Hacer sin
esperar
Guillermo
Almeyra
No hay
duda posible sobre las perspectivas que no pueden ser más negras. Trump –en lo
que no depende del Congreso y por lo menos por un par de años– será como un
elefante en una cristalería si no lo detiene el fuego amigo al estilo Kennedy.
El peligro para México y los mexicanos es
inmediato, y la cancelación de la planta Ford en San Luis Potosí es apenas un
botón de muestra de lo que vendrá cuando Trump anule el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte que Salinas impuso al país y cuando deporte en
masa millones de desventurados compatriotas.
México no tiene una red ferroviaria digna de ese
nombre ni utiliza el flete marítimo; depende por completo del transporte
automotor, o sea, de combustible refinado en Estados Unidos, que la actual
exportación de petróleo crudo no alcanza a pagar. Con Pemex desmantelada, un
dólar cada vez más caro, una tremenda dependencia alimentaria, la reducción
drástica de sus exportaciones y un mercado de trabajo jibarizado, ¿qué queda?
¿Vender sol, playas y prostitución y producir drogas? ¿Convertir legalmente a
México en parte de Estados Unidos, en un nuevo Puerto Rico colonizado?
La reacción del gobierno Peña Nieto es igualmente
previsible: se someterá a Trump, y contra las protestas populares, recurrirá a
leyes de seguridad interior que darán una seudocobertura legal a una dictadura
militar.
Las tímidas gacelas políticas creen que si no se
mueven de su rinconcito o se mimetizan podrán salir con vida en los próximos
años. Se equivocan, y con su cobardía política y pasividad causan un terrible
daño al país. El aumento del combustible se traslada a todas las mercancías,
alimentarias o industriales, al igual que el de la luz. Habrá recesión con
inflación creciente. La ocupación militar, que comenzó con el pretexto de
combatir focos localizados de delincuencia, tiene que enfrentar ahora un
incendio generalizado en todo el territorio. Los militares convertidos en
policías represores de su propio pueblo deberán hacerlo ahora para beneficio de
Trump y de los nuevos colonizadores. ¿Todos ellos aceptarán ese papel vil e
infamante?
¿Cree alguien que las elecciones presidenciales
serán democráticas y pacíficas y que si gana un candidato que no sea del establishment
bastará con que sea sumiso y conservador para que le reconozcan su triunfo
en las urnas?¿No será, acaso, necesario organizarse y preparar ya la respuesta
ante el fraude reiterado?
Con sus enormes manifestaciones las mujeres, como
siempre –como en Francia en 1789, en la Guerra Civil Española, en la
Resistencia antinazi en Francia e Italia– están a la punta del combate. Ellas,
que son víctimas a la vez del capitalismo y del patriarcalismo, ambos asesinos,
sienten que están en juego la democracia, la vida de centenares de millones y
la civilización misma. Por eso actúan.
Ese es el camino justo. Por arriba de los sectarios
ciegos que en su impotencia descalifican las marchas contra el gasolinazo
y el tortillazo y de los electoralistas de ojos cubiertos con doble
venda, hay que imponer la voluntad de la gente decidida que, como los
militantes de ANUEE de Tlalpan, ocupan simultáneamente 200 gasolineras o, como
los de todo el norte, liberan carreteras y ocupan edificios públicos.
Trump produce hechos y nos enfrenta a hechos, tal
como sus servidores mexicanos. Produzcamos también hechos y obliguemos a los
tergiversadores a avanzar desarrollando la autorganización y la iniciativa de
base.
Las asambleas de comunidades, pueblos o colonias
que se están generalizando deben promover la opinión, la libre discusión, la
intervención de los ciudadanos de a pie y evitar, como a la peste, ser
monopolizadas por grupos de discutidores sectarios. Deben tener como centro
cómo protestar, qué hacer para organizarse de modo unitario y permanente,
cuáles reivindicaciones plantear a corto y mediano plazos, no las elecciones ni
las disputas entre las diferentes organizaciones. Si se habla de construir
poder popular, hay que hacerlo; si se habla de lograr un voto que exprese la
voluntad popular, hay que lograr ese voto allí donde se manifiesta directamente
esa voluntad popular.
Las resoluciones y medidas organizativas emanadas
de las asambleas deben registrarse para darles continuidad y para hacer
balances de lo realizado y deben ser comunicadas a otras poblaciones o centros
de trabajo vecinos para su libre discusión y para crear un tejido de
información directa popular que no dependa sólo de los diarios ni de la red
electrónica. Los comités surgidos de las asambleas de lucha deben federarse
regionalmente para reforzarse mutuamente, enseñar y aprender de otras acciones.
La pasividad, la resignación, el conservadurismo,
el atraso ideológico, el miedo, el cinismo de quienes dejan que otros hagan sin
participar en la lucha para después recoger los resultados, sólo pueden ser
derrotados con la participación popular y sopesando los argumentos. Todo lo que
impulse la organización y la participación colectiva es correcto y necesario.
Todo lo que la limite o la sustituya por decisiones minoritarias o autoritarias
puede resultar nefasto.
Si el movimiento se estructura nacionalmente, si se
organiza, provoca crisis en los aparatos estatales y si resquebraja las fuerzas
represivas, aislará también a los delincuentes. Éstos no nacen tales, y la
lucha puede redimir a algunos. Al fin y al cabo, Pancho Villa no era un
Carmelita Descalzo.
Si el efecto Trump resultase más gradual, no está
excluido que se llegue a la elección de 2018 aunque, a mi juicio, la misma está
hoy muy en veremos y depende en parte del desarrollo de las elecciones en el
estado de México y del grado de la protesta y organización populares. En tal
eventualidad, y sólo entonces, habrá que decidir qué hacer sobre la base de lo
obtenido con las luchas y discusiones actuales.
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