lunes, 13 de junio de 2016

RESISTENCIA ANTINEOLIBERAL: “EL ESCLAVO TEME PERDER SUS ANTIGUAS CADENAS Y LAS REIVINDICA COMO PROGRAMA”




Álvaro García Linera

(…) se trata de luchas meramente defensivas, o lo que es lo mismo, ancladas en un horizonte definido por el pasado. Las rutas por las que las abundantes y dispersas resistencias laborales han sido encauzadas están marcadas por una actitud evocadora de los antiguos pactos, de las antiguas prebendas sociales, que no eran otra cosa que formas histórico-particulares del propio dominio del capital. Al reducirse a una querella por el regreso al statu quo, las luchas de resistencia desnudan un conservadurismo, entendible pero fatal, sino además desfasado, desde el momento en que se elogia una situación de sometimiento, que los propios dominantes han desechado por obsoleta. Los fantasmas de los muertos comprimen el cerebro de los vivos, que añoran un pasado desvanecido y rebasado por la arrogancia práctica de los verdaderos usufructuarios. Es cierto que en este acto de reminiscencia histórica hay una defensa de lo poco poseído, pero eso es precisamente lo que lo convierte en drama, por cuanto se trata de una añoranza deliberada de la opresión anterior, refrendada por los derechos adquiridos y reivindicados. De una manera extraña y desconcertante, el esclavo vuelve sobre la huella de sus cadenas, para reivindicarlas como programa, y al hacerlo, entrega voluntariamente las banderas de la reforma a quienes precisamente encarnan su negación.

Ante esta mirada, el porvenir es una parálisis, peor aún, un regreso.
La actitud propositiva de las plebes insurrectas, tan propia de las revoluciones, aquí es sustituida por el temor atrincherado a perder sus antiguas cadenas. El mundo no se presenta como un mundo por ganar, sino como un mundo por rechazar y conservar tal como nos fue dado. No hay una sumisión buena, que conduzca a la emancipación, y eso lo viven trágicamente las fuerzas del trabajo, que ven con pasmo cómo “todo lo sólido se desvanece en el aire” (Shakespeare); mas no faltan los aduladores que encumbren el sometimiento popular en nombre de una revolución ideal, que juega con los delirios de las estrechas mentes de puñados de sectas confesionales autotituladas “vanguardias”.

Llegadas a este punto de abandono de una iniciativa histórica, las resistencias, en vez de interconectarse y expandirse, se contraen, pues de lo que se trata es de preservar frente a los demás, ante los poderosos y ante otros (mayoritarios) sectores subalternos desprotegidos, los pequeños privilegios conseguidos con anterioridad. La resistencia se metamorfosea en competencia intralaboral, entre los que aún poseen un poco y lo quieren defender para sí, y una nueva inmensa masa laboral carente de beneficios.

La suma de resistencias locales no alcanza entonces un punto de bifurcación que las integre; todo lo contrario, cada nueva resistencia vuelve a atomizar el campo de las luchas laborales. La moderna fragmentación material de la producción hallará en todo esto su correlato organizacional e intersubjetivo, dando lugar a que prevalezca ese individualismo apriorístico dentro de los propios sectores populares, que no es otra cosa que su constitución social en términos de propietarios-mercaderes privados. La lucha ya no se presenta, por tanto, como una construcción social expansiva, sino como un “encuevamiento” corporativo; se trata de una “lucha contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia”, como hacen ciertos estamentos medios que, por su contenido, desde el punto de vista del Manifiesto comunista “no son revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias porque pretenden volver atrás la rueda de la historia”.[1] La inmensa mayoría de las luchas de los obreros sindicalizados, del magisterio y los distintos sectores corporativamente reconocidos por el antiguo Estado benefactor, y que actualmente son golpeados por el Estado neoliberal, desde hace casi dos décadas llevan este recorrido y ese sino fatal de derrota prolongada.[2]

Que esto suceda de la manera en que lo hace, habla ciertamente de una acentuada conciencia conservadora, de una arraigada disposición práctica de las más importantes fracciones sindicales del proletariado mundial a reactualizar una lucha ante el capital, concebida como mero regateo de concesiones y derechos para la subordinación. Este habitus, labrado por los sobornos estatales del Estado benefactor y sus pequeños cachorros partidarios, es, no cabe duda, la sustancia con la que se moldeó la “acumulación en el seno de la clase” (Zavaleta), pero que ahora se desvanece paradójicamente por iniciativa prepotente del propio capital, que no requiere ni busca pactos sociales para distribuir el disminuido excedente social. (…)


Fuente:

La Potencia Plebeya
Álvaro García Linera
Siglo del Hombre Editores
CLACSO
Segunda Edición 2009
Pág. 110 - 113

Fragmento de El Manifiesto Comunista y Nuestro Tiempo, ensayo publicado en La Potencia Plebeya, que recopila entre otros un texto de Álvaro García Linera, publicado originalmente bajo el título de “¿Es el Manifiesto comunista un arcaísmo político,  un recuerdo literario? Cuatro tesis sobre su actualidad histórica”, en Raquel Gutiérrez, Raúl Prada, Álvaro García Linera, Luis Tapia, El fantasma  insomne. Pensando el presente desde el Manifiesto comunista, La Paz, Muela del Diablo, 1999.



[1] Karl Marx y Friedrich Engels, “El manifiesto del partido comunista”, op. cit., p. 120.

[2] En el caso de la Central Obrera Boliviana (cob), el problema de sus estrategias de lucha no radica en que no tiene una “cultura del consenso”, como afirma toda una corriente de escritores cortesanos (Lazarte, Toranzo, Mayorga). Las limitaciones de su accionar social, y el que hoy aparezca casi como un cadáver, radica precisamente en ese apego a los pactos y los sobornos sociales que dieron lugar al Estado del 1952, y que caracterizan toda su actitud frente al Estado. Pese a los muertos, las persecuciones, los exilios y la radicalidad de los discursos, en el fondo la cob, los sujetos colectivos fusionados como sindicato a escala nacional, jamás, a no ser en la rabia cerrada de excepcionales momentos como abril de 1952 o julio de 1980, pusieron en duda el papel gobernante y mandante de unas elites letradas que hasta hoy han heredado endogámicamente las técnicas del poder político y económico. Pese a la sangre, la cob siempre vio en el Estado una institución a quien demandar, pedir, exigir, porque siempre se consideró a sí misma como sujeto mandado, y sus luchas, como un ritual de una economía de derechos y concesiones negociada en las calles, mas nunca cuestionada en el fondo.

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