidad, y con facultades de reivindicación de demandas  referidas a un segmentado mercado de fuerza de trabajo. En términos de efecto estatal, su dispersión práctica y simbólica, y su intermitente tránsito a los mecanismos de adhesión agrarios, permitía que su representación colectiva quedara  diluida en las construcciones discursivas y los aprestos facciosos con los que partidos  y caudillos militares interpelaban al “pueblo para encumbrarse  en puestos de gobierno.

El basamento técnico que sostendrá esta forma de constitución obrera será el de una coexistencia claramente segmentada dentro de cada mina, de medios de trabajo artesanales y manuales en el proceso de trabajo inmediato, con innovaciones en la infraestructura, como los rieles y carros metaleros para la extracción y transporte del mineral, acueductos y máquinas a vapor para el desagüe, hornos de doble bóveda, selección magnética de mineral y tinas de amalgamación calentadas por vapor,[7]  que culminarán con la sustitución definitiva del antiguo repasiri colonial, que amalgamaba con los pies el mineral y el azogue.[8]

Si bien es cierto que a finales del siglo XIX se ha de introducir el uso de dinamita y las máquinas compresoras de aire, que preparan una revolución en el sistema de organización del trabajo en el interior de la mina, es una introducción tardía, cuyos efectos han de ser limitados por la rápida debacle de la minería de la plata y, con ello, de los conglomerados obreros, cerca de veinte mil, que estaban vinculados a ella.

La moderna  minería de la plata de finales de siglo, con sus pueblos mineros y conglomerados  obreros desaparecerá  de la misma manera rápida como emergió, cercenando los procesos de acumulación organizativa y subjetiva de ese proletariado minero, que nuevamente será lanzado a las haciendas, a las comunidades o al trabajo por cuenta propia. Es en este sentido que hay que hablar del fin de un tipo de condición obrera y de la extinción de un ciclo de lenta acumulación de experiencias, que apenas llegó a treinta años y que no pudo ser ni mantenida ni transmitida de una manera orgánica, sistemática, a un nuevo contingente obrero capaz de recibir esa labor como herencia sobre la cual levantar nuevas construcciones identitarias.

EL OBRERO DE OFICIO DE GRAN EMPRESA

El segundo ciclo de la condición obrera minera se iniciará a finales de la primera década del siglo XX, con el repunte de la minería del estaño y la aparición del obrero de oficio de gran empresa. En términos técnicos, es un obrero heredero del virtuosismo artesanal del antiguo obrero, pero con la diferencia de que la habilidad portada en el cuerpo, y de la cual depende la producción, se halla asentada en una nueva realidad tecnológica, que se articula en torno a la destreza personal del obrero de oficio.

La pericia (destreza, aptitud) laboral no es de carácter simple y rutinario,  como era la del obrero-artesano; la destreza personalmente poseída y depositada  en los movimientos del cuerpo es compleja, pues combina varias funciones simultáneas, pero además articula la eficacia de un sistema tecnológico vasto, que despliega su rendimiento  en función de la sabiduría laboral poseída por este nuevo obrero. Es un obrero que ya no trabaja con técnicas artesanales sino industriales, pero supeditadas al virtuosismo del cuerpo obrero, a sus movimientos, a sus saberes personalizados, que no han podido ser arrebatados por el movimiento maquinal. El modelo paradigmático de este tipo de obrero es el maestro perforista que, rodeado de un armazón de maquinarias y sistema de trabajo tecnificados, desata la productividad de ese entorno mecanizado, por el conjunto de aptitudes corporales y conocimientos personales que ha adquirido a través de la experiencia, y sin los cuales todos los medios tecnológicos se vuelven inoperantes,  improductivos.  Algo similar comenzará a suceder con los mecánicos, carpinteros y la gente encargada de la prospección.

El obrero  de oficio es un obrero  que, resultado  del nuevo soporte técnico en el trabajo, implementado por las principales empresas estañíferas desde la década de los veinte, que aniquiló al errático obrero artesano, tiene un enorme poder sobre esos medios de trabajo, pues sólo el obrero y su destreza pueden despertar la elevada productividad contenida en las máquinas.[9]

Este poder obrero sobre la capacidad productiva de los medios de trabajo industrial habilita no sólo un amplio ejercicio de autonomía laboral dentro la extracción o refinamiento, sino que, además, crea la condición de posibilidad de una autopercepción protagónica en el mundo: la empresa, con sus monstruosas máquinas, sus gigantescas inversiones, sus fantásticas ganancias, tiene como núcleo de su existencia al obrero  de oficio; sólo él permite sacar de la muerte ese sistema maquinal que tapiza la mina; sólo él sabe cómo volver rendidora  la máquina, cómo seguir una veta, cómo distribuir funciones y saberes. Esta autoconfianza productiva, y específicamente técnica, del trabajo dentro del proceso de trabajo, con el tiempo dará lugar a la centralidad de clase, que parecería ser precisamente  la trasposición al ámbito político estatal de este posicionamiento  productivo  y objetivo del trabajador en la mina.

Paralelamente,  la consolidación  de este tipo de trabajador como centro ordenador del sistema laboral creará un procedimiento de ascensos laborales y promociones dentro de la empresa, basados en el ascenso por antigüedad, el aprendizaje práctico alrededor del maestro de oficio y la disciplina laboral industrial, legitimados por el acceso a prerrogativas monetarias, cognitivas y simbólicas, escalonadamente  repartidas  entre los segmentos obreros.

El épico espíritu corporativo del sindicalismo boliviano nació, precisamente, de la cohesión y mando de un núcleo obrero compuesto por el maestro de oficio, cuya posición recreaba en torno suyo una cadena de mandos y fidelidades obreras, mediante la acumulación de experiencias en el tiempo y el aprendizaje práctico, que luego eran transmitidas a los recién llegados a través de una rígida estructura de disciplinas obreras recompensadas con el “secreto de oficio y la remuneración por antigüedad. Esta racionalidad en el interior del centro de trabajo habilitó la presencia de un trabajador poseedor de una doble narrativa social. En primer lugar, de una narrativa del tiempo histórico, que va del pasado hacia el futuro, pues éste es verosímil por el contrato fijo, la continuidad en la empresa y la vida en el campamento  o villa obrera. En segundo término, de una narrativa de la continuidad de la clase, en tanto el aprendiz reconoce su devenir en el maestro de oficio, y el “antiguo”, portador de la mayor jerarquía, ha de entregar poco a poco sus “secretos a los jóvenes, que harán lo mismo con los nuevos que lleguen, en una cadena de herencias culturales y simbólicas que aseguran la acumulación de la experiencia sindical de clase.

La necesidad de anclar este “capital humano en la empresa, pues de él dependen gran parte de los índices de productividad maquinal y en él están corporeizados saberes indispensables para la producción, empujaron a la patronal a consolidar el anclaje definitivo del obrero en el trabajo asalariado, a través de la institucionalización del ascenso laboral por antigüedad. Ello, sin duda, requirió un doblegamiento del fuerte vínculo de los obreros con el mundo agrario, mediante la ampliación de los espacios mercantiles para la reproducción de la fuerza de trabajo, el cambio de hábitos alimenticios, de formas de vida y de ética del trabajo, en lo que puede considerarse como un violento proceso de sedentarización de la condición obrera, y la paulatina extirpación de estructuras de comportamiento y conceptualización del tiempo social ligadas a los ritmos de trabajo agrarios. Hoy sabemos que estas transformaciones nunca fueron completas; que incluso ahora continúan mediante la lucha patronal por anular el tiempo de pijcheo[10] y que, en general, dieron lugar al nacimiento de híbridas estructuras mentales, que combinan racionalidades agrarias, como el intercambio simbólico con la naturaleza ritualizado en fiestas, wajtas[11] y pijcheos, o el de las formas asamblearias de deliberación,  con comportamientos propios de la racionalidad industrial, como la asociación por centro de trabajo, la disciplina laboral, la unidad familiar patriarcal y la mercantilización de las condiciones de reproducción social.

La sedentarización  obrera,  como condición  objetiva de la producción capitalista en gran escala, dio lugar entonces a que los campamentos mineros no fueran ya únicamente dormitorios provisionales de una fuerza de trabajo itinerante, como lo era hasta entonces; permitió que se volvieran centros de construcción de una cultura obrera a largo plazo, en la que quedó depositada espacialmente la memoria colectiva de la clase.

La llamada “acumulación en el seno de la clase”[12], no es pues un hecho meramente  discursivo; es, ante todo, una estructura mental colectiva, arraigada como cultura general, con capacidad de reservarse y ampliarse; la posibilidad de lo que hemos denominado narrativa interna de clase y la presencia de un espacio físico de la continuidad y sedimentación de la experiencia colectiva fueron condiciones de posibilidad simbólica y física que, con el tiempo, permitieron la constitución de esas formas de identidad política trascendente del conglomerado obrero, con la cual pueden construirse momentos duraderos de la identidad política del proletariado minero, como la revolución de 1952, la resistencia a las dictaduras militares y la reconquista de la democracia parlamentaria.

Pero además, la forma contractual que permitió la retención de una fuerza de trabajo errante fue el contrato  por tiempo indefinido, tan característico del proletariado boliviano en general y del proletariado minero en particular desde los años cuarenta, convertida en fuerza de ley desde los años cincuenta.

El contrato por tiempo indefinido aseguraba la retención del obrero de oficio, de su saber, de su continuidad laboral y su adhesión a la empresa por largos periodos. De hecho, ésta fue una necesidad empresarial que permitió llevar adelante la efectividad de los cambios tecnológicos y organizativos dentro  de la inversión capitalista minera. Pero, además, esto permitirá crear una representación social del tiempo homogéneo y de prácticas acumulativas, que culminan un ciclo de vida obrero asentado en la jubilación y el apoyo de las nuevas generaciones. El contrato a tiempo indefinido permite  prever el porvenir  individual en un devenir colectivo de largo aliento y, por tanto, permite comprometerse  con ese porvenir y ese colectivo, porque  sus logros podrán  ser usufructuados en el tiempo. Estamos hablando  de la construcción  de un tiempo de clase caracterizado  por la previsibilidad, por un sentido de destino certero y enraizamientos geográficos que habilitarán compromisos a largo plazo y osadías virtuosas en pos de un porvenir factible, por el cual vale la pena luchar, pues existe, es palpable. Nadie lucha sin un mínimo de certidumbre de que se puede ganar, pero tampoco sin un mínimo de convicción de que sus frutos podrán ser aprovechados en el tiempo. El contrato por tiempo indefinido del obrero de oficio funda positivamente la creencia en un porvenir por el cual vale la pena luchar, porque, al fin y al cabo, sólo se pelea por un futuro cuando se sabe que hay futuro.

Por tanto, este moderno obrero de oficio se presenta ante la historia como un sujeto condensado,  portador de una temporalidad social específica y de una potencia narrativa de largo aliento, sobre las cuales se levantarán las acciones autoafirmativas de clase s importantes del proletariado minero en el último siglo. La virtud histórica de estos obreros radicará, precisamente, en su capacidad de haber trabajado estas condiciones de posibilidad material y simbólica para sus propios fines. De ahí la épica con la que estos generosos obreros bañarán y dignificarán la historia de este pequeño país.

La base técnica sobre la cual se constituirá esta forma de obrerización de la fuerza de trabajo minera será la de la paulatina sustitución del diésel y el carbón de los generadores  de luz por la electricidad como fuerza motriz de las máquinas; ferrocarriles y camiones para el transporte de mineral, que ampliarán la división técnica del trabajo y sustituirán radicalmente la fuerza motriz del transporte y acarreo. En los ingenios, se introducirá el sistema de preconcentración Sink and float,[13] que terminó desplazando  el trabajo de las palliris, mientras que en la extracción, ya sea que se mantuviera el método tradicional  o el nuevo llamado Block Caving (o excavación por bloques), la tracción eléctrica y el uso de barrenos de aire comprimido  o eléctricos, reconfigurará los sistemas de trabajo y consagrará la importancia de los obreros de oficio en los procesos de producción mineros.

Ciertamente, no se trata de que esta revolución en la base tecnológica y organizativa del trabajo capitalista creara por sí misma las cualidades del proletariado minero industrial; tal mecanicismo olvida que los sistemas técnicos similares despiertan  respuestas sociales y subjetivas radicalmente distintas de un país a otro, de una localidad a otra, de una empresa a otra. Lo que importa, en todo caso, es lo que Zavaleta llamaba el modo de recepción de las estructuras técnicas”, esto es, de la manera en que son trabajadas, significadas, burladas, utilizadas y aprovechadas por los conglomerados sociales. En este acto, el trabajador acude con su experiencia y memoria singular, sus hábitos y saberes específicos heredados del trabajo, la familia, el entorno local, y con este bagaje peculiar e irrepetible en otro lugar, resignifica culturalmente los nuevos soportes técnicos de su actividad de trabajo. El resultado de esta lectura y asimilación resultará de la aplicación de diagramas culturales previos sobre la nueva materialidad,  con lo que habrá una predominancia del pasado sobre el presente, de los esquemas mentales heredados y las prácticas aprendidas,  sobre la cualidad maquinal.

Pero a la vez, esos esquemas mentales activados, exigidos, sólo podrán  ser despertados del letargo o la potencialidad por este nuevo basamento tecnológico, y además, adquirirán una dimensión objetiva: quedarán enraizados, devaluados o ampliados sólo en la medida de la existencia de esas estructuras técnicas. En ese sentido, existe una determinación de la composición técnico-material sobre la composición simbólica organizativa del trabajador. La interacción histórica de estos niveles de determinación es lo que nos da la formación de la condición de clase. De ahí que no sea casual que los núcleos obreros que s contribuyeron a crear una vigorosa subjetividad obrera, con capacidad de efecto político estatal, hayan sido los que se concentraban en las grandes empresas, en las que estaban instituidas plenamente estas cualidades de la composición material de clase. Patiño Mines, Llallagua, Oploca, Unificada, Colquiri y Araca son los centros de trabajo donde se han ido construyendo,  desde muy temprano,  modalidades de organización obrera que, desde las cajas de socorro y mutuales, pasaron rápidamente a las de centros de estudio, ligas y federaciones con carácter territorial; esto es, con capacidad de agrupar a personas de distintos oficios asentadas en una misma área geográfica. Proletarios, empleados, comerciantes y sastres participan de una misma organización, lo que le da una fuerza de movilización local, aunque con mayores posibilidades de que los intereses específicos de los asalariados queden diluidos en los de otros sectores, poseedores de mayor experiencia organizativa y manejo de los códigos del lenguaje legítimo.

El tránsito a la forma sindical no fue abrupto en estos grandes centros mineros. Primero fueron los sindicatos de oficios varios, emergentes en los años veinte, que continuaban la tradición de agregación territorial; finalmente, se crearon los sindicatos por centro de trabajo que, después de la guerra del Chaco, se erigin como la forma predominante que adquirirá la organización laboral minera.

A partir de estos nudos organizativos, como los sindicatos y las asociaciones culturales, con el tiempo se irá articulando  una red, que dará lugar a la s importante identidad corporativa de clase de la sociedad boliviana, primero en torno a la federación sindical de trabajadores  mineros de Bolivia (FSTMB), y luego, después de la revolución de abril de 1952, con la Central Obrera Boliviana (COB). En estos años previos a 1952, y apoyada en la forma institucional del sindicato como lugar de acumulación de la experiencia de clase, se irá enlazando toda una narrativa obrera, fundada en el drama de las masacres de obreros con pechos desnudos, mujeres envueltas en banderas tricolores y una autopercepción de que el país existe gracias a su trabajo. El resto de los esquemas mentales con los que los obreros imaginarán su futuro estará guiado por la certeza inapelable de redención colectiva ganada por tanto sufrimiento. Es por ello que se puede decir que, desde la revolución de 1952, el obrero minero se ve a sí mismo como un cuerpo colectivo de tormento, portador de un futuro factible que, por ello mismo, porque es viable, puede arriesgarse y pelearse sostenidamente por él. Se trata de una específica subjetividad productiva,[14] que vincula el sacrificio laboral y callejero con un porvenir de recompensa histórica. La duración de estas cualidades organizativas, materiales y simbólicas del proletariado minero que tiene sus inicios en los años treinta, su apogeo en los años cincuenta, sesenta, y setenta, y su declive en los años ochenta del siglo pasado, llegará a su fin, de una manera poco heroica y en gran medida miserable a finales de los años ochenta, con el desmantelamiento de los grandes centros mineros, la progresiva muerte del obrero de oficio y su sustitución por un nuevo tipo de condición obrera.

EL OBRERO DE ESPECIALIZACIÓN INDUSTRIAL FLEXIBLE

El fin del ciclo del estaño en la minería boliviana ha sido también el fin de la minería estatal, de las grandes ciudadelas obreras, del sindicalismo como mediador entre Estado y sociedad, como mecanismo de ascenso social; pero también del obrero de oficio industrial y de la identidad de clase construida en torno a todos estos elementos técnicos, políticos y culturales. Nada ha sustituido aun plenamente a la antigua condición obrera; en pequeñas y aisladas empresas, subsiste parte de las cualidades de la antigua organización del trabajo, unificada en torno al maestro perforista; en otras se ha regresado a sistemas de trabajo s antiguos, manuales y artesanales; pero en las empresas que comienzan a desempeñar  el papel s gravitante y ascendente  dentro  de la producción minera, la llamada Minería Mediana, se está generando  un tipo de trabajador  que técnica y organizativamente tiende a presentarse como el sustituto del que prevaleció durante sesenta años.

Este nuevo trabajador ya no está reunido en grandes contingentes. Hoy, ninguna empresa tiene s de setecientos trabajadores, e internamente se han reestructurado los sistemas de división del trabajo, de rotación, de ascenso y cualificación técnica del laboreo. El nuevo trabajador,  a diferencia del antiguo, que cumplía un oficio y ocupaba un puesto en función del aprendizaje práctico en una línea de ascenso rígidamente establecida, hoy es de tipo polivalente, capacitado para desempeñar varias funciones según los requerimientos de la empresa, y entre las que la perforación, o no existe, por la operación a cielo abierto (inti Raymi), o es una s de las operaciones intercambiables  susceptible de ser atendida tras breves cursos de manipulación de palancas y botones que guían las perforaciones (Mina Bolívar). Por lo demás, esta actividad ya no tiene la jerarquía suprema que anteriormente poseía, además de que ya no culmina una serie de conocimientos trasmitidos por un escalonamiento de oficios que aseguraban una herencia de saberes de clase entre los trabajadores s antiguos y los s jóvenes.

Dado que cada vez cuenta s la eficiencia en las tareas asignadas, la destreza en operaciones de aprendizaje rápido y la capacidad para adecuarse a las innovaciones decididas por la gerencia, toda una carrera obrera de ascensos, privilegios y méritos fundados en la antigüedad  y, hasta cierto punto, el autocontrol obrero de su historia dentro de la empresa, comienza a ser sustituida por una competencia por beneficios y méritos basada en cursos de capacitación (“licencias”), pautas de obediencia, productividad, polifuncionalidad y otros requerimientos establecidos por la gerencia.

Está naciendo, así, un tipo de obrero portador de unos andamiajes materiales muy distintos a los que caracterizaron al obrero de la Patiño o la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL). Dado que el saber productivo  indispensable  para despertar  la productividad maquinal recae menos en el trabajador individual que en los sistemas automatizados  y la inversión en capital fijo, el contrato a plazo indefinido ya no se presenta como condición indispensable, ni tampoco la retención del personal en función de la antigüedad, que estratificaba la acumulación de habilidades y su importancia productiva en la empresa.

En otros casos, la polifuncionalidad obrera, que quiebra el sistema de ascensos y disciplinas anterior, está viniendo de la mano, no tanto de renovaciones tecnológicas, como de reestructuraciones en la organización del proceso de trabajo y de la forma de pagos (Caracoles, Sayaquira, Avicaya, Amayapampa, ettera). En vez de la anterior división del trabajo, claramente definida en secciones y escalones internos, la nueva arquitectura laboral se ha vuelto elástica, obligando a los trabajadores a cumplir, según sus propias metas de pago, el oficio de “perforista”, ayudante“carrilero”, “enmaderador”, etcétera; o incluso interviniendo en el ingenio para el procesamiento  del mineral. El cambio del sistema de pago por función cumplida o volumen de roca extraída, a la de remuneración  por cantidad  de mineral procesado  y refinado entregado  a la empresa, ha creado en varias empresas una polivalencia asentada en la antigua base tecnológica, aunque con los mismos efectos disolventes de la antigua organización y subjetividad obrera.

Objetivamente, todas las condiciones de posibilidad material que sostuvieron las prácticas organizativas de cohesión, disciplina, mandos propios y autopercepciones sobre su destino, han sido revocadas por unas nuevas, que no acaban n de ser nuevamente trabajadas, para dar pie a nuevas estructuras de identidad de clase. Se puede decir que las estructuras  materiales que sostuvieron las antiguas estructuras  mentales, políticas y culturales del proletariado minero han sido reconfiguradas, y que las nuevas estructuras mentales y autounificadoras, resultantes de la recepción de las nuevas estructuras materiales, n no están consolidadas, son muy débiles y parecerían requerir un largo proceso de totalización antes de tomar cuerpo en una nueva identidad de clase con efecto estatal.

De ahí ese espíritu atónito, dubitativo y ambiguo que caracteriza a los accionares colectivos que de rato en rato brotan  de este joven trabajador que está comenzando a generar y a vivir la nueva condición de clase del proletariado minero.



Fuente:

La Potencia Plebeya
Álvaro García Linera
Siglo del Hombre Editores
CLACSO
Segunda Edición 2009
Pág. 197 - 210



Texto extraído de Los ciclos históricos de la formación de la condición  obrera minera en Bolivia (1825-1999), que Álvaro García Linera publicara en la Revista Umbrales, No. 7, 2000



[1] Texto extraído de Álvaro García Linera, “Los ciclos históricos de la formación de la condición  obrera minera en Bolivia (1825-1999)”, en Revista Umbrales, No. 7, 2000.
[2] Práctica de los trabajadores  nativos que, de sábado a domingo, explotaban  y recogían mineral, sin ningún tipo de control (N. del E.). Al respecto, véase Gustavo Rodríguez, El socavón y el sindicato, La Paz, instituto Latinoamericano de investigaciones Sociales (ILDIS), 1991; y de este mismo autor, Vida, trabajo y luchas sociales de los trabajadores mineros de la serranía Corocoro-Chacarilla, en Historia y Cultura, N° 9, 1986.
[3] Del quechua  pallay (recoger). El término  designaba en la época colonial y al principio  de la república  a las personas que seleccionaban  el mineral. Con el transcurso de los años, esta actividad se fue feminizando y hoy ena el término designa a las mujeres que trabajan seleccionando y recogiendo mineral entre los desechos de la explotación minera (N. del E.)
[4] Antonio Mitre, Los patriarcas de la plata, Lima, Instituto de Estudios Peruanos (IEP), 1981
[5] Karl Marx, El capital, México, Siglo XXi, 1985, Capítulo VI (inédito).
[6] Ibíd.
[7] Antonio Mitre, Los patriarcas de la plata, op. cit
[8] Peter Bakewell, Mineros de la montaña roja 1545-1650, Madrid, Alianza, 1983; Enrique Tandeter, Coacción y mercado: la minería de la plata en el Potosí colonial 1692-1896, Cuzco, Centro de Estudios Regionales Andinos (CERA) Bartolomé de las Casas, 1992
[9] Sobre el obrero  de oficio en la industria,  véase Benjamin Coriat, El taller y el cronómetro, Madrid, Siglo XXI, 1985
[10] Mascado de coca o, s precisamente,  succión de una bola de hojas de coca insalivadas, que se mantiene en la boca como un estimulante suave y no adictivo (N. del E.)
[11] Ofrendas a la tierra para iniciar la siembra (N. del E.)
[12] René Zavaleta, Las masas en noviembre, La Paz, Juventud, 1985
[13] Manuel Contreras,  Tecnología moderna en los Andes, La Paz, ILDIS, Biblioteca Minera Boliviana, 1994
[14] Antonio Negri, Marx s allá de Marx. Nueve Lecciones sobre los Grundrisse, Nueva York, Automedia, 1991

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