Boltxe /
Trinchera
02-02-2017
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El
ensayo a continuación forma parte de una antología publicada por las editoriales
Boltxe (Euskal Herria) y Trinchera (Venezuela). El libro incluye diversas
contribuciones sobre la pregunta “¿Por qué socialismo?” que planteó Albert
Einstein en su célebre artículo de 1949, y lleva por título ¿Por qué
socialismo? reactivando un debate
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¿Por qué
optar por el socialismo? Es común alegar que el socialismo será más justo y equitativo que el
capitalismo, pero esto no resuelve el problema ya que las personas no siempre
se sienten motivadas por la justicia social. Por otra parte hay que considerar
cuán exigente y desafiante es el proyecto socialista: ¡el objetivo es cambiar
toda la sociedad! En proyectos de tal naturaleza las intenciones y los impulsos
operativos no son necesariamente racionales. También está la difícil cuestión
de la longevidad de las motivaciones, la cuestión de si el compromiso
individual (mientras dure) coincidirá con el de otros que comparten el objetivo
socialista durante el tiempo necesario para que el proyecto cuaje.
Cabe señalar también que, mientras el socialismo
fue comprendido como consecuencia necesaria de un desarrollo histórico
inexorable, no hubo necesidad de preguntar ¿Por qué socialismo? En el
período posterior a la muerte de Karl Marx y hasta la primera mitad del siglo
pasado, el socialismo habitualmente se entendió como algo tan inevitable que,
para algunos pensadores, podía verse como poco deseable para la humanidad pero
sin embargo parte de un futuro ineludible (básicamente la postura del
economista austriaco Joseph Schumpeter entre otros) [1].
Tal vez aquí nos encontramos con
la verdadera importancia del artículo «¿Por qué socialismo?» de
Albert Einstein [2]. Más que por su contenido que incluye argumentos
interesantes –por ejemplo el planteamiento de que solo una economía socialista
planificada puede superar la mutilación del individuo que impone el
capitalismo–, este breve ensayo de 1949 constituye un hito por adoptar una postura
original: la de conceder que el socialismo no es inevitable y debe ser
anhelado. Efectivamente, el texto de Einstein reconoce que el socialismo debe
ser buscado activamente.
Sin duda, el interés de Einstein
en la cuestión fue el resultado de la crisis general de 1914 a 1945, que
sacudió profundamente la fe en el progreso abstracto y en los esquemas de la
historia universal. Las lecciones de aquella crisis todavía definen la época
actual; el determinismo histórico, fuera de los claustros académicos del
marxismo analítico [3], tiene pocos adeptos hoy día. Más aún, la crisis
sistémica que comenzó alrededor de 1970 y ha continuado hasta el presente ha
sido tan eficaz como la anterior en su pulverización, una vez más, de la fe en
el progreso inevitable. Por estas razones, la pregunta por qué socialismo
–por qué hay que desear y luchar por el socialismo– permanece tan vigente como
lo fue en el momento que Einstein la planteó.
Un rastro textual en Marx
Por lo general, Karl Marx dejó de
lado la pregunta por qué socialismo (qué motiva al individuo o al colectivo
a trabajar por la sociedad socialista). Esto se debe en parte a que su obra
nace como un esfuerzo por responder «científicamente» a las quimeras del
socialismo utópico, cuyos partidarios habían dominado el debate. Otro factor es
que Marx no siempre fue ajeno al determinismo de su momento y en ocasiones
parecería pensar que el efecto acumulativo de las luchas sindicales y el
crecimiento numérico del proletariado serían suficientes para formar un sujeto
revolucionario [4]. Aún reconociendo estas dos trabas en Marx, existe sin
embargo una cadena de claves literarias en su obra que apunta a la cuestión
crucial, «existencial», del empuje subjetivo por el socialismo, las razones
para hacer la revolución.
Marx emplea dos figuras para
significar la revolución comunista, el espectro del Manifiesto
comunista y el topo del 18 Brumario de Luis Bonaparte, ambas
provenientes del Hamlet de Shakespeare. Las referencias son alusiones al
primer acto de la obra en el que el fantasma del viejo rey visita las murallas
del castillo Elsinor. Cuando el fantasma está sobre la superficie es «espectro»
–también «aparición» y «espíritu»–, pero cuando está bajo el escenario lo
llaman «topo». Bien dicho, topo viejo. ¿Cómo puedes cavar la tierra tan
rápido? ¡Diestro minero! comenta Hamlet cuando el fantasma, en ese momento
subterráneo, le pide el juramento.
Con frecuencia se considera Hamlet
como obra constitutiva de la conciencia moderna. La obra cuenta la historia del
personaje epónimo que lucha por restaurar el orden perdido, usurpado por su tío
Claudio, quien asesinó al viejo rey y padre de Hamlet. Puesto que el aventurero
Claudio toma las riendas de su propio destino (como haría otro usurpador
shakesperiano, Macbeth) y es un «hombre que labra su propio éxito», se le puede
comparar con un burgués. Así, en este drama que data de los inicios del
capitalismo europeo, el protagonista lucha contra el nuevo orden burgués, y su
inspiración proviene de una figura que es vieja: la figura paterna. Se trata de
un viejo topo, un viejo fantasma, una voz del pasado [5].
¿Cómo interpretar esta voz
shakesperiana del pasado de la que Marx se apropió no solo una vez sino en
múltiples ocasiones [6]? Así mismo, ¿por qué tantos textos marxistas,
incluyendo textos actuales, emplean las figuras del espectro y del topo
para referirse a la promesa del socialismo, con aquel presagiando el posible
advenimiento del socialismo y este representando una fuerza revolucionaria que
estalla irresistiblemente en el presente? La mejor explicación es que el uso de
estos tropos de Shakespeare por Marx y Engels –y más importante, su
persistencia en la tradición marxista viva– implica que hoy todavía
consideramos que el llamado al socialismo viene del pasado y no de un futuro
abstracto, ni se inspira en la necesidad abstracta de progreso.
Vale la pena señalar que esta
forma de interpretar el discurso marxista –con la mirada puesta en el pasado y
buscando allá las razones de la revolución socialista– no es nueva. De hecho,
es un tema central en la obra, influida por el romanticismo, de Walter
Benjamin. Benjamin afirmó crípticamente en su Sobre el concepto de historia (1940)
que la revolución no se hará por envidia del futuro, sino más bien por una
felicidad que es esencialmente pretérita: la revolución redime las vidas del
presente y del pasado. En consonancia con esta obligación de redimir el pasado,
Benjamin apunta a la «débil fuerza mesiánica» conferida a las generaciones
vivas, a las cuales el pasado tiene derecho de dirigir sus reclamos. Como el
propio Hamlet, Benjamin reconoce que las demandas que tiene el pasado sobre el
presente «no se satisfacen fácilmente» [7].
Algo «viejo»: el valor de uso
Sea cual fuere el papel asignado
al pasado y sus mensajeros fantasmales en los textos de Marx, Benjamin y
Shakespeare, hay que reconocer que la idea de que el pasado proporciona el
impulso para el socialismo es profundamente contraintuitiva. ¿Por qué, desde la
modernidad, se insiste que el motivo o el llamado al socialismo proviene de una
época anterior? Si el socialismo se va a construir en el futuro, ¿por qué no
procede el llamado desde el propio futuro? De hecho, las respuestas a
estas preguntas tienen mucho que ver con la construcción de la modernidad
capitalista y más específicamente con su calidad fantasmagórica.
En «El fetichismo de la mercancía
y su secreto», sección clave de El Capital, Marx muestra cómo el mundo
de las mercancías, con su abstracción del trabajo humano en la forma fetichista
de valor, es esencialmente fantasmagórico: en una palabra, es un mundo
futurista. El reino «sensorialmente suprasensible» al que Marx se refiere en
esta sección de El Capital anticipa el mundo de los centros comerciales
de hoy y su incesante presentación de productos y encantos novedosos; este es
un mundo que busca excluir la muerte al asumir paradójicamente el rigor
mortis de las superficies duras y brillantes de las mercancías. Dada la
naturaleza excesivamente moderna y futurista del universo de las mercancías,
cualquier ruptura con este ámbito debe provenir de una voz subterránea o de un
espacio metafórico que contrasta, por su carácter «viejo» o unheimlich,
con la alienación futurista del capitalismo [8].
Este espacio metafórico,
comparable en cierto modo a la condición espectral del padre de Hamlet, es la
esfera del valor de uso en la modernidad capitalista. Como faceta
suprimida de la mercancía, el valor de uso se representa a menudo en el arte,
en la filosofía e incluso en la política como algo perteneciente a una especie
de paraíso perdido [9]. Por ejemplo, en la poesía de Baudelaire y, un poco más
adelante, en los cuadros de Paul Gauguin y Henri Matisse, el reencuentro con
valores y placeres elementales se proyecta sobre una tierra exótica o más
primitiva de «luxe, calme et volupté». En la filosofía, de la misma
forma en que los pensadores liberales apelan a la «posición original» y al
«estado de naturaleza» para decidir cuestiones fundamentales de justicia social
–ubicando el valor transhistórico en un espacio que se imagina primordial–,
también Martin Heidegger apela a contextos campesinos arcaicos para evocar un
mundo más auténtico (regido por la utilidad) anterior a las pseudoconcreciones
del capitalismo [10].
En el ámbito político, el
proyecto de recuperación de valores históricos e ideales comunes –valores del
pasado que subyacen en el presente– se percibe claramente en la lucha abertzale
vasca que se lleva a cabo en nombre de un pueblo milenario que mora a ambos
lados de los Pirineos. Este proyecto es esencialmente socialista a pesar de
estar enmarcado en el rescate de lo que alguna vez existió. Otro ejemplo
similar es el proyecto socialista bolivariano que, debido a su dimensión
continental, depende de la reactivación de una nación latinoamericana
primordial que se halla sepultada bajo la modernidad balcanizada y capitalista
del continente [11]. En ambas luchas, que se cuentan entre los esfuerzos más
vibrantes por superar el capitalismo y crear un nuevo mundo socialista, el
proyecto se construye sobre la redención de lo que hay «detrás» y «antes de»
las pseudoconcreciones fetichizadas del capitalismo.
Socialismo como obligación
Que el llamado al socialismo
viene del pasado lo confirma también la forma en la que comúnmente utilizamos
los términos y conceptos. Es decir, la mayoría de la izquierda revolucionaria
plantea el socialismo no como simple opción, sino comoobligación,
y no existen obligaciones con el porvenir excepto en forma figurativa. Una
actitud revolucionaria hacia el futuro sería la de preparar el camino y
mantener la esperanza: «optimismo del espíritu» (a contrapelo de lo que dijera
Gramsci). Por el contrario, el motivo de la lucha socialista se acerca más al
cumplimiento de una promesa. Es una promesa hecha al pasado y a las
generaciones pretéritas.
¿Cómo debemos concebir a aquellos
del pasado a quienes nos amarra esta obligación? Podemos imaginar un largo
cortejo de antepasados –como haría José Martí en un discurso muy propio de
1893– cuyos proyectos están aún por realizarse. Martí evoca al rebelde
paraguayo José de Antequera y al líder indígena Túpac Amaru, también rememora a
José Antonio Galán y a Juan Francisco Berbeo, ambos comuneros colombianos [12].
Nuestros referentes en las luchas del pasado pueden diferir hoy dependiendo de
la situación política concreta. Sin embargo, lo esencial aquí es que cuando
tendemos la mano, como lo haría Martí, a las generaciones anteriores, es porque
concebimos la humanidad como proyecto.
Pasando revista a esta idea
constatamos que, si bien se vislumbra el proyecto de la humanidad en el
humanismo renacentista, solo se consolida en el siglo XVIII como ideal
normativo. El proyecto constituye la base que sostiene tanto la Declaración
de los Derechos del Hombre como el esquema de «paz perpetua» que Immanuel
Kant imaginó como posible efecto de la creciente adhesión al liberalismo [13].
Un siglo después, Simón Bolívar y el propio Martí tuvieron el mérito de haber
luchado por una patria latinoamericana, pero sus luchas siempre
estuvieron informadas por la ambición de una patria humana; así vemos
que la idea de la humanidad, de un proyecto humano, todavía persiste como
sustrato del proyecto de construcción nacional. En el siglo XX, el proyecto de
la humanidad apenas se mantuvo a flote en una época turbulenta de guerras
mundiales y genocidios, pero sobrevivió cuando menos en la ideología del
socialismo real, tanto en su modalidad de «lucha final» como en la forma
posterior de «convivencia pacífica». También persistió como horizonte en las
luchas anticoloniales y antiracistas.
En relación con estas
generaciones anteriores y su visión de la humanidad como proyecto digno de
lucha, nuestra generación ha dado un enorme paso atrás, un paso que expresa una
terrible pérdida de ambición y compromiso [14]. Por regla general no hemos
retomado sus luchas ni mantenido el ideal humano que les dio horizonte y
alcance. Esta es una pérdida tremenda incluso si nuestro abandono, nuestra
evasión de responsabilidades, es inconsciente o resultado de la ignorancia.
Así, hoy en día se presentan dos opciones para nuestra generación. O
persistimos en este estado «caído» o recuperamos los proyectos pretéritos
escuchando el pasado y sus legados de lucha. Para hacer esto tenemos que
recuperar una visión de la humanidad que rebasa la suma de individuos aislados
y verla de nuevo como proyecto con una larga trayectoria de lucha y sacrificio.
Por supuesto, es importante dejar
claro que, en lo que concierne a las luchas clave de nuestro pasado –incluso
las que no fueron explícitamente socialistas, como los proyectos de Bolívar,
Martí y Martin Luther King, Jr.–, la única forma de mantenerlas vivas hoy y
darles una base coherente es el socialismo. En nuestro tiempo, dado el
desarrollo de la historia, solo el socialismo puede garantizar una sociedad
pacífica, libre de racismo y justa. Por supuesto, esto se debe demostrar. Mas
argumentos de peso abundan, como los que se desarrollan en el ensayo del propio
Einstein, quien nos muestra que, entre otras cosas, una economía capitalista
necesariamente conduce al caos, a la inseguridad laboral y a múltiples formas
de injusticia. La conclusión, entonces, es que uno es o un traidor al pasado y
a su legado, o elige luchar y asumir el proyecto que representa la continuación
de estos esfuerzos anteriores: el proyecto del socialismo.
Un giro cultural (en positivo)
Esta manera de ver las cosas se
ilustra con un giro importante en la producción cultural previo a la última
vuelta de siglo. Hasta mediados de los años setenta la tendencia que dominaba
la literatura y el cine, sobre todo en la vertiente de la ciencia ficción, era
la de representar futuros nuevos y cada vez más avanzados. Esto es lo que se
transmitió, a menudo con un toque de escepticismo, en la tradición que se
extiende desde Julio Verne y H.G. Wells hasta Isaac Asimov y Arthur C. Clarke.
Sin embargo, a mediados de los setenta, esta postura orientada hacia el futuro
se agotó, y la ciencia ficción dio un salto sorprendente: volvió su mirada
hacia el pasado.
La película clave en este viraje
es La guerra de las galaxias, que se estrenó en 1977 con el
memorable texto de apertura: «Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy
lejana». Esta sorprendente película de ciencia ficción proclamó relatar
acontecimientos sucedidos en el pasado, y tenía una clara deuda con el
romanticismo que se evidencia en los caballeros, princesas y magos que poblaron
sus escenarios. Sin duda alguna, la película es mediocre en casi todos los
sentidos, pero la primera entrega de La guerra de las galaxias marcó un
punto de inflexión. Se inició una corriente romántica y nostálgica que sigue siendo
dominante en gran parte de la cultura de masas, como demuestra el éxito de las
recientes producciones El Señor de los anillos y Juego de tronos.
Este viraje hacia el pasado, que
tuvo lugar en el cine y en la televisión en la década de los setenta, podría
ser (y ha sido) interpretado como un hecho negativo. Es decir, se podría
interpretar La guerra de las galaxias como simple evidencia de la
degeneración de la actual cultura capitalista y su carencia de ideas (como
parecen confirmar la miserable interpretación y los crudos reciclajes
cinematográficos de la película). Sin embargo, dada la naturaleza epocal del
giro cultural que se evidenció en aquel momento, nos vemos obligados, cuando
menos, a tomar en serio la estructura temporal de La guerra de las galaxias.
De hecho, la película puso de manifiesto la apreciación esencialmente correcta
entre las audiencias populares de que el mito progresista había fracasado y que
hoy la fe en un futuro predestinado superior es insostenible.
Esto es precisamente lo que La
guerra de las galaxias, junto con la ciencia ficción romántica que sigue
sus pasos, representa. Por un lado, la primera película de la serie, dirigida
por George Lucas, reconoció que no hay ninguna garantía de que la humanidad
vaya a progresar hacia un ideal luminoso, reconocimiento que también se expresa
en las películas casi contemporáneas Blade Runner (1982) y Brazil (1985),
con sus escenas distópicas del futuro. Por otro lado, los guionistas y las
audiencias de La guerra de las galaxias entendieron que no hay nada que
obligue en la visión progresista de la vida: no hay compromiso alguno y por lo
tanto no hay aventura.
Regresando tan solo una década
encontramos una producción radicalmente diferente, una serie de ciencia ficción
que coincidía con la tendencia hasta entonces dominante en su género, la que
miraba hacia el futuro. Nos referimos a Star Trek, la serie de culto que
se transmitió inicialmente entre 1966 y 1969. Aunque superficialmente similar a
La guerra de las galaxias, esta serie televisiva tenía, de hecho, un
argumento contrapuesto. Encarnaba una cosmovisión progresista que –en
paralelismo estrecho con los ideales positivistas de la Segunda Internacional–
predecía una nueva sociedad superior como producto del desarrollo histórico
inexorable. Entre otros logros civilizatorios que se representan como faits
accomplis en Star Trek nos encontramos con una federación
inter-planetaria a la manera del foedus pacificum inter-nacional de
Kant. En Star Trek la Ilustración triunfa.
Walter Benjamin versus James Kirk
Por el contrario, La guerra de
las galaxias de Lucas operó en un registro totalmente diferente y su
mensaje entra en profunda contradicción con el pensamiento de la Ilustración.
Con una exótica mezcolanza que recicla las fórmulas del western y de la
leyenda medieval, la narrativa por lo demás débil de la película hollywoodense
se sostuvo sobre dos poderosos argumentos: el primero es que hay que luchar por
el cambio y el segundo que hay una misión de larga data –un proyecto humano que
se remonta muchas generaciones atrás– que la generación actual ha abandonado.
La película le transmite a la audiencia –como el propio fantasma shakesperiano
que Marx había adoptado para el Manifiesto Comunista– que uno debe
elegir entre participar en esta misión heroica (llámese la misión de
emancipación o del socialismo) o ser un traidor a ella...
Esto nos lleva de nuevo a Walter
Benjamin y sus tesis sobre la historia. Muchas personas de inclinación
académica han luchado con este texto difícil, que resultó ser el último
testamento teórico del escritor alemán. Una de las referencias más misteriosas
en el texto de Benjamin es la afirmación sobre la presencia de una «débil
fuerza mesiánica» en la presente generación (afirmación que hemos mencionado
brevemente más arriba). Justo antes de esta extraña frase, el texto menciona el
«eco de aquellos que han sido silenciados» en las «voces a las que prestamos
nuestros oídos hoy en día», y también alude a la sorprendente idea de una «cita
secreta entre las generaciones del pasado y la nuestra» [15].
Esta sección de Sobre el
concepto de historia de Benjamin es en verdad enigmática. ¿Por qué es la
«fuerza mesiánica» en la generación actual considerada «débil»? Y por otra
parte, ¿qué variante excéntrica de la historiografía materialista propone
Benjamin (puesto que posiciona su texto como una vertiente crítica del
materialismo histórico)? Una respuesta completa a estas preguntas está fuera
del alcance de este ensayo. Sin embargo, para captar la esencia de esta tesis
de Benjamin no es necesario ir más allá de una de las primeras escenas de La
guerra de las galaxias, en la que el protagonista se encuentra en el
planeta Tatooine con una figura envejecida que es portadora de un mensaje del
pasado. Es Obi-Wan Kenobi, pero en su lugar podemos imaginar a Simón Bolívar,
Karl Marx o incluso Hugo Chávez. En esta escena de La guerra de las galaxias
tenemos una representación dramática de la «cita» de Benjamin entre el pasado y
las generaciones presentes. La generación anterior, representada por Obi-Wan,
interpela a la generación presente a una aventura diciendo: Hay una misión
difícil y de vieja data; debes aprender sobre ella y serle leal.
La misión, la lealtad y la
aventura... tal vez estos aspectos del proyecto humano son difíciles de expresar
de forma convincente fuera de la literatura y del arte, y no encajan fácilmente
en el contexto del ensayo teórico. Aún así son esenciales para el socialismo.
Hay que comprender que el proyecto del socialismo –una aspiración tanto
explícita como implícita en un gran número de generaciones pretéritas– no es
una opción sino una obligación. La misión que hemos heredado del pasado, la de
alcanzar el socialismo, exige lealtad y valentía si no queremos traicionarla.
¿Esto resulta excesivo? Solo si el gris-sobre-gris del capitalismo hubiera
terminado por apoderarse de la imaginación humana podría considerarse excesiva
la afirmación. De hecho, el socialismo y su proyecto sería decepcionante si no
operase –al menos parte del tiempo– en este registro heroico.
Notas:
[1] Joseph A. Schumpeter: Capitalismo, socialismo y democracia, Folio, Barcelona, 1996.
[1] Joseph A. Schumpeter: Capitalismo, socialismo y democracia, Folio, Barcelona, 1996.
[2] Albert Einstein: «Why
Socialism?», Monthly Review (mayo 1949).
[3] Gerard A. Cohen: La teoría
de la historia de Karl Marx: una defensa, Siglo XXI, Madrid, 1986, pp.
177-182.
[4] Daniel
Bensaïd: La política como arte estratégico , Oveja Roja, Madrid, 2013,
p. 34.
[5] El carácter paternal del
fantasma se enfatiza doblemente en la lectura de Hamlet que expone
Stephen Dedalus en el episodio 9 de Ulises de James Joyce. Dedalus
mantiene que Shakespeare, que tenía un hijo llamado «Hamnet», interpretó el
papel del fantasma del padre (el espectro) en representaciones contemporáneas
de la obra. Es interesante que Macbeth, una obra un poco más tardía,
pone la historia del usurpador «burgués» en el centro del argumento.
[6] Otro ejemplo es Karl Marx: Speech
at Anniversary of the «People's Paper», 1856 (www.marxists.org/archive/marx/works/1856/04/14.htm).
[7] Walter Benjamin: Tesis
sobre la historia y otros fragmentos, edición y traducción de Bolívar
Echeverría, Desde Abajo, Bogotá, 2010.
[8] Sigmund Freud: «Lo ominoso»,
Obras completas, volumen XVII (1917-1919): «De la historia de una
neurosis infantil» y otras obras, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1978,
pp. 217-225. Siguiendo a Julia Kristeva podemos captar el sentido de la palabra
unheimlich, que a menudo se traduce como «ominoso», con la frase
«inquietante extrañeza».
[9] Herbert Marcuse: Eros y
Civilización, SARPE, Madrid, 1983, p. 33: «Y el pasado sigue imponiendo
exigencias sobre el futuro: [el inconsciente] genera el deseo de que el paraíso
sea creado otra vez sobre la base de los logros de la civilización... La
recherche du temps perdu llega a ser el vehículo de la futura liberación».
[10] Martín Heidegger: «El origen
de la obra de arte», Arte y Poesía, Fondo de Cultura Económica, México,
1973. El término «pseudoconcrección» viene de Karel Kosik: Dialéctica de lo
concreto. Estudio sobre los problemas del hombre y del mundo, Grijalbo,
México, 1967.
[11] Este es el argumento de
Jorge Abelardo Ramos en Historia de la Nación Latinoamericana,
Continente, Buenos Aires, 2012.
[12] José Martí: «Bolívar»
(Discurso en la velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana del 28 de
octubre de 1893), Política de Nuestra América, Fondo Cultural del ALBA,
La Habana, 2006, p. 145.
[13] Immanuel Kant: Sobre la
paz perpetua, Tecnos, Madrid, 1985.
[14] Esta pérdida de compromiso
con el proyecto humano la registra Einstein con una anécdota en «¿Por qué
socialismo?» sobre el «hombre inteligente y bien dispuesto» que se pregunta por
qué hay que estar preocupado por la desaparición de la humanidad.
[15] Walter Benjamin: op. cit.,
véase la tesis II.
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