07/09/2016 | Antoine Artous
En la
colección “Mille marxismes”, Syllepse vuelve a publicar el libro de Pierre Naville
Vers l’automatisme social?, cuya primera edición es de 1963. Se adjunta
un sustancioso prefacio de Pierre Cours-Salies y varios textos sobre el mismo
tema, especialmente una entrevista con Jean-Marie Vincent, publicada
inicialmente en octubre-diciembre 1977 en la revista Critiques de l’économie
politique (nº 1, nueva serie).
Además de su
interés intrínseco, esta entrevista tiene un valor simbólico ya que reagrupa
dos autores atípicos y de alguna forma marginales en relación con la doxa
marxista francesa dominada por el PCF y el estalinismo, habiendo frecuentado
los dos “el trotskismo” así como la izquierda del PSU [Partido Socialista
Unificado, ndt]. Sobre todo porque, a pesar de sus diferencias -Vincent estaba
más polarizado por la teoría del valor y el fetichismo-, los dos han
deconstruido la naturalización social de la categoría de trabajo entonces
dominante en el interior del marxismo, no considerando al trabajo como una
forma natural de toda vida social que reenvía a lo que sería la esencia humana,
sino poniendo el acento sobre las especificidades de sus formas capitalistas.
Y, más allá, cuestionando una temática enraizada en la tradición marxista,
incluidos algunos textos de Marx y Engels/1.
Así, por
poner un ejemplo, Jean-Marie Vincent hace observar que en De l’alénation à
la jouissance2/, escrito
en 1954, Pierre Naville “dice tranquilamente que no hay que hacer del
trabajo el principio de la libertad humana”/3. Aunque
sitúa en el centro de su análisis las relaciones capitalistas, no hace de ellas
el elemento calve de una problemática de emancipación.
Y en esta
entrevista con Jean-Marie Vincent, también tan tranquilamente declara: “¿Es
necesario recordarlo? Marx se ha opuesto a las concepciones que identifican o
confunden la riqueza de los intercambios humanos a una acumulación de
mercancías o de productos. Lo que es necesario no es una civilización del
trabajo y de la producción, es una sociedad liberada en sus intercambios y sus
comunicaciones” (p. 319). Durante los debates de los años 1980-1990 sobre
“la centralidad del trabajo”, demasiados marxistas han confundido la necesidad
de afirmar esta centralidad respecto al análisis de las relaciones capitalistas
con la centralidad del trabajo como horizonte de una problemática de
emancipación. A este respecto son luminosas las fórmulas de Pierre Naville.
Separación
del trabajo y del individuo
Vers
l’automatisme social? (traducción castellana: Hacia
el automatismo social: problemas del trabajo y de la automatización, Fondo
de Cultura Económica, 1985)-convertido en un clásico- es el primer estudio
francés sintético y premonitorio sobre la emergencia de la automatización en la
producción y los formidables cambios tecnológicos que trae consigo. Antiguo
surrealista, militante del PCF y después (durante un tiempo) de la IV
Internacional, Pierre Naville ha llegado a ser después de la guerra, durante
los años 1950-1960, uno de los principales fundadores (con Georges Friedman) de
la sociología francesa del trabajo. Acababa de publicar (1961), en el CNRS, L’automation.
Pero, más
allá de sus análisis concretos, el interés de este libro es la construcción de
una sociología del trabajo mediante una constante referencia a Marx. No
solamente porque se reclama del mismo sino porque a su entender -y con razón-,
Marx es uno de los pioneros del análisis del desarrollo del “sistema
automático de maquinismo”, por retomar una fórmula de los Grundrisse, desarrollado
por la “revolución industrial” que se inicia al final del siglo XVIII. Esa
revolución industrial capitalista introduce una ruptura radical con el
artesanado y la organización en oficios provenientes de las sociedades
precapitalistas, incluso aunque permanezcan dominantes en el siglo XIX y sigan
muy presentes posteriormente. Tanto más que las resistencias obreras se
inscriban a menudo en su horizonte. De hecho tiene lugar una ruptura casi
antropológica en la aproximación al trabajo.
El
movimiento obrero, Marx y el posterior marxismo, van a confrontarse con
dificultades y respuestas diversas en relación con este tema. Se cristalizan
alrededor de una cuestión central, la de la “separación” de los productores
con, no solamente la propiedad jurídica de los medios de producción, sino con
el trabajo -la misma actividad de producción-. La cual se socializa (se
organiza socialmente), aún tomando una cierta autonomía. Las discusiones de
Marx con Proudhon son a este respecto significativas de la problemática que
Marx comienza a construir.
Miseria de
la filosofía (1847), donde Marx critica la visión artesanal de
Proudhon, es un momento clave. Para este último, la máquina permitiría
restablecer “la unidad en el trabajo fragmentado”. La afirmación no
tiene sentido, puntualiza Marx, “la máquina es una reunión de instrumentos
de trabajo y de ninguna forma una combinación de trabajos para el mismo
obrero”. Y agrega: “Lo que caracteriza a la división del trabajo en el
taller automático es que el trabajo ha perdido todo carácter de especialidad.
Pero desde el momento en que cesa todo desarrollo especial, la necesidad de
universalidad, comienza a hacerse sentir la tendencia hacia un desarrollo
integral del individuo. El taller automático borra las especialidades y el
idiotismo del oficio/4.
A decir
verdad, cuesta comprender -fuera, precisamente, del recurso al homo faber-, como
la necesidad de universalidad puede comenzar a hacerse sentir en un taller
estructurado por el despotismo de fábrica y su división del trabajo. Será
necesario que Marx desarrolle sus análisis sobre el maquinismo y los sistemas
automáticos para indicar otro camino, como indica Pierre Naville en De
l’alienation à la jouissance. Este es uno de los raros marxistas que, rechazando
toda valorización del homo faber, señala la transformación del trabajo
que estaba teniendo lugar.
“Es
porque él [el trabajo]se ha separado del individuo, que ya no es la expresión
de una actividad personal de una relación directa con la naturaleza y con otro,
que ha tomado un carácter general cada vez más uniforme y semejante para todos
y es por ello que puede ser considerada su reapropiación social y no
estrechamente personal. El fin de la sujeción del trabajo no se encuentra en su
reapropiación personal igualitaria (solución artesanal), sino en su
‘transferencia’ sobre el aparato de producción técnica de alto rendimiento”. Habrá
que volver sobre esta idea de transferencia, ya que Pierre Naville la aclara
cuando habla de conseguir “su abolición [del trabajo, a su rechazo sobre el
aparato técnico socialmente organizado”/5. Dicho
esto, se ve que, como escribe Jan Spurk, “para Naville, siguiendo en esto a
Marx, la alienación no es, como pensaba Proudhon, una desposesión, una
usurpación de los derechos del individuo sobre su creación, sobre su obra
individual”/6.
Maquinismo y
automatización
La automatización
se desarrolla como un momento particular del maquinismo en el que “la
máquina reemplaza al hombre [porque] se mueve y opera automáticamente”, señala
Pierre Naville (p. 91). Y cita pasajes de la 4ª sección “la gran industria”
en el Libro I del Capital: “Un sistema de maquinismo forma por si mismo un
gran autómata que se mueve (...) Hay un verdadero sistema automático desde el
momento en que la máquina-útil ejecuta todos los movimientos necesarios para la
configuración de la materia prima sin la actividad del hombre y solo la reclama
posteriormente (...) El sistema de máquinas-útiles automáticos que reciben su
movimiento por transmisión de un autómata es la forma más desarrollada del
maquinismo productivo”. A pesar de que han aparecido nuevas tecnologías, en
particular la informática, son estos mismos principios los que funcionan en los
sistemas contemporáneos.
Desde
entonces se despliegan plenamente la separación del trabajo con el individuo y
la autonomización del sistema de producción. En el maquinismo, explica Marx, la
división del trabajo de “subjetiva” pasa a ser “objetiva”; es decir que ella
está cristalizada, objetivada, en las máquinas y los sistemas automatizados. De
golpe, el trabajo del individuo pierde el carácter especializado que tenía en
la organización en oficios y se estandardiza. Sin embargo, la división del
trabajo en el taller está basada en puestos de trabajo que permanecen aislados
los unos de los otros. Con la automatización propiamente dicha, esta división
se pone de alguna forma en movimiento para crear sistemas de relaciones
solidarias.
Pierre
Naville habla de una “disociación entre las funciones del hombre y las de la
máquina por diversos sistemas de intercambiabilidad entre las funciones humanas
de control [de la máquina]. En resumen, una distribución móvil de funciones
integradas se sustituye a una división de tareas aisladas. De ahí resulta que
las formas de cooperación en el trabajo serán también modificadas” (p.
171).
Por supuesto
que Pierre Naville no ignora el papel sobredeterminante de las relaciones
capitalistas que empujan a ganancias de productividad, y que las máquinas y los
sistemas automáticos funcionan entonces para producir plusvalía; más
exactamente la plusvalía relativa. Pero pretende tratar la novedad de este tipo
de relaciones tecnológicas que no existían en las sociedades precapitalistas.
Para él,
escribe Sylvie Célérier, “esta novedad se debe a los efectos del principio
de autonomía técnica que conecta series de operaciones cada vez más largas, que
funcionan sin intervenciones directas y componen ‘una sociedad técnica
autónoma’. Esta sociedad nueva está organizada por un conjunto de códigos que
forman un verdadero lenguaje y se superpone a la sociedad de los hombres, que
siguen siendo diseñadores y autores pero en condiciones modificadas”/7.
Queda por
tratar el estatuto de esta “sociedad técnica”, de la que Pierre Naville
habla a veces como de un conjunto casi orgánico que desarrolla sus propias
relaciones con la sociedad de los hombres, sin que se vea muy claro como se
articulan esas relaciones. Pero esa articulación para por el trabajo humano.
Ciertamente éste conoce una trasnformación profunda y se presenta cada vez
menos como una confrontación directa con la materia; por ello Pierre Naville
proponía hablar del trabajo automatizado como un “servicio”.
Sin embargo
no desaparece y es a través suyo como se organiza la articulación entre las dos
esferas: cualquiera que sea la importancia tomada por “la autonomía
técnica”, una “sociedad técnica” no puede existir por si misma. La
precisión es tanto más importante que el trabajo humano está siempre
estructurado por las relaciones sociales de producción, que estructuran pues
igualmente la forma tomada por esta “autonomía técnica”.
Una
dialéctica del tiempo de trabajo y del tiempo libre
Volvamos a
los comentarios de Pierre Naville, señalados al comienzo de este artículo,
sobre el debate Marx/Proudhon y un equívoco señalado en una cita ya recordada:
“El fin de la sujeción al trabajo no se encuentra en su reapropiación
personal (solución artesanal), sino en su separación definitiva de la persona
humana y en su ‘transferencia’ sobre el aparato técnico de alto rendimiento”.
El equívoco
en esta idea de “transferencia” es que podrá dejar creer en una
desaparición posible de todo trabajo humano (Naville habla incluso de
abolición), en beneficio de una producción automatizada. Se puede soñar pero es
mejor atenerse a nuestro horizonte histórico. En este marco, la fórmula de "transferencia"
puede dejar creer que este horizonte es la desaparición del trabajo, una utopía
tan vieja como el movimiento obrero, parcialmente reactivada en los años 1960,
en base precisamente al desarrollo de la automatización.
Más vale
hablar de una dialéctica del tiempo de trabajo y del tiempo libre”, por
retomar una fórmula de Ernest Mandel de la misma época/8.
Ella está particularmente presente en los Grundrisse a los que hace
ampliamente referencia Pierre Naville. Pero es interesante constatar que en El
salario socialista, cuando quiere definir un horizonte estratégico, Pierre
Naville reenvía a un pasaje del Tomo III del Capital, en el cual, según
él, Marx “ha trazado verdaderamente un plan de las condiciones esenciales de
una revolución socialista”/9.
Merece la
pena citarle íntegramente: “De hecho, el reino de la libertad comienza
solamente allá donde se cesa de trabajar por necesidad y oportunidad impuesta
desde el exterior; se sitúa pues por naturaleza más allá de la esfera de
reproducción material propiamente dicha. Análogamente con el hombre primitivo
que debe luchar contra la naturaleza para proveer a sus necesidades, mantenerse
en vida y reproducirse, el hombre civilizado está forzado, él también, a
hacerlo y hacerlo cualesquiera que sean la estructura de la sociedad y el modo
de producción. Con su desarrollo, se extiende igualmente la esfera de la
necesidad natural, ya que aumentan las necesidades; pero, al mismo tiempo, el
ensanchamiento para satisfacerlas. En esta materia, la única libertad posible
es que el hombre social, los productores asociados, regulen racionalmente sus
intercambios con la naturaleza, que la controlen en conjunto en lugar de ser
dominados por su potencia ciega y que realicen esos intercambios gastando el
mínimo de fuerza y en las condiciones más dignas, más conformes a la naturaleza
humana. Pero esta actividad constituirá siempre el reino de la necesidad. Es
más allá donde comienza el desarrollo de las fuerzas humanas como fin en sí, el
verdadero reino de la libertad que no puede desarrollarse más que basándose
sobre el otro reino, sobre otra base, la de la necesidad. La condición esencial
de este desarrollo es la reducción de la jornada de trabajo”/10.
La
problemática de la emancipación no se apoya ya sobre la única perspectiva del
tiempo libre, sino que de alguna forma se desdobla. Se trata a la vez de
emancipar el trabajo del dominio del capital y de emanciparse del trabajo. Y
supone mantener dos niveles de la práctica social.
La tradición
marxista ha borrado frecuentemente el necesario mantenimiento del trabajo como
esfera de actividad separada, creyendo (o dejando creer) que su perspectiva era
una reconstrucción de todas las actividades sociales alrededor de una
producción finalmente emancipada. Es importante subrayar que el pasaje citado
no deja ningún equívoco en relación con este tema.
“Un
trabajador móvil polivalente”
Naville
muestra bien que, para tratar de “la tendencia hacia un desarrollo integral
del individuo”, de la que hablaba Marx en su polémica con Prudhon, es
necesario salir del taller. “La industria moderna revoluciona de forma
constante la división del trabajo en el interior de la sociedad y precipita sin
parar de una rama a otra a masas de capital y de obreros. Es por lo que la
naturaleza de la gran industria entraña cambios en el trabajo del obrero, hace
fluida su función, hace de él un trabajador móvil polivalente”, escribe
Marx en el Libro I del Capital. De donde una exigencia de “reemplazamiento
del individuo parcial, simple apoyo de una función social de detalle, por un
individuo completamente desarrollado para quien diversas funciones sociales son
otras tantas formas de actividad que toman el relevo unas de otra”/11.
No se trata
pues de la polivalencia reencontrada del antiguo artesano en el puesto de
trabajo vía la introducción de nuevas tecnologías. Ello sería cometer el mismo
error que Proudhon, creer que la máquina permitiría restablecer “la unidad
en el trabajo fragmentado”. Mutatis mutandis, es sin embargo así como han
procedido diversos autores en los años 1960. Así la periodización que
desarrolla Alain Touraine, en sus estudios sobre la empresa Renault, en los que
grosso modo distingue tres fases en la evolución general del trabajo
industrial: la primera es la del obrero profesional que, apoyándose en el
oficio, dispone de una importante autonomía en el trabajo; la segunda es la de
descomposición del oficio, con el auge de los OS [obreros especializados, ntd];
la tercera es la de automatización que restaura la polivalencia.
Serge Mallet
retoma este análisis y ve en los ITC [Ingenieros, Técnicos y Cuadros, ntd] una “nueva
clase obrera” directamente portadora de aspiraciones autogestionarias.
André Gorz se sitúa en esta problemática en Stratégie ouvrière et
néocapitalisme [Seuil, 1964; hay traducción al castellano, Estrategia
obrera y neocapitalismo, Era, 1964-1976, ndt]. Posteriormente, en el post
1968, gira hacia los OS, para finalmente, en 1981, decir Adieux au prolétariat
[Le Seuil; traducción al catellano: Adios al proletariado, El Viejo
Topo, 1981, ndt].
Cuando
Pierre Naville realiza análisis de la evolución del proceso de trabajo se
desmarca claramente de esas concepciones. Así, en su entrevista de 1977 con
Jean-Marie Vicent, a la cuestión “¿En que se convierte el trabajo humano en
este contexto?” (p. 314) responde: “Es muy evidente que se aleja cada
vez más de las viejas actividades de oficio, por no decir del artesanado que
continúa obsesionando a los oponentes al capitalismo. La recomposición del
trabajo que esperaban no ha tenido lugar”.
No aporta
una mirada nostálgica hacia el pasado para proponer “volver a las
modalidades de trabajo en las que cada puesto dominaba secuencias bien determinadas
de un proceso de producción”. Explica: “No es cierto que haya que
lamentarlo, ya que la evolución actual contiene en germen grandes posibilidades
de emancipación. Curiosamente, se crea una situación en la que los hombres -el
trabajador colectivo- y los sistemas de máquinas son cada vez más distantes los
unos de los otros, donde la simbiosis precapitalista entre el hombre y sus
instrumentos de trabajo hace lugar a una verdadera separación. Hay una
autonomía relativa del sistema de máquinas que tiene por consecuencia una
autonomía, al menos relativa, al menos
potencial, de los colectivos de trabajo”.
Y todavía: “Evidentemente
no todos los trabajadores son supervisores, muchos cumplen siempre tareas
directas, penosas e insalubres, en ambientes técnicos poco avanzados. Pero es
innegable la tendencia hacia la desaparición de la relación individualizada
entre el obrero y ‘su’ máquina. La situación del trabajo está cada vez más
marcada por las nuevas formas de cooperación en el trabajo” (p. 315).
Por un nuevo
estatuto del asalariado
Permanece
una cuestión que no aparecía en los años 1960 pero que se ha convertido en
central bajo el efecto masivo de las políticas neoliberales de flexibilidad del
trabajo y de cuestionamiento de numerosos estatutos así como del desarrollo del
desempleo masivo. La problemática del “trabajador móvil polivalente”
debe articularse con la batalla del nuevo estatuto del asalariado. Si Pierre
Naville -y con motivo- no lo trata, en revancha Pierre Rolle, que se sitúa en
continuidad con él, proponía desde 1988 la instauración de “Un estatuto del
asalariado que le haga más independiente de las afectaciones particulares que
recibe a lo largo de su vida”. En su prefacio, Pierre Cours-Salies
desarrolla ampliamente esta dimensión del problema, detallando los debates
sindicales en curso sobre el tema.
Articulada
con la perspectiva de una reducción masiva del tiempo de trabajo, esta batalla
por un nuevo estatuto del trabajo asalariado es efectivamente decisiva y
requeriría una discusión específica. Yo propondré simplemente una observación
sobre el esclarecimiento que aporta Pierre Cours-Salies. De la misma forma que
se observa claramente como un tal estatuto supone una lógica de ruptura con la
mercantilización capitalista de la fuerza de trabajo, cuesta comprender como se
inscribe en una problemática de abolición de la condición salarial, mientras
que se trata precisamente de codificar un estatuo del asalariado, incluyendo
aportarle una dimensión constitucional.
Una tal
enfoque aclara el futuro (al menos para nuestro horizonte histórico) del
estatuto del “trabajador móvil polivalente” en una futura sociedad
socialista. El trabajo y el tiempo de trabajo van a continuar exisitiendo, como
actividades sociales específicas. Ciertamente, existen utopías (en el mal
sentido del término) de reactivación de formas de producción comunitarias
“artesanales”, que apoyándose sobre la automatización permitirían reapropiarse
de forma individual del trabajo, de la manera del antiguo artesano. Pero hay
que ir en el sentido inverso si se quiere esbozar ese estatuto.
La
autonomización de la actividad de producción, acompañada de una reducción del
tiempo de trabajo, no puede más que reforzar esta separación de la actividad de
producción en relación con las otras actividades. Ciertamente la explotación
capitalista habrá desaparecido, pero sin embargo los individuos no tendrán
acceso directo a los medios de producción, a la manera de un artesano. Este
acceso supondrá una relación salarial separada, como institución específica a
través de la cual los individuos pondrán su fuerza de trabajo a disposición de
la sociedad. Y la existencia de esta relación puede generar nuevas formas de
tensiones sociales, incluso de explotación. Es significativa en este sentido la
historia de los países del “socialismo real”. Y Pierre Naville reprocha con
razón a Ernest Mandel hacer de la clase asalariada en esos países una simple
forma contable que permite atribuir una parte del ingreso nacional al
trabajador, y haciendo esto “retomar a saciedad los manuales de economía
política estalinistas y neoestalinistas”/12 .
¿Fascinación
por la técnica?
Quedan por
tratar las contradicciones de la relación salarial capitalista que, entre otros
aspectos, se expresan por el desarrollo de la automatización. En los Grundrisse,
Marx explica: “El capital mismo es la contradicción en proceso, en lo
que se esfuerza de reducir el tiempo de trabajo a un mínimo, mientras que, de
otro lado, plantea el trabajo como única fuente de la riqueza. Es por lo que
disminuye el tiempo de trabajo necesario bajo la forma de trabajo necesario
para aumentarlo bajo al forma de trabajo superfluo”/13 .
Esta contradicción se expresa a través de la lucha de clases, a la vez sobre la
organización de la disminución del tiempo necesario y el reparto del trabajo
“superfluo”.
Pierre
Naville no ignora este problema, pero paradójicamente, para tratar de las
dinámicas de evolución, elude esta lucha de clases. Jean-Pierre Durant, que por
otra parte subraya la importancia heurística de los estudios de Pierre Naville,
habla de “el asombro por la técnica” presente en el último capítulo del
libro que abre algunas perspectivas sobre el futuro: “Si se relee bien
Naville, lo que nos propone es un sobrepasamiento del capitalismo sin
revolución social mediante una transformación técnica que se realiza a través
de la automatización”/14.
El rasgo es
quizá un poco forzado, pero señala bien los problemas planteados por “el
principio de autonomía técnica”, cuya dinámica parece remodelar el conjunto
de las relaciones sociales. Ciertamente, lo hemos dicho, Pierre Naville conoce
perfectamente la existencia de las relaciones de producción capitalistas, pero
la autonomización de las relaciones técnicas provenientes de la autonomización
parece arrastrar todo a su paso. Y los escritos más directamente políticos de
Pierre Naville de la misma época no despejan esa ambigüedad/15.
La
observación no quita nada a la pertiencia, siempre actual, de la temática de la
separación. Así, discutiendo (para criticarlos) los análisis de Yves Schwartz,
el sociólogo belga Mateo Alauf escribe: “Las ideologías que buscan la
emancipación obrera encontrarán su coherencia sobre cada uno de los dos ejes
que ordenan la representación de la clase asalariada. Se basarán, sea en
referencia a las formas artesanales y preconizarán la recomposición de las
tareas y una vuelta al trabajo completo, recualificando de alguna forma el trabajo:
la clase obrera reencontraría así su substancia perdida y el control sobre su
trabajo.
Así serían
reunidas las condiciones para que pueda reconciliarse con la sociedad. Sea, al
contrario, en referencia a una práctica que busque en la tendencia profunda de
separación del trabajador y su trabajo las condiciones de su emancipación que
el movimiento obrero encuentra entonces en su potencial de cuestionamiento”/16.
8/2016
Contretemps,
nº 30. http://www.contretemps.eu
Traducción: VIENTO
SUR
Notas
1/ Sobre el conjunto de las cuestiones tratadas en el artículo reenvío a mi
libro Travail et émancipation, Marx et le travail, Syllepse, 2003.
2/ Pierre Naville, Le nouveau Léviathan 1, De l’aliénation à la
jouissance. La genèse de la sociologie du travail chez Marx et Engels, Anthropos,
1974 (segunda edición).
3/ Jean-Marie Vincent, “La légende du travail”, en La liberté du
travail, Pierre Cours-Salies (coord.), Syllepse, 1995, p. 78.
6/ Michel Bitard, “L’aliénation chez Gorges Friedmann et Pierre Naville”,
en Des sociologues face à Pierre Naville ou l’archipel des savoirs, Michel
Burnier, Sylvie Célérier, Jan Spurk (dirs.), L’Harmattan, 1997, p. 65.
7/ Sylvie Célérier, “Division du travail et forme de la valeur”, en Des
sociologues face à Pierre Naville, ob. cit. p. 149.
8/ Ernest Mandel, La formation de la pensée économique de Karl Marx, François
Maspero, 1967 (traducción al castellano: La formación del pensamiento
económico de Marx. De 1843 a la redacción de El Capital. Estudio
genético, Siglo XXI Editores, 1974).
10/ Karl Marx, Le Capital, III.3., Éditions sociales, 1960, p. 198
(una traducción al castellano: El Capital (Obra completa). Crítica de la
economía política, Akal, 2000.
12/ Pierre Naville, Le nouveau Léviathan 2. Les échanges socialistes, Anthropos,
1974, p. 489. Dicho esto, no es apenas convincente la teoría de la explotación
propuesta por Naville para lo que llama el “socialismo de Estado”.
13/ Marx, Grundrisse, Éditions sociales, 2011, p. 662 (traducción al
castellano: Grundrisse. Elementos fundamentales para una crítica de la
economía política, Siglo XXI, 1976).
14/ Claude Durand, “Théorie du flux et automatisation des systèmes de flux
chez Pierre Naville”, en Des sociologues face à Pierre Naville, ob. cit.
p. 139 y 142.
15/ Ver, por ejemplo, su texto “Planifications et gestion democratique”, en
un Cahier du CES de 1963.
16/ Mateo Alaluf, “Le travail ne suffit pas à qualifier l’ouvrier”, La
liberté du travail, ob. cit., p. 1162.
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