24/05/2017
| Michael Löwy
Este brillante ensayo* es un intento de recuperar
una tradición ocultada y discreta: la de la “melancolía de izquierda”, un
estado de ánimo que no forma parte del relato canónico de la izquierda, más
propensa a celebrar los triunfos gloriosos que las derrotas trágicas. Sin
embargo, el recuerdo de esas derrotas –junio de 1848, mayo de 1871, enero de
1919, septiembre de 1973– y la solidaridad con los vencidos irrigan la historia
revolucionaria como un río subterráneo, invisible. En las antípodas de la
resignación, esta melancolía de izquierda es un hilo rojo que cruza la cultura
revolucionaria desde Auguste Blanqui hasta Walter Benjamin, pasando por Gustave
Courbet y Rosa Luxemburgo, como también el cine crítico. Traverso revela con
vigor y de modo contraintuitivo toda la carga subversiva y liberadora del duelo
revolucionario.
La historia del socialismo a lo largo de dos siglos
ha sido una constelación de derrotas, trágicas, a menudo sangrantes; pero esto
no induce a la aceptación del orden establecido, sino todo lo contrario. En su
último artículo, de enero de 1919, Rosa Luxemburgo escribió: “La vía al
socialismo está pavimentada de derrotas… En ellas hemos fundado nuestra
experiencia, nuestros conocimientos, la fuerza y el idealismo que nos animan.”
El mismo espíritu anima a Che Guevara cuando, en octubre de 1967, dice a sus
asesinos: “Hemos fracasado, pero la revolución es inmortal.” Sin embargo, esta
dialéctica de la derrota podía conducir, señala Traverso, a una especie de
teodicea seglar, con una fe casi religiosa en la victoria final. Es mejor
reconocer, como hizo la propia Rosa Luxemburgo en 1915, que el futuro sigue
siendo incierto: “socialismo o barbarie”.
Contrariamente a las derrotas gloriosas del pasado
–1848, 1871, 1919–, la de 1989 (la caída del Muro de Berlín, seguida de la
restauración del capitalismo) es una derrota oscura que genera desencanto. De
ahí el desarrollo, a partir de esos años, de un marxismo melancólico, del que
Daniel Bensaid es uno de los representantes más eminentes. Su arte reside,
según Enzo Traverso, en la organización del pesimismo (fórmula de Walter
Benjamin): asumir un fracaso sin capitular ante el enemigo, sabiendo que un
nuevo comienzo adoptará formas inéditas.
La melancolía de izquierda se expresa mejor en las
creaciones del imaginario revolucionario que en las controversias teóricas. El
libro explorará por tanto esta sensibilidad en el cine, a través de las obras
de Chris Marker, Gillo Pontecorvo y Ken Loach. Contrariamente a la
historiografía, el cine no aspira a la exactitud, pero muestra la dimensión
subjetiva de los acontecimientos, lo que lo convierte en un barómetro de la
experiencia revolucionaria. Marxista anticolonialista, Pontecorvo es el
realizador por excelencia de las derrotas gloriosas que preparan el futuro,
como en La batalla de Argel (1966) o en Queimada (1969), que
Edward Said consideraba “una obra maestra”. El mismo juicio puede aplicarse, en
cierta medida, a Tierra y libertad, de Ken Loach, que proyecta una
mirada melancólica, pero “todo menos resignada”, sobre la revolución española
de 1936-1937. Su película quiere ser un monumento a las revoluciones del siglo
XX, un monumento épico, pero ni dogmático ni lirico, impregnado de duelo.
Otra obra maestra, Rua Santa-Fé (2007), de
Carmen Castillo, es un epitafio dedicado a la memoria de su compañero Miguel
Enríquez y de las revoluciones latinoamericanas de la década de 1970. Distinta
de la película de Ken Loach, esta es ante todo un documento sensible: Carmen
Castillo no indaga en las razones de la derrota, sino en las emociones que esta
ha generado, así como en las reacciones de la juventud chilena actual, que “se
apropia la memoria de los vencidos”. Las páginas que consagra Enzo Traverso a
esta película figuran entre las más logradas del libro.
Las películas de estos tres cineastas, como también
las de Theo Angelopoulos o Patricio Guzmán, describen el siglo XX como una edad
trágica de revoluciones quebradas y utopías derrotadas. Su melancolía de
izquierda expresa el duelo colectivo de una generación.
Traverso dedica un capítulo a lo que denomina
“melancolía poscolonial”, que adopta dos formas: l) desencanto ante las
descolonizaciones fallidas y 2) decepción ante el desencuentro entre marxismo y
anticolonialismo. Analiza con mucha finura los escritos de Marx, destacando
tanto su visión eurocéntrica inicial como su progresiva superación a partir de
la década de 1860. En el transcurso del siglo XX, la historia del marxismo es
indisociable de los movimientos de liberación nacional, por mucho que los
marxistas occidentales (Lukács, la Escuela de Fráncfort) hayan ignorado la
lucha de los pueblos colonizados. A mi juicio, esta limitación es innegable,
pero no creo que haya generado una “melancolía de izquierda”, contrariamente a
la primera forma de la “melancolía poscolonial” –la de las independencias
fallidas–, de la que Enzo Traverso habla muy poco, pero que ha pesado mucho
sobre una generación de militantes anticolonialistas.
El último capítulo del libro está dedicado a
nuestro amigo Daniel Bensaid. En la nueva coyuntura creada por los años noventa
(restauración del capitalismo en la URSS y Europa del Este), Daniel tratará de
repensar la historia a partir de Marx y Trotsky, aunque también de la “galaxia
melancólica” –Baudelaire-Blanqui-Péguy-Walter Benjamin–, como el terreno de lo
incierto y lo posible, de las arborescencias y las bifurcaciones. Se puede
criticar la lectura que hace Bensaid de los escritos de Benjamin –en particular
de sus Tesis sobre el concepto de la historia–, porque deja de lado la
dimensión teológica y la relación con la utopía. Sin embargo, esta lectura
atípica, no convencional, fue una de las primeras en destacar la dimensión
política de Benjamin. Más que una interpretación erudita del texto, el ensayo
de Bensaid, Walter Benjamin, sentinelle messianique (1990), es una
reflexión a partir de Benjamin, a quien utiliza como una brújula para
los revolucionarios en la tempestad de 1989-1990. La revolución ya no puede
plantearse como “inevitable”: hipótesis estratégica y horizonte regulador, solo
puede ser objeto de una apuesta melancólica (la apuesta de Pascal revisada y
corregida por el marxista Lucien Goldmann).
En conclusión, Enzo Traverso
critica el discurso normativo actual, que presenta el régimen liberal y la
economía de mercado como el orden natural del mundo, estigmatizando las utopías
del siglo XX. Para este discurso dominante, la melancolía de izquierda es
culpable debido a sus vínculos con los compromisos subversivos del pasado. Sin
embargo, la propia izquierda ha rechazado a menudo la melancolía para “no
desesperar a Billancourt” 1/. Es hora
de descubrir esta melancolía rebelde que se diferencia tanto de la resignación
como de la “compasión” por las víctimas. Es uno de los atributos de la acción
revolucionaria y está inscrita en la historia de todos los movimientos que,
desde hace dos siglos, han intentado cambiar el mundo. Porque “es con las
derrotas como se transmite la experiencia revolucionaria de una generación a
otra”. Creo que el autor de Le Pari mélancolique 2/
(1997) estaría de acuerdo con esta conclusión…
* Mélancolie de gauche : La force d’une tradition
cachée (XIXe-XXIe siècle). Enzo Traverso. La Découverte, Paris, 2016
11/04/2017
Artículo publicado originalmente en www.contretemps.eu
Traducción: viento sur
Notas
1/ Billancourt: centro industrial a las afueras de
París, símbolo del movimiento obrero francés. (N.d.t.)
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