Estimados amigos:
El tiempo resulta la mejor enseñanza cuando permite
recordar lo que pasó en el Perú que, en algunos momentos merecen ponerse en evidencia
como el décimo aniversario de la muerte del ilustre ciudadano Valentín Paniagua
Corazao, lo que nos lleva a la memoria del porque tenemos que recordar la
intervención de Valentín Paniagua en los acontecimientos pasados como si fuese
hoy.
De los dieciséis años en que se derrumbó el gobierno
autoritario, con el agregado de haber sido el más corrupto del siglo XX,
exactamente en los últimos días del mes de noviembre de año 2000, el sátrapa
Alberto Fujimori huyó del Perú y renunció por fax a la presidencia de la
república.
Y ¿por qué? La respuesta, corresponde cuando existe
una correlación inversa proporcional entre la huida y la renuncia de Fujimori y
la presencia inevitable de Paniagua elegido presidente transitorio. Elección
hecha por el Congreso de la República para que el mandato se ejerza en no más
de ocho meses tanto para convocar a elecciones para presidente y miembros del
Congreso, como para reordenar la República, a fin dejar el campo electoral
libre para que las nuevas autoridades elegidas asumen el Poder Ejecutivo y el
Poder Legilativo.
Empero, no cabe solamente refrescar el traslado de un
gobierno autoritario mafioso y pasar con optimismo a la sucesión deseada de
gobiernos democráticos que entre otras cosas les habría de corresponder terminar
de fumigar el Perú de las lacras (ratas y mucas) civiles y militares que,
aparecieron no sólo con tanta vehemencia en los noventa; sino que, este hecho
no puede ser recordado aislado de los antecedentes de porque llegamos en
condiciones denigrantes para retirar la satrapía de la imagen del Perú en el
año justo que terminaba el siglo XX.
Partiremos de cómo con la vigencia de la Constitución
Política de 1979 se acentuaron los esfuerzos de cambios en el país no sólo de
su Estado, sino en el comportamiento de los futuros gobiernos, pero las
administraciones de la década del 80 no cumplieron el mensaje, porque los ocupó
de lleno la crisis financiera heredada del gobierno militar (la deuda externa
creció siete veces más) no había forma de cumplir con los pagos, aparte de las
repercusiones en la economía interna por la recesión. Donde también estuvo la
acción terrorista, de la que no se sabía cómo combatirla y que cada vez más se
ahondaba sus actos demenciales y criminales.
A ello, se lamentó los gobiernos que crisparon la vida
peruana, es bien sabido que fueron amigos de la corrupción, como ocurrió que
desde 1985 en adelante con el primer gobierno de Alan García Pérez, éste
serviría de antecedente perverso de lo que nos esperaría con los gobiernos de
Alberto Fujimori Fujimori, igualmente de corruptos.
Después de 1990 se sumó el autoritarismo de los casi
tres gobiernos de Fujimori, donde se oso aprobar la Constitución Política de
1993 como el instrumento que serviría, para realizar la contrarreforma política
y los intentos de transformación que propugna la Carta de 1979.
Es así que, se impidió el desarrollo de la
descentralización, que significa la distribución del poder social. Los pasos
siguientes fueron eliminar la participación del Estado no sólo en la organización
descentralista, sino en todo lo que significara su institucionalidad. Esto
último respondía al capítulo que en la carta del 93 se refería a los paradigmas
de la opción económica neoliberal y de considerar al Estado mínimo y sólo
subsidiario, contrarios a la economía social de mercado con un Estado que
dejaría de ser regulador y promotor en sus estratégicas empresas
(hidrocarburos, gas y electricidad) soporte de una república soberana.
En este nuevo siglo hubo la gran oportunidad partiendo
del Gobierno de la Transición Constitucional, presidido por Valentín Paniagua
Corazao (22 de Noviembre del 2000 al 28 de Julio del 2001) en que entraríamos a
una etapa distinta a favor de gobiernos democráticos. La esperada acción
gubernamental era contraria a los gobiernos conservadores del doble discurso en
lo económico, donde el mercado abierto no existía, para mantener el
mercantilismo y en lo político constitucional siempre estaba el peligro del
autoritarismo asolapado.
Lamentablemente, despues de los gobiernos del mal
andar de la década del 90, no hubo la continuidad progresista esperada con los
gobiernos siguientes a partir del 2001 en que no se alcanzaría el
desarrollo propio, forjador de lo nacional; y, particularmente en la lucha
contra la corrupción instalada en la administración pública.
El gobierno de la Transición Constitucional en el año
2000 inició esta lucha contra la corrupción, al establecerse los Juzgados de la
Anticorrupción que hicieron dentro de los debidos procesos confinar por un
tiempo amplio en las cárceles a cientos de arrebatadores de los fondos públicos
en la fatídica década del 90. Resultó la operación implacable no
registrada en los anales de la historia desde 1824 en que comenzamos a ser
república.
Sin embargo. los intentos por estos y otros cambios
quedaron truncos, por falta de decisiones políticas por parte de los gobiernos
de Toledo, García Pérez y Ollanta Humala, lo mismo pasó con los otros poderes
públicos y entidades autónomas que no realizaron cambios bajo el espíritu democrático
que alumbró la Transición del gobierno de ocho meses de Valentín Paniagua
Corazao.
Así, se comprueba que tampoco se realizarían los
cambios en el Congreso de la República en cuanto a su composición, para mostrar
una mayor y directa representatividad bicameral y con la existencia del voto
uninominal en la cámara de diputados.
Los hechos que se observan demuestran la situación mezquina expresada en
la carencia de perspectiva de una democracia de participación, al mantener la
unicameralidad, es una evidencia de la exclusión de la representación de otros
sectores ciudadanos como de las comunidades campesinas y selváticas.
Ello era consecuencia del pensamiento conservador de
raíces autoritarias y de las indecisiones parlamentarias con lo cual se ha impedido
la reforma política, y en la que faltó visión de institucionalidad renovadora.
Lo mismo esta pasado con el Poder Judicial, la Fiscalía de la Nación, el Jurado
Nacional de Elecciones y la Contraloría General.
Pero dejemos a los tres gobiernos posteriores a la
satrapia fujimorista que, no es motivo de este recuerdo y pasemos a ocuparnos
de Valentín Paniagua y del gobierno transitorio constitucional que
presidió, desde fines de noviembre del 2000 hasta el 28 de julio del 2001. A
Valentín Paniagua le correspondió comenzar a reordenar la vida pública peruana
que desde 1980 hasta 1992 viviera la democracia representativa, y que, el 5 de
abril de 1992 se rompió con los mandatos de la Constitución Política de
1979. Paniagua como hombre de principios éticos y de una formación
política impecable, vertió desde cuando apareció en la administración del
Estado en 1963 al ser elegido diputado por el Cuzco y ministro de justicia
durante el primer gobierno de Fernando Belaúnde. Después en 1980 salió elegido
como diputado por Lima, presidente de la Cámara de Diputados y ministro de
educación durante el segundo gobierno de Belaúnde Terry.
Se observa que los cargos tanto por elección
universal, como por los de designación, Valentín Paniagua los desempeñó bajo la misma égida y el mismo
compás que marcó su fiel adhesión a los fundamentos de la política de centro y
de la renovación de los fueros libertarios de la ideología social cristiana y
el mensaje de la doctrina del Perú histórico.
Paniagua no nació fruto de la improvisación y del
acomodo camaleónico puesto de moda desde 1992 a la fecha, sin olvidar que antes
del 90 también hubo pases en corto de una agrupación acompañada de los cambios
ideológicos a otra que, como ejemplo más emblemático, es el partido aprista en
que integralmente se trasladó a formar una coalición con el odriísmo en 1963,
pasando del reformismo al conservadorismo de la derecha tan repudiada antes por
los dirigentes máximos del aprismo. Justificada transformación bajo la
concepción del espacio/ tiempo/histórico.
Con Paniagua lo dicho sobre lo ocurrido con el
aprismo, a partir de 1963 no cuenta. El fue distinto, perteneció a otra
identidad no comparable, y por tanto, merece una diferente apreciación. Porque
hasta el nombre de Valentín conjuga con valores éticos de humanismo y de
voluntaria fuerza de ser el dirigente político tan ariesgado y depositario de
un perenne liderazgo democrático.
Paniagua es valiente porque se enfrentó
a los densos residuos del autoritarismo mafioso y colonialista, bajo peligro de
desaparecer, y por ello no sería comprendido por la ciudadanía, porque se
atrevió hacer lo que hizo; cara desilución, fue para Paniagua que, el 2006 no
fuera el ganador de la presidencia. Valentín Paniagua fue visto como el
romántico soñador perteneciente al mundo desconocido por los votantes.
Contrariado por los lemas inexplicables para la ética y la inteligencia social
como lo que se dice: “la democracia no se come”, “roba, pero hace obra” y
“nuestro gobierno mató menos“.
Valentín también hace honor a su nombre en ese in
final como la inopia en un significativo número de
peruanos que ignoran su historia en relación a otro menor número de otros
peruanos que si la conocen, e igualmente ocurre al no darse por enterado o
desconocer lo que representa las posibilidades de vivir en
democracia. Hace quince años que se vive bajo una democracia política
precaria, sin atisbos de la democracia social. Paniagua fue un ciudadano cuando
en su intervenciones en el parlamento, como dirigente político y profesor
universitario trasmitió los hechos de nuestra historia objetiva y sin
prejuicios.
Valentín fue contrario a la intolerancia de
los ciudadanos peruanos que reclaman casi hasta la muerte su preferencia por
las dictaduras y los gobiernos fuertes que, después terminan repudiados, casos
del trío de Leguia, Odría y Fujimori. No habría espacio en Paniagua para la intolerancia
testaruda de aflojar por los gobiernos repetitivos de corrupción
eligiendo dos veces a García Pérez y dar votos increíbles a las dos veces
derrotada Keiko Fujimori, heredera de los gobiernos mafiosos de su padre.
Valentín hace honor a ser contrario a la incapacidad
al no formar partidos democráticos, incapacidad para no
tener gobiernos e instituciones presididos bajo liderazgos. Se prefieren a los
caudillos y a los mandones que repetidamente tenemos en el Perú, estos
arrastran adeptos del clientlelaje desde el siglo XIX en que votaban por una
libra -de diez soles-, el pan con queso y la copa de pisco. La incapacidad
al no distinguir que el trío del siglo XX, los corruptos y
arrebatadores duraron más del tiempo requerido: once años Leguía, ocho años
Odría y queriendo de ser reelegido en 1962 con una apreciable votación en Lima;
y por último, Fujimori que estuvo diez años y fue reelegido forzadamente por cinco
años más.
Valentín Paniagua Corazao merece ser recordado por su
valentía y contrario a la inopia, a la intolerancia y a la incapacidad cívica que se arrastra por casi doscientos años de
vida republicana.
Atentamente,
Fernando Arce Meza
CEL 1900
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