Politik
28-01-2017
Marcela Paolucci: ¿Qué época vivimos?
Néstor Kohan: ¡Excelente pregunta! No podemos comprender nuestra
pequeña cotidianeidad haciendo abstracción del mundo histórico global que
habitamos. Vivimos una transición incierta del capitalismo imperialista en
crisis aguda a una forma social aún más bestial, feroz, cruel y despiadada del
mismo sistema mundial capitalista en la cual se han fracturado las barreras
sociales que encarrilaban e institucionalizaban los poderes destructores del
capital. El muro grotesco y patético que pretende construir hoy Estados Unidos
en la frontera con América Latina, para domesticar y encorsetar el flujo de
fuerza de trabajo es, parafraseando a un viejo rebelde de Asia, un muro de
papel.
El capitalismo genera caos y desintegra las
sociedades para reordenarlas bajo su mando despótico. Destruye y construye al
mismo tiempo. Separa vínculos comunitarios para volver a reunir, ahora bajo su
dominación y control. Esto ya lo estudió Rosa Luxemburg. La violencia genocida
de la acumulación originaria del capital se reproduce y recicla periódicamente
a escala ampliada. Hoy David Harvey lo retoma y actualiza.
El capitalismo no es sólo caos y desorden. También
es orden. Un orden cada día más opresivo y totalitario. Nos encaminamos hacia
la destrucción del planeta, de la especie humana, de los diversos ecosistemas y
de la vida misma como tal. En esa transición estamos. Pero aun con su
devastador y criminal poder destructivo, el capitalismo no se terminará por sí
mismo, como se muere un anciano de “muerte natural” por el simple hecho de
estar viejo. Sólo las resistencias contra el capitalismo y las alternativas de nuevas
revoluciones socialistas pueden cambiar el rumbo suicida de la humanidad e
inaugurar una nueva época histórica, radicalmente diferente.
M.P.: ¿Qué hitos o fechas identificarías dentro de
esa transición para poder periodizarla?
N.K.: Toda transición implica un proceso abierto. No
empieza ni termina un día preciso. La transición del feudalismo al capitalismo
en Europa occidental llevó siglos. Quienes la habitaron no sabían que estaban
viviendo esa transición. Los tiempos se han acelerado a ritmo enloquecido.
El período que va desde septiembre de 1973, con el
golpe neoliberal de Pinochet inspirado en el monetarismo de Friedman (bastante
anterior a Reagan y Thatcher) y el nacimiento de la contraofensiva
norteamericana continental del Plan Cóndor hasta 1989-1991, con la implosión de
la Unión Soviética y el triunfo del imperialismo capitalista en la tercera
guerra mundial (eufemísticamente conocida como “guerra fría”), marcan el inicio
de esa transición. La incorporación de China al sistema mundial capitalista se
produce en ese contexto, no obstante la derrota de los yanquis en Vietnam
(Asia) en 1975 y la de Sudáfrica frente a Angola y Cuba (en África) que termina
en 1991.
En América latina la derrota sandinista de 1990, la
firma de la “paz” en 1992 en El Salvador y la de Guatemala en 1996 se inscriben
en ese horizonte que el suprimido Departamento América del comité central del
PC cubano interpretó como “el fin de la era de las insurgencias”. Sin embargo,
la irrupción inesperada del bolivariano Hugo Chávez en Venezuela y de los
zapatistas en México, junto con la persistencia de la insurgencia colombiana
durante aquellos años, trataron de modificar dicho rumbo, poniendo en
entredicho aquel vaticinio un tanto apresurado. Dichas resistencias e
insurgencias buscaban torcer la tendencia general hacia una profundización de
la dependencia. Aunque esos procesos continúan resistiendo y no fueron
completamente derrotados ni cancelados, lamentablemente no han podido (hasta
ahora) modificar sustancialmente el carácter de esta transición.
M.P.: ¿Y Argentina?
N.K.: La rebelión popular de diciembre del año 2001 que
golpeó duramente al neoliberalismo (aunque no al capitalismo, a pesar de la
simpática consigna “que se vayan todos”) y los intentos ambivalentes pero de
intenciones progresistas que le sucedieron en la siguiente década (donde
convivieron de modo contradictorio desde realineamientos internacionales
latinoamericanistas, la oposición al ALCA y políticas socialmente inclusivas
con procesos regresivos de “revoluciones pasivas” marcados por el extractivismo
minero-sojero y la extranjerización de la economía) tampoco lograron frenar ese
tsunami contrarrevolucionario que el imperialismo y las burguesías autóctonas
fueron pacientemente desarrollando hasta llegar a la barbarie actual.
Creo que a partir del impulso bolivariano
encabezado a nivel continental por Hugo Chávez se abrió la posibilidad real de
torcer el rumbo global. Chávez arrastraba a la región pregonando, a contramano
de todas las modas, el socialismo (de forma ecléctica y difusa, es cierto, pero
volviendo a poner el proyecto socialista en la agenda de los movimientos
sociales cuando ya muchos lo daban por muerto y no se animaban ni a nombrarlo).
Sin embargo, esa correlación de fuerzas se modificó sustancialmente a partir de
la crisis capitalista global del 2008 y de la “sospechosa muerte” (¿asesinato?)
del líder bolivariano, que motorizaba a toda la región desoyendo, incluso,
ciertos consejos de “prudencia” diplomática que provenían de La Habana.
Muerto Chávez, se desinfla el impulso irreverente
en la región (aunque no desaparezca del todo). Quizás unas de las principales
debilidades del campo popular latinoamericano consista en depender
exageradamente de los liderazgos carismáticos (el Che, Fidel, Santucho, Chávez,
etc.), mientras el imperialismo capitalista ejerce una dominación burocrática,
anónima e impersonal, donde el presidente de Estados Unidos puede ser un actor
analfabeto o un energúmeno escapado de los Simpson, el de Italia un pornógrafo
grotesco, el de Francia un personaje de cuarto orden, sin cultura, sin carisma,
sin conocimientos elementales. Marionetas grises y anodinas que simplemente
responden al capital. El actual empresario que gobierna la Argentina, Mauricio
Macri, incapaz de articular cuatro oraciones coherentes, es una muestra
elocuente de ello.
M.P.: ¿Cómo repercute esa transición mundial en la
vida cotidiana?
N.K.: Al ganar la tercera guerra mundial (conocida como
“guerra fría”) la industria bélica norteamericana y su complejo militar industrial
se permitieron trasladar su estructura tecnológica comunicacional de origen
militar a los negocios del mercado y a la sociedad civil. Así fuimos inundados
con internet, los teléfonos celulares y las pantallas tomaron el control de
nuestra atención y nuestros cerebros. La imagen se tragó al concepto y a la
lectura. El presente efímero a la historia profunda. El fetiche tecnológico y
la expansión mercantil ilimitada despersonalizaron todavía más las relaciones
intersubjetivas. El “giro lingüístico” en la teoría social es hijo de esa
victoria político-militar en la guerra fría. La aceleración de la rotación del
capital (que Mandel estudió en El capitalismo tardío) y las derrotas del
mundo laboral precarizaron no sólo nuestros empleos, sino toda nuestra vida
cotidiana, incluyendo desde las identidades políticas, comunitarias y
nacionales hasta los nexos familiares, los lazos de amistad e incluso las
relaciones amorosas. Las descripciones “líquidas” de Zygmunt Bauman no son
ninguna exageración. Se abrió la puerta a ciertas libertades (como la
posibilidad de no tener que convivir toda la vida de manera forzada con alguien
a quien uno no ama, la eventualidad de elegir otras opciones sexuales
diferentes a las tradicionales, la elección de no tener hijos que no son
deseados ni productos del amor, etc., cuestionado de este modo antiquísimos
roles patriarcales) pero a mi entender en términos globales los cambios que
trajo en la vida cotidiana el nuevo capitalismo no fueron positivos.
Incluso se llegó al extremo de festejar como si
fuera una supuesta “emancipación” la posibilidad de vender una persona
homologándola y tratándola como un objeto mercantil, celebrando de modo
acrítico la prostitución masiva y el reinado mugriento del dinero y el mercado.
No es casual que siguiendo a Shakespeare, Marx definiera desde su juventud
hasta su vejez al dinero como el máximo símbolo de la prostitución, en tanto
núcleo central del mercado, al cancelar toda diferencia específica en las
relaciones interpersonales, poniendo en primer lugar la cantidad por sobre la
calidad, los objetos por sobre las personas. Aplaudir, festejar y celebrar, en
nombre del progresismo, ese reinado del dinero-prostitución como sinónimo de
“emancipación” nos habla de una crisis ideológica de alto rango. El próximo
paso de esta crisis civilizatoria será alabar la esclavitud entendiéndola como
sinónimo de “libertad” y la tortura como paradigma de los “derechos humanos”.
El fetichismo todo lo invierte y el mundo queda patas arriba.
M.P.: Frente a tu diagnóstico pesimista, ¿no hay
salida?
N.K.: ¡Por supuesto que hay salida: LAS RESISTENCIAS!
Sólo la lucha nos hará libres. Quien no esté en disposición de jugarse la vida
jamás podrá alcanzar la libertad, había escrito Hegel pensando en la revolución
negra (social, nacional y anticolonial al mismo tiempo) de Haití.
El futuro no tiene la puerta cerrada y la historia
no está predeterminada. Tenían razón Engels y Rosa Luxemburg: SOCIALISMO O
BARBARIE. Lo único que podemos prever es …. la lucha, como nos enseñó Antonio
Gramsci.
M.P.: ¿El acercamiento de Cuba y EEUU no inaugura
una nueva época de paz como vaticinaba el Papa Francisco desde el Vaticano
romano?
N.K.: Sospecho que no. No hay que confiar en el
imperialismo “pero ni un tantito así….¡Nada!”. El pueblo cubano tiene derecho a
decidir su futuro. Se lo ganó resistiendo más de medio siglo y de manera
heroica a un gigante feroz, monroísta y prepotente, enviando además
combatientes internacionalistas a todo el planeta, especialmente América Latina
y África.
Pero si no se disuelve el Pentágono, la CIA, la
Agencia Nacional de Seguridad, el FBI, Wall Street, el Banco Mundial, la
Organización Mundial de Comercio, etc., dudo que pueda construirse una paz
verdadera sin sometimiento, dependencia ni dominación neocolonial. Sea con la
sonrisa permanente de Obama que vendía pasta dentífrica, sea con el peluquín
ridículo y extravagante de Trump, Estados Unidos no abandonará su
autopercepción de Policía Mundial y de “país elegido” por El Altísimo para
regir los destinos del mundo, especialmente en su “patio trasero”, incluyendo a
Puerto Rico y Cuba, las dos perlas del Caribe. El nuevo muro de Berlín, perdón,
quise decir, de la frontera entre Gringolandia y México, es simplemente el
símbolo de lo que nos espera de nuestros hermanitos del norte.
M.P.: ¿Los acuerdos de paz de las insurgencias
colombianas y del pueblo vasco no agregan nada?
N.K.: Insisto: cada pueblo tiene derecho a elegir su
destino y su autodeterminación, como recomendaba un muchacho llamado Lenin. El
viejo profesor argentino Rodolfo Puiggrós, rector de la Universidad de Buenos
Aires e historiador marxista, escribió alguna vez que como los argentinos no
hemos podido tomar el poder y hacer nuestra revolución socialista, vamos por el
mundo con el dedito acusador inspeccionando revoluciones ajenas. ¡Gran
advertencia metodológica formulada con ironía argentina, pero que bien vale
también para otros lugares! Nunca me canso de repetirla.
No obstante, sospecho que el imperialismo yanqui,
su gendarme en Medio oriente (el estado de Israel, de fuerte presencia en la
lucha contrainsurgente de otros países, como Colombia) y la propia clase
dominante colombiana no permitirán la paz, el pluralismo ni que el pueblo
recupere pacíficamente lo que lo que le arrebataron durante tantas décadas de
violencia sistemática.
Ya hubo experiencias como El Salvador y Guatemala
donde el grueso de los violadores de derechos humanos y los militares genocidas
gozan de impunidad. ¿Fueron a la cárcel los torturadores de la guardia civil
que ejercieron sin piedad su sadismo contra la juventud vasca durante décadas?
¿Fueron castigados severamente los viejos represores del franquismo?
En fin, sea como sea, creo que sería un ERROR
ESTRATÉGICO dividir, fragmentar o dispersar lo poco que se había logrado
aglutinar a nivel internacional en torno al movimiento continental bolivariano
[MCB] (que incluía fuerzas europeas).
En ausencia de una coordinación internacional seria
(pues las internacionales stalinistas o maoístas están disueltas y las
trotskistas sólo tienen existencia nominal pero sin fuerza real), disolver o
fragmentar el movimiento continental bolivariano —se comparta o no el fin de la
lucha insurgente en Colombia— generaría un saldo negativo.
Hoy más que nunca necesitamos una coordinación internacional
para hacer converger las rebeldías populares organizadas. Y eso implica, creo
que ya quedó demostrado, no depender de ninguna organización particular,
triunfe, empate o sea derrotada. Por eso hoy se torna urgente e imprescindible
recuperar el espíritu internacionalista de Lenin, tratando de articular todas
las formas de lucha, sin renunciar a ninguna ni decretar apresuradamente su
defunción. Si el enemigo maneja todas las formas de lucha, ¿por qué nuestro
campo debería limitarse únicamente a la lucha institucional?
M.P.: Ya que mencionaste a Lenin, ¿cómo ves el
marxismo a 150 años de «El Capital», a 100 años de la revolución
bolchevique y a 50 años del asesinato del Che Guevara?
N.K.: Lo veo sencillamente más actual
que nunca. La crisis del capitalismo no disminuye, se multiplica
exponencialmente., amenazando con destruir ya no sólo a la clase trabajadora
sino a todo el planeta, su cultura y su civilización. Los análisis de Marx (que
abarcan no sólo la explotación económica y la extracción de plusvalor sino
también las formas de la dominación política, la teoría del poder y las redes
de sujeción de las subjetividades y la cultura), las perspectivas estratégicas
de Lenin y el espíritu insurgente del Che Guevara se convierten en un faro cada
día más potente. En medio del desánimo político, el desarme moral y la
confusión ideológica generalizada ellos nos marcan el camino. Sin nostalgias
complacientes ni revivals anodinos. Ese horizonte revolucionario es el único
que puede detener la marcha del capitalismo mundial hacia el suicidio de la
especie. El tren perdió la brújula y marcha al precipicio, como nos alertó hace
rato Walter Benjamin. Por eso las nuevas rebeldías e insurgencias que
seguramente nacerán (porque aquí no se acabó la historia como hace un cuarto de
siglo quiso hacernos creer el mediocre funcionario Fukuyama, aprendiz frustrado
de filósofo) deberán tomarse bien en serio los estudios críticos de El
Capital de Marx, la perspectiva internacionalista y antimperialista radical
de Lenin y sus entrañables bolcheviques y el llamado guevarista a la lucha
insurgente mundial contra el capitalismo, su miseria, su explotación, sus
alienaciones y todas sus formas de dominación.
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