Álvaro García Linera
(…) se trata de
luchas meramente defensivas, o lo que es lo mismo, ancladas en un horizonte
definido por el pasado. Las rutas por las que las abundantes y dispersas
resistencias laborales han sido encauzadas están marcadas por una actitud evocadora
de los antiguos pactos, de las antiguas prebendas sociales, que no eran otra
cosa que formas histórico-particulares del propio dominio del capital. Al
reducirse a una querella por el regreso al statu quo, las luchas de
resistencia desnudan un conservadurismo, entendible pero fatal, sino además
desfasado, desde el momento en que se elogia una situación de sometimiento, que
los propios dominantes han desechado por obsoleta. Los fantasmas de los muertos
comprimen el cerebro de los vivos, que añoran un pasado desvanecido y rebasado
por la arrogancia práctica de los verdaderos usufructuarios. Es cierto que en
este acto de reminiscencia histórica hay una defensa de lo poco poseído, pero eso
es precisamente lo que lo convierte en drama, por cuanto se trata de una
añoranza deliberada de la opresión anterior, refrendada por los derechos
adquiridos y reivindicados. De una manera extraña y desconcertante, el esclavo
vuelve sobre la huella de sus cadenas, para reivindicarlas como programa, y al
hacerlo, entrega voluntariamente las banderas de la reforma a quienes precisamente
encarnan su negación.
Ante esta mirada, el
porvenir es una parálisis, peor aún, un regreso.
La actitud
propositiva de las plebes insurrectas, tan propia de las revoluciones, aquí es
sustituida por el temor atrincherado a perder sus antiguas cadenas. El mundo no
se presenta como un mundo por ganar, sino como un mundo por rechazar y
conservar tal como nos fue dado. No hay una sumisión buena, que conduzca a la
emancipación, y eso lo viven trágicamente las fuerzas del trabajo, que ven con
pasmo cómo “todo lo sólido se desvanece en el aire” (Shakespeare); mas no
faltan los aduladores que encumbren el sometimiento popular en nombre de una
revolución ideal, que juega con los delirios de las estrechas mentes de puñados
de sectas confesionales autotituladas “vanguardias”.
Llegadas a este punto
de abandono de una iniciativa histórica, las resistencias, en vez de
interconectarse y expandirse, se contraen, pues de lo que se trata es de
preservar frente a los demás, ante los poderosos y ante otros (mayoritarios)
sectores subalternos desprotegidos, los pequeños privilegios conseguidos con
anterioridad. La resistencia se metamorfosea en competencia intralaboral, entre
los que aún poseen un poco y lo quieren defender para sí, y una nueva inmensa
masa laboral carente de beneficios.
La suma de
resistencias locales no alcanza entonces un punto de bifurcación que las
integre; todo lo contrario, cada nueva resistencia vuelve a atomizar el campo
de las luchas laborales. La moderna fragmentación material de la producción
hallará en todo esto su correlato organizacional e intersubjetivo, dando lugar
a que prevalezca ese individualismo apriorístico dentro de los propios sectores
populares, que no es otra cosa que su constitución social en términos de
propietarios-mercaderes privados. La lucha ya no se presenta, por tanto, como
una construcción social expansiva, sino como un “encuevamiento” corporativo; se
trata de una “lucha contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia”,
como hacen ciertos estamentos medios que, por su contenido, desde el punto de
vista del Manifiesto comunista “no son revolucionarias, sino
conservadoras. Más todavía, son reaccionarias porque pretenden volver atrás la
rueda de la historia”.[1] La inmensa mayoría de las
luchas de los obreros sindicalizados, del magisterio y los distintos sectores
corporativamente reconocidos por el antiguo Estado benefactor, y que
actualmente son golpeados por el Estado neoliberal, desde hace casi dos décadas
llevan este recorrido y ese sino fatal de derrota prolongada.[2]
Que esto suceda de la
manera en que lo hace, habla ciertamente de una acentuada conciencia
conservadora, de una arraigada disposición práctica de las más importantes
fracciones sindicales del proletariado mundial a reactualizar una lucha ante el
capital, concebida como mero regateo de concesiones y derechos para la subordinación.
Este habitus, labrado por los sobornos estatales del Estado benefactor y
sus pequeños cachorros partidarios, es, no cabe duda, la sustancia con la que
se moldeó la “acumulación en el seno de la clase” (Zavaleta), pero que ahora se
desvanece paradójicamente por iniciativa prepotente del propio capital, que no
requiere ni busca pactos sociales para distribuir el disminuido excedente
social. (…)
Fuente:
La Potencia Plebeya
Álvaro García
Linera
Siglo del Hombre Editores
CLACSO
Segunda Edición
2009
Pág. 110 - 113
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Fragmento
de El Manifiesto Comunista y Nuestro Tiempo,
ensayo publicado en La Potencia
Plebeya, que recopila entre otros un texto de Álvaro García Linera, publicado
originalmente bajo el título de “¿Es el
Manifiesto comunista un arcaísmo político, un recuerdo literario? Cuatro tesis sobre su
actualidad histórica”, en Raquel Gutiérrez, Raúl Prada, Álvaro García
Linera, Luis Tapia, El fantasma insomne. Pensando el presente desde el Manifiesto
comunista, La Paz, Muela del Diablo, 1999.
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[1]
Karl Marx y
Friedrich Engels, “El manifiesto del partido comunista”, op. cit., p.
120.
[2]
En el caso de
la Central Obrera Boliviana (cob), el problema de sus estrategias de lucha no
radica en que no tiene una “cultura del consenso”, como afirma toda una corriente
de escritores cortesanos (Lazarte, Toranzo, Mayorga). Las limitaciones de su
accionar social, y el que hoy aparezca casi como un cadáver, radica
precisamente en ese apego a los pactos y los sobornos sociales que dieron lugar
al Estado del 1952, y que caracterizan toda su actitud frente al Estado. Pese a
los muertos, las persecuciones, los exilios y la radicalidad de los discursos,
en el fondo la cob, los sujetos colectivos fusionados como sindicato a escala
nacional, jamás, a no ser en la rabia cerrada de excepcionales momentos como
abril de 1952 o julio de 1980, pusieron en duda el papel gobernante y mandante
de unas elites letradas que hasta hoy han heredado endogámicamente las técnicas
del poder político y económico. Pese a la sangre, la cob siempre vio en el
Estado una institución a quien demandar, pedir, exigir, porque siempre se
consideró a sí misma como sujeto mandado, y sus luchas, como un ritual de una
economía de derechos y concesiones negociada en las calles, mas nunca
cuestionada en el fondo.
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