28/10/2016
Opinión
Pocas dudas existen respecto a que la
autorregulación del mercado financiero para un país tiene consecuencias
similares a las del juego de la ruleta rusa para un individuo. Hasta el
mismísimo zar de la Reserva Federal Norteamericana y arquitecto de la desregulación
financiera, que condujo al colapso de 2008, Alan Greenspan, parece estar
reconsiderando su confianza en el interés propio y los mercados autorregulados.
“He cometido un error presumiendo
que el interés propio de las organizaciones, específicamente de bancos y
similares, era tal, que estas organizaciones eran las más competentes para
proteger a sus propios accionistas y sus activos en las firmas”[1]
Menos dudas caben acerca de lo nocivo que puede ser
para el mundo el mercado financiero desregulado. Si el interés propio, sin
regulación que lo contenga como medio de organización de las finanzas de un
país, lo conducirá más temprano que tarde al colapso, es más que seguro que llevado
a escala internacional el colapso es más probable, más rápido y más pernicioso.
¿Por qué es esto así? Al menos por dos razones. La primera es porque es más
fácil regular una entidad bancaria nacional que una extranjera, porque la
extranjera, además de contar con su propio poder de fuego financiero, cuenta
con redes internacionales de soporte, de cabildeo y el apoyo de su propia
embajada. Otra razón es que los empresarios nacionales pueden tener más
elementos de arraigo con el país, ya sea por vínculos familiares y personales,
apegos materiales como propiedades, o hasta nacionalismo o empatía con el resto
de la sociedad, que son apegos de los que carecen las entidades extranjeras.
Es así que la banca extranjera juega un papel
desestabilizador en las economías internas, contribuyendo a la fuga de
capitales, la especulación cambiaria y la evasión impositiva. El ciudadano de a
pie, víctima de la propaganda engañosa y la invasión cultural que abruma
nuestras pantallas de televisión, tiende a pensar que la banca externa es un
muro de seguridad frente a las crisis financieras en Latinoamérica. Sin
embargo, nada está más alejado de la realidad como lo aprendieron los
argentinos que depositaron sus dólares ahorrados en instituciones como el
Boston o el City Bank y en 2002 solo les devolvieron fracciones de este dinero.
EEUU, cuando era un país en desarrollo, también tenía muy claro este papel
desestabilizador de la banca externa y no solo prohibían la existencia de
entidades financieras extranjeras y prohibían la existencia de directores
extranjeros en la banca nacional, sino que también les exigían a los directores
estadounidenses que no representaran intereses externos.
El debate sobre si las crisis financieras son
endógenas o exógenas, es decir, si son inevitables porque las desarrolla el
propio sistema, o si por el contrario, nacen como consecuencia de choques
externos, como por ejemplo fallos de política, ha sido zanjado con la evidencia
aportada por la reciente crisis internacional que coincide con uno de los
períodos de menor regulación de la historia monetaria global.
Como hemos explicado en dos notas anteriores (“Las
consecuencias económicas de la dolarización” y “¿Quién gana con la
dolarización?”), la falta de coordinación monetaria internacional no solo
está sembrando el planeta de dólares que el gobierno norteamericano nunca podrá
devolver al precio actual (valuado en bienes), sino que además es una fuente de
la inestabilidad recurrente que afecta la economía global y debilita las
economías domésticas de los países en desarrollo. La perversidad de la
arquitectura financiera vigente queda de manifiesto con el hecho de que los
países pobres son los que le aportan financiamiento a los países desarrollados,
y no al revés como sería de esperar si se aspirara mínimamente a lograr una
convergencia en los niveles de desarrollo entre países. El flujo “al revés” de
los capitales es de tal magnitud que los países avanzados pueden mantener en
conjunto un déficit de su cuenta corriente (del -0.9% del PIB entre 2002 y
2008, y del 0.4% entre 2009 y 2013 de acuerdo al FMI), mientras que los países
pobres están obligados a mantener superávits (del 3.1% entre 2002 y 2008 y del
1.4% entre 2009 y 2013). Tan relevante es esta cuestión que tiene nombre y
apellido, la Paradoja de Lucas.[2]
Dos caminos pueden liberarnos del problema actual.
Uno consiste en rediseñar el sistema financiero global. Pero como lograrlo
involucra el apoyo de quienes serían los principales perjudicados de este
rediseño, es decir, los EEUU y la Unión Europea (que controlan las dos
principales instituciones financieras internacionales, FMI y Banco Mundial, y
son quienes más se lucran con la emisión de las dos monedas de transacción y de
reserva internacional), es de esperar que no actúen en contra de su interés
inmediato y nunca apoyen con sinceridad los esfuerzos de coordinación monetaria
global. El segundo camino consiste en buscar alternativas individuales o que
involucren una cooperación regional.
Sobre el primer camino, el rediseño del sistema
financiero internacional, han existido propuestas de gran calado. Keynes, en
primer lugar, propuso la creación de una “Unión de Clearing Internacional”, con
la creación de una moneda internacional, el Bancor. Los países establecerían el
tipo de cambio entre sus monedas y el Bancor. La propuesta involucraba
penalidades para quienes tuvieran desbalances significativos en sus cuentas
corrientes, ya sean déficits o superávits, y pre-establecía mecanismos
automáticos y no automáticos de corrección. Por ejemplo, si el déficit excedía
una cuarta parte de la suma de sus exportaciones e importaciones promedio
anuales, el país tendría que devaluar un 5% su moneda y pagar un 1% del monto
de desbalance que iría a constituir un fondo común (de propiedad de la Unión de
Clearing). Los países superavitarios también tendrían que realizar ajustes
sobre la economía real, ya sea elevando salarios, apreciando su moneda,
reduciendo sus tarifas, prestándoles a los países pobres o aumentando la
demanda interna, Igualmente sufrirían la misma penalidad del 1% por el
desbalance. Este diseño institucional desacopla la oferta mundial de dinero de
reserva y transacción internacional de la moneda nacional de cualquier país.
Ninguna moneda nacional sería una moneda de reserva, es decir, que se
desdolarizarían (o deseurizarían)[3]
las finanzas internacionales y, además, la Unión generaría ingresos por
señoreaje y multas que podrían ser utilizados para solventar bienes públicos
globales.
Se han presentado otras propuestas que avanzaron
sobre esta inicial de Keynes, entre las que destacan las de Paul Davidson y las
de Greenwald y Stiglitz. Todas comparten el objetivo de desacoplar la oferta de
dinero para transacciones y reservas internacionales de la moneda de un país en
particular, el de penalizar a los países que sostengan superávits continuos y
el de proveer a la economía mundial de un activo con un valor más estable que
la moneda de un país como el dólar de EEUU.
De todos modos, a pesar de que estas propuestas de
rediseño institucional del sistema financiero son totalmente factibles, podemos
calificarlas de “utópicas” porque ninguna será implementada debido a que los
perdedores que generarían, básicamente quienes hoy emiten moneda transaccional
y de reserva internacional, esto es EEUU y la UE, son quienes nunca apoyarán
esta iniciativa.
Así, mientras el mundo tenga esta dirigencia global
irresponsable, no se implementarán estas propuestas superadoras de la situación
actual, lo que significa que los países de Latinoamérica deben avanzar por el
segundo camino, el de explorar alternativas individuales o de coordinación
regional, que exploraremos en un siguiente artículo.
Guillermo Oglietti, Investigador de la Unidad de
Debates Económicos de CELAG.
[1] "I made a mistake in
presuming that the self-interests of organizations, specifically banks and
others, were such as that they were best capable of protecting their own
shareholders and their equity in the firms." House Oversight and Government
Reform Committee, Oct. 23, 2008
[2] En referencia al Nobel Robert
Lucas, quien planteó la paradoja en el artículo “¿Por qué el capital no fluye
desde los países ricos a los países pobres?” en un artículo de 1990.
[3] Debemos notar que el euro tiene
la aspiración de competir con el dólar como moneda transaccional y de reserva
internacional, no representa un cambio de sistema sino un cambio de rentista.
http://www.alainet.org/es/articulo/181312
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