István Mészáros (1930-2017) falleció el 1º de octubre
Metrópolis
03-10-2017
Documento
de discusión escrito en 2010, luego de una extensa entrevista con el
presidente Chávez
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István Mészáros (1930-2017) falleció el 1º de
octubre, víctima de un fallo multiorgánico tras sufrir dos accidentes
cerebro-vasculares. En 2014 Editorial “Metrópolis” contó con su colaboración al
publicar Hugo
Chávez y la revolución bolivariana al cumplirse un año de su fallecimiento,
que reproducimos en esta oportunidad como homenaje al gran pensador marxista
húngaro.
A la memoria del presidente Chávez
1.
En la actualidad, la necesidad de la creación y el
éxito de la puesta en marcha de la Nueva Internacional son dolorosamente obvias
y urgentes. Los enemigos de un orden reproductivo social históricamente
sostenible, que aún hoy ocupan la posición dominante en nuestro mundo cada vez
más en peligro, no dudan ni un momento para aprovechar en beneficio de su
diseño destructor, con el mayor cinismo e hipocresía. El sistema vigente de
toma de decisiones y formación de opinión, los organismos de la comunidad
internacional, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para la gran
multiplicidad de la prensa nacional e internacional y para los otros medios de
comunicación, están bajo su dominio material directo. Esto se ha subrayado en
repetidas ocasiones, por los métodos con los que "justifican" sus
guerras ilegales en el Medio Oriente y en otras partes, con una vasta red de
organismos internacionales y recursos organizativos a su alcance. Al mismo
tiempo, los partidarios de una necesaria alternativa socialista están
fragmentados y divididos entre sí, en lugar de combinar sus fuerzas a nivel internacional
en pos de un enfrentamiento exitoso con sus adversarios.
En realidad, los enemigos del socialismo están
tratando de recolonizar el mundo en nombre de su ideología inhumana y absurda
que apunta incluso con los medios más violentos a los países del llamado
"eje del mal" (en la retórica beligerante del ex presidente de EE.UU.
George W. Bush ), y sin rehuir de la promoción abierta del "imperialismo
liberal" (en las palabras del "gurú" del Primer Ministro del
Partido Laborista Tony Blair y diplomático de alto rango, posteriormente,
Asesor Especial del Jefe de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, Xavier
Solana, llamado Robert Cooper). Es así como uno de los más influyentes
periódicos dominicales británicos, The Observer, presenta a Cooper,
autor de un agresivo y altamente publicitado manifiesto de propaganda bélica:
"El experimentado diplomático británico Robert
Cooper ayudó a dar forma a las arengas del primer ministro británico, Tony
Blair, para un nuevo internacionalismo y una nueva doctrina de intervención
humanitaria que ponga límites a la soberanía del Estado. El llamado de Cooper
para un nuevo imperialismo liberal y la admisión de la necesidad de un doble
estándar en la política exterior han indignado a la izquierda, pero el ensayo
[popularizado por The Observer ] ofrece una visión no oficial rara y
cándida en la filosofía de la estrategia británica en Afganistán, Irak y más
allá."[1]
De hecho, el artículo de Cooper ofrece una
racionalización ideológica característica no sólo de la perniciosa idea detrás
de “la estrategia británica en Afganistán e Irak", sino también sobre las
raíces de la forma de pensar del dominante imperialismo global y hegemónico de
los EE.UU. que juega temerariamente con fuego -potencialmente, incluso con
fuego nuclear-. Estos son los principales puntos del terriblemente pretencioso
artículo de Robert Cooper, que -a causa de su defensa arrogante de "la
necesidad del colonialismo" y de una "intervención humanitaria
que limite la soberanía" a través de su renovado "internacionalismo"
imperialista- deben ser elocuentemente propagandizados y promovidos
reverentemente por la prensa burguesa:
"Si bien los miembros del mundo posmoderno
pueden no representar un peligro para los otros, tanto las zonas modernas y
pre-modernas plantean amenazas. El reto para el mundo postmoderno es
acostumbrarnos a la idea de la doble moral. Entre nosotros, operamos
sobre la base de leyes y seguridad cooperativa abierta. Pero cuando se trata de
los tipos más antiguos de los Estados fuera del continente postmoderno
de Europa, tenemos que volver a los métodos más rudos de una era anterior -fuerza,
ataque preventivo, engaño-, lo que sea necesario para hacer frente a
aquéllos que todavía viven en el mundo del siglo XIX donde los estados se
valían por sí mismos. Entre nosotros, mantenemos la ley, pero cuando operamos
en la selva, también hay que utilizar las leyes de la selva. El desafío
planteado por el mundo pre-moderno es nuevo. El mundo pre-moderno es un mundo
de estados fallidos. (...) Es precisamente a causa de la muerte del
imperialismo que estamos viendo el surgimiento del mundo pre-moderno. Imperio
e imperialismo son palabras que se han convertido en una forma de abuso en
el mundo posmoderno. Hoy en día, no hay poderes coloniales dispuestos a asumir el
trabajo, a pesar de las oportunidades, tal vez incluso la necesidad de la
colonización es tan grande como lo fue en el siglo XIX. Todas las
condiciones para el imperialismo están ahí, pero tanto la oferta como la
demanda de imperialismo se han secado. Y es más, los débiles siguen
necesitando del fuerte y el fuerte todavía necesita un mundo ordenado.
Un mundo en el que la eficiente y bien gobernada exportación de
estabilidad y libertad, que está abierto a la inversión y al crecimiento,
todo esto parece eminentemente deseable. Lo que se necesita entonces es un nuevo
tipo de imperialismo, uno aceptable para un mundo de los derechos
humanos y los valores cosmopolitas ".[2][3]
El hecho de que el nivel intelectual de tal
"pensamiento estratégico" está al nivel de las proyecciones febriles
de un charlatán no hace absolutamente ninguna diferencia en sus entusiastas
propagandistas. Para los intereses perversos de la agresiva dominación
imperialista se deben elevar todas las "visiones" autoproclamadas de
este tipo (denominada con jactancia una "visión real" por su autor) a
la altura de la universalmente elogiada sabiduría "democrática".
Al mismo tiempo, los hostiles postulados propagandísticos defendidos por ellos
deben ser llamados a constituir la manifestación indiscutible de los "derechos
humanos y valores cosmopolitas". Al igual que el grotesco, pero
igualmente agresivo decreto del ex presidente Bill Clinton, que con arrogancia
proclamó que "sólo hay una nación necesaria, los Estados Unidos de
América".
Es comprensible, por supuesto, el mismo espíritu
imperialista desnudo se materializa en la amenaza crudamente expresada contra
Pakistán por Richard Armitage, el subsecretario de Estado norteamericano en el
momento de la presidencia de George W. Bush, según ha informado en una
entrevista en vivo por televisión en Washington en 2006 transmitida nada menos
que al Jefe de Estado de Pakistán en aquel momento, el general Musharraf, quien
recibió la amenaza. Según la amenaza de Armitage, Pakistán sería "bombardeado
hasta llevarlo hasta la Edad de Piedra" (sin duda gracias a los buenos
servicios del poder destructivo indispensable de armas nucleares) a menos que
el Gobierno de Musharraf obedeciese plenamente las órdenes de los Estados
Unidos en relación a la guerra en Afganistán.
De la misma manera, otro alto "pensador
estratégico" de la Administración de los Estados Unidos, Thomas Barnett,
-Investigador Estratégico Senior en el US Naval War College en Newport, Rhodes
Island- pontifica en su libro que:
"La visión estratégica de los Estados Unidos necesita
centrarse en hacer crecer el número de estados que reconozcan un conjunto
estable de normas relativas a la guerra y la paz. (...) Los Estados Unidos,
pienso, tiene la responsabilidad de usar su enorme poder para hacer que la
globalización sea verdaderamente global. De otro modo, partes de la humanidad
serán condenadas a un estado marginal que eventualmente los define como
enemigos. Y una vez que los Estados Unidos los nombra enemigos,
invariablemente habrá guerra contra ellos, desatando la muerte y la
destrucción. Esto no es una asimilación forzada, declama Barnett, ni
la extensión del Imperio, sino que es la expansión de la libertad".[4]
Por otra parte, las consecuencias brutales de esta
"visión estratégica de la libertad en expansión" se explican en una
entrevista concedida por el mismo Thomas Barnett a la revista Esquire de
esta forma abiertamente agresiva y cínica: "¿Qué significa este nuevo
enfoque para esta nación y el mundo en el largo plazo? Quiero ser muy claro al
respecto: los chicos nunca volverán a casa. Estados Unidos no abandonará
el Medio Oriente hasta que el Medio Oriente se una al mundo. Es así de simple. Sin
salida, significa sin estrategia de salida".
Naturalmente, es totalmente irrelevante cuál de los
dos partidos conforma el gobierno de los EE. UU. en relación al cinismo y la
hipocresía habituales con las que se justifican los crímenes de guerra
cometidos agresivamente para el consumo del público. Los presidentes y
candidatos a la presidencia de ese país declararon solemnemente como una regla,
en rigurosa conformidad al derecho internacional, que en sus emprendimientos bélicos
no se tolerará ninguna presión tendiente al “cambio de régimen”,
sabiendo muy bien que un “cambio de régimen” es exactamente -en interés del
imperialismo hegemónico global de su propio estado- el verdadero objetivo de
sus constantes y renovadas aventuras de guerra.
Un ejemplo bastante obvio al respecto, fue el caso
del candidato a presidente demócrata y ex vicepresidente Al Gore, quien aseguró
a su electorado en 2002, con untuosa hipocresía, que apoyaba sin reservas la
guerra contra Irak porque ésta no significaría "un cambio de
régimen", pero sí "el desarme de un régimen que poseía armas de
destrucción masiva". Las supuestas "armas de destrucción
masiva", como todos sabemos, no existían, pero el objetivo cínicamente negado
de "un cambio de régimen" fue despiadadamente afirmado en la guerra
librada en este país, causando la muerte de cientos de miles de personas.
Nadie debería sorprenderse, entonces, de las
políticas totalmente cínicas e hipócritas a las que son forzados los órganos de
toma de decisiones internacionales en nuestros días por los presidentes y
primeros ministros occidentales como ya lo hemos presenciado dolorosamente en
el pasado. La engañosa justificación de la guerra contra Libia es un ejemplo
evidente al respecto. Los presidentes y primeros ministros de las
"democracias" occidentales parecen suponer, en plena sintonía con su
cinismo proclamado, un "doble estándar en la política exterior"
que siempre se puede imponer a la población de sus países y al resto del mundo
la degradación ya existente de la ley y de la política internacionales en
virtud de su dominación actual de las relaciones de poder establecidas y los
organismos correspondientes de la toma de decisiones a nivel internacional y la
opinión pública.
2.
Sin dudas, de esta manera los enemigos del
socialismo -que ponen en peligro la supervivencia de toda la humanidad con sus
imprudentes aventuras bélicas- están tratando de anular todo el progreso
histórico logrado hasta la actualidad. Lo hacen con el fin de perpetuar su
llamado "imperialismo liberal" y la dominación total de los
países menos poderosos militarmente "desatando muerte y
destrucción". Ellos se empeñan en perseguir tales objetivos ya ni
siquiera bajo la modalidad de las amenazas de "ataques preventivos"
anteriores, sino por medio de "ataques pre-preventivos”, ahora
defendidos abiertamente y de carácter totalmente arbitrario, destinados a ser
librados contra quienquiera que deseen atacar en el nombre de los "derechos
humanos y los valores cosmopolitas" y la pretendida "expansión
de la democracia y la libertad" instalada por sus "intervenciones
humanitarias".
Se trata de un flagrante intento de revertir
el curso de desarrollo histórico en el siglo pasado, que demostró el carácter
contradictorio e insostenible de la destructiva expansión del capital
monopólico imperialista en nuestro planeta forzado hasta sus límites, y que
socava las condiciones más elementales de nuestra supervivencia ecológica
mediante el despilfarro criminal de materias primas del mundo y de los recursos
humanos y por la destrucción sin sentido de la propia naturaleza. Por otra
parte, mientras que en las primeras etapas del desarrollo capitalista, el orden
reproductivo establecido podía reconstituir su normalidad operativa a través de
sus crisis coyunturales, asociadas a la liquidación periódica de
capitales improductivos, en las últimas cuatro o cinco décadas, el sistema
capitalista devino incorregiblemente derrochador y se hundió en una crisis
estructural cada vez más profunda.
Entonces, el aumento de la destructividad de la que
somos testigos bajo ningún punto de vista se trata de una coincidencia
histórica pasajera, ni es la aberración corregible de algunos responsables de
políticas equivocadas y sus "asesores visionarios”. Por el contrario, es
el corolario fatal de nuestro tiempo, que surge incontenible de la profunda crisis
estructural de nuestro históricamente insostenible orden social
reproductivo.
Esta es la razón de porqué los representantes económicos
y políticos del sistema capitalista deben recurrir a la imposición de cada vez
más devastación, tanto en el dominio de la vida material -en la destructiva
economía productiva y en el fraudulento y aventurero mundo de las finanzas, así
como mediante la explotación hasta un punto de no retorno de los recursos
naturales vitales del planeta y exterminando irresponsablemente innumerables
especies vivas necesarias para mantener el necesario equilibrio ecológico de la
naturaleza- junto con el catastróficamente derrochador campo militar, y
haciendo todo lo posible con la vana esperanza de resolver (o al menos,
mantener de forma indefinida bajo su control), la crisis estructural del
sistema establecido.
Sin embargo, la triste realidad del asunto es que
la única manera viable de resolver con éxito y de manera duradera la extendida crisis
estructural de nuestro peligroso orden productivo es la institución y
puesta en funcionamiento de un orden social reproductivo radicalmente diferente
e históricamente sustentable. Por una vez un sistema productivo global alcanza
los límites de su viabilidad estructural determinada históricamente y
demuestra a las claras su creciente derroche y destructividad en todos los
planos de intercambio social. Como lo demuestra el "capital globalizado"
en nuestro tiempo, no hay otra manera de superar las determinaciones
estructurales potencialmente destructivas de un sistema de este tipo, que no
sea la adopción de una estructura fundamentalmente diferente para la
reproducción de la vida social. Para la más profunda crisis estructural
de un orden social integral de reproducción se requiere, inevitablemente, de la
institución de un cambio estructural adecuado.
Durante la larga fase ascendente del
desarrollo histórico del capital el proceso necesario de expansión capitalista
y la acumulación se podían efectuar sin demasiadas alteraciones. Esta situación
comenzó a cambiar de forma significativa con la aparición de la fase
descendente del sistema de desarrollo en Europa, un par de décadas antes de
la mitad del siglo XIX. En ese momento, el antagonista del capital hegemónico,
el trabajo, apareció en el escenario histórico con sus propias reivindicaciones
como el sujeto activo de un orden alternativo cualitativamente diferente de la
reproducción de la vida social, empezando a hacer valer sus reclamos en la
forma de acción organizada.
La temprana formación y organización de este
movimiento coincidirá con el estallido de la mayor crisis económica y social y
los consiguientes levantamientos revolucionarios de la década de 1840 en
distintas partes de Europa. Este proceso se asocia necesariamente con una vital
articulación internacional de las demandas de los obreros para el
establecimiento de un orden social reproductivo hegemónico alternativo como, a
partir de ese momento y en adelante, se expone claramente en el Manifiesto
Comunista escrito por Karl Marx y Friedrich Engels, a petición de sus
compañeros de la Liga Comunista fundada en 1847. Respecto del
estructuralmente arraigado orden reproductivo del capital, que tiende
irresistiblemente hacia su ampliación y la integración global, sólo se podría
superar con éxito a través de la alternativa hegemónica del mismo modo en todo
el mundo para la autoafirmación del trabajo en una "nueva forma
histórica". Mientras, el joven Marx y Engels habían caracterizado en
el Manifiesto Comunista cómo las crisis de su tiempo se hacían cada vez
más graves:
“ Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor
salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar
en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.
Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter
cosmopolita a la producción y al consumo en todos los países. (…) En lugar de
las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen
necesidades nuevas que reclaman para su satisfacción productos de los países
más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y
autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal,
una interdependencia universal de las naciones. (…) Las relaciones
burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad,
toda esta sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes
medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de
dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. (…) Las
relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas
creadas en su seno. ¿Cómo vence la burguesía esta crisis? De una parte, con la destrucción
obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, con la conquista de
nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo
hace, pues? Preparando crisis más extensas y violentas y disminuyendo
los medios para prevenirlas.[5]
Sin embargo, la Liga Comunista para la que
fue escrito este visionario Manifiesto sobreviviría muy poco tiempo.
Debido a la feroz persecución, al encarcelamiento de sus adherentes y por ser
organizacionalmente débil en Alemania, tuvo que ser disuelta por los miembros
restantes cinco años después de su fundación, en 1852. Como es comprensible, se
hizo evidente que sólo una poderosa organización internacional de la clase
trabajadora podía mantener su posición en contra de la embestida del orden
dominante, que se esperaba también en el futuro. Así la necesidad de una
constitución organizacionalmente sostenible y para la correspondiente
orientación estratégica combativa de un movimiento internacional de este tipo
apareció en la agenda histórica en la década de 1850 y se mantuvo desde ese
momento como el reto ineludible para las sucesivas generaciones de los
antagonistas hegemónicos del capital.
3.
Naturalmente, las "crisis más extensas y más
violentas" que se anticipaban en el Manifiesto Comunista se
desplegaron en las zonas capitalistas más desarrolladas de Europa, como Francia
e Inglaterra. En consecuencia, se produjo una gran tentación de generalizar
acerca de las posibilidades de una transformación revolucionaria sobre esa
base. Efectivamente, algunos de los enunciados del propio Marx apuntaron en esa
dirección en medio de las crisis financieras que se desarrollan en la segunda
mitad de la década de 1850.
Sin embargo, a modo de reflexión autocrítica en
términos de las perspectivas de desarrollo histórico de más largo plazo,
podemos leer estas palabras en una de las cartas seminalmente importantes de
Marx a Engels:
"(...) La tarea histórica de la sociedad
burguesa es el establecimiento del mercado mundial, al menos en sus
líneas básicas, y un modo de producción que descansa sobre su base. Desde que
el mundo es redondo, parece que esto se ha logrado con la colonización de
California y Australia y con la anexión de China y Japón. Para nosotros, la
pregunta difícil es la siguiente: ¿La revolución en el continente [europeo] es
inminente y su carácter será a la vez socialista? ¿No sería necesariamente
aplastada en este pequeño rincón del mundo, ya que en un terreno mucho más
amplio del desarrollo de la sociedad burguesa está todavía en ascenso?[6]
En este espíritu crítico tan aleccionador, dos
cuestiones fundamentales debían quedar claramente definidas relativas a la
orientación estratégica del movimiento emancipatorio de la clase obrera: un
movimiento que a la luz de la dolorosa experiencia histórica de su pasado
reciente (sufrido a través de la derrota de la Liga Comunista) tuvo que
ser reconstituido sobre una base lo más amplia posible compatible con su
carácter combativo vitalmente necesario.
La primera cuestión en este sentido fue el objetivo
general sin concesiones del propio movimiento socialista organizado,
previendo la superación radical del sistema reproductivo del capital en
su totalidad, en abierta oposición al espontaneísmo propio del sindicalismo
-para asegurarse contra todo maximalismo sectario a fondo legítimo, pero lejos
de ser exclusivo-, y su tendencia a privilegiar preocupación por la mejora de
los salarios únicamente. Este punto fue subrayado con fuerza en un importante
discurso pronunciado por Marx en 1865 ante un público de clase trabajadora de
la recientemente creada "Asociación Internacional de los
Trabajadores" en estos términos:
“Los sindicatos trabajan bien como centros de resistencia
contra las usurpaciones del capital. Fracasan, en algunos casos, por usar poco
inteligentemente su fuerza. Pero, en general, fracasan por limitarse a una guerra
de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de
esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas
organizadas como palanca para la emancipación final de la clase obrera;
es decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado.”[7]
En este sentido, el primer objetivo general
estratégico del movimiento de masas organizado tenía que ser la institución de
un cambio estructural radical en el modo establecido de la reproducción
social toda, y no sólo la mejora, más o menos circunstancial y
potencialmente divisoria, de las condiciones materiales y culturales de
existencia de los miembros de la clase obrera en algunos países o regiones particulares,
que sólo podía ser una lucha contra los efectos de la invasión del capital al
nivel de vida de los trabajadores, dejando sus fundamentos causales
necesarios sin modificación alguna.
El segundo principio estratégico fundamental era
igualmente importante. Se trata de la necesidad de una orientación totalmente
internacional y la solidaridad de la estructura organizativa prevista en
sí. Para el éxito a largo plazo de los objetivos emancipatorios que se
persiguen -definidos como la "abolición definitiva del sistema de
salarios" contra el despliegue global del poder del capital- realmente
se dependía de la capacidad del trabajo para igualar el poderío de su adversario
de clase, a través de su propia acción internacional militante conscientemente
coordinada en todas partes. De lo contrario, los éxitos parciales obtenidos en
algunas áreas limitadas podrían ser, tarde o temprano, revertidos e incluso
anulados por el poder del capital internacional que tiende hacia su ampliación
e integración global.
La "Asociación Internacional de
Trabajadores", que se hizo conocida en la historia de la clase obrera como
la Primera Internacional, fue fundada en 1864 en el espíritu de estos
objetivos estratégicos fundamentales estrechamente interconectados. Esta
organización mantuvo una sólida reputación durante toda una década de
existencia, en comparación con la relativamente efímera y mucho menos
influyente Liga Comunista. Sin embargo, el continuo ascenso histórico
del capital en ese "terreno mucho más amplio", según lo subrayado por
Marx en su carta citada anteriormente a Engels, jugó también en contra de esta
organización internacional mucho más amplia de los trabajadores. De hecho, tal
como había advertido Marx, la revolución del 1871 también conocida como Comuna
de París fue "aplastada en un pequeño rincón europeo del mundo",
reprimida sangrientamente por las fuerzas brutales de la clase dominante del
orden. De modo que así quedó absolutamente claro que todos los intentos de una
transformación revolucionaria de la sociedad pueden esperar la misma ferocidad
de respuesta que los partidarios de la Comuna tuvieron que padecer en Francia.
Esta dimensión de la relación de fuerzas
internacional entre la creciente ascendencia imperialista a favor del
capital a nivel mundial y las desfavorecidas organizaciones del trabajo fue una
de las principales razones por las que la orientación estratégica
internacional, absolutamente necesaria, del movimiento obrero sufrió una gran
derrota histórica con la desaparición de la Primera Internacional. Este giro de
los acontecimientos en contra del avance del movimiento de la clase obrera
internacional es tanto más problemático en vista del hecho de que en términos
históricos generales, el sistema capitalista hacia la mitad del siglo XIX ya
había entrado en la fase descendente de su desarrollo como sistema
productivo.
En su fase ascendente el sistema capitalista
estaba afirmando con éxito sus logros productivos sobre la base de su dinamismo
expansivo interno, aún sin el imperativo de un empuje
monopólico-imperialista de los países capitalistas más avanzados para
asegurar militarmente la dominación mundial. Sin embargo, mediante la
irreversible circunstancia histórica de entrar en la fase productiva
descendente, el capitalismo devino inseparable de una necesidad cada vez
intensa de extensión monopólica-militarista y sobreextendiendo sus
límites estructurales, tendiendo a su debido tiempo en el plano productivo
interno hacia el establecimiento y la criminal puesta en operación de una
"industria armamentista permanente", junto con las guerras
necesariamente asociadas con ella.
De hecho, mucho antes del estallido de la Primera
Guerra Mundial, Rosa Luxemburgo identificó claramente la naturaleza de este
fatídico desarrollo monopólico - imperialista en el plano de la
producción destructiva escribiendo en su libro La acumulación del capital
sobre el papel de la producción militar masiva que:
"El capital mismo, en última instancia,
controla este movimiento automático y rítmico de la producción militar a través
del Parlamento y una prensa cuya función es moldear la llamada ‘opinión
pública’. Por eso, este particular empleo de la acumulación capitalista parece
en principio capaz de una expansión infinita".[8]
En otro sentido, la utilización cada vez más
ineficiente de energía, recursos vitales y materiales estratégicos llevaba
consigo no sólo la articulación cada vez más destructiva de la
autoafirmación del capital y sus determinaciones estructurales sobre el plano militar
(con el Parlamento manipulando a la "opinión pública" que ni siquiera
cuestionaba y, mucho menos, regulado apropiadamente), sino también con respecto
al avance cada vez más destructivo de la expansión del capital sobre la
naturaleza. Irónico pero de ninguna manera sorprendente, este giro
regresivo del desarrollo histórico del capitalismo como tal, también llevaba
consigo algunas negativas consecuencias amargas para la organización
internacional del trabajo.
De hecho, en esta nueva articulación del sistema
capitalista en el último tercio del siglo XIX, con su fase imperialista-monopólica
inseparable de su extendida supremacía mundial, se abrió una nueva modalidad de
dinamismo expansivo (más antagónica y, en última instancia, insostenible) en el
gigantesco beneficio de un puñado de países imperialistas privilegiados,
posponiendo así el "momento de la verdad" que acompaña la
incontenible crisis estructural del sistema en nuestro propio tiempo.
Este tipo de desarrollo imperialista-monopólico inevitablemente dio un gran
impulso a la posibilidad de la expansión y acumulación militarista del capital.
No importa cuán grande fuera el precio, tenía que ser pagado en su momento para
la destrucción constante y la intensificación de la nueva dinámica expansiva.
En efecto, el dinamismo de los monopolios apuntalados en la industria militar
tuvo que asumir la forma de dos guerras mundiales devastadoras, así como
la total aniquilación de la humanidad implícita en una posible tercera guerra
mundial, además del peligro de destrucción en curso de la naturaleza que se
hizo evidente -hasta por las peores apologistas- de un modo innegable en la
segunda mitad del siglo XX.
Pero volviendo al desarrollo de los trabajadores en
el momento de la Primera Internacional, el segundo factor histórico importante
que lleva consigo una gran desventaja a la originalmente prevista constitución
del antagonismo histórico al capital como un movimiento internacional de
masas, son sus tentaciones e ilusiones en contraste con la solidaridad
socialista combativa esencial entre los miembros nacionales del movimiento, fue
el surgimiento de los partidos políticos de la clase obrera electoralmente más
influyentes en unos cuantos países monopólicos-imperialistas potencialmente más
exitosos. La prueba documental más dolorosa y reveladora al respecto es la Crítica
del Programa de Gotha de Marx que proféticamente anticipa las consecuencias
profundamente negativas derivadas de la reorientación oportunista del
movimiento socialdemócrata alemán, en el momento de la unificación del ala
izquierda de los "Eisenacheanos"[9] y los, cada vez más,
acomodaticios “Lasalleanos” socialdemócratas. En cuanto a los lasalleanos, como
dieron a entender las palabras de sospecha expresadas por Marx en una etapa
anterior: estaban "probablemente en el entendimiento secreto con
Bismarck"[10], el imperialista "Canciller de Hierro" de
Alemania. Este "entendimiento" impío fue, efectivamente revelado
medio siglo más tarde por la grave evidencia de la correspondencia de Lassalle
con Bismarck, que fuera publicada recién en 1928.
Como se supo a través de esta correspondencia,
Lassalle envió a Bismarck los Estatutos de la Asociación General de los
Trabajadores Alemanes -una organización que él dirigía en secreto- y añade a
estos documentos sus comentarios traicioneros: "Los Estatutos lo
convencerán claramente que la verdad es que la clase obrera siente una inclinación
instintiva hacia una dictadura, si se puede primero persuadir de que la
dictadura se ejercerá en su interés, y lo mucho que, a pesar de todos los
puntos de vista republicanos -o más bien, precisamente a causa de ellos- por lo
que estarían inclinados, como le dije hace poco, a considerar a la Corona, en
oposición al egoísmo de la sociedad burguesa, como representante natural de
la dictadura social, si la Corona por su parte jamás podría tomar una
determinación -ciertamente muy improbable- a dar un paso en falso en una línea
verdaderamente revolucionaria y conduciendo desde la monarquía las órdenes
privilegiadas hacia una monarquía social y revolucionaria del pueblo."[11]
Sin saber nada en concreto sobre este diseño
secreto pergeñado por Lassalle para vender a los trabajadores socialdemócratas
a la (aspirante a la expansión imperialista, por lo tanto, en búsqueda del
apoyo de la clase trabajadora) dictadura de clase enemiga respaldada
rápidamente e, incluso, idealizada por Lassalle, Marx trata al hacedor de la
unificación socialdemócrata con el mayor recelo. Su devastadora Crítica del
Programa de Gotha -que por razones internas del partido sería mantenida
bajo llaves por la cúpula del partido unificado durante dieciséis años, y
publicada mucho después de la muerte de Marx, como resultado de la sola
insistencia en voz alta de Engels- señala del modo más claro posible el
carácter funesto del ilusorio callejón sin salida electoral emprendido por el
movimiento socialdemócrata a finales de la década de 1870. Engels remarcó
también en el momento de la mordaz disputa sobre El Programa de Gotha en
su correspondencia con Augusto Bebel de 1875, que la unificación oportunista de
las dos alas del futuro partido socialdemócrata trajo aparejadas consecuencias
de largo alcance según: "el principio de que el movimiento obrero es un movimiento
internacional está, para todos los designios y propósitos, completamente
desautorizado."[12]
La clamorosa confirmación de este diagnóstico
justificadamente condenatorio por parte de Marx y Engels fue suministrada
trágicamente por el mismo partido socialdemócrata frente al estallido de la
Primera Guerra Mundial, cuando el partido se puso, sin ninguna reserva, del
lado de la desastrosa aventura imperialista de su país. También, por todos los
desarrollos históricos desplegados posteriormente, incluyendo el colapso de la
socialdemócrata República de Weimar y el revanchismo catastrófico de movimiento
liderado por Hitler -apoyado electoralmente por la mayoría de la población
alemana- que arrastró a Alemania en la aún más destructiva Segunda Guerra
Mundial que lo que el mundo tendría que soportar en la Primera, la
socialdemocracia no podía desvincularse de su cubierta nacionalista, imponiendo
así también sus propios grilletes al movimiento de la clase trabajadora
internacional bajo su continuada influencia electoral.
4.
De esta forma, los tempranos intentos de establecer
una organización internacional combativa de la clase obrera, terminaron en una
grave decepción histórica.
Los problemas internos de la Primera Internacional
-a pesar del hecho de que todavía estaba bajo la incansable dedicación
intelectual y el liderazgo político de Marx- fueron acrecentándose más
pronunciadamente en los últimos años de la década de 1860. Eso resultó en que,
para 1872, Marx fue forzado a trasladar su centro de organización a Nueva York,
en un hecho decepcionante, para intentar preservar su fuerte orientación
internacional y su misma existencia.
Sin embargo, la cambiante fuerza centrífuga de los
movimientos nacionales y la escalada de las naciones más imperialistas, a las
cuales las organizaciones particulares estaban vinculadas, demostraron que era
demasiado para soportar. Este curso fue, por supuesto, gravemente afectado por
la brutal represión militar de la Comuna de Paris en 1871, a la que el
Canciller Otto von Bismarck, contribuyó de la manera más cruel. En medio de la
batalla de la Comuna por sobrevivir, lanzó contra los comuneros, a los
prisioneros de guerra franceses capturados por su ejército, proporcionando de
ese modo, un devastador material político y militar, prueba de la solidaridad
de clase burguesa. Y ahí no se detuvo. Durante los años 1871-72, el
canciller Bismarck trabajó en el establecimiento de una acción internacional en
contra de los movimientos revolucionarios de la clase trabajadora. En octubre
de 1873 sus esfuerzos fueron exitosamente implementados a través de la
formación de la Liga de los Tres Imperios: Alemania, Rusia y Austria-Hungría,
con un objetivo unificador consciente de tomar acciones comunes ante la
posibilidad de “Disturbios Europeos” causados por la clase trabajadora de cualquier
país. Así es cómo Bismarck “descubrió” el traicionero plan de Lassalle de una
dictadura militar para ser instituida y ejecutada en beneficio de las clases
trabajadoras”, en conjunto con la Monarquía, como la proyectada “representación
natural de la dictadura social”.
No es sorprendente, entonces, que la Primera
Internacional se haya desintegrado como resultado de las intensas presiones y
contradicciones que prevalecían entre sus partes constituyentes, gracias al
gran número de signos de alza recibidos por el capital en el último tercio del
siglo diecinueve, a través de la apertura de su fase monopólico-imperialista de
desarrollo. Lamentablemente, en ese sentido, la experiencia de la Primera
Internacional, a pesar de la dedicación heroica de partidarios combativos,
demostró ser un movimiento prematuro en términos históricos, bajo las
condiciones dadas en gran parte del mundo, de desarrollo de la sociedad
burguesa todavía en ascenso. Esta circunstancia, ayudó a superar las grandes
crisis financieras de 1850 y 1860, redefiniendo la relación de las fuerzas por
un largo período histórico a favor de la perversa expansión del capital,
independientemente de cuán problemático -de hecho, en vista de sus sucesivas
guerras mundiales globales y la destructiva usurpación de la naturaleza, mucho
más que problemático- fuera ese ascenso fuera.
Naturalmente, la socialdemócrata Segunda
Internacional que luego emergió de la unificación de los Eisenacheanos y
los Lasalleanos no podía estar remotamente más lejos del ideal que una vez fue,
una organización internacional combativa de la clase obrera. Por otra parte,
demostró la fatídica inadecuación de esa organización, de la que se esperaba la
afirmación de una alternativa hegemónica de los trabajadores al capital, justo
en el estallido de la Primera Guerra Mundial, a través de la total capitulación
hacia los intereses de la clase imperialista dominante.
A la luz de esta amarga experiencia, la implosión
provocada por la capitulación de la Segunda Internacional, la Tercera Internacional
se constituyó bajo la guía de Lenin, al terminar la Primera Guerra Mundial, y
por un tiempo, prometió una radical reorientación estratégica del movimiento
socialista internacional.
Sin embargo, no mucho tiempo después de la muerte
de Lenin, también la esperanza que acompañaba a la Tercera Internacional fue
una decepción total, ya que esa organización se transformó en un flexible
instrumento de las políticas del Estado estalinista, y como resultado esperado,
se disolvió. Ni siquiera la Cuarta Internacional, pudo remediar la situación.
Probó que iba a ser incapaz de estar a la altura del designio original de Marx
de constituir un combativo movimiento de masas de la clase obrera
internacional, a pesar de las expectativas de su fundador y sostenedores. La fragmentación
y división fueron moneda corriente en las organizaciones políticas radicales,
militando erróneamente en contra de la esperanza de ganar influencia. Con
respecto a los partidos alguna vez asociados a la Tercera Internacional, el
triste hecho histórico es que, precisamente, algunos de los más grandes en los
países capitalistas occidentales -como los partidos comunistas italiano y
francés- se transformaron dentro del acomodaticio marco del sistema
parlamentario, en típicas formaciones políticas neoliberales y, por ello, en
pilares del orden establecido.
5.
Hoy las condiciones son muy distintas, no solo en
un sentido negativo, mostrando la intensificación de los peligros para
la supervivencia de la humanidad, tanto en el plano militar como en el ecológico,
sino también en un lejano y negligente camino también para lo mejor.
Para estar seguro, la temprana destructividad
que experimentamos hoy, -manifestada a través de las interminables guerras por
el imperialismo hegemónico global (idealizadas por sus “visionarios”
apologistas diciendo que: “nuestros muchachos nunca regresarán a casa”,
porque necesitamos al “nuevo imperialismo de los derechos humanos y los
valores cosmopolitas”, mientras sus criminales de guerra líderes políticos,
se recompensan con el Premio Nobel de la Paz) a través de la destrucción
de la naturaleza sin sentido- representa un potencialmente más agudo peligro
nunca visto en la historia humana y, por supuesto, esto trae una necesaria
respuesta combativa de parte de un históricamente sostenible movimiento de
masas. Al mismo tiempo, sin embargo, el sistema capitalista tradicional pospone
el “momento de la verdad” -exportando sus problemas y contradicciones al
terreno de su ascendencia formalmente disponible en aquella “gran parte del
mundo, en vez del pequeño lugar de Europa”- siguiendo su curso histórico. No es
simplemente que la destructividad nunca la resolvió -y nunca podría
resolverla- por sí misma. Principalmente, porque cada sistema productivo
concebible, incluso el más poderoso jamás conocido en la historia humana: el
alguna vez irresistible sistema capitalista, tiene su históricamente
infranqueable límite estructural.
El “pequeño rincón del mundo” del cual Marx
habló en 1858 ya no es un pequeño rincón. En las condiciones actuales, los
graves problemas del sistema capitalista, incrementando la saturación y la extralimitación
destructiva de sí mismo, continúa ensombreciéndose por todos lados. El
histórico ascenso del capital, está por ahora totalmente consumado también en
“aquel terreno más amplio”, cuya desconcertante existencia, Marx tuvo que
reconocer en su carta a Engels de 1858.
Por otra parte, bajo las nuevas circunstancias
históricas, las crisis económicas también se desenvolvieron de una forma muy
diferente. En tiempos del ascenso global del capital, las crisis irrumpieron
con regularidad cíclica en forma de “grandes tormentas eléctricas” (en
palabras de Marx), seguidas por, relativamente, largas fases de expansión cíclicas.
En gran contraste con lo que sucede ahora, al fin de la era histórica de
ascenso del capital, es la creciente frecuencia de fases de recesión que
tienden hacia una depresión continua. Y dado el carácter global
entrelazado de la autoafirmación del sistema capitalista, sólo a través de una
organizada y sostenida acción combativa, las fuerzas destructivas del capital
en detrimento del orden reproductivo, pueden ser derrotadas, contra la defensividad
que caracterizaba al movimiento socialista en el pasado.
Con respecto a la constitución y exitosa puesta en
marcha de una Nueva Internacional, no es sólo obviamente arduo, sino muy
urgente en estos días. De hecho, la perspectiva positiva en relación con esta
tarea es que es la primera vez en la historia que el combativo movimiento
internacional de la clase obrera -la única alternativa hegemónica factible al
capital- puede realizarla. Algunos de los mayores factores sociopolíticos, que
en el pasado han contribuido al posicionamiento de fuerza del capital,
tendiendo la fuerza laboral hacia una postura defensiva significativa,
han sido bloqueados en nuestro tiempo, dificultando una forma práctica de
salida al capital de la crisis actual.
Es importante recordar aquí la anteriormente
mencionada “invasión de capitales”, subrayado por Marx en su
correspondencia al Consejo General de Asociaciones de Trabajadores, sobre el
tema del estándar de vida de los trabajadores, con su doble competitividad
directamente afectando al trabajo. A primera vista, esta competitividad
significaba el enfrentamiento del trabajo con el capital por la distribución
del producto social, teniendo el capital, la obvia ventaja de controlar los
medios y condiciones de producción. Al mismo tiempo, en una segunda mirada, los
trabajadores individuales, así como varios sectores del trabajo, habían sido
involucrados en una lucha competitiva para asegurarse las condiciones
económicas de existencia, resultando nuevamente en desventaja la clase
trabajadora, a través de sus divisiones internas y correspondiente orientación
sectorial, tendiendo a socavar con ello, sus intereses estratégicos generales.
Es por esto que Marx contrastaba con la tradicional y buscada acción contra la
invasión del capital sobre la distribución de un producto social, obtenido bajo
condiciones capitalistas -un tipo de acción necesariamente confinada a una
competitiva división laboral para cuestionar defensivamente sólo los efectos
del sistema, pero no su fundamento causal estructuralmente determinado-
la necesidad de adoptar una estrategia por parte de los trabajadores para “usar
sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación final de la
clase obrera, que es lo mismo que decir, la abolición definitiva del sistema
de salarios”.
Como todos sabemos, ninguna de las cuatro
internacionales del movimiento de la clase obrera pudo realizar la estrategia
marxista para superar, a través de una ofensiva sostenida, la estructura causal
del sistema bajo las circunstancias históricas que prevalecían. En el mejor de
los casos, el ala radical del movimiento podría incluir alguno de estos objetivos
relevantes en sus manifiestos, pero no podría realizar esos objetivos
bajo el dominio estructural históricamente favorecido del sistema
capitalista, durante el curso de su ascenso histórico. Más aún, el ala reformista
del movimiento internacional de la clase trabajadora siempre mantuvo sus
demandas dirigidas en contra de los efectos de la invasión del capital
en los estándares de vida de los trabajadores y negociando poder bien dentro
de los límites manejables del sistema, ayudando a la salida del capital
incluso dentro de las crisis cíclicas ensayando escasos intentos para la
realización del “socialismo evolutivo”, como explícitamente, pero
deshonestamente, prometieron Edward Bernstein y sus almas gemelas entre los
social-demócratas y laboristas tradicionales (sin mencionar a los “Nuevos”). No
debemos olvidar que al final, incluso los más dóciles dogmas posibles de
“reforma”, para la realización del “socialismo evolutivo”, fueron completamente
abandonados.
Al respecto, el cambio histórico en nuestro tiempo
está bloqueando el camino a la continua adopción de la ficción
reformista, prometiendo la realización de un orden socialista
estructuralmente diferente de la sociedad, a través de algunos insignificantes
cambios económicos. En completo contraste, el capital en el pasado podía
inducir a los trabajadores reformistas a internalizar y promover
activamente la totalmente irrealizable promesa del “socialismo evolutivo” -y su
hermano gemelo: el llamado “camino al socialismo parlamentario de Italia y
Francia- y de esa forma podía mistificar y desarmar exitosamente a su potencial
adversario: la clase trabajadora.
En vista de esta correlación desconcertante entre
la promesa ficcional reformista, la brutal y aleccionadora realidad del
“socialismo evolutivo” y “el camino parlamentario al socialismo”, no es para
nada sorprendente que los otrora exitosos partidos occidentales de la Tercera
Internacional -los partidos comunistas italiano y francés- terminaran su camino
de la forma en que lo hicieron, atrapándose a sí mismos en una posición
regresiva, totalmente indistinguible del neoliberalismo. Inevitablemente, por
lo tanto, la dolorosa y regresiva experiencia “reformista” desarrollada desde
el movimiento obrero, reabrió la pregunta de qué curso de acción debía ser tomado
en el futuro para oponerse en un camino estratégicamente sustentable, a las
cada vez peores condiciones de vida de los trabajadores, incluso en los países
capitalistas más avanzados, no importa cuánto tiempo tome rectificar el pasado
derrotista. Porque en nuestro tiempo, incluso la realización de las más
limitadas demandas y objetivos elevadas por los representantes de la clase
obrera, necesitan emplear formas radicales efectivamente organizadas de
acciones combativas, inseparables de la estructuración del capital, favorecido
desde el núcleo del sistema salarial.
La segunda avenida bloqueada para el capital, ahora
en su más profunda crisis estructural, es aún potencialmente más seria.
Consiste en remover la factibilidad tradicional de resolución del sistema
capitalista, agravando los problemas a través de una guerra total, en
conformidad a la forma en que fue y que de hecho dos veces se intentó
durante el transcurso de las guerras mundiales del siglo veinte. Nada puede
desbloquear esta fatídica avenida, ni siquiera el más irracional aventurerismo,
defendido por los “visionarios” apologistas bélicos del capital. Para la
cuestión de fondo, es una contradicción insoluble dentro del marco reproductivo
del sistema del capital como tal.
Esta es una contradicción manifiesta, por un lado,
a través de la despiadada concentración y centralización del capital a
escala global y, por otro lado, a través de la inhabilidad estructuralmente
impuesta del sistema establecido de producir esa requerida estabilidad
política en su correspondiente escala global. Incluso las más agresivas
intervenciones militares del imperialismo hegemónico global -al día de hoy,
aquéllas de los Estados Unidos de América- en distintas partes del planeta,
están destinadas a fallar. La destructividad de las guerras limitadas, sin
importar cuántas, está muy lejos de ser suficiente para imponer en cualquier
lado la indiscutible regla de una sola hegemonía imperialista y su “gobierno
global” -lo único que podría beneficiar la lógica del capital hoy en día.
Sólo la alternativa socialista hegemónica puede mostrar un camino fuera de esta
destructiva contradicción. Eso es, una alternativa organizacional e
históricamente viable que respete totalmente la complementariedad dialéctica de
lo nacional y lo internacional, en nuestro propio tiempo histórico.
De ese modo, la pregunta sobre la autoafirmación
sobre la invasión del capital ha sido radicalmente modificada bajo las actuales
circunstancias, en sus términos objetivos de referencia. Por ahora, debido al
irreversible desarrollo de un sistema capitalista históricamente ascendente,
sin más terrenos libres para invadir y subyugar en nuestro limitado planeta; el
sistema capitalista siempre en el pasado, en su necesidad de prevalecer, con su
imperativo auto-expansionista de invasión, que directamente amenaza con la
destrucción del sustrato natural de la existencia humana, como un
intento vano de compensar por la pérdida de conquistar nuevos territorios de
dominación. En consecuencia, los riesgos históricos que se disputan entre el
capital y el trabajo se han convertido hoy -y así están obligados a seguir
siendo también en el futuro- en todo o nada, lo que elimina incluso la limitada
racionalidad de la inevitable postura defensiva del trabajo. Salvar
de la destrucción las elementales condiciones de existencia humana, no puede
ser visto como una concesión a ser otorgada a un cada vez más
destructivo capital en control de los procesos metabólicos sociales. Esperar
eso, podría representar la mayor irracionalidad y la definitiva contradicción
en el período.
6.
La postura defensiva del pasado tiene que
ser consignada dónde pertenece, esto es: irremediablemente en el pasado, para
que pueda ser reemplazada por una alternativa históricamente sostenible. La
efectiva negación del sistema capitalista global sólo es concebible a través de
una intervención estratégicamente viable, apropiadamente organizada y
consciente en su marco global. Esto es factible sólo a través de la
constitución y operación combativa de un tipo de estructura organizacional
internacional que se adecue para sobreponerse -a través de sus principios
prácticos operativos históricos y total coherencia cooperativa- al estado de
defensa crónica y los daños de las divisiones internas del movimiento laboral
del pasado. No es la “Quinta” o la “Sexta Internacional” -al definirse a sí
mismas de una forma que inevitablemente reabriría las viejas heridas y traería
controversias innecesariamente recriminatorias- pero sí La Nueva
Internacional comprometida en la revolucionaria negación del destructivo
orden presente del capital y en la constitución de un modo radicalmente
diferente de intercambio social metabólico entre sus miembros. En otras
palabras, la Nueva Internacional, también podría indicar a través de su
nombre, no solo el abandono del modelo defensivo, sino también que las
infelices y antiguas divisiones recriminatorias han quedado en el pasado.
De este modo, La Nueva Internacional
confrontaría con una consciente y positiva determinación los
inabordables desafíos históricos de las necesarias bases organizacionales de igualdad
sustantiva de sus partes constituyentes, articulando estratégicamente
organizaciones políticas o movimientos sociales intransigentes, con movimientos
de masas con orientación radical. Esto significaría la constitución de un
terreno mucho más seguro de lo que fue posible en el pasado, el modo de acción
históricamente sostenible a través de la cual la vital transformación
socialista de nuestras sociedades existentes se lograría en el futuro.
Sin la adopción de una perspectiva socialista
internacional viable, el movimiento obrero como la alternativa hegemónica al
capital, no puede obtener la fuerza que necesita. Con respecto a esto, una mirada
positiva, reconsiderando la historia sobre los hechos que se dieron con las
anteriores internacionales debe ser tomado en cuenta. Comprensiblemente, claro
está, la capitulación de la Segunda Internacional, ha perdido total relevancia
y ya no nos concierne. De todos modos, incluso hoy, la evaluación adecuada de
los esfuerzos radicales internacionales sostenidos históricamente, sigue siendo
un tema importante, precisamente, en relación al futuro. No podemos dejar pasar
a este respecto la pesada carga de fracturas internas en el ala radical del
movimiento socialista, ya que esas fracturas emergieron durante el siglo pasado
y continúan ejerciendo su dolorosa influencia divisionista aún hoy. Nadie
negaría que en un curso esperado, dichas fracturas debieran sobreponerse en
interés de los trabajadores socialistas sobre las alternativas hegemónicas del
orden existente, incluso si les toma algo de tiempo para hacerlo. Lo que es
absolutamente cierto, sin embargo, es que la tarea de sobreponerse a esas
fracturas sólo puede ser lograda en un marco de una organización internacional,
compartido positivamente.
En términos de las prioridades estratégicas que
deben ser logradas, la organización cohesiva, la articulación viable y el
fortalecimiento de un marco de acción socialista internacional positivo, ocupan
el lugar más prominente el día de hoy. El triunfo es inconcebible sin la más
desafiante confrontación a la creciente agresividad del capital, de parte de la
clase obrera organizada, en lugar de la debilidad defensiva del pasado. Porque
bajo las condiciones del sistema capitalista, y su profunda crisis estructural,
se puede vislumbrar la intensificación del autoritarismo agresivo del capital
contra el trabajo, lo que sólo puede empeorar en el futuro. La fragmentación y
la división siempre tendieron a imponerle al trabajador, una postura defensiva
y su corolario, la dominación del trabajador por su adversario de clase. Eso no
es ni por atisbo accidental luego que las clases gobernantes romanas inventaran
y practicaran por largo tiempo, mucho antes que el capitalismo, la sabiduría de
divide et impera: divide y reinarás.
Con respecto al marco cohesivo de acción
internacional, la adopción de principios viables orientados organizadamente es
de la mayor importancia. En el pasado, la asunción de la necesidad
programática de una unidad doctrinal, en las internacionales
radicales probó ir en muchos casos en detrimento de su previsto avance. Solía
llevar en sus espaldas el constante divisionismo y la recurrente fragmentación
en vez de la fuerza cohesiva.
Mantener los requerimientos de una unidad
doctrinal como el principio orientador predefinido del marco organizativo,
sería igualmente malo para el desarrollo de La Nueva Internacional.
Las circunstancias sociales e históricas son necesariamente diferentes en un plano
global establecido, llevando a la adopción de diferentes y significativas
determinaciones organizacionales, de acuerdo a las condiciones específicas
sociales y políticas, y a sus correspondientes palancas estratégicas.
Naturalmente, es un requisito evidente que todas
aquellas organizaciones que pertenecerían a La Nueva Internacional se
definan a sí mismas en términos de su identificación con el amplio principio
general y objetivo fundamental emancipatorio de la transformación socialista de
la sociedad. Sin embargo, adoptar este amplio principio general y trazar el
objetivo estratégico para la transformación socialista del orden social
capitalista, no significa una prescripción doctrinaria, como en los
sostenibles caminos particulares de instituir las medidas prácticas y modos
de acción, que conduzcan a la realización de los objetivos adoptados. Este
nuevo acercamiento, prevé un filoso contraste a los términos en que formalmente
se defendían los requerimientos de una unidad doctrinaria que ha sido como una
regla general de expulsión en el pasado, esto en detrimento del éxito esperado.
En contraste, debería ser mucho más viable en el futuro, dejar que los méritos
relativos de los diferentes modos y maneras, se decidan de modo positivo
para la actual realización (o no) de las tareas adoptadas por las partes
constituyentes y las unidades organizacionales particulares, en su práctica
social y política combativa buscada, de acuerdo a la inevitable variedad de
circunstancias históricas y sociales. Ese modo de operar sería en sus
resultados cooperativamente aditivo y cohesivo, en vez de fragmentador.
Esa es la manera de accionar bajo las desafiantes condiciones de nuestro
tiempo. El establecimiento y la combativa puesta en funcionamiento de La
Nueva Internacional sería el marco de organización más apropiado para
enfrentarnos a este desafío.
Notas:
[1] “The New Liberal Imperialism”, The Observer
Wordview Extra, Sunday, April 7, 2002. (“El Nuevo Imperialismo Liberal” N.
del T.)
[2] Ibid.
[3] N. del T.: Todos los destacados en la presente
cita y en las que siguen a lo largo del texto corresponden al autor.
[4] Reseña de Richard Peet sobre el libro de Thomas
Barnett: The Pentagon’s New Map: War and Peace in the Twentyfirst Century
(El Nuevo Mapa del Pentágono: La Guerra y la Paz en el siglo XXI) en Monthly
Review, Enero, 2005.
[5] Marx, K. y F. Engels, El Manifiesto
Comunista, SARPE, Madrid, 1985, Pp. 31-34. Traducción de Editorial
Progreso, Moscú. El autor utiliza una versión inglesa editada en Selected
Works, Lawrence and Wishat, Londres, 1958, vol I, pp. 37-40.
[6] Marx, Letters to Engels, 8 October 1858.
En este caso y en las cartas que siguen se optó por efectuar la traducción
directa al español de la referencia aportada por el autor (N. del T.).
[7] Marx, Salario, Precio y Ganancia,
discurso de Carlos Marx en inglés en las sesiones del Consejo General de la
Primera Internacional celebradas el 20 y 27 de junio de 1865. Este discurso se
originó de las palabras pronunciadas por John Weston, miembro del Consejo
General, el 2 y el 23 de mayo. Weston trató de comprobar con sus palabras que
una elevación general en el nivel de salarios no les traería provecho a los
obreros y que, por tanto, las tradeuniones tenían un efecto "perjudicial".
El manuscrito de Marx de este discurso se ha conservado. El discurso fue
primero publicado en Londres en 1898 por la hija de Marx, Eleanor Aveling, bajo
el título de Valor, precio y ganancia, con un prefacio de Edward
Aveling. En el manuscrito, las observaciones preliminares y los primeros seis
capítulos no llevaban títulos,y fueron añadidos por Edward Aveling. Traducción
propia contrastada con la edición de 1976 efectuada por Ediciones en Lenguas
Extranjeras, Moscú, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, 1954. El autor
utiliza la versión compilada en Selected Works, op.cit.
[8] Rosa Luxemburgo, La Acumulación del Capital,
Routledge, Londres, 1963, p. 466. (N de T). En este caso se optó por
traducir directamente el texto citado por el autor, aunque existen diferentes
versiones del texto de Luxemburgo traducidas al español.
[9] N de T: El término Eisenachers se
utilizaba coloquialmente para denominar a los miembros del Partido de los
Trabajadores Social Demócratas o SDAP, por sus siglas en alemán, fundado en
Eisenach en 1869.
[10] Marx, Letters to Engels, 18 February
1865.
[11] Lasalle, Letter to Bismark, June 8,
1863.
[12] Engels, Letter to August Bebel, 18-28
March, 1875.
Traducción: Valentina Picchetti
Revisada para su publicación por Mario Hernandez
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