Tras nada menos que cinco años y medio de una situación mundial apenas
imaginable desde los tópicos reformistas de siempre, e inimaginable desde la economía
burguesa en cualquiera de sus corrientes, esta pregunta cobra ahora mismo una
actualidad decisiva. Como disponemos de muy poco espacio, vamos a ir al núcleo
del problema que no es otro que el de la teoría de la crisis. Antes de exponer
por qué hay que optar por la salida del capitalismo en crisis, debemos recordar
dos cuestiones:
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La crisis apenas es estudiada en la economía política burguesa que
mayoritariamente se basa en la tesis de la armonía entre la producción y el
consumo, armonía que nace de la supuesta eficacia reguladora del mercado que se
rige en última instancia por la hipotética racionalidad del consumidor
individual. Puede éste equivocarse algunas veces, pero la fuerza inercial
tiende a la vuelta del equilibrio, o así se cree. Esta tesis subjetivista e
idealista, la del marginalismo neoclásico que domina de nuevo ahora con el
nombre de neoliberalismo, surgió en el último tercio del siglo XIX en respuesta
a la teoría marxista de la crisis, y a la vez para borrar para siempre las angustiosas
e inquietantes dudas no resueltas que dejaron los grandes economistas burgueses
clásicos de finales del XVIII y comienzos del XIX. Básicamente, estos
llegaron al borde del abismo teórico pero no pudieron seguir porque les
faltaban instrumentos conceptuales y el método adecuado para emplearlos. Muy
probablemente también les sobró miedo al intuir que tarde o temprano que el
capitalismo chocaría con sus propias limitaciones internas, esenciales,
iniciando su caída por ese abismo.
Era esta una hipótesis teóricamente plausible desde sus esquemas que se
haría realidad poco tiempo después, en la crisis de 1830 y sobre todo en la de
1848, como veremos. La crítica marxista de la economía política surge
precisamente a partir de ese miedoso vacío burgués, en el contexto de crisis
cada vez más duras, recordemos la de 1871, desarrollando un método dialéctico
frontalmente opuesto al burgués ya que donde éste veía las soluciones y las
respuestas, aquél ve los problemas y las preguntas. O sea, se ha dado la vuelta
al calcetín. La reacción burguesa no se hizo esperar apareciendo en forma de
marginalismo, como hemos dicho. Pero la tenebrosa y estremecedora duda
planteada por los clásicos se transformó en la espantosa hecatombe de 1929,
demostrando la nulidad irracional del marginalismo. En medio de revueltas,
masacres y guerras, algunas burguesías comprendieron que para aplastar
al «peligro comunista» debían dar un giro de 180º movilizando a su Estado para
salvar el capitalismo. La versión más publicitada de este giro fue la
keynesiana.
Durante los llamados dos «treinta gloriosos», en un reducido espacio del
capitalismo mundial, algunas burguesías aplicaron en las excepcionales
condiciones posteriores a la II GM el pacto interclasista denominado por
algunos como «Estado keynesiano taylor-fordista». Visto a escala
histórico-mundial, fue un espejismo; pero en el capitalismo imperialista sirvió
para prolongar su legitimidad durante dos décadas más, hasta finales del siglo
XX. Ahora bien, la realidad es contradictoria y siempre se niega a sí misma.
Durante 1968-1973 emergió a la luz la objetividad siempre negada de la ley de
la caída tendencial de la tasa media de beneficio, que se había ido agudizando
lustros antes. Desde 1973 el capitalismo arrastra pesados anclajes que le
impiden reiniciar una nueva onda larga expansiva a pesar de puntuales repuntes
en algunas zonas geográficas y ramas productivas. Mientras tanto, sectores
crecientes de la clase dominante volvían desde comienzos de 1950 al
marginalismo ultrarreaccionario, aplicándolo mediante atroces dictaduras
militares en el Tercer Mundo desde 1960 y sobre todo con Pinochet desde 1973.
2
Hemos hablado de las crisis de 1830, 1848, 1871, 1929, 1968… que no son
estrictamente económicas, sino que también lo son sociopolíticas. Lo hemos hecho
porque la teoría marxista de la crisis sostiene que si bien éstas
surgen por razones internas, endógenas al desarrollo de las contradicciones
económicas, sin embargo y a la vez, simultáneamente, tienen también causas
sociales, de lucha de clases entre el capital y el trabajo, inseparables del
devenir económico. Ahora bien, si nacen de las contradicciones
socioeconómicas, su agravamiento posterior va adquiriendo cada vez más
contenido político, y sobre todo, su salida siempre es política. Como proceso,
las crisis van siendo cada vez más inseparables de las decisiones políticas de
la burguesía, pero también de las clases y naciones oprimidas.
Por ejemplo, la crisis de 2007 no se inició realmente entonces, porque
podemos rastrear sus causas remotas, muy profundas, ya en la primera crisis
financiera holandesa del primer tercio del siglo XVII, pero acercándonos
al presente, vemos que ya desde mediados de la década de 1990 y en especial
desde 1997 se acumulaban las contradicciones que fueron confluyendo, tras el
corralito de 2001, en el estallido de 2007. A lo largo de estos años es
imposible separar las causas únicamente financieras, de las causadas por la
tendencia a la caída de beneficio, de las decisiones políticas y de la lucha de
las clases y de los pueblos explotados; pero lo que ya es manifiestamente
innegable es que desde 2007 hasta ahora las decisiones políticas y las
contradicciones interimperialistas, así como las resistencias de los pueblos,
influyen determinantemente en su evolución.
La razón básica de las crisis radica en la ley de la caída tendencial de
la tasa de beneficio, ley siempre negada por la burguesía y cuestionada parcial
o totalmente por el reformismo ya que ella nos explica por qué, tarde o
temprano, reaparecen las crisis, y por qué son más graves cada vez. Los Estados disponen de seis contratendencias básicas que pueden
retrasar durante un tiempo la agudización de la ley tendencial, lo que
demuestra tanto la importancia vital de los Estados como de la lucha de clases,
así como que al final siempre dispone de la salida represiva extrema y/o de la
guerra para resolver el problema durante unos años. Sobre esta ley tendencial
actúan otras tres causas menores de la crisis, por orden: la sobreproducción de
capitales excedentarios; la desproporción entre la producción de bienes de
producción, o sector I, y la producción de bienes de consumo, o sector II; y el
subconsumo. Según contextos, coyunturas y circunstancias, varía el orden de
interacción de estas cuatros razones de la crisis, siempre sobre el fondo de la
caída prolongada del beneficio.
Cada vez más desde finales de la década de 1960 irrumpen negativamente
en la economía otras tres contradicciones profundas del capitalismo: los
sobrecostos añadidos de la crisis socioecológica en agravamiento; los
sobrecostos improductivos a medio plazo de la militarización; y los sobrecostos
añadidos del agotamiento de las reservas materiales y energéticas, de manera
que ahora mismo, el capital mundial se enfrenta a obstáculos estructurales de
una gravedad cualitativamente superior a la de la crisis de 1929-33-39, de la
que salió gracias a la IIGM.
3
El 2007 es el detonante que produce el salto de una fase a otra de la
crisis que se venía incubándose en un primer momento, desde la política de
liberalización financiera impuesta sobre todo a finales de los '80 y en lo
esencial con las dificultades del neoliberalismo desde 1973 para reactivar
realmente la economía en su conjunto, que no únicamente en algunas de sus
áreas. Ahora, a mediados de 2013, todos los datos y tendencias fuertes
indican la prolongación de la crisis mundial y el agravamiento de bastantes de
sus componentes internos. Es en este contexto, y no en otro irreal, donde
tenemos que preguntarnos sobre el por qué salir del capitalismo en
crisis y a dónde debemos dirigirnos. Las razones para salir del capitalismo
en crisis son las mismas que las que existían 1848, fecha del Manifiesto
Comunista, pero agudizadas y ampliadas tanto por el aumento de la brutalidad
imperialista como por la reducción de alternativas de futuro. En el Manifiesto
Comunista se advierte que la burguesía es un brujo que ya no puede domeñar las
fuerzas infernales que ha desatado con sus conjuros. Años después, en el
Anti-Dühring se nos dice que el capitalismo es un tren lanzado a toda presión
cuyo maquinista no puede activar el freno.
Las advertencias marxistas en este sentido irán en aumento, siendo
superadas por la creciente irracionalidad de un sistema inicuo que en 2012
echaba a la basura la mitad de los alimentos producidos, cuando en 2011 se
hubiera acabado con el hambre en el mundo sólo con el 1% del rescate bancario
global. No hace falta seguir aportando datos y porcentajes. En la década de
1980 los marxistas discutimos sobre la teoría del exterminismo, que era la adecuación
al contexto de entonces de la tesis de Socialismo o Barbarie de
1915, de Caos o Comunismo de 1919, o de la proximidad de la catástrofe mundial
a finales de los '30. Ahora, a las espeluznantes verdades científicas sobre el
invierno nuclear confirmadas desde mediados de los '80 hay que sumarles los
efectos aniquiladores de la guerra bioquímica, de la guerra espacial y de la
ciberguerra. El capital es el brujo enceguecido en su loca soberbia, es el
maquinista incapaz de detener el tren que ha puesto en marcha y se precipita al
desastre. Ya lo había advertido el Manifiesto Comunista: la lucha de clases
puede terminar en el exterminio mutuo de los bandos enfrentados.
Las razones para salirnos del capitalismo son innegables y urgentes, son
razones humanas y políticas, que en nivel actual de gravedad vienen a ser lo
mismo. ¿Pero salirnos cómo y hacia dónde?
La sociedad burguesa no va a implosionar, colapsando por ella misma en una
especie de derrumbe súbito e inesperado. Semejante catastrofismo podría ser incluso
una desesperada pero vana ilusión ante el terrible futuro que nos aguarda si no
acabamos antes con la dictadura del capital. El modo de producción capitalista
puede prolongar su existencia retrocediendo en las condiciones de vida y
trabajo de la humanidad explotada pero mejorando las condiciones de vida de la
burguesía, de modo que a la depauperación relativa en aumento se le añadan
franjas mayores en depauperación absoluta. La civilización del capital siempre
encontrará fieles peones egoístas en las burguesías clientelares y dependientes
que ayudarán a explotar a sus pueblos, aniquilando toda oposición interna
cuando fuera necesario. Las presiones económicas y guerras locales cada vez más
duras y cercanas, intimidarán a las burguesías menos dóciles obligándoles a
acatar la dura hegemonía del imperialismo occidental, que siempre podrá
recurrir a la guerra más atroz.
Por tanto, la perspectiva de salir del capitalismo sólo puede
pasar por la lucha revolucionaria para acabar con él, lo que nos lleva a la
cuestión crucial del problema del poder político como quintaesencia de la
economía, como economía concentrada. Insistimos en que no hay que entender
lo económico como enfrentado a lo político, sino como elementos de la misma
realidad. Desde esta posición, el camino no es otro que el de avanzar en la
toma del poder, que a la vez es la construcción de un poder estatal
nuevo, un Estado obrero. Cuando hablamos de toma del poder nos referimos a
la cuestión clave del poder popular, del poder del pueblo en armas que vigila
desde fuera del Estado y de las instituciones para que estas no se corrompan,
no degeneren en burocracias con intereses propios enfrentados al pueblo. El
pueblo trabajador debe dirigir al Estado y a las instituciones, vigilándolas
desde fuera de sus múltiples tentáculos corruptores, y acelerando su
autoextinción.
La respuesta a la pregunta de hacia dónde salir, hacia eso que llaman
tan imprecisa y ambiguamente como «postcapitalismo», o hacia el socialismo,
queda encauzada por lo dicho arriba: el camino anuncia la dirección. No es tan
cierto que no hay camino, que se hace camino al andar. Tras casi dos siglos de
lucha revolucionaria obrera sostenida en las peores condiciones, podemos decir
que sí existe una teoría básica que nos advierte de los errores que no debemos
cometer de nuevo, y de algunos aciertos que muy probablemente nos valgan.
Teoría que, en parte, podemos empezar a aplicarla dentro incluso del
capitalismo actual si tenemos decisión política de hacerlo y la fuerza de masas
suficiente. Por ejemplo, la crucial reivindicación del tiempo libre y
crítico: una de las medidas inmediatas que ha de acometer todo poder
popular y obrero es la de la reducción drástica del tiempo de trabajo
asalariado para ampliar el tiempo libre, y para ampliar la oferta de puestos de
trabajo, reduciendo el desempleo lo más posible.
Por ejemplo, la nacionalización de la banca, el fin de la
doble contabilidad, la reforma fiscal justa, el control obrero y la
recuperación de empresas, la nacionalización de las grandes propiedades
cerradas y abandonadas y de capitales improductivos y especulativos, la
prohibición de fuga de capitales, la planificación socioeconómica desde
criterios ecologistas; la nacionalización de la tierra y de la vivienda como
derecho/necesidad, la nacionalización de los transportes y de los servicios
públicos y sociales; la depuración drástica de los aparatos represivos en su
globalidad, la creación de milicias populares como antesala del
pueblo en armas, la reforma drástica de la justicia, la socialización de la
prensa, la vivienda pública para los colectivos y las personas que quieran
vivir otras afectividades, amores y placeres sexuales, en comuna o en pareja;
la laicización social y el derecho a todas las creencias….
Muchas, que no todas, de estas medidas pueden ser tomadas ya ahora mismo
en un proceso ascendente siempre que haya decisión política impulsada y
sostenida por una mayoría obrera y popular, como ocurre en muchos pueblos de
Euskal Herria ahora mismo, y otras muchas deben ser divulgadas ya,
debatidas públicamente mediante la democracia popular, antesala de la
democracia socialista. Se debe socializar y popularizar el debate
crítico sobre todas estas cuestiones decisivas a corto y a largo plazo.
Y debe debatirse públicamente, sin miedo, sobre la preparación
de cuatro avances fundamentales sin los cuales el capitalismo volverá
a renacer como el ave Fénix tras su muerte: Uno, la necesidad de
superar históricamente la propiedad privada, la ley del valor-trabajo y la
mercantilización de la vida. Dos, la necesidad de superar la
explotación sexo-económica y el sistema patriarco-burgués como pilares actuales
de la larga dominación y opresión humana. Tres, la necesidad
establecer una solidaridad internacionalista entre los pueblos que no esté
regida por la transferencia de valor a escala internacional sino por los
principios socialistas. Y cuatro, la necesidad de medir y valorar
el desarrollo socioeconómico desde parámetros no burgueses, sino desde
criterios insertos en las leyes de la termodinámica y de la disipación de la
energía, sabiendo que vivimos en un mundo finito en el que la racionalización
del gasto energético es axioma científico-crítico.
Lo que aquí se plantea en modo alguno es utopía. Es una necesidad consciente.
La utopía fue una fase del deseo humano constreñido por la dictadura de la
necesidad ciega. Debemos dar el paso a la libertad comunista que es la
superación consciente de la necesidad, en una espiral creativa sin fin.
La
respuesta a esta pregunta ha aparecido en el No. 243 de la revista 'Herria 2000
Eliza', en el artículo que lleva el título «De la necesidad a la libertad»
EUSKAL HERRIA 07-05-2013
responder
a: Nicaragua_Socialista@yahoogroups.com
fecha: 25
de junio de 2013 10:03
asunto:
[PAZ con DIGNIDAD] ¿Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo
en crisis?
Nota.-
Esta importante y cardinal pregunta, poco a poco se va imponiendo en el
pensar de todo Activista serio de la actualidad. Es la versión actual del célebre
e histórico cuestionamiento:
Reforma o Revolución.
Esta histórica pregunta es analizada con evidente dominio conceptual del
autor. Llama a estudiar la teoría de la crisis; es decir, llama a estudiar
seriamente la obra de los Maestros del Proletariado.
Efectivamente, si el Manifiesto Comunista tiene
actualidad es porque, año tras año, sus planteamientos centrales no están
caducando sino están desarrollándose, etapa tras etapa, de acuerdo a cada
realidad actual.
Tras cada crisis, el sistema salía inicialmente reforzado, a costa de
una cada vez más refinada y cruel explotación del trabajador. Éste es el
trasfondo del progreso humano. Pero todo modo de producción lleva en su seno el
germen de su agotamiento. Y ahora cobra cada vez mayor actualidad la histórica
ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia.
Tres siglos antes del derrumbe del imperio romano, Plinio el Viejo
señaló que
El latifundio pierde a Roma
Y ahora ya es de uso común señalar que
La bancocracia pierde al sistema
Si alguien duda de la crisis terminal que estamos
enfrentando, repase bien este artículo, que cada día tendrá mayor actualidad y
vigencia. Ojalá lo continúe el autor.
Por eso, lo que se requiere es preparar la instauración-gobierno-extinción
del nuevo Poder. Y esta preparación es la razón vital para la preparación
de la organización.
Por algo el Socialismo ha pasado de la utopía a la ciencia.
Ragarro
09.07.13
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