Aspecto central del problema
¿DE QUÉ
SIRVEN LOS GOBIERNOS?
Escribe Luis Casado,
Polítika,
Resumen Latinoamericano,
5 septiembre 2016
¿De qué sirven los
gobiernos? De muy poco o nada. Una
vez más citaré al fastidioso Samuel Huntington, que escribió eso de: “los gobiernos nacionales no son sino residuos del pasado cuya
única función consiste en facilitar la acción de las elites”.
Frédéric Lordon afirma que los gobiernos dimitieron voluntariamente de sus
poderes en favor de los mercados financieros y de los bancos centrales y
tiene razón.
Los gobiernos, que antaño
tenían la potestad de emitir moneda, la cedieron. El conocido ‘Consenso de
Washington’ impuso la moda de la independencia de los bancos centrales. La
obediente dictadura chilena la plasmó en la Constitución de 1980. De ahí en
adelante el banco central se manda solo y su Estatuto lo libera de la
obligación de rendirle cuentas a nadie. Entre las competencias del BC están
la creación monetaria y la fijación de las tasas de interés que sirven para
refinanciar los bancos privados y la economía.
Últimamente los bancos
centrales se han arrogado competencias que no figuran en sus Estatutos, como
el de intervenir en los mercados financieros secundarios comprando activos de
dudosa calidad. Así liberan los bancos privados e incluso las grandes
empresas de deudas irrecuperables y de activos tóxicos. Es el caso de la FED,
el BCE y del Bank of England.
Los gobiernos perdieron
la posibilidad de intervenir en la economía por vía presupuestaria. En Chile
convirtieron el ‘superávit estructural’ en una suerte de dios intocable. Como
la imbecilidad no puede con la realidad, retrocedieron un paso, demonizando
el ‘gasto fiscal’. Gastar es pecado mortal y ni siquiera tienes dónde ir a
confesarte. Reducir el gasto es la receta: fuera de ella no hay salud. En la
Unión Europea el déficit presupuestario no debe superar el 3% del PIB. ¿Por
qué? La respuesta encandila: porque no.
Los gobiernos
determinaban sus ingresos por medio del régimen fiscal. Pretérito
extremadamente imperfecto. Ahora no pueden definir la carga impositiva porque
la brutal competencia que se libran unos a otros para atraer inversión
extranjera les obliga a bajar los impuestos a niveles inimaginables. Irlanda
es un caso patético. El peor. Cuando la UE multa a Apple con 13 mil millones
de euros por evasión fiscal, quién apela ante los Tribunales no es Apple…
sino el país que debiese recibir el dinero ¡Irlanda! En Chile, para evitar
que la gran minería pagase impuestos, Ricardo Lagos pretendió: “No se pueden cambiar las reglas del juego”.
Ante la impotencia de los
gobiernos, queda confiar en lo que puedan hacer los banqueros centrales. De
ahí la injustificada importancia que adquieren burócratas designados a dedo,
de los cuales antaño ignorábamos el nombre y hasta la existencia.
Hoy en día, si no sabes
quién es Janet Yellen, Mario Monti, Haruhiko Kuroda o Mark Carney, pasas por
ignorante. Ya sé que es difícil colocar el nombre de Kuroda o de Yellen en
una conversa de parrillada dominical, pero aunque te sea difícil admitirlo,
son más importantes que Alexis Sánchez, Claudio Bravo y Arturo Vidal juntos.
La firme.
De modo que, habida
cuenta de lo vano que resulta criticar gobiernos estériles, se critica a los
bancos centrales, o más exactamente a quienes les dirigen.
Patrick Artus,
economista-jefe de Natixis y profesor de economía en la Universidad Paris-I
Panthéon-Sorbonne, junto a Marie-Paule Virard, periodista francesa
especializada en Economía, cometieron un libro titulado La locura de los Bancos Centrales. En esa obra
maestra, parafraseando a Georges Clemenceau, se preguntan si la moneda no es
algo demasiado importante como para confiársela a los banqueros centrales.
Mario Draghi, Janet
Yellen y algunos otros, desconocidos aún ayer, se transformaron en los nuevos
amos del mundo y gozan de un poder demencial. En el año 2008 quisieron evitar
un desastre aún más grave que el de 1929 inyectando billones de dólares o
euros en la economía. Hoy en día, se espera de ellos que hagan repartir el
crecimiento, combatan la inflación, resuelvan la cuestión de la deuda de los
Estados, o impidan la desaparición del euro. Pero nuestros banqueros
centrales fracasaron intentando hacer repartir la máquina. Peor aún,
inundándonos de liquidez juegan un juego peligroso. Por su inconsecuencia,
nos instalaron en la era de la crisis financiera permanente, en la que cada
temblor será seguida de réplicas más breves y devastadoras.
Generosos, Patrick Artus
y Marie-Paule Virard no se limitan a criticar, sino que ofrecen consejos
relativos a lo que podría ser una ‘buena’ política monetaria, creadora de
prosperidad, de riqueza y de empleos. Hay gente así, desprendida, mano de
challa, pan de dios, la bondad hecha persona.
Servidor, por su parte,
sostiene que ni Artus, ni Virard, ni Janet Yellen, ni Mario Draghi, y aún
menos nuestro Rodrigo Vergara nacional, saben nada que los demás no sepan.
Peor aún. Viven como Janet Yellen, en un mar de dudas, temiendo cagarla. Por
eso se miran unos a otros en un jueguito que se asemeja al ¡un-dos-tres-momia!
Si no fuese el caso… la
economía planetaria funcionaría como un reloj suizo, de esos con cuerda y
movimientos complejos, en los que es posible saber no sólo la hora, sino
también el día, el mes, el año y hasta la fase lunar.
Michel Santi es un
macro-economista franco-suizo. Especialista de los mercados financieros y de
los bancos centrales. En un par de ocasiones colaboró con POLITIKA. Michel
Santi disiente, y para manifestarlo publicó una nota en el diario financiero
parisino La Tribune: “Una apología de los bancos centrales”.
Santi sostiene: “Hay que cesar de criticar los banqueros centrales que, frente a
la crisis, hacen su trabajo”. A su juicio “Los que fallan son los responsables políticos”.
Uno espera de los
banqueros centrales que siempre hagan su trabajo. Con o sin crisis. Por otra
parte, ya sabemos que los responsables políticos abandonaron el campo de
batalla antes que sonara el primer disparo. Pero no nos adelantemos. He aquí
el alegato de Michel Santi:
JP Morgan repetía que no
le prestaba sino a las personas en quien confiaba. De hecho, el fundamento de
una economía es la confianza, dicho de otro modo el ‘crédito’ que se acuerdan
mutuamente los diferentes agentes. No obstante, hoy la confianza parece
vacilar, y principalmente hacia quienes lograron apagar el gran incendio de
la crisis financiera: los bancos centrales. Constatación tanto más lamentable
y de pesadas consecuencias que son los bancos centrales los que definen el
valor que hay que acordarle a una moneda desde que se desmanteló el padrón
oro.
Es en efecto la confianza
en los bancos centrales y en su capacidad a administrar lo mejor posible la
política monetaria y la moneda la que le permite al sistema mantenerse desde
Bretton Woods, o sea desde 1971. Sin ese elemento vital que es la
credibilidad en sus capacidades de “prestadores de último recurso”, ¡no hay
moneda! Y evidentemente no entra en sus atribuciones satisfacer a todo el
mundo y la popularidad no forma parte de su mandato.
Como puedes ver, la ‘confianza’, –esa panacea de la economía–, es el
pilar fundamental. Si has perdido la confianza en banqueros centrales que no
hacen sino servir los intereses de los mercados financieros… tienes que
imitar a Blaise Pascal, quién sostenía que para creer basta con hacerle un
empeño. Creamos pues, confiemos, en los banqueros centrales.
Que por lo demás son
todopoderosos. Ellos “definen el valor que hay que acordarle a
una moneda”. Ya ves, los mercados monetarios no existen, pero los
banqueros centrales sí. Además, sin los bancos centrales no hay moneda, dice
Santi. La economía bien puede hundirse, eso no cuenta. Lo importante es
confiar en el banco central. En nuestro caso en… ¡Rodrigo Vergara!
Cuando te digo que a los
economistas les falla un pistón… no lo invento. Michel Santi no es una
excepción. El mismo Santi le dedica un parrafito a los políticos:
En realidad, sólo los
políticos son responsables de esta situación tan inédita como deplorable en
la que las tasas de interés de las naciones occidentales son empujadas más
allá de cero –en territorio negativo– a fin de paliar las deficiencias de
políticos timoratos. La política monetaria tomó pues, lógicamente, el relevo
de la política, ¡la verdadera! La actual omnipotencia de los bancos centrales
no revela sino el fracaso patente de nuestros políticos, y refleja por otra
parte la incapacidad de los mercados financieros a funcionar sin una dosis
regular de creación monetaria.
Te lo había dicho: los
banqueros centrales, designados a dedo, son todopoderosos y no le rinden
cuenta a nadie. En una época en que la desafección hacia los políticos –por
incompetentes, corruptos y ladrones – es un fenómeno planetario, he aquí que
los banqueros centrales deciden de todo.
A Michel Santi no le pasa
por la cabeza la cuestión de la ilegitimidad democrática
de la acción de los bancos centrales. No imagina siquiera que deban actuar
“por el pueblo y para el pueblo” como pretendiese Abraham Lincoln, y por
consiguiente someterse al escrutinio ciudadano.
Patrick Artus y Michel
Santi comparten lo esencial: la economía es una ‘ciencia’, o al menos una
técnica sofisticada, que debe ser conducida por eminencias como ellos. En
ninguna de sus disquisiciones asoma la noción de la voluntad ciudadana, del
interés general.
Michel Santi apunta con
razón que “Los banqueros centrales fueron forzados a salir de las sombras
para asumir responsabilidades que nunca pidieron, responsabilidades desertadas
por otros”.
Lo que es intragable en
su razonamiento es la desaparición de la nación, del pueblo, de la sociedad
toda. La cuestión de fondo no es económica ni tiene que ver con la excelencia
o la mediocridad de las decisiones de un banquero central con relación a la
moneda o a las tasas de interés. La cuestión de fondo tiene que ver con el
ejercicio de la soberanía popular, única fuente legítima del poder.
Sin darnos cuenta,
pasamos de la democracia –allí donde la hubo– a una tecnocracia que no es sino
una versión de la antigua aristocracia. El diccionario define aristocracia como el grupo de personas que destaca en
excelencia entre los demás por alguna circunstancia. Admitamos.
Los economistas y los
“expertos”, o sea la elite, forman parte de esa fauna.
Habida cuenta que los gobiernos son el ‘residuo del pasado cuya
única función consiste en facilitar la acción de las elites’, da
lo mismo quién gobierne.
Porque… ¿De qué sirven
los gobiernos? Ya te lo dije: De muy poco o nada.
Foto de Sur y Sur
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de: Resumenrebel <resumenrebel@gmail.com>
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fecha: 6 de septiembre de 2016, 21:12
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