Robert
Fisk
Predecibles
pamplinas se oyen decir sobre Donald Trump y Medio Oriente. ¿Cómo puede el
mundo musulmán hacer frente a un hombre que es islamófobo? Porque de hecho eso es
lo que Trump es. Es una desgracia para su país y para su pueblo… el cual, el
cielo se apiade, lo eligió.
Pero hay un pensamiento tranquilizador. El
prestigio estadunidense en la región ha caído tan bajo, la creencia del mundo
árabe (y muy posiblemente de Israel) en el poder de Washington se ha
quebrantado tanto por la estupidez e ineptitud de sus presidentes, que más bien
sospecho que poca atención se prestará a Trump.
No tengo muy claro en qué momento el respeto por la
gobernanza estadunidense comenzó a derrumbarse. Sin duda estaba en la cúspide
cuando Eisenhower dijo a británicos, franceses e israelíes que salieran del
canal de Suez, en 1956. Tal vez Ronald Reagan, al mezclar sus cartas y llevar
su presidencia hacia las etapas iniciales del Alzheimer, tuvo un efecto más
profundo de lo que creíamos. Alguna vez un diplomático noruego me contó que se
había sentado a hablar con Reagan sobre Israel y Palestina y descubrió que el
viejo tomaba citas de un documento sobre la economía estadunidense. La paz de Bill
Clinton en Medio Oriente tampoco ayudó.
Supongo que fue George W. Bush, quien decidió
atacar Afganistán aun cuando ningún afgano había atacado jamás a Estados
Unidos, y quien creó un Estado musulmán chiíta en Irak a partir de un Estado
musulmán sunita –con gran disgusto de Arabia Saudita–, el que hizo más daño que
la mayoría de presidentes estadunidenses a la fecha. Los sauditas (de donde
provinieron 15 de los 19 asesinos participantes en el 11-S) lanzaron su guerra
contra Yemen con apenas una brizna de preocupación de Washington.
Y Obama parece haber metido la pata en todo lo que
hizo en Medio Oriente. Su apretón de manos al islam en El Cairo, su premio
Nobel (por oratoria), su línea roja en Siria, que desapareció en la arena en el
momento en que el régimen fue rescatado por los rusos… más vale olvidar todo
eso.
Son los Sukhoi y Mig de Vladimir Putin los que
marcan el paso en la terrible guerra en Siria. Y en tierras donde los derechos
humanos no tienen valor alguno para los dictadores regionales, apenas ha habido
un gemido acerca del Kremlin. Putin hasta fue llevado a la ópera en El Cairo
por el mariscal de campo y presidente Al Sisi.
Y esa es la cuestión. Putin habla y actúa. En
realidad, en la traducción al menos, no es terriblemente elocuente, más hombre
de negocios que político. Trump habla, pero, ¿puede actuar? Hagamos a un lado
la extraña relación que él cree tener con Putin: es Trump el que va a necesitar
traducción de las palabras del líder ruso, no al revés. De hecho, durante el
gobierno de Trump tanto árabes como isralíes, creo, pasarán mucho más tiempo
escuchando a Putin. Porque lo cierto es que los estadunidenses se han mostrado
tan poco dignos de confianza y erráticos en Medio Oriente como Gran Bretaña lo
fue en la década de 1930.
Incluso la escalada estadunidense contra el Isis no
empezó de veras hasta que Putin mandó sus propios cazabombarderos a Siria, en
un momento en que muchos árabes preguntaban por qué Washington no había logrado
destruir esa secta.
Regresemos a las revoluciones árabes –o primavera,
como los estadunidenses lastimosamente dieron en llamarlas– y veremos a Obama y
su infortunada secretaria de Estado (sí, Hillary) fallando de nuevo, incapaces
de darse cuenta de que ese despertar en masa del mundo árabe era real y que los
dictadores iban a irse (la mayoría, por lo menos). En El Cairo en 2011,
prácticamente la única decisión que tomó Obama fue desalojar a los ciudadanos
de su país de la capital egipcia.
Es fácil decir que los árabes están horrorizados de
que un islamófobo haya ganado la Casa Blanca. Pero, ¿acaso creían que Obama o
alguno de sus predecesores –demócrata o republicano– tuviera una preocupación
especial por el islam? La política exterior estadunidense en Medio Oriente ha
sido una serie espectacular de guerras, incursiones aéreas y retiradas. La
política rusa –en la guerra de Yemen durante la era de Nasser y en Afganistán–
ha sido bastante destructiva, pero el Estado postsoviético parecía haber
escondido sus garras hasta que Putin llevó sus hombres a Siria.
Sin duda veremos a Trump volverse hacia Medio
Oriente antes de mucho, para cortejar a los israelíes y repetir el apoyo
acrítico de su país al Estado israelí, y para asegurar a los acaudalados
autócratas del Golfo que su estabilidad está garantizada. Lo que diga sobre Siria
será, desde luego, fascinante, dadas sus opiniones sobre Putin. Pero tal vez
deje la región a sus subordinados, los secretarios de Estado y vicepresidentes
que tendrán que tratar de adivinar qué piensa el tipo en realidad. Y ahí,
claro, es donde todos estamos ahora. ¿Qué piensa Trump? O, más en concreto:
¿piensa?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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