10/04/2017
Al recordarse los 25 años del Golpe de Estado -5 de
abril de 1992- Alberto Fujimori juzgó oportuno enviar a diversos medios de
comunicación un mensaje a través del cual se enorgulleció de los
infaustos hechos de entonces y se proclamó así mismo, nada menos
que “arquitecto” de los sucesos de aquel día en el que
fueran arrasados todos los mecanismos de la “democracia formal”, e
instaurado un nuevo orden más bien autocrático, despótico y corrupto.
Desde un inicio, dijimos que esa acción tenía
propósitos más vastos que tan solo concentrar el Poder en una sola mano. Y
señalamos que tras ella, estaba la mano del capital financiero y la Agencia
Central de Inteligencia de los Estados Unidos, empeñados ambos en adueñarse de
un país que por poco se les va de las manos en octubre de 1968.
En verdad, no podrían entenderse los
acontecimientos de abril del 92, si no se tiene clara idea de lo que significó
-para el Perú y América- la insurgencia de Velasco Alvarado 24 años antes.
El proceso militar peruano de la época tuvo
profundo sentido patriótico y antiimperialista. Disparó en varias direcciones
al mismo tiempo: puso en jaque el dominio yanqui en nuestro suelo al
nacionalizar el petróleo y la gran minería; asestó un golpe mortal
a la oligarquía exportadora al dictar la reforma agraria y colocar bajo
administración asociativa los complejos agroindustriales de la
costa; acabó con el latifundismo y la explotación humana en la
sierra todavía feudal; derribó el poder de la “prensa grande” y toda su
capacidad de engañar y sorprender a la ciudadanía; abrió cauce a la
industrialización y el desarrollo del país; dio pasos seguros en los planos de
la educación y la cultura; y se entendió con “la otra mitad del mundo”
estableciendo relaciones diplomáticas, económicas, comerciales, y aún
militares, con Cuba y la Unión Soviética en las barbas del Imperio. Eso,
era mucho más de lo que la Casa Blanca estaba dispuesta a tolerar.
Para el gobierno de los Estados Unidos asomó el “triángulo
rojo” en América Latina de los años 70, cuando sumaron las experiencias de
Allende, Juan José Torres y Velasco Alvarado; y se irguió la amenaza
más grandes cuando los militares progresistas peruanos tomaron contacto con
Liber Seregni en Uruguay; Víctor Hugo Morales, en Venezuela; Carlos Prat, en
Chile; Omar Torrijos, en Panamá; y núcleos de uniformados de ideas avanzadas en
Ecuador, Bolivia, Argentina y Brasil.
Los imperialistas, en esa circunstancia, sintieron
que la arena ardía bajo sus pies; y que el continente entero, podía “cambiar de
rumbo”. Eso, sería el fin.
Se trataba entonces de modificar radicalmente ese
escenario no sólo derribando a los adversarios de entonces, sino sobre todo
asegurando que nunca más una experiencia de ese corte pudiera repetirse en el
Perú o América. A fin de coronar ese objetivo, se empeñaron en asegurar dos
propósitos: fascistizar a la Fuerza Armada y aplastar a los pueblos impidiendo
un modelo económico que maniatara la principal fuerza productiva: los trabajadores.
Para el primero, usaron el Terrorismo de Estado al
que justificaron presentándolo como “la única manera” de hacer frente a la
“amenaza terrorista” de Sendero Luminoso.
Alguna vez se sabrá, cuántos de los actos
atribuidos a esta organización terrorista fueron realmente cometidos por
ella, y cuántos más bien fueron ejecutados por los servicios de inteligencia y
por la estructura del Estado en sus más diversos niveles. Horrendo crímenes,
como Soccos, Accomarca, Llocllapampa, Pomatambo, Parcco Alto, Cayara, Huancapi,
Santa Rosa y otras, fueron presentados a la opinión pública como “obra de
Sendero”, o resultado de “enfrentamientos con patrullas senderistas”,
que nunca ocurrieron. Fueron el resultado del accionar de unidades militares,
enviadas para “castigar” a poblaciones olvidadas.
Y cuántos “Paros Armados”, torres
derribadas, bombas explotadas, asaltos y robos adjudicados a “las huestes de
Gonzalo” fueron, en verdad, autoría del Estado en el empeño de lograr un
doble propósito: intimidar a la población asustándola con la “incontrolable
amenaza terrorista” envuelta en banderas rojas y símbolos revolucionarios;
y hacer que soldados y oficiales se mancharon -todos- las manos de
sangre: odiar al pueblo y hacerse odiar por el pueblo, fueron para
los Mandos de la época dos caras de una misma medalla, el proceso de
fascistización castrense, y el fin del vestigio de “izquierdismo” en las
instituciones armadas.
Hubo, sin embargo, algo que no pudo encararse
en toda su dimensión entre 1975 -cuando fue depuesto Velasco Alvarado- y
1990. Ni Morales Bermúdez, ni Belaunde en su segunda gestión, ni García en su
primera mandato; se atrevieron a derribar las conquistas sociales alcanzadas
por los trabajadores ni a destruir el sector estatal de la economía, que garantizaba
un elemental proceso de desarrollo.
Aunque esas administraciones derogaron algunos
dispositivos laborales y cambiaron normas en el plano de las relaciones de
trabajo; no pudieron destruir a la CGTP ni quebrar a los sindicatos, como era
su sueño. Tampoco lograron demoler las empresas estatales y privatizarlas, como
ambicionaban. El sector estatal de la economía siguió vigente, no obstante
las reiteradas demandas de “privatización” lanzadas por la jauría neoliberal.
Para que el Neo Liberalismo concretara sus
propósitos, fue preciso el Golpe de Estado de 1992. Alberto Fujimori, su
ejecutor; no fue por cierto su “arquitecto”. NI lo concibió, ni lo diseñó.
Apenas fue el sicario que degolló la economía del Estado, e hizo lo mismo con
los trabajadores y sus derechos.
Hace algunos días, se conoció en Lima el tenor de
la conversación telefónica que el lunes 20 de abril de ese año, sostuviera
Alberto Fujimori con el entonces Presidente de los Estados Unidos George H.W.
Bush. En ella, el mandatario yanqui le dijo a AFF: “Entiendo que su
prioridad número uno fue reintegrar al Perú con el FMI (Fondo Monetario
Internacional), el Banco Mundial y el BID (Banco Interamericano de Desarrollo).
Estados Unidos y Japón tomaron la iniciativa al formar el grupo de apoyo para
lograr esto. Queremos continuar ayudando con las reformas económicas, cooperar
en la lucha contra el narcotráfico, y ayudarlo a continuar con el buen trabajo
que ha comenzado en combatir al terrorismo”.
Y si, en efecto, esa fue la “prioridad” del
Golpe. El arquitecto del mismo, no fue, entonces el “chinito de la yuca”,
sino el FMI y la CIA, que actuaron al unísono cumpliendo ambos,
escrupulosamente, su misión.
Aun se recuerdan hechos puntuales en la materia:
Cuando Fujimori -antes de asumir el Poder- en junio de 1990 hizo escala
en Nueva York para dirigirse a Tokio, fue recibido en el aeropuerto de la
ciudad por Michel Candessus, el director del FMI, quien le ofreció “el
oro y el moro” a cambio que aplicara el shock neoliberal reclamado por el
sistema financiero y el BID. Meses después, se hizo popular la frase de éste: “música
para mis oídos”, cuando se anunció el “ajuste” neoliberal del
gabinete Fujimori / Hurtado Miller, de agosto del mismo año.
Institucionalizar el terrorismo de Estado, doblegar
la resistencia del pueblo, satanizar a la izquierda envileciendo sus símbolos
más preciados y golpeando a sus organizaciones sociales; fue el preludio a la
aplicación del “ajuste” neo liberal de entonces. Y fue éste sólo posible con el
Golpe de Estado del 5 de abril.
Fujimori no “acabó con el terrorismo” ni “salvó a
la economía”. Lo que hizo, fue suspender el “accionar senderista” que desplegó
el Estado y entregar la economía nacional al FMI y al capital financiero. Para
ambos efectos, fue capital la Constitución de 1993 que se mantiene
vigente por la complicidad de la case dominante.
La verdad puede demorar, pero finalmente, todo sale
a luz.
Gustavo Espinoza M.
Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
http://www.alainet.org/es/articulo/184715
No hay comentarios:
Publicar un comentario