por Thierry Meyssan
Aunque todos los
expertos concuerdan en que los acontecimientos en Venezuela siguen
el mismo modelo que los de Siria, hay quienes cuestionan
el anterior artículo de Thierry Meyssan sobre las interpretaciones
divergentes de esos hechos en el campo antiimperialista. Este artículo
responde a esas dudas. Pero no se trata aquí de una simple
querella entre especialistas sino de un debate de fondo sobre
el viraje histórico que estamos viviendo desde el 11 de septiembre
de 2001 y que afecta las vidas de todos los que habitamos este
planeta.
Red Voltaire | Damasco
(Siria)
Este artículo es la segunda parte de
«Interpretaciones divergentes en el campo antiimperialista», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 15 de agosto de 2017.
«Interpretaciones divergentes en el campo antiimperialista», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 15 de agosto de 2017.
En la primera parte de este artículo subrayé que
el presidente sirio Bachar al-Assad es en este momento la única
personalidad que ha sabido adaptarse a la nueva «gran estrategia
estadounidense», mientras que las demás siguen pensando
como si los conflictos que hoy se desarrollan fuesen similares a
los que ya vimos desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Siguen interpretando los acontecimientos como intentos
de Estados Unidos para derrocar gobiernos como medio de acaparar
los recursos naturales para sí mismo.
Pienso, y voy a explicarlo aquí, que esa
interpretación es errónea y que ese error puede sumir la humanidad en
un verdadero infierno.
El pensamiento estratégico
estadounidense
Hace 70 años que los estrategas estadounidenses
sufren una obsesión que no tiene nada que ver con la
defensa de su pueblo. Lo que les obsesiona es mantener
la superioridad militar de Estados Unidos sobre el resto del
mundo. Durante el decenio transcurrido entre la disolución de la URSS
y los atentados del 11 de septiembre de 2001, estuvieron buscando
diferentes maneras de intimidar a todo el que se resistía a la
dominación estadounidense.
Harlan K. Ullman desarrollaba la idea de
aterrorizar a los pueblos asestándoles golpes brutales (Shock and awe
o “shock y pavor”) [1].
Se trataba, idealmente, de algo como el uso de la bomba atómica
contra los japoneses. Eso se concretó, en la práctica,
bombardeando Bagdad con una lluvia de misiles crucero.
Los discípulos del filósofo Leo Strauss soñaban con
librar y ganar varias guerras a la vez (Full-spectrum
dominance o “dominio en todos los sentidos”). Vimos entonces
las guerras contra Afganistán e Irak, que se desarrollaron
bajo un mando común [2].
El almirante Arthur K. Cebrowski predicaba que
había que reorganizar los ejércitos de Estados Unidos de manera
tal que fuese posible procesar y compartir una multitud de datos de forma
simultánea. Eso haría posible algún día el uso de robots capaces de indicar
instantáneamente las mejores tácticas [3].
Como veremos más adelante, las profundas reformas que
el almirante Cebrowski inició no tardaron en producir frutos…
venenosos.
El pensamiento neoimperialista
estadounidense
Esas ideas y obsesiones primeramente llevaron
al presidente George W. Bush y la US Navy a organizar el más extenso
sistema internacional de secuestro y tortura, que contó
80 000 víctimas. Posteriormente, llevaron al presidente Obama
a poner en marcha todo un aparato para perpetrar asesinatos,
principalmente mediante el uso de drones pero también recurriendo a
comandos armados. Ese sistema opera en 80 países y dispone de un
presupuesto anual de 14 000 millones de dólares [4].
A partir de los hechos del 11 de septiembre
de 2001, el asistente del almirante Cebrowski, Thomas P. M.
Barnet, impartió en el Pentágono y en las academias militares estadounidenses
numerosas conferencias anunciando lo que sería el nuevo mapa del
mundo según el Pentágono [5].
Ese proyecto se ha hecho posible debido a las reformas
estructurales realizadas en los ejércitos estadounidenses, reformas en las que
se percibe una nueva visión del mundo. El proyecto en sí parecía
tan descabellado que los observadores extranjeros lo consideraron,
apresuradamente, sólo una forma de retórica más entre tantas otras
tendientes a sembrar el miedo en los pueblos que Estados Unidos pretende
dominar.
Barnett afirmaba que, para mantener su hegemonía
mundial, Estados Unidos tendría que dividir el mundo en
dos partes. Quedarían de un lado los Estados estables
(los miembros del G8 y sus aliados) y del otro lado estaría
el resto del mundo, considerado simplemente como un “tanque” de
recursos naturales. Barnett se diferenciaba de sus predecesores en
un punto fundamental: ya no consideraba que el acceso a esos
recursos fuese crucial para Washington sino que afirmaba que
los Estados estables sólo tendrían acceso a esos recursos recurriendo
a los ejércitos estadounidenses. Para eso habría que destruir
sistemáticamente toda la estructura estatal en los países que serían
parte de ese “tanque” de recursos, de manera que nadie pudiese
oponerse en ellos a la voluntad de Washington, ni tampoco tratar
directamente con los Estados estables.
En su discurso de enero de 1980 sobre el Estado de
la Unión, el presidente Carter enunció su doctrina: Washington
consideraba el acceso al petróleo del Golfo para garantizar
el abastecimiento de su propia economía como una cuestión de
seguridad nacional [6].
El Pentágono creó entonces el CentCom para controlar esa región.
Sin embargo, Washington está sacando actualmente menos petróleo
de Irak y de Libia que antes de las guerras contra esos países… ¡pero
no le importa!
La destrucción de las estructuras estatales
equivale a regresar a los tiempos del caos, concepto ya enunciado por Leo
Strauss pero al que Barnett confiere un sentido nuevo. Para el filósofo
judío Leo Strauss, después del fracaso de la República de Weimar y
la Shoa (el Holocausto), el pueblo judío no puede seguir
confiando en las democracias, así que la única vía que le queda para
protegerse de un nuevo nazismo es instaurar su propia dictadura mundial
–claro, ¡en aras del Bien! Para eso tendrá que destruir algunos
Estados que oponen resistencia, hacerlos retroceder a la era del Caos
y reconstruirlos según nuevas leyes [7].
Eso corresponde con lo que decía Condoleezza Rice
durante los primeros días de la agresión de 2006 contra
el Líbano, cuando aún parecía que Israel saldría victorioso:
«No veo el interés de la diplomacia si es
para volver al statu quo ante entre Israel y el Líbano.
Creo que sería un error. Lo que aquí vemos es, en cierta forma,
el comienzo, las contracciones del nacimiento de un nuevo
Medio Oriente y, hagamos lo que hagamos, tenemos que estar seguros
de que avanzamos hacia el nuevo Medio Oriente y de que no volvemos
al antiguo.»
Para Barnett, sin embargo, habría que hacer
retroceder a la era del Caos no sólo a los pueblos que oponen
resistencia sino a todos los países que no han alcanzado cierto nivel
de vida. Y cuando estén sumidos en el Caos… habrá que mantenerlos en él.
La influencia de los seguidores de Leo Strauss
ha disminuido en el Pentágono después del fallecimiento de Andrew
Marshall, creador del «giro hacia Asia» [8].
Una de las grandes rupturas entre el pensamiento de
Barnett y lo que pensaban sus predecesores reside en que Barnet piensa que
no hay que desatar guerras contra tal o más cual país por razones
políticas sino contra regiones enteras del mundo porque no están
integradas al sistema económico global. Por supuesto, siempre habrá que
empezar por un país en particular, pero se hará favoreciendo
la extensión del conflicto, hasta destruirlo todo… como en el Medio
Oriente ampliado (o Gran Medio Oriente). En este momento sigue
la guerra, incluso con despliegue de blindados, tanto en Túnez,
Libia, Egipto (en el Sinaí), Palestina, Líbano (en Ain el-Helue y
Ras Baalbeck), como en Siria, Irak, Arabia Saudita (en la ciudad de
Qatif), Bahréin, Yemen, Turquía (en Diyarbakir) y Afganistán.
Es por eso que la estrategia neoimperialista de
Barnett tendrá que apoyarse obligatoriamente en ciertos elementos de
la retórica de Bernard Lewis y de Samuel Huntington, la «guerra de
civilizaciones» [9].
Pero como será imposible justificar que permanezcamos indiferentes ante
las desgracias de los pueblos de los países condenados a ser parte
del “tanque” de recursos naturales, habrá que convencernos de que nuestras
civilizaciones son incompatibles.
Según
este mapa, extraído de un Powerpoint que Thomas P. M. Barnett presentó
en 2003 durante una conferencia impartida en el Pentágono,
los Estados de todos los países incluidos en la zona rosada deben
ser destruidos. Ese proyecto no tiene nada que ver con la
lucha de clases en el plano nacional, ni con la explotación de los
recursos naturales. Después de destruir el Medio Oriente ampliado,
los estrategas estadounidenses se preparan para acabar con los Estados
en los países del noroeste de Latinoamérica.
La aplicación del neoimperialismo
estadounidense
Esa exactamente es la política que ha venido
aplicándose desde el 11 de septiembre de 2001. No se ha terminado
ninguna de las guerras desatadas desde entonces. Desde hace 16 años,
las condiciones de vida de los afganos son cada día más
terribles y peligrosas. La reconstrucción del Estado que alguna vez
tuvieron, reconstrucción que supuestamente seguiría el modelo aplicado en
Alemania o Japón al término de la Segunda Guerra Mundial, nunca llegó
concretarse. La presencia de las tropas de la OTAN no mejoró
la vida de los afganos que, por el contrario, se deterioró aún
más. Todo indica que esa presencia militar de la OTAN es
actualmente la causa del problema. A pesar de todos
los discursos que alaban la ayuda internacional, las tropas de
la OTAN sólo están en Afganistán para mantener y agravar el caos.
No hay un solo caso de intervención de la OTAN
en que los motivos oficiales de la guerra hayan resultado ciertos.
No fue cierta la justificación oficial de la guerra contra Afganistán
(motivo invocado: una supuesta responsabilidad de los talibanes en los
atentados del 11 de septiembre de 2001), como tampoco lo fue en
la guerra contra Irak (motivo invocado: un supuesto respaldo del
presidente Saddam Hussein a los terroristas del 11 de septiembre y la
preparación de armas de destrucción masiva que planeaba utilizar contra
Estados Unidos), ni en Libia (supuesto bombardeo del ejército libio
contra su propio pueblo), ni en Siria (dictadura del presidente Assad y de
la secta de los alauitas). Y en ningún caso el derrocamiento de un
gobierno ha puesto fin a la guerra. Todas esas guerras
se mantienen hoy en día, sin importar la tendencia o
el grado de sumisión de los dirigentes en el poder.
Las «primaveras árabes», si bien son fruto
de una idea del MI6 que sigue el modelo de la «revuelta árabe»
de 1916 y de las hazañas de Lawrence de Arabia, fueron incorporadas a la
misma estrategia de Estados Unidos. Túnez se ha convertido en un país
ingobernable. En Egipto, donde el ejército nacional logró recuperar
el control de la situación, el país está tratando poco a poco de
levantar cabeza. Libia se ha convertido en un campo de batalla, no desde
que el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó su resolución llamando a
proteger la población libia sino después del asesinato de Muammar el-Kadhafi y
la victoria de la OTAN.
Siria es un caso excepcional ya que
el Estado nunca pasó a manos de la Hermandad Musulmana y que
esta no ha logrado imponer el caos en todo el país. Pero numerosos
grupos yihadistas, vinculados precisamente a esa cofradía, lograron controlar
–y todavía controlan– partes del territorio nacional, instaurando en ellas
el caos. Ni el califato del Emirato Islámico (Daesh), ni Idlib
bajo al-Qaeda, constituyen Estados donde el islam pueda florecer.
Son sólo zonas de terror sin escuelas ni hospitales.
Es probable que gracias a su pueblo, a su ejército
y a sus aliados rusos, libaneses e iraníes, Siria logre escapar al destino
que Washington había diseñado para ella. Pero el Medio Oriente ampliado seguirá
siendo pasto del fuego hasta que los pueblos entiendan los planes de
sus enemigos.
Ahora vemos como el mismo proceso de destrucción
se inicia en el noroeste de Latinoamérica. Los medios de
difusión occidentales hablan con desdén de los desórdenes
en Venezuela, pero la guerra que así comienza no habrá de
limitarse a ese país. Se extenderá a toda esa región, a pesar
de que son muy diferentes las condiciones económicas y políticas de
sus países.
Los límites del neoimperialismo
estadounidense
A los estrategas estadounidenses les gusta
comparar el poder de Estados Unidos al del Imperio romano. Pero
los romanos aportaban seguridad y opulencia a los pueblos que conquistaban
y los incorporaban a su imperio. El Imperio romano construía
monumentos y racionalizaba las sociedades de esos pueblos.
El neoimperialismo estadounidense no tiene intenciones de aportar
nada, ni a los pueblos de los Estados estables, ni a los de los países
incluidos en el “tanque” de recursos naturales. Lo que tiene previsto es
extorsionar a los primeros y destruir los vínculos sociales en los
que se sustenta la unión nacional de los segundos. Ni siquiera
le interesa exterminar a estos últimos sino hacerlos sufrir para que el caos
en el que viven convenza a los Estados estables de que para ir
a buscar los recursos que necesitan tienen que contar con la
protección de los ejércitos estadounidenses.
El proyecto imperialista consideraba hasta ahora
que «no se puede hacer la tortilla sin romper huevos»,
o sea admitía que tiene que cometer masacres colaterales para
extender su dominación. En lo adelante, lo que planifica son
masacres generalizadas para imponer definitivamente su autoridad.
El neoimperialismo estadounidense implica que los
demás Estados del G8 y sus aliados acepten que la «protección» de
sus intereses en el extranjero quede en manos de los ejércitos de
Estados Unidos. Ese condicionamiento no constituye un problema
para la Unión Europea, ya sometida desde hace mucho a la voluntad del amo
estadounidense, pero plantea una dura discusión con el Reino Unido y será
imposible que Rusia y China la acepten.
Recordando su «relación especial» con
Washington, Londres ya exigió participar como socio en el proyecto
estadounidense para gobernar el mundo. Fue ese el sentido del
viaje de Theresa May a Estados Unidos, en enero de 2017, pero quedó
sin respuesta [10].
Es además inconcebible que los ejércitos de
Estados Unidos garanticen la seguridad de las «rutas de
la seda», como hoy lo hacen –junto a las fuerzas británicas– con
las vías marítimas y aéreas que utiliza Occidente. Es también inimaginable
que Rusia acepte ahora ponerse de rodillas, después de su exclusión
del G8, debido a su implicacion en Siria y en Crimea.
[1]
Shock and awe: achieving rapid dominance, Harlan K. Ullman y otros
autores, ACT Center for Advanced Concepts and Technology, 1996.
[2]
Full Spectrum Dominance. U.S. Power in Iraq and Beyond,
Rahul Mahajan, Seven Stories Press, 2003.
[3]
Network Centric Warfare: Developing and Leveraging Information Superiority,
David S. Alberts, John J. Garstka y Frederick P. Stein, CCRP, 1999.
[4]
Predator empire: drone warfare and full spectrum dominance, Ian G. R.
Shaw, University of Minnesota Press, 2016.
[5]
The Pentagon’s New Map, Thomas P. M. Barnett, Putnam Publishing Group,
2004.
[6]
“State of the Union
Address 1980”, por Jimmy Carter, Voltaire Network, 23 de enero
de 1980.
[7]
Algunos especialistas en el estudio del pensamiento de Leo Strauss
lo interpretan de manera completamente diferente. Pero lo importante aquí
no es lo que realmente pensaba ese filósofo sino lo que
profesan quienes, con razón o sin ella, se dicen seguidores de
su pensamiento en el Pentágono. Political Ideas of Leo Strauss,
Shadia B. Drury, Palgrave Macmillan, 1988. Leo Strauss and the Politics of
American Empire, Anne Norton, Yale University Press, 2005. Leo Strauss
and the conservative movement in America: a critical appraisal,
Paul Edward Gottfried, Cambridge University Press, 2011. Straussophobia:
Defending Leo Strauss and Straussians Against Shadia Drury and Other Accusers,
Peter Minowitz, Lexington Books, 2016.
[8]
The Last Warrior: Andrew Marshall and the Shaping of Modern American Defense
Strategy, Chapter 9, Andrew F. Krepinevich y Barry D. Watts, Basic
Books, 2015.
[9]
«The Clash of Civilizations?» y «The West Unique, Not Universal», Foreign Affairs,
1993 y 1996; The Clash of Civilizations and the Remaking of
World Order, Samuel Huntington, Simon & Schuster, 1996.
[10]
“Theresa May addresses
US Republican leaders”, por Theresa May, Voltaire Network, 27 de
enero de 2017.
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