Roberto Amaral
Artículo publicado en la edición 518 (octubre 2016)
de la revista América Latina en Movimiento de ALAI,
titulada “Democracia en jaque”. http://www.alainet.org/es/revistas/517
titulada “Democracia en jaque”. http://www.alainet.org/es/revistas/517
ALAI AMLATINA, 20/10/2016.- De la debacle de las izquierdas[1] y de las fuerzas
populares en las elecciones municipales brasileñas de octubre de 2016[2] —fruto de la
acumulación de errores tácticos y estratégicos, además de desviaciones éticas—
surge un cuadro sobre el cual debemos reflexionar, para sacar lecciones
necesarias. Tarea de quien quiere aprender de la historia y no seguir
repitiendo errores. Hay muchas lecciones y la primera de ellas es la
falacia de la conciliación de clases con la que tanto se enamoró el lulismo en
el gobierno. Se trata, sin embargo, esa debacle, de una derrota que no
puede ser recibida con sorpresa por ningún observador de nuestra escena
política, pues fue anunciada (para quienes querían ver y oír) por la previa
derrota en el debate ideológico[3] y la disputa por la
hegemonía. Pero este hecho objetivo no cierra toda la historia y requiere
un mínimo de contextualización. Es el difícil reto de este pequeño texto.
El proceso político en Brasil,
que también se explica por el avance del pensamiento y la acción de la derecha
—entre nosotros en proporciones desconocidas desde la redemocratización de 1945
con la caída del Estado Novo[4] — guarda, sin duda,
relaciones con los contextos internacional (en particular con el ascenso de la
derecha en Estados Unidos y Europa) y latinoamericano, particularmente en
América del Sur, con la crisis venezolana, la elección de Mauricio Macri en
Argentina, la consolidación de la derecha en Perú y, finalmente, la victoria
del No en el plebiscito de Colombia con el protagonismo del ex presidente
Álvaro Uribe, en el papel de líder de la derecha ortodoxa. Obviamente,
sobre nuestro marco político-institucional actuaron, e intensamente, los
intereses de Estados Unidos, descontentos, principalmente, con la política
exterior brasileña, que se llevó a cabo especialmente entre 2003 y 2011.
Esto no fue, sin embargo, el
elemento decisivo.
Estas elecciones no pueden
entenderse fuera de la crisis de la política del gobierno de Dilma Rousseff y
de la crisis ético-política del Partido de los Trabajadores (PT), ni de la
articulación que, con miras al golpe, reunió al gran capital financiero y al
agronegocio, los grandes medios de comunicación de masas, sectores
significativos del Poder Judicial y la alta burocracia estatal (como la Policía
Federal y el Ministerio Público). Fue precisamente esta articulación la
que aseguró la victoria del "golpe de nuevo tipo”[5] —pero bien conocido
en la historia de Brasil[6]—, operado por el
Congreso Nacional a través de un impeachment que determinó la anulación
del mandato legítimo de la presidenta, allanando el camino para la instauración
de un Estado autoritario en tránsito hacia una "dictadura
constitucional" apoyada por el Poder Judicial.
Esta misma articulación
claramente actuó durante las elecciones y es una de las responsables de sus
resultados.
Crisis ética
La historia no estaría bien
contada, si no se aborda la crisis ética que afectó a las administraciones
Lula-Dilma, y al PT y sus más destacados dirigentes, acusados de supuestos
delitos de corrupción. Estas acusaciones, muchas que incluso involucran
al ex presidente Lula —ícono de la izquierda brasileña y el líder popular más
importante de nuestro campo—, ampliadas y explotadas por la derecha y
amplificadas por los medios de comunicación, llevaron a la crisis doméstica de
la política partidaria, alentando las reacciones de la oposición e incluso
movimientos de masas.
De una u otra forma, consumado
el impeachment, las acciones del Ministerio Público Federal y del Poder
Judicial —en curso como movimiento continuo— se transformaron en una verdadera
“caza de brujas”, digna de los peores momentos del macartismo estadounidense,
centrado en el PT (cuyo registro se encuentra amenazado en el Tribunal
Electoral) y especialmente contra el ex presidente, amenazado con el
encarcelamiento, y contra quien se abrieron (y continúan abiertos) innumerables
procesos judiciales y policiales, todos con nítido trasfondo político, y todos
intentando vincular su imagen a la de un político corrupto, con el claro
objetivo de deslegitimarlo ante la opinión pública y las masas trabajadoras.
Las elecciones se realizaron
cuando el país ya estaba bajo el régimen Temer comandando la persecución de sus
adversarios. La legislación electoral que las rigió fue concebida para
fortalecer a los candidatos del poder y obstaculizar la elección de candidatos
populares, es decir, de aquellos que no tienen el apoyo de la maquinaria
política y económica. Así, se redujo el tiempo de campaña (para
beneficiar a los titulares de cargos públicos y a quienes tienen una exposición
permanente en los medios de comunicación, tales como presentadores de
televisión y, de forma especial y abusiva en Brasil, de pastores evangélicos
reaccionarios), la participación de partidos y candidatos en la radio y la
televisión se redujo al mínimo (candidatos de pequeños partidos como el PSOL,
tenían, en la campaña mayoritaria, algo así como 15 segundos de exposición
frente a una media de cinco minutos de sus adversarios), los debates se
redujeron a casi nada, presentados, siempre, con formatos esterilizantes en
altas horas de la noche.
Las elecciones también se
realizaron con el país en recesión, con elevadas tasas de desempleo e inflación
creciente, males que la sociedad, inducida por los medios de comunicación,
atribuyó al gobierno de Dilma Rousseff.
Ni por eso las izquierdas
brasileñas se unieron, y, desunidas, sufrieron una derrota sin precedentes
desde 1984. Así, en un año, han soportado dos reveses importantes: la
victoria del impeachment (con un amplio apoyo de las clases medias y el
silencio de las masas populares) y la victoria de la derecha en las elecciones
locales que se acaban de realizar. Con esta derrota, el ciclo que nace
con la Constitución de 1988 muestra su agonía, y con él muere el ciclo
neodesarrollista, sustituido por la asociación mutuamente dependiente del
Estado autoritario con un neoliberalismo fundamentalista.
Sale fortalecido el proyecto
neoliberal
La emergencia de las
izquierdas y de las fuerzas populares, que comenzó con los movimientos que marcaron
el final de la dictadura militar (1964-1984), da lugar al ascenso de la
derecha, con el desplazamiento del centro, perdido por las fuerzas populares.
Es significativa la aplastante derrota de la izquierda en el estado de
Sao Paulo, la mayor concentración proletaria del país, su más dinámico polo
económico, financiero y cultural. De esta victoria tratará de apropiarse
del gobierno Temer, buscando un mínimo de legitimidad, y de ella se apropiarán
las fuerzas reaccionarias, que profundizan su campaña antipetista y anti-Lula.
Su anunciada encarcelamiento —objetivo de las fuerzas conservadoras en
acción conjunta con el Ministerio Público y el Poder Judicial— se vuelve más
fácil y cercana. Cuando ocurra, sorprenderá tanto como el asesinato de
Santiago Nasar de García Márquez.
En síntesis, de este proceso
sale fortalecido el proyecto neoliberal. En este sentido, es importante
tener en cuenta, como hemos insistido en los textos anteriores, que el objetivo
del golpe no era ni es el impeachment (necesario), ni la posesión de
Michel Temer (una contingencia). El proyecto de la derecha con esta
operación es la implantación de un régimen de restricciones a los derechos
laborales y de seguridad social; la congelación de las inversiones en
educación, salud, ciencia y tecnología; la desnacionalización de la industria
nacional y el abandono del proyecto de desarrollo económico autónomo; el
retorno a una política exterior de Brasil subordinada a los intereses de
Estados Unidos, poniendo fin a la política de articulación con los países de
América del Sur y África, el debilitamiento del Mercosur y los BRICS; la
cancelación de los proyectos nucleares, cibernéticos y espaciales de Brasil,
que constituyen nuestros principales proyectos estratégicos. Al ser tan
anti-popular, el proyecto de la derecha, para sobrevivir, tendrá que transitar
del autoritarismo a la dictadura.
Ya sea para la resistencia de
hoy o para la disputa electoral de 2018 —y es la gran lección de la crisis—, no
hay otra alternativa para las izquierdas brasileñas que no sea su unidad como
fuerza hegemónica de un gran frente amplio cuyo espacio prioritario debe ser el
Frente Brasil Popular, que viene actuando desde 2015 y ya aglutina a los
partidos del campo progresista, el movimiento sindical, sectores significativos
de los movimientos sociales, intelectuales y estudiantes. Surgido en
2015, inspiraba a sus fundadores la resistencia al golpe y luego ese Frente se
constituiría en un espacio privilegiado de articulación de la izquierda,
llegando a convertirse en referente, junto con otros movimientos y frentes, de
la resistencia al impeachment, y ahora, al gobierno usurpador,
ilegítimo, de Michel Temer.
Roberto Amaral es escritor y politólogo, ex ministro de Ciencia y
Tecnología del primer gobierno de Lula. Autor de A
serpente sem casca (da crise à Frente Popular).
El autor agradece la colaboración con este artículo
de sus colegas Pedro Amaral y César Romero Jacob.
[1] En
comparación con 2012 (última elección municipal), el Partido de los
Trabajadores (partido hegemónico de la izquierda brasileña), perdió 10 millones
de votos (que no fueron transferidos a ninguna otra organización de izquierda)
y 242 prefecturas (datos de la primera vuelta) lo que representa el 45% de sus
alcaldes y el 60% de sus consejeros.
[2] Que implica
la elección de alcaldes y concejales de todos los 5.570 municipios brasileños,
y movilizar a un electorado de 145 millones (datos del Tribunal Superior
Electoral -TSE- y del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística, IBGE).
[3] Las limitaciones
de este texto no permiten un análisis sobre las transformaciones ideológicas
operadas en la sociedad brasileña y que comenzaron a ser evidentes a partir de
las llamadas “jornadas de junio” de 2013. Menciono tan solo un elemento,
todavía a la espera de sus exégetas, que es el avance de la prédica de los
evangélicos pentecostales, que en Brasil crecieron del 3,2% de la población en
1980 al 13,3 en 2010. A propósito del voto de la
derecha en zonas de predominio pentecostal, ver: A Geografia do voto nas
eleições Presidenciais do Brasil: 1989-2006. Rio de Janeiro, Editora PUC-Rio, 2010.
[5] Se
generalizó la expresión para significar, en contraste con la tradición
latinoamericana, los golpes llevados a cabo sin el uso de la violencia militar
(Brasil-1964, Chile-1973, por ejemplo), del que son ejemplo los casos de
Honduras (2009) y de Paraguay (2012). Con el mismo sentido, los autores
alemanes consagraron el concepto de Ein kalter Putsche (golpe
frío). Una derivación es la expresión "dictadura
constitucional", con la cual definimos al régimen brasileño actual.
Otra de sus características es lo que se denomina como "golpe
continuado", siempre inconcluso y en proceso, de implementación en un
tiempo gradual y continuo.
[6] Entre muchos
otros ejemplos: (1) en 1955, para que asuman los electos en la disputa
presidencial, Juscelino Kubitschek y Goulart, posesión que estaba amenazada, el
Congreso declaró “inhabilitados para el ejercicio de la Presidencia” (figura
desconocida por el derecho constitucional de Brasil) al Presidente Café Filho y
al Vicepresidente (diputado Carlos Luz, Presidente de la Cámara de Diputados) y
dio paso a la posesión, siguiendo el orden constitucional de sucesión, del
presidente del Senado, senador Nereu Ramos, y (2) en 1961, debido a la renuncia
del presidente Janio Quadros y el veto de los ministros militares a la posesión
del vicepresidente, João Goulart, el Congreso Nacional, consolidando un
acuerdo, transformó, en una noche, el régimen presidencialista en
parlamentario, reduciendo los poderes del presidente de la República (elegido
en un régimen presidencial), para así asegurar su posesión.
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