LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA1
Los propios fautores
de la democracia —el término democracia es empleado como equivalente del
término Estado demo-liberal-burgués— reconocen la decadencia de este sistema
político. Convienen en que se encuentra envejecido y gastado y aceptan su
reparación y su compostura. Más, a su parecer, lo que está deteriorado no es la
democracia como idea, como espíritu, sino la democracia como forma.
Este juicio sobre el
sentido y el valor de la crisis de la democracia se inspira en la incorregible
inclinación a distinguir en todas las cosas cuerpo y espíritu. Del antiguo
dualismo de la esencia y la forma, que conserva en la mayoría de las
inteligencias sus viejos rasgos clásicos, se desprenden diversas
supersticiones.
Pero una idea
realizada no es ya válida como idea sino como realización. La forma no puede
ser separada, no puede ser aislada de su esencia. La forma es la idea
realizada, la idea actuada, la idea materializada. Diferenciar, independizar la
idea de la forma es un artificio y una convención teóricos y dialécticos. No es
posible renegar la expresión y la corporeidad de una idea sin renegar la idea
misma. La forma representa todo lo que la idea animadora vale práctica y
concretamente. Si se pudiese desandar la historia, se constataría que la
repetición de un mismo experimento político tendría siempre las mismas
consecuencias. Vuelta una idea a su pureza, a su virginidad originales, y a las
condiciones primitivas de tiempo y lugar, no daría una segunda vez más de lo
que dio la primera. Una forma política constituye, en suma, todo el rendimiento
posible de la idea que la engendró. Tan cierto es esto que el hombre,
prácticamente, en religión y en política, acaba por ignorar lo que en su
iglesia o su partido es esencial para sentir únicamente lo que es formal y corpóreo.
Esto mismo les pasa
a los fautores de la democracia que no quieren creerla vieja y gastada como
idea sino como organismo. Lo que estos políticos defienden, realmente, es la
forma perecedera y no el principio inmortal. La palabra democracia no sirve ya
para designar la idea abstracta de la democracia pura, sino para designar el
Estado demo-liberal-burgués. La democracia de los demócratas contemporáneos es
la democracia capitalista. Es la democracia-forma y no la democracia-idea.
Y esta democracia se
encuentra en decadencia y disolución. El parlamento es el órgano, es el corazón
de la democracia. Y el parlamento ha cesado de corresponder a sus fines y ha
perdido su autoridad y su función en el organismo democrático. La democracia se
muere de mal cardíaco.
La Reacción
confiesa, explícitamente, sus propósitos anti-parlamentarios. El fascismo
anuncia que no se dejará expulsar del poder por un voto del parlamento2.
El consenso de la mayoría parlamentaria es para el fascismo una cosa
secundaria; no es una cosa primaria. La mayoría parlamentaria, un artículo de
lujo; no un artículo de primera necesidad. El parlamento es bueno si obedece;
malo si protesta o regaña. Los fascistas se proponen reformar la carta política
de Italia, adaptándola a sus nuevos usos. El fascismo se reconoce
anti-democrático, anti-liberal y anti-parlamentario. A la fórmula jacobina de
la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad oponen la fórmula fascista de la
Jerarquía. Algunos fascistas que se entretienen en especulaciones teóricas,
definen el fascismo como un renacimiento del espíritu de la contrarreforma...
Asignan al fascismo un ánima medioeval y católica. Aunque Mussolini suele decir
que "indietro non si torna"3,
los propios fascistas se complacen en encontrar sus orígenes espirituales en la
Edad Media.
El fenómeno fascista
no es sino un síntoma de la situación. Desgraciadamente para el parlamento, el
fascismo no es su único ni siquiera su principal enemigo. El parlamento sufre,
de un lado, los asaltos de la Reacción, y de otro lado, los de la Revolución.
Los reaccionarios y los revolucionarios de todos los climas coinciden en la
descalificación de la vieja democracia. Los unos y los otros propugnan métodos
dictatoriales.
La teoría y la
praxis de ambos bandos ofende el pudor de la Democracia, por mucho que la
democracia no se haya comportado nunca con excesiva castidad. Pero la
Democracia cede, alternativa o simultáneamente, a la atracción de la derecha y
de la izquierda. No escapa a un campo de gravitación sino para caer en el otro.
La desgarran dos fuerzas antitéticas, dos amores antagónicos. Los hombres más
inteligentes de la democracia se empeñan en renovarla y enmendarla. El régimen
democrático resulta sometido a un ejercicio de crítica y de revisión internas,
superior a sus años y a sus achaques.
Nitti no cree que
sea el caso de hablar de una democracia a secas sino, más bien, de una
democracia social. El autor de La Tragedia de Europa es un demócrata
dinámico y heterodoxo. Caillaux preconiza una "síntesis de la democracia
de tipo occidental y del sovietismo ruso". No consigue Caillaux indicar el
camino que conduciría a ese resultado. Pero admite, explícitamente, que se
reduzca las funciones del parlamento. El parlamento, según Caillaux, no debe
tener sino derechos políticos y no desempeñar una misión de control superior.
La dirección completa del Estado económico debe ser transferida a nuevos
organismos.
Estas concesiones a
la teoría del Estado sindical expresan hasta qué punto ha envejecido la antigua
concepción del parlamento. Abdicando una parte de su autoridad, el parlamento
entra en una vía que lo llevará a la pérdida de sus poderes. Ese Estado
económico, que Caillaux quiere subordinar al Estado político, es una realidad
superior a la voluntad y a la coerción de los estadistas que aspiran a
aprehenderlo dentro de sus impotentes principios. El poder político es una
consecuencia del poder económico. La plutocracia europea y norteamericana no
tiene ningún miedo a los ejercicios dialécticos de los políticos demócratas.
Cualquiera de los trusts o de los "carteles" industriales de Alemania
y Estados Unidos influye en la política de su nación respectiva más que toda la
ideología democrática. El plan Dawes y el acuerdo de Londres han sido dictados
a sus ilustres signatarios por los intereses de Morgan, Loucheur, etc.
La crisis de la
democracia es el resultado del crecimiento y la concentración simultáneos del
capitalismo y del proletariado. Los resortes de la producción están en manos de
estas dos fuerzas. La clase proletaria lucha por reemplazar en el poder a la
clase burguesa. Le arranca, en tanto, sucesivas concesiones. Ambas clases
pactan sus treguas, sus armisticios y sus compromisos, directamente, sin
intermediarios. El par- lamento, en estos debates y en estas transacciones no
es aceptado como árbitro. Poco a poco, la autoridad parlamentaria ha ido, por
consiguiente, disminuyendo. Todos los sectores políticos tienden, actualmente,
a reconocer la realidad del Estado económico. El sufragio universal y las
asambleas parlamentarias, se avienen a ceder muchas de sus funciones a las
agrupaciones sindicales. La derecha, el centro y la izquierda, son más o menos
filo-sindicalistas. El fascismo, por ejemplo, trabaja por la restauración de
las corporaciones medioevales y constriñe a obreros y patrones a convivir y
cooperar dentro de un mismo sindicato. Los teóricos de la "camisa
negra" en sus bocetos del futuro Estado fascista, lo califican como un
Estado sindical. Los social-democráticos pugnan por injertar en el mecanismo de
la democracia los sindicatos y asociaciones profesionales. Walter Rathenau, uno
de los más conspicuos y originales teóricos y realizadores de la burguesía,
soñaba con un desdoblamiento del Estado en Estado industrial, Estado
administrativo, Estado educador, etc. En la organización concebida por
Rathenau, las diversas funciones del Estado serían transferidas a las
asociaciones profesionales.
¿Cómo ha llegado la
democracia a la crisis que acusan todas estas inquietudes y conflictos? El
estudio de las raíces de la decadencia del régimen democrático, hay que
suplirlo con una definición incompleta y sumaria: la forma democrática ha
cesado, gradualmente, de corresponder a la nueva estructura económica de la
sociedad. El Estado demo-liberal-burgués fue un efecto de la ascensión de la
burguesía a la posición de la clase dominante. Constituyó una consecuencia de
la acción de fuerzas económicas y productoras que no podían desarrollarse
dentro de los diques rígidos de una sociedad gobernada por la aristocracia
y la iglesia. Ahora, como entonces, el nuevo juego de las fuerzas económicas y
productoras reclama una nueva organización política. Las formas políticas,
sociales y culturales son siempre provisorias, son siempre interinas. En su
entraña contienen, invariablemente, el germen de una forma futura. Anquilosada,
petrificada, la forma democrática, como las que la han precedido en la
historia, no puede contener ya la nueva realidad humana.
NOTAS:
1 Publicado en Mundial: Lima, 14 de
Noviembre de 1925.
2 Téngase en cuenta que el presente ensayo fue
escrito cuando el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteoti provocó la
agrupación de un centenar de diputados, que resolvieron no asistir a las
sesiones de su cámara con el propósito de privar al fascismo de la apariencia
legal que rodeó su ascenso al poder. Y, desde luego, podrá apreciarse cuán
ciertas resultaron a la postre, las previsiones hechas a continuación por José
Carlos Mariátegui.
3 Esta frase —tan grata a Mussolini, como lo
destaca José Carlos Mariátegui— fue concebida, quizá, para hacer alarde de la
fuerza fascista e infundir confianza a la pequeña burguesía desorientada o
atemorizar a los remisos. Después fue la fórmula que expresaba la empecinada
insistencia en las medidas impresionantes, aunque poco efectivas, y cuyo
abandono o enmienda era estimado como lesivo para el prestigio del movimiento.
Y, cuando fue necesario encubrir su carácter retardatario, se convirtió en uno
de los lemas básicos de la "doctrina" fascista, según se desprende de
la exégesis que su propio creador redactara para la Enciclopedia italiana:
"Las negaciones fascistas del socialismo, de la democracia, del
liberalismo, no deben hacer creer que el fascismo quisiera empujar al mundo a
lo que era antes de 1789, considerado como año de apertura del siglo
democrático-liberal. No se puede volver atrás".
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