23/08/2016
"El
neoliberalismo es la respuesta a un gran fracaso de dimensiones históricas, a
saber, la incapacidad del capital para mantener tasas de
ganancia adecuadas"
Alejandro
Nadal
“El
crédito, que es un ingreso consumido antes de haberse realizado, puede posponer
el momento en el que el capitalismo alcance sus límites sistémicos, pero no
puede abolirlo. Incluso el mejor de los encarnizamientos terapéuticos debe
concluir algún día”
Anselm
Jappe
1-Deudocracia
“La misión de estas instituciones es transferir,
bajo las más diversas formas, masas colosales de riqueza al sector financiero”.
El lapidario diagnóstico del economista brasileño
Theotonio dos Santos describe la esencia de la función de los bancos centrales
“independientes” como puntales de la aguda expropiación financiera
característica del neoliberalismo contemporáneo. El relativamente saneado
-hasta la virulenta crisis actual- Estado brasileño emite bonos del tesoro no
porque tenga deudas (desde hace 20 años Brasil, un país
fuertemente exportador, tiene superávit fiscal primario antes del pago de
intereses), sino para otorgar enormes réditos a los fondos de inversión y a la
gran banca privada internacional. ¿Por qué un país con superávit en las cuentas
públicas tiene que aumentar su deuda con los mercados financieros, extrayendo
el flujo de pagos de intereses de los impuestos de los inermes ciudadanos?
Tampoco la ortodoxia viene al rescate del chanchullo: “al definir la función
del Estado, no hay ningún teórico de la corriente neoliberal que incluya entre
sus deberes lanzar títulos de deuda con altas tasas de interés sin tener
ninguna deuda derivada de los llamados ‘fines’ del Estado”. La surrealista
coyuntura muestra el quid de la cuestión, más cercano al flagrante latrocinio
que a la aséptica microeconomía friedmaniana, acerca del papel real del sanedrín
de las finanzas brasileñas: “Se trata de una expropiación de los recursos
obtenidos por los distintos tipos de ingresos fiscales para transferirlos al
sistema financiero bajo los pretextos más increíbles y las maneras más
inventivas”. La perversidad del proceso se aprecia en que los intereses del
pago de esa deuda “odiosa” generada por “la dinámica de los mercados” empujaron
a Brasil, en las amargas palabras de Dos Santos “a un falso déficit fiscal, que
debe ser cubierto con ajustes, reduciendo el gasto público destinado a
satisfacer las necesidades de nuestra población”. Bajo la consabida excusa,
típica de la vulgata neoliberal, de contener la inflación y
atraer capitales foráneos el banco central “neocon” mantuvo elevadísimas tasas
de interés para alborozo de los bancos privados y de los hombres de “trajes
caros de Wall Street”, que recibían jugosos réditos del generoso regalo de su
“troyano” en la sometida economía del gigante sudamericano: “ningún
razonamiento económico razonable, ningún estudio empírico serio, ningún estudio
de caso capaz de probar la relación absurda entre los aumentos
desproporcionados en las tasas de interés y contención de la inflación (…) se
presentó para el debate con el pueblo brasileño que justifique la transferencia
de alrededor de 1 billón de reales en pago de intereses al privilegiadísimo 1%
del pueblo brasileño”. Esta “institución monstruosa”, en los lúgubres términos
de Dos Santos, funge pues como venal mamporrero del gran capital transnacional,
estrechamente confabulado con ese 1% de élites extractivas autóctonas para
dejar expedita la vía de la confiscación masiva de riqueza de los trabajadores
brasileños.
A tenor de lo anterior, no cabría pues sorprenderse
de que el nuevo gobierno neoliberal de Brasil surgido del pseudogolpe contra
Rousseff –quizás haya sido éste uno de los “inconfesables” motivos de su
taimada defenestración- tenga entre sus prioridades “dar completa independencia al
Banco Central” para alejarlo de deletéreas “interferencias políticas”: business
as usual.
Sin embargo, el banco central de Brasil no es más
que un clon desvaído y subalterno de sus todopoderosos “hermanos mayores”.
Todo el armazón superestructural del capitalismo
contemporáneo – el FMI, el BIP y la furibunda embestida de las huestes
neoliberales surgida del inveterado Consenso
de Washington y esparcida a los cuatro vientos por la miríada
de cabilderos y think tanks que difunden profusamente el
evangelio- se fundamenta, cual dogma de fe de la ortodoxia y máxima primordial
de la gestión responsable, en el principio de independencia de la banca
central.
Lapavitsas resume, muy didácticamente, el
fondo del asunto: “Los bancos centrales han cobrado más prominencia, reforzados
por una independencia tanto legal como práctica. Miran con benevolencia el exceso
especulativo financiero, mientras movilizan recursos sociales para rescatar a
los financistas de la crisis”.
En una iluminadora entrevista, con la suficiencia y el cuajo del que
no rinde cuentas ante nadie, Alan Greenspan, gobernador de la Reserva Federal
de Estados Unidos hasta poco antes del crack de 2007 –el mismo que, cumpliendo
probamente su papel de fiel escudero de Wall Street, alimentó la megaburbuja
inmobiliaria estimulando el festín de ‘derivados’ y la desregulación financiera
de los días de vino y rosas- explica, en román paladino, el orden de
prioridades: "¿Cuál es la relación adecuada - lo que debería ser- la
relación adecuada entre el gobernador de la Fed y el presidente de los Estados
Unidos?"
Respuesta: "En primer lugar, la Reserva
Federal es una agencia independiente. Y eso significa, básicamente, que no hay
ninguna otra agencia del gobierno que pueda anular las acciones o decisiones
que tomamos. Mientras que cada uno esté en su lugar -y no hay evidencia de que
la administración o el Congreso o cualquier otra persona esté solicitando que
hagamos las cosas de manera distinta a lo que nosotros creemos que es lo más
apropiado-, entonces, el tipo de relación que haya, francamente, no importa en
absoluto”. A confesión de parte, relevo de pruebas.
La institución con más influencia en las
condiciones que determinan el bien común –nivel de salarios, intereses de los
préstamos, privatizaciones de servicios públicos, patrocinio furibundo de
políticas de austeridad y recortes de gasto público, precios de los activos
inmobiliarios, etc.- es un consorcio privado secretista –desde 2006 es
imposible conocer el monto de activos monetarios puestos en circulación por la impresora de la FED- que maneja a discreción “el
activo más valioso de la República”. Como banco central “independiente” regula
la oferta monetaria -el derecho a imprimir dinero en cualquier cantidad de la
moneda de reserva mundial (el privilegio exorbitante)- y funge como el
puntal maestro de la arquitectura del sistema financiero internacional
–los bonos del Tesoro del manirroto Tío Sam-.
El esquema se repite: la “máquina de succión” de la
deuda pública volcando ‘masas colosales de riqueza’ real al sector financiero.
La FED produce dólares –dinero electrónico en cantidades astronómicas-. Con la
intermediación de los bancos comerciales –la mayor parte, sus propios
accionistas- los presta al gobierno de Estados Unidos a cambio de bonos del
tesoro que financian la descomunal deuda del gobierno federal y que le sirven
como «garantías». Los bancos de la FED en posesión de esos títulos perciben
colosales flujos de intereses vía extracción de recursos fiscales. “En 2011, el
gobierno federal de los Estados Unidos pagó 454.000 millones de dólares en
intereses sobre la deuda federal (casi ¡un tercio! del total de 1.1 billones de
dólares pagados en impuestos sobre la renta ese año) en una colosal
transferencia de rentas del trabajo hacia la expropiación financiera”. ¿Por qué
cuando la FED pone dinero nuevo en el mercado lo hace contra deuda pública en
manos de la banca privada con intereses que asume el estado?, ¿existe alguna
justificación “técnica” de tan depurado y clamoroso latrocinio?
El reputado economista James Galbraith nos lo aclara: “¿Podría el Tesoro
ahorrarse este galimatías (sic) y pagar sus cuentas sin la existencia de los
bonos? Económicamente, claro. ¿Por qué no lo hace? (…) La respuesta es simple:
al hacerlo revelaría que la “deuda pública” es una ficción y el techo de la
deuda una farsa. No hay nada que haga de los bonos algo económicamente
necesario. Esto es evidente en cuanto la Reserva Federal vuelve a comprar
muchos de ellos, entregando al público el dinero que habría tenido en primer
lugar”. Eso sí, convertido en préstamos bancarios productores de suculentas
regalías para los “dueños del casino”.
Mientras tanto, en las ruinas de la vieja Europa,
el “guardián del euro”, surgido del conciliábulo neoliberal del Tratado de Maastricht como copia depurada de
su “padrino” estadounidense, es el ejemplo más aquilatado de este distópico
paradigma. En aras del sagrado principio de “independencia” y de la
preservación de su autonomía de cualquier instancia de demediado control
democrático, tiene taxativamente prohibido financiar directamente a los
gobiernos de la zona euro –el sacrílego papel de prestamista de último recurso-. Son los bancos y
las instituciones financieras privadas – ¿les suena?- las que gozan del
“escandaloso privilegio” – Eric Toussaint dixit- del
monopolio del crédito al sector público. Así resume Toussaint el recurrente
cambalache: “Desde 2010, el BCE compra títulos de la deuda pública en el
mercado secundario: no los compra directamente a los Estados sino a los bancos
que, a su vez, los compraron en el mercado primario a los Estados, y que no
saben cómo desembarazarse de ellos. (…) Si el BCE comprase títulos públicos en
el mercado primario, se aportaría una financiación directa a los Estados”.
Carlo Vercellone explica el punto clave: “El
resultado es que en la eurozona los Estados se encuentran privados de la
existencia de un prestatario de última instancia y dependen de los mercados
para su financiación. De este modo ha podido instalarse el gobierno de la renta
a través de la deuda soberana, un gobierno ya explícito que dicta las políticas
económicas de austeridad y de expropiación de las instituciones del bienestar
social”.
Las implicaciones de este “golpe de Estado”
silencioso de las finanzas modernas son fabulosas. Los Estados, carentes de
soberanía monetaria, son empujados hacia las voraces fauces del capital
financiero ante la imposibilidad de financiarse directamente a través del banco
central –artículo 101 del Tratado de Maastricht-. Como explica Nadal: “La separación en compartimentos estancos
de la política fiscal y de la política monetaria pone de rodillas al Estado
moderno frente a los caprichos de los mercados financieros. Los poderes
soberanos se han degradado al rango de clientes del sistema financiero
internacional y los objetivos de desarrollo se someten a los dictados del
capital financiero”. Para los países “parias”, aplastados por los ataques
especulativos de los “bazukas” de los hedge funds y las agencias de rating
contra sus ruinosas arcas públicas, sólo resta probar el aceite de ricino de
los “rescates”, los ajustes estructurales y la “consolidación” fiscal,
aplicados “magnánimamente” por los obsecuentes gobiernos entregados con armas y
bagajes a la implacable Troika. Mientras, el hierático Míster
Dragui envaina el látigo de siete colas que emplea para fustigar a los PIGS (Portugal,
Irlanda, Grecia y España) para acudir solícito al rescate de sus adláteres de la gran banca
-atiborrada aún de activos tóxicos producto del derrumbe hipotecario de 2008-
dejando expedito el camino para retornar a la senda de las burbujas de activos
y la hipertrofia crediticia. Ni siquiera- dicho sea de paso- la política
monetaria del BCE cumple con su función estatutaria –mantenimiento de la
estabilidad de precios- al haber fracasado en el objetivo de crear inflación
moderada. La colosal inyección de liquidez a la banca, llevada al paroxismo con
el ‘relajamiento cuantitativo’, no ha ido a parar a
la inversión productiva –no ha hecho acto de presencia el llamado 'efecto goteo' hacia las PYMES y empresas no
financieras- sino a la hipertrofia de los mercados bursátiles y al inflado de
nuevas y más formidables burbujas de activos-que, curiosamente, no son
inflacionarias ya que el precio de la vivienda no está incluido en el IPC-.
Incluso las propias corporaciones multinacionales-que también reciben su parte
del pastel, vía adquisición de bonos empresariales en la última
QE-, se apuntan al casino: “¿y qué hacen las corporaciones con esos
enormes recursos que no invierten? Se destinan ya sea al casino financiero, a
comprar sus propias acciones (y así subir su precio en forma artificial − y los
bonos de fin de año de los ejecutivos-), repartir dividendos astronómicos, a
comprarse unas a otras a precios siderales (para así poder coludir en forma
legal, al mismo tiempo que eludir impuestos), a incrementar salarios y
beneficios de ejecutivos y a contribuir a sus fondos de pensiones”.
Los manuales de economía ni siquiera mencionan
estos hechos. La función del banco central es envuelta en una
“música celestial” –búsqueda de la estabilidad de precios, pleno empleo
(excepto en el caso del ultraliberal BCE, que ni siquiera incluye este objetivo
“social” en su mandato), operaciones de mercado abierto, emisión de moneda de
curso legal, fijación del tipo de interés, ajuste de los coeficientes de caja y
reservas de la banca privada y suministro de liquidez para el “normal”
funcionamiento del mecanismo de pagos- que disuade al lego con su jerga
pseudocientífica y encubre eficazmente de aséptica neutralidad su función real.
Nada más lejos de la realidad. Como explica Michael
Hudson, “La Fed, otras agencias gubernamentales, Wall Street y el resto de la
banca central post-telón de acero forman parte de un sistema de conjunto. Ha de
verse cada agencia en el contexto de ese sistema y de sus dinámicas. Y esas
dinámicas son dinámicas de polarización social que echan su raíz, sobre todo,
en mecanismos financieros”.
Murray Rothbard, autor de una famosa filípica contra la Fed, resume, en fin, el
núcleo del asunto: “De hecho, este es el papel que justifica su existencia:
apoyar a la banca comercial privada, ayudándoles a inflar dinero y créditos,
aportando reservas a los bancos, y sacándoles de apuros cuando se encuentran
con problemas”.
La función esencial de la banca central moderna
–“al fin y al cabo, consorcios de bancos privados con la bendición del
Estado”-es pues potenciar la expropiación financiera característica de la
matriz de la acumulación de la fase neoliberal a través del “imperio de la
renta” que sustenta la condición de las finanzas privadas como máquina de
captura predatoria de la riqueza social. Pero son sólo los mamporreros de la
gran “manguera de succión” financiera: su vórtice real reside en otro lugar.
2-Out of thin air
"El
proceso de creación de dinero por los bancos es tan simple que repugna a la
mente. Tratándose de algo tan importante parece que un mayor misterio sería lo
adecuado"
John
Kenneth Galbraith
"El
problema es que nada de eso está incluido en el currículum académico. Y el
silencio de los principales medios de comunicación, la incapacidad de los
mismos para informar de esos asuntos, o aun para reconocerlos, hace que
resulten invisibles, salvo para sus beneficiarios, que son quienes manejan el
sistema"
Michael
Hudson
El mecanismo de generación masiva de deuda pública
a mayor gloria de las cuentas de resultados de los mastodontes de las finanzas
palidece ante la función neurálgica que cumple en el sostenimiento de la
rentabilidad del sistema de la mercancía la creación de dinero-deuda (“es tan
colosal el expolio y está tan bien escondido que casi resulta hermoso”) por
parte del sistema bancario.
En un entorno de dinero-papel fiduciario (sin
respaldo metálico) -“el abandono de la convertibilidad del dólar en oro
–el Nixon Shock- en 1971 eliminó la última válvula de
seguridad, el último anclaje en la acumulación real”- y ante la declinante tasa de ganancia del capitalismo
en la fase neoliberal, la creación de dinero-deuda es el fulcro neurálgico del
entramado que permite el sostenimiento del “encarnizamiento terapéutico” que –en la feliz
metáfora de Anselm Jappe- el actual estado de la acumulación de capital provoca
en el cuerpo social.
La matriz económica actual deviene pues una
distopía cuyo núcleo reside en el “crédito a muerte” del que habla Jappe para
extraer crecientes réditos de los ingresos reales de la ignara masa laborante a
través del flujo continuo de intereses, comisiones y demás exacciones
financieras. Michael Hudson describe la esencia del proceso: “Fundar la
política nacional en el sueño ilusorio de servir intereses por la vía de tomar
prestado dinero a cuenta de unos precios de activos más y más hinchados”.
Obviamente, el huero discurso de los sacristanes
que propagan el credo neoliberal soslaya convenientemente tales extremos.
La “música celestial” de la teoría económica
convencional sostiene que los bancos desempeñan una simple función de
“intermediación de fondos prestables” –la sempiterna teoría de la banca de
reserva fraccionaria y el multiplicador de los depósitos, dogma de fe en los
cenáculos de la academia y en los palafreneros de la prensa especializada-.
Reciben depósitos de los ahorradores y les pagan una tasa de interés. A
continuación, prestan esos mismos recursos a los agentes que quieren invertir
en una empresa productiva o adelantar una decisión de consumo. Del diferencial
de tasas de interés provienen sus beneficios.
Hasta aquí la cantinela con la que son torturados
los estudiantes de economía mientras sufren la lobotomía intelectual con la que
se les “obsequia” en las facultades y escuelas de negocios del mundo entero.
Como precisa rotundamente Nadal: “Todo lo anterior es un cuento de hadas que
poco tiene que ver con la realidad. Primero, en el mundo real los bancos
proveen financiamiento mediante la creación de dinero. Los bancos ofrecen
préstamos, pero no necesitan tener en sus bóvedas los fondos necesarios para
otorgar crédito. Ni la disponibilidad de ahorros de recursos reales ni la
disponibilidad de reservas del banco central limitan la concesión de préstamos
y creación de depósitos. La causalidad se invierte: los préstamos hacen a los
depósitos, no a la inversa. Se estima que el 95% del dinero circulante es
creado por la banca privada a través de la generación de préstamos”.
Incluso la palabra préstamo es engañosa en este
contexto: se presta lo que se tiene y el banco no tiene lo que dice prestar. La
promesa de pago es suficiente para poner en circulación nuevos billetes que
antes no existían. Aunque a mucha gente le parezca increíble, el banco no tiene
el dinero que “presta”, lo que sí tiene es el poder legal para crearlo”.
“El engaño consiste en que prácticamente no
hay dinero real en el sistema financiero, sólo
deudas”. La moneda tangible (billetes y monedas del banco central, que no
representan deuda) supone únicamente un 3% del dinero circulante. El resto sólo
existe como entradas de datos en pantallas de ordenador y fue creado por los
bancos en forma de préstamos que reportan jugosos intereses.
Martin Wolf, en un artículo en el tótem de la ortodoxia
financiera- el tabloide británico Financial Times- lo expresó
meridianamente: “la esencia del sistema monetario contemporáneo es la creación
de dinero, de la nada (“out of thin air”), por los préstamos a menudo
insensatos de la banca privada”. ¿Por qué no crece el dinero así
creado hasta el infinito? Porque el dinero creado por un banco al otorgar un
crédito se extingue cuando el crédito es pagado.
La inferencia lógica es de una relevancia
abrumadora: los bancos crean dinero para el crédito pero no para los intereses.
Éstos se tienen que pagar con más créditos y más extracción de riqueza real, lo
que convierte la espiral de la deuda y la sobreexplotación laboral en las conditio
sine qua non de la actual fase parasitaria de la acumulación de capital
–no hay crecimiento sin deuda creciente- y, a la vez, en su límite principal.
La pasmosa (ahora se entiende mejor la frase
inicial de Galbraith) conclusión es que un banco no quiebra por falta de
devolución de préstamos (el banco que pierde un crédito no
pierde nada –sólo deja de ganar los intereses- ya que el
crédito no es dinero de los ahorradores sino creado como apunte contable) sino
por el efecto combinado del cese de la demanda solvente de crédito, la fallida
de titulizaciones –activación de “eventos de crédito”, que obligan a indemnizar
a los inversores en cédulas hipotecarias y demás derivados financieros- y la
insolvencia y descapitalización derivadas de la depreciación de los activos colaterales
–toneladas de ladrillo y suelo desvalorizados- provocada por un shock de
demanda y la consiguientemente abrupta caída de los precios inmobiliarios.
Algunos curiosos y aparentemente marginales
acontecimientos vienen a refrendar, muy didácticamente, el fantástico mecanismo
de la alquimia financiera.
En 1969, según relata Nadal, una insólita sentencia judicial en el
Estado de Minnesota emitió potentes ondas sísmicas contra los cimientos del
negocio bancario basado en la creación de dinero ex nihilo. El
señor Daly –tras retrasarse en las cuotas y recibir la subsiguiente demanda de
la entidad bancaria acreedora- reclamó paralizar la ejecución de su hipoteca y
el consiguiente “lanzamiento” de su vivienda –en España, sin dación en pago, se habría quedado además con la
deuda restante de por vida- con el inverosímil argumento de que el banco “no
había usado dinero real, sino virtual, para efectuar el préstamo”. Sin
amilanarse por la indiferencia displicente del tribunal y los
miembros del jurado ante su peregrina demanda, el abogado Daly contó con un
apoyo inesperado: “en el proceso fue llamado a declarar el señor Lawrence
Morgan, presidente del First National Bank of Montgomery. En su testimonio
declaró que, en efecto, su banco había creado íntegramente los 14 mil dólares
al inscribir una entrada en su contabilidad acreditando dicha suma al señor
Daly, tal como si éste hubiera realizado un depósito por esa cantidad. En las
curiosas palabras del funcionario del banco, ‘tanto el dinero como el
crédito comenzaron su existencia cuando fueron creados de esta forma’”.
"Me suena muy fraudulento," expresó, según relata Ellen Brown, con pasmada incredulidad, el juez
Martin Mahoney, entre asentimientos de varios miembros del jurado. La sentencia
fue favorable al demandante al quedar acreditado que el contrato era nulo -“al
carecer de una contraprestación legítima por parte del banco”- y el señor Daly
conservó su casa.
El justiciero Mahoney, que llegó a amenazar con
procesar y exponer al veleidoso banco ante la opinión pública, murió menos de
seis meses después del juicio, en un misterioso (sic) accidente que al parecer
involucraría envenenamiento. La reflexión final –extraoficial- del malogrado
administrador de justicia puso el dedo en la llaga de las colosales
implicaciones ético-económicas de la extravagante sentencia: “Si yo permitiera
que usted y los demás hicieran eso, todo el sistema bancario se desplomaría. No
puedo permitir que se sitúe tras el mostrador del banco. ¡Nosotros no vemos
tras esa cortina!”
3-Descorriendo la cortina
"La
crisis de la deuda no es una locura de la especulación desaforada, sino el
intento de mantener con vida un capitalismo agonizante"
Maurizio
Lazzarato
El afortunado señor Daly logró quedarse con su casa
pero la praxis bancaria de “no poner nada al otro lado del contrato de crédito”
se exacerbó bajo la égida del capitalismo financiarizado de la época
neoliberal. Al crear dinero con este acto de prestidigitación, los bancos
han hecho crecer la cantidad de dinero-deuda en la economía un 11.5% anual en
los últimos 40 años. ¿Cuál es pues la estrecha imbricación entre la generación
masiva de deuda privada y la planificación económica encaminada a pugnar por
sostener la premiosa marcha de la tasa de ganancia en la fase neoliberal? Como
explica Lapavitsas: “mientras que la acumulación real no
ha mostrado variantes interesantes, la clase capitalista ha encontrado nuevas
fuentes de ganancia a través de la aparente puesta al día de los mecanismos de
financiamiento. Quizás el desarrollo más significativo en este sentido haya
sido el avance de la expropiación financiera de los trabajadores”. La provisión
de recursos financieros a la "empufada" ciudadanía para sostener la
demanda agregada y la financiación de la languideciente inversión productiva se
satisfacen pues con el crédito que inyectan los bancos en la economía.
Los economistas ortodoxos asesores del
-sorprendentemente transparente- Banco
de Inglaterra Kumhof y Jakab nos iluminan al respecto:
“Si bien los bancos no tienen límites técnicos para un aumento veloz de la
cantidad de sus préstamos, enfrentan otras restricciones. Pero el límite más
importante, sobre todo durante los períodos de auge de ciclos financieros (cuando
todos los bancos deciden prestar más al mismo tiempo), es su propia
evaluación de su rentabilidad y solvencia futuras”. Así pues, la banca moderna
actúa en las épocas de auge como un pirómano ante un bosque frondoso. En
palabras de Nadal: “La actividad de creación monetaria de los
bancos se incrementa cuando la economía está en la fase ascendente de un ciclo:
las expectativas sobre el crecimiento y las oportunidades de negocios son
buenas y el banco participa gustoso del entusiasmo, porque cada nuevo deudor
aumenta su rentabilidad (…) así pues, la actividad bancaria es intensamente
procíclica”. Al ser máquinas generadoras de burbujas, los bancos privados
originan enormes cantidades de deuda –ya que su rentabilidad depende de la
cantidad de crédito que puedan generar- en la fase álgida del ciclo y, sin
solución de continuidad, cierran bruscamente el grifo en la fase descendente ante
la contracción de la actividad y la implosión de las burbujas directamente
provocadas por su voracidad prestamista. Ello extrema la hipertrofia de los
mercados financieros y el neurálgico mecanismo de la titulización. Lapavitsas
de nuevo: “Para los bancos comerciales, involucrarse en expropiación financiera
se traduce primariamente en créditos hipotecarios y de consumo. Pero dado que
las hipotecas típicamente tienen larga duración, una fuerte preponderancia de
las mismas habría vuelto las hojas de balance bancario insoportablemente
ilíquidas. La respuesta fue la titulización, es decir, la adopción de técnicas
de banca de inversión. Las hipotecas se originaban pero no se mantenían en la
hoja de balance”. Este maravilloso descubrimiento (empaquetar los créditos y
esparcirlos por la nebulosa de los mercados para poder seguir endilgando otros
nuevos) fue llamado el modelo bancario de “originar y distribuir” que
caracterizó la plétora de productos financieros “creativos” basados en
préstamos hipotecarios de baja calidad (subprime) en el inflado de la colosal burbuja de
2007.
Lo anterior refleja asimismo que los bancos fungen
como planificadores económicos dirigiendo la financiación masivamente hacia el
mercado hipotecario y la creación de burbujas en los mercados de activos y no
hacia la financiación de la inversión empresarial.
Con el agravante de que, como explica Lapavitsas,
“las finanzas dirigidas a los ingresos personales apuntan a satisfacer
necesidades básicas de los trabajadores -vivienda, pensiones, consumo, seguros,
entre otras-. Difieren cualitativamente de las finanzas dirigidas a la
producción capitalista o la circulación. Los individuos se concentran en
obtener valor de uso, mientras que las empresas apuntan a la expansión del
valor”. Ello incide de lleno –dicho sea de paso- en el enorme potencial
deshumanizador y creador de angustia que el dogal de la deuda produce en el
desvalido individuo endeudado y, para más inri, enfrentado a los
hiperbólicos recursos predatorios de las entidades financieras.
Difícil mejorar el impecable relato de
Estaban Mercatante sobre los heraldos que anunciaron
el inevitable afloramiento de las contradicciones del sistema: "¿Por qué
todo esto debía terminar en crisis? En última instancia, el proceso de aumento
de la explotación, aumento de la inversión financiera y generación de burbujas,
ha sido una larga fuga hacia adelante, donde el capitalismo logró recuperarse
de la crisis pero las contradicciones que le empujaron a ella sólo fueron
resueltas de manera parcial (…) La rentabilidad se recuperó gracias a la mayor
explotación del trabajo, pero en un proceso que involucró también la creación
masiva de deudas impagables, y el recurso creciente a mecanismos de
valorización financiera en una magnitud que no guarda relación con la
generación de plusvalor”.
La deuda como instrumento esencial de la acumulación
de capital en la fase neoliberal se transforma en su límite principal.
El ex presidente del Financial Services Authority
–responsable nada menos que de la regulación del sistema financiero británico-
Lord Turner, declaró en febrero de 2013: “La
crisis financiera de 2007-2008 se produjo porque no fuimos capaces de limitar
la creación de dinero, crédito privado y titulizaciones hipotecarias por parte
del sistema financiero”.
Así pues, el sustrato del que se nutre la médula
espinal del sistema de la mercancía no es otro que la agudización de la
expropiación financiera como fuente adicional de obtención de beneficios en la
esfera de la circulación, distribuyendo la plusvalía no acumulada en el desarrollo de
nuevas inversiones productivas hacia las capas sociales rentistas que tienen
por función consumirla: al suplir el menguante consumo salarial, el
consumo rentista -la renta como expresión del
derecho de propiedad sobre activos revalorizados por la financiarización- es
uno de los pilares del mecanismo de reproducción del capitalismo actual.
Como describe Jorge Beinstein:”El
aparente “circulo virtuoso” había mostrado su verdadero rostro: en realidad se
trataba de un círculo vicioso donde el parasitismo financiero se había
expandido gracias a las dificultades de la economía real a la que drogaba
mientras la cargaba de deudas cuya acumulación terminó por enfriar su dinamismo
lo que a su vez bloqueó el crecimiento del globo financiero”.
Toda la maquinaria de la deudocracia moderna,
sostenida al alimón por la banca central y el sector financiero privado,
encaja, como anillo al dedo, con la mencionada arquitectura de parasitismo
rentista característica de la demediada realidad presente del sistema de la
mercancía.
El creciente refinamiento de los mecanismos de la
expropiación financiera, que arrambla con fracciones crecientes de la riqueza
social, no refleja más que la creciente necesidad predatoria del capitalismo
neoliberal ante, como señala la cita inicial de Nadal, el fracaso de
“dimensiones históricas” del entramado clásico de la acumulación de capital de
la fase fordista de los "treinta gloriosos". Lo que no debemos
olvidar es que, como señalan amargamente las lúcidas palabras de Nakatani:
“Lo importante es que estos procesos afectan diariamente a la gente; aumenta la
tasa de explotación laboral, las jornadas de trabajo, los recortes en la
seguridad social, la asistencia médica y la educación; una parte importante de
la remuneración de los capitales, en el casino global, es fruto del trabajo
humano”
Blog del autor:
http://www.alainet.org/es/articulo/179692
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