Centenario de la Revolución rusa
09/01/2017
| Massimo Modonesi
A 100 años de la revolución bolchevique y a 80 de
la muerte de Antonio Gramsci cabe una reflexión en la intersección de ambas
trayectorias, la de un acontecimiento que revolucionó la historia mundial y la
biografía política e intelectual de uno de los más destacados pensadores
marxistas del siglo XX.
Como puede apreciarse leyendo la antología de
textos de Gramsci sobre la revolución rusa –compilada y presentada por Guido
Liguori y que será publicada en los próximos meses en italiano- Gramsci se
identificó críticamente tanto con el episodio revolucionario como con el
proceso que le siguió. Ambas “revoluciones rusas” aparecen articuladas bajo una
misma denominación historiográfica pero son distinguibles como lo puede ser la
lucha de clase contra el Estado burgués y capitalista y la construcción de un
Estado y una sociedad alternativa.
Bajo este criterio de distinción, tres momentos de
la vida de Antonio Gramsci dan cuenta de la persistencia de una misma actitud
política e intelectual de identificación crítica: 1917, 1926 y 1933-1934.
En 1917, el joven Gramsci se entusiasmó con la
capacidad de los bolcheviques de forzar el ritmo de la historia, de romper con
los supuestos de la mecánica de las etapas del marxismo canónico, de hacer una
“revolución contra El Capital”, al son de las posibilidades de la lucha
de clases, más allá del estadio de maduración de las estructuras económicas. No
sin incrustaciones voluntaristas y subjetivistas, Gramsci exaltaba el vuelco de
masas y el protagonismo de la dirección revolucionaria, captando y resaltando
la específica química del acontecimiento con un dejo de idealismo, entendido
tanto en el sentido de deformación como de aspiración ideal.
Escribía en este sentido el 25 de julio de 1918:
La revolución rusa es el dominio de la libertad: la
organización se funda por espontaneidad, no por arbitrio de un “héroe” que se
impone con violencia. Es una elevación humana continua y sistemática, que sigue
una jerarquía, que crea cada vez los órganos necesarios a la nueva vida social.
Pero entonces ¿no es socialismo? (…) Porque el socialismo no se instaura en una
fecha fija, sino que es un continuo devenir, un desarrollo infinito en un
régimen de libertad organizada y controlada por la mayoría de los ciudadanos, o
del proletariado.
A partir de esta inspiración,
Gramsci se volcó a la tarea de “hacer como en Rusia”, en el movimiento de
Consejos de Fábrica de Turín entre 1918 y 1919, fundando y encabezando el grupo
y el periódico Ordine Nuovo (ON), que será uno de los núcleos
fundamentales del Partido Comunista de Italia (PCdI) creado en Livorno en 1921.
Posteriormente, ya con Mussolini y el fascismo en el poder, Gramsci vivirá en
Rusia casi dos años como representante del PCdI en la Internacional Comunista.
A su regreso a Italia en 1924 será nombrado
secretario general del partido. Un par de años después, el 17 de octubre de
1926, Gramsci redactó –a nombre del PCdI- un borrador de carta al Comité Central
del PC ruso. La carta de Gramsci muestra una profunda convicción unitaria y
antisectaria a partir de la cual crítica a las oposiciones internas al partido
ruso –en este momentos encabezadas por Trotsky, Zinoviev y Kamenev- y, al mismo
tiempo, una irreductible vocación crítica que se expresa también hacia la
mayoría estalinista en términos que resultarán tristemente proféticos:
Camaradas, ustedes fueron, en estos nueve años de
historia mundial, el elemento organizador y propulsor de las fuerzas revolucionarias
de todos los países: la función que cumplieron no tiene antecedentes en toda la
historia del genero humano que la iguale por amplitud y profundidad. Pero
ustedes hoy están destruyendo vuestra propia obra, ustedes degradan y corren el
riesgo de anular la función dirigente que el Pc de la URSS había conquistado
por impulso de Lenin; nos parece que la pasión violenta de las cuestiones rusas
les está haciendo perder de vista los aspectos internacionales de las
cuestiones rusas mismas, les está haciendo olvidar que vuestros deberes de
militantes rusos pueden y deben ser cumplidos solo en el cuadro de los
intereses del proletariado internacional.
Por este acento polémico, aprovechando que poco
después Gramsci fue detenido y encarcelado, el borrador no fue discutido y fue
archivado por Palmiro Togliatti, compañero de Gramsci desde el movimiento
turinés de los consejos y el ON y uno de los comunistas italianos más cercanos
a los rusos. Togliatti asumió la responsabilidad de censurar una crítica
política que merecía ser debatida al interior del PCdI, actuando tanto por
sentido de oportunidad y por disciplina como para cuidar el partido del cual
era ya el principal dirigente, por su lealtad a la mayoría del PCUS y por estar
Gramsci en prisión.
Ya desde la cárcel, a lo largo de la laboriosa
redacción de sus Cuadernos, que culmina entre 1933 y 1934 en su
elaboración fundamental, Gramsci fue marcando una notable distancia teórica
respecto del marxismo soviético para este entonces convertido en catequismo
marxista-leninista. Es objeto de debate que tanto Gramsci, ya aislado
políticamente no solo por su reclusión carcelaria sino por su posición
disidente respecto de la línea de “clase contra clase” de la IC, estaba
teorizando en relación estricta o laxa con la elaboración (por obvias razones
encriptada) de una propuesta alternativa de línea política y que tanto su
distancia respecto al rumbo del país que fue de los soviets era irreversible.
Como es sabido, después de su muerte, Togliatti recuperó, publicó y exaltó a la
figura de Gramsci y sus notas de los Cuadernos de la Cárcel, usándolas
como base teórica de la originalidad del comunismo italiano del segundo
posguerra, sin renegar del leninismo ni de la URSS.
Al margen de estos aspectos, para los fines
conmemorativos que me propongo aquí, es significativo cómo Gramsci fue un
crítico comprometido de las revoluciones rusas, tanto en su entusiasmo por la
revolución rusa como episodio como por en su adhesión crítica a la revolución
como construcción del socialismo: festejó el acontecimiento criticando los
límites del marxismo y criticó al régimen apelando a la amplitud del marxismo.
Además de su riqueza teórica, el marxismo
gramsciano llega a nosotros, a distancia de un siglo, por esta actitud de
crítica comprometida porque si, como decía él mismo, así como la verdad es
siempre revolucionaria, el marxismo no puede dejar de ser crítico.
No hay entonces mejor forma gramsciana de honrar la
memoria de la revolución de Octubre que la de criticar el régimen que la
petrificó.
9/01/2017
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