Antonio
Rengifo Balarezo
Lima – 2016
Viuda con marido vivo
Ya
había transcurrido más de media hora y Haydee no aparecía. La estaba esperando en la cafetería del
Centro del Adulto Mayor de San Isidro. A
mí me impacienta y me fatiga esperar. Me
pone de mal humor. Más aún cuando tengo
muchas ganas de bailar y estoy desperdiciando a la orquesta por esperar a
Haydee.
Miraba a
cuanta persona entraba a la cafetería con la esperanza de que fuese ella. Cuando en ese momento ingresaron dos señoras
que se sentaron en la mesa vecina a la mía.
Aunque sin proponérselo, pusieron fin a mi mal humor que había estado
creciendo conforme transcurría el tiempo.
Concitaron mi atención a tal punto que me olvidé del malestar de la
espera, y, por supuesto, también de Haydee.
Una de ellas
llevaba la voz cantante. Destacaba por su arreglo personal y porque hablaba con
todo el cuerpo. En cambio, la otra, solo
abandonaba su actitud receptiva para hurgar nerviosamente en una carterita
llena de medicamentos y pescar con avaricia una pastilla o una cápsula que
ingería casi automáticamente, sin beber agua y como quien comulga. Imaginé que la primera debía llamarse
Conchita y la segunda, Remedios. Hacia
ellas dirigí mi antena parabólica para observarlas subrepticiamente y
escucharlas.
Conchita era
de estatura femenina estándar, es decir, portátil y maniobrable. Piel
alabastrina y lustrosa. Lucía traje
negro de encaje con forro traslúcido, escote generoso y festonado; coquetón
collar de chaquiras rojas que subían y bajaban al ritmo de su respiración,
acunadas en sus oferentes pechos. Su cabellera
gris perla y ondulada enmarcaba los ojos delineados de color negro y un lunar
agitanado cerca a la comisura de su boca enfatizaba sus labios sinvergüenzones,
embadurnados con carmín y expuestos sin avaricia. Sus ojos cambiaban, como un caleidoscopio, por
la intensidad de sus emociones suscitadas por la conversación. Era una mujer con vida.
Para
pronunciar la feminidad de sus caderas se había ajustado el vestido con un
cinturón negro adornado con un fauno labrado en la hebilla. Su vestido era de buena caída y perfilaba la
curvatura luciferina de su derrière. El vestido dejaba ver sus poderosas
rodillas. No necesitaba un pliegue o
abertura insinuante para llamar la atención masculina. Bastaba su sola presencia. Mantenía trapío, a pesar de los años.
No sé por
qué, me entró curiosidad por saber cómo sería el marido de una mujer como
Conchita. Supuse que era casada; a pesar
que a mí no me interesa saber el estado civil de nadie; además, considero a la
convivencia conyugal como si fuera el pecado original. De pronto, interrumpí esta especulación para
captar el diálogo que se había suscitado entre ambas señoras
Escuché
decir a Conchita
· Mis hijas no quieren que venga al Centro del Adulto Mayor porque
paro en fiestas, cumpleaños y paseos, descuido la casa y a su papá. El asunto ha llegado a tal punto que mi
marido ha adelantado la herencia a mis hijas; pero eso a mí no me importa ¡yo
sigo viniendo a nuestro Centro del Adulto Mayor! Es como mi segundo hogar.
La última
frase la enfatizó con un golpe de puño en la mesa. Remedios atinó a ponderarla, aunque tomó una
cierta distancia.
· ¡Tú sí que eres valiente y desinteresada! Vives el momento con entusiasmo. Yo, por mi parte, con tantos males y tantas
enfermedades estoy llena de temores, angustias y reparos.
Conchita le
brindó a su amiga una explicación de su actitud.
· ¡Ay, hija, para lo que nos queda de vida! Estamos en la época de usar todo, ¡TODO!, y
brindar todo, así como lo escuchas. Aunque no deba decirlo, yo siempre he sido
generosa. Además, no tengo ningún sentimiento de culpa, asumo las consecuencias
de mis actos.
A mi marido, que nunca decía en donde había estado; ahora, que
se ha jubilado y se siente viejo, le ha dado por estar metido en la casa
dándome instrucciones por cosas nimias y hasta en asuntos que no son de su
competencia. ¡Imagínate! Critica mi manera de cocinar.
Sin embargo, quiere que viva pendiente de él las 24 horas del
día y lo único que hace en la casa es estar apoltronado mirando televisión todo
el santo día y revisando la sección necrológica del diario El Comercio.
Le he puesto de apelativo “El Mueble”. Aunque él no lo sabe,
porque nunca lo he llamado así; pues, le pongo freno a mi cólera. En eso sí, lo respeto. Pero lo veo y se porta como un mueble más de
la casa. Pero, un mueble que jode!
Le podría dispensar todo, menos que en la cama se me duerma. Cree
que la cama es solo para dormir. ¡Es un
aburrido!
Cada vez que regreso del salón de belleza y me escucha cantar,
frunce el ceño y se pone jetón; ya sabe que voy a ir al Centro del Adulto
Mayor. Entonces me encarga que vaya a SEDAPAL, EDELNOR y a la telefónica para
cancelar los recibos del consumo de agua, electricidad y cable de TV; o, de lo
contrario, busca cualquier pretexto para que permanezca en la casa.
Lo peor de todo es que se molesta y se confabula con sus hijas.
¡Me hacen cada lío para que no vaya al Centro del Adulto Mayor! ¡Uf!
¡Si tú supieras!?
Remedios
trata de aconsejar a Conchita para evitarle conflictos.
· Con tanto conflicto te van a enfermar Conchita, ¿no se te ha
ocurrido ir a la parroquia o al psicólogo de nuestro Centro del Adulto Mayor? A
lo mejor con una pastillita lo tranquilizas un poco....
Conchita se
reafirma en su actitud.
· Mira Remedios, el psicólogo va a tratar de que acepte la
realidad, como si el sacrificio fuera una virtud femenina. Además, no tengo vocación de mártir. El
psicólogo sabe que mi marido por la edad, no va a cambiar. Y, por último, yo
tampoco.
Si voy donde un consejero espiritual de la parroquia me va a
decir que me integre a un grupo de oración y que asista a las reuniones a rezar
por mi alma y por la de mi marido.
También me va a consolar y a pedir resignación y me dirá que Cristo ha
hecho mayores sacrificios por todos nosotros.
En cambio, en el Centro del Adulto Mayor me siento libre. Escucho
y cuento chistes de todo calibre. Me río de todo. Hasta con las sonseras que
habla “Pato ciego” me distraigo.
Remedios no
conoce a ese personaje y yo tampoco.
· ¿Y, quién es “Pato ciego”?
Conchita
describe algunos personajes del Centro del Adulto Mayor.
· “Pato ciego” es ese ginecólogo jubilado de lentes con luna “poto
de botella”; y que estira el cuello para poder mirar. De tanto observar por el espéculo se estaba
quedando ciego.
También me río condescendientemente de Lita, la que tiene ojos
de inocencia, no por la pureza espiritual sino por tontuela; ella es, la que
canta boleros con voz lánguida y tremolante, como si estuviera en una misa de
difuntos, ajena a la interpretación de un tema romántico. En cambio, cuando canta el zambo Goyo
Martínez “Caribe soy… de la tierra donde nace el sol…”, su voz acaricia, una se
acaramela, se amelcocha con su pareja.
Imagínate ¿qué me haría en mi casa o en la parroquia? Habiendo este
Centro del Adulto Mayor y tantos otros sitios para los adultos mayores en donde
se baila con orquesta.
Como dice en una canción Sabina: ¡Qué el fin del mundo me agarre
bailando! O mejor en otra situación...¡Sería
una muerte gloriosa!
Sus ojos entornados y sonrisa picarona
delataban el tipo de situación a la que se refería. En esos momentos, la curiosidad de Remedios venció a su timidez y
aprovechó la oportunidad para preguntarle a Conchita:
· Ya que hablas de muerte. Me podrías decir ¿por qué has venido
con traje negro? ¿Acaso estás de luto?
Conchita,
aunque con un cierto remilgo, le da una respuesta terminante.
· Ay! Remedios, qué preguntona eres! Pues, sí, estoy de luto por
un acontecimiento sumamente trágico, y te lo diré sin tapujos, aunque cometa
una infidencia: es porque a mi marido se le ha muerto el "pájaro". Y
no resucita ni con flauta de fakir.
Las dos
amigas se rieron. Remedios como un gatito que estornuda y Conchita a
carcajadas. En ese momento, entró un
“chico” setentón de pantalón blanco, lentes ahumados, camisa de seda con
palmeras de colores chillones; y sin mediar palabra, la tomó de la mano.
Conchita se levantó presurosa y se fue a bailar Lágrimas negras, un clásico de la música cubana. Pude atisbar que Conchita movía la cintura y
los hombros como si se hubiera jubilado de todo, menos de la actividad
sexual. Yo me retiré a una sala discreta
para desembalsar la risa contenida.
Pero, mi
risa rápidamente se trasmutó en seriedad al sentirme iluminado por la
Revelación del diálogo de Conchita y Remedios que me abrió el
entendimiento. Pues, recién descifré el
estado civil de Haydee; quien cuando la conocí, y a manera de presentación, me
dijo: soy Haydee, viuda, con marido vivo.
Lima, Miraflores, 12/01/2008
Antonio Rengifo Balarezo
rengifoantonio@gmail.com
Y
lo único que hace en la casa es estar
apoltronado
mirando televisión todo el santo día
… a mi marido se le ha muerto el
"pájaro".
Y no resucita ni con flauta de fakir.
Ω
El presente relato es un problema de la vida real.
El autor agradecerá a todas las personas que propongan una
solución.
Por lo pronto, Conchita, personaje del presente relato, ya
encontró una solución.
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