Fernando de la Cuadra
ALAI AMLATINA, 25/10/2017.-
Hace ya
algunas décadas atrás el economista húngaro Karl Polanyi apuntaba que es
posible pensar que existen formas de integración o de funcionamiento de la
economía que no se asientan necesariamente en instituciones monetarias basadas
en el intercambio convencional, es decir, que superan los movimientos de “doble
mano” que se producen en el lugar del mercado, el cual representaría su locus
por excelencia. De esta manera, Polanyi propuso algunas visiones alternativas
de aquella existente en la economía capitalista, identificando en esa
construcción tres principios de distribución distintos al modelo de intercambio
mediado por el mercado y orientado a la ganancia, a saber, la administración
doméstica, la redistribución y la reciprocidad. Según él, en la economía real
pueden coexistir dos o más principios en los cuales esté presente inclusive la
ganancia monetaria, aunque su presencia no necesariamente debe representar el
principio dominante.
La importancia de estas formas para entender la
actividad económica, residiría en que ellas no solo poseen una dimensión
histórica sino que además ostentan una expresión empírica demostrable en
actividades concretas realizadas por las personas, lo cual demostraría las
limitaciones de la perspectiva de Olson y seguidores, en torno al lugar central
ocupado por el comportamiento egoísta y la acción racional que tendrían los
grupos y sus miembros individuales en las actividades desarrolladas
cotidianamente.
Especialmente la noción de reciprocidad permite
visualizar otros aspectos en torno a los cuales se organizan las sociedades, ya
no basadas únicamente en la idea de interés y de competencia entre las personas
y las organizaciones, sino también o sobre todo en torno a prácticas de
cooperación destinadas a preservar los lazos sociales dentro y entre los
diversos tipos de agrupaciones
En el caso latinoamericano es necesario considerar
especialmente la prevalencia de formas de economía doméstica, visto el papel
prioritario que dichas formas de integración ejercen en la conformación de
grupos y comunidades que insertan las actividades económicas de producción y
distribución en las diversas formas de sociabilidad presentes en la esfera
local. Ello es especialmente significativo en el caso de aquellos países de
cultura andina o mesoamericana. En este marco, tal como enunciado por José Luis
Coraggio, la cuestión económica sustantiva se resuelve como una economía
‘natural’ o comunitaria, cuyo sentido es asegurar la autosuficiencia de todos
los miembros o grupos que comparten los medios de sustento según reglas y
estructuras no estrictamente económicas.
Una reflexión sobre la obra de Polanyi nos plantea
el desafío de postular otras formas de organización económica de la humanidad,
o como dicen sus principales adherentes, de pensar “Otra Economía” que supere
el paradigma de la competitividad impuesto por la civilización del capital y de
los mercados globales. En otras palabras, es necesario pasar de un paradigma
centrado en la competitividad y la posesión de riqueza pecuniaria para un
modelo centrado en las energías y capacidades que surgen desde las personas, en
el trabajo y la cooperación que abunda en las comunidades. Ello implica, que
los diversos actores (personas, comunidades y entidades públicas) sean capaces
de construir nuevos espacios de cooperación, solidaridad y convergencia que
integre lo económico en lo que verdaderamente es, un entramado de relaciones de
sociabilidad -de parientes, amigos y vecinos en el territorio-, que buscan
establecer vínculos equitativos y justos entre los diversos participantes del
proceso económico y, de esta manera, propender hacia el bienestar de todos. A
este tipo de prácticas cooperativas, asociativas y comunitarias se las conoce
con el nombre de economía social y solidaria.
Pero no obstante las premisas recién expuestas,
igual se mantiene en el aire la interrogante de si puede existir efectivamente
una economía social y solidaria que supere el ámbito local. Esta es una
pregunta que se podría responder – y descartar casi automáticamente – con un no
rotundo. Para ciertas visiones, la evidencia acumulada hasta ahora nos
permitiría concluir que el conjunto de experiencias que se sustentan en formas
solidarias, cooperadoras y autogestionarias de concebir la actividad económica,
difícilmente pueden traspasar los límites de lo local. Por lo mismo, es
improbable que ellas lleguen a constituirse en modalidades globales de
funcionamiento de la economía y las sociedades contemporáneas.
Aceptar esta premisa sin más, significa admitir que
las sociedades y las personas poseen una naturaleza inmutable y que el estado
de cosas con el cual nos deparamos cotidianamente va a seguir su mismo curso.
Desde otra tradición crítica de esta ideología del status quo, Piotr
Kropotkin, Marcel Mauss o Marshall Sahlins han podido demostrar que por el
contrario las comunidades humanas han desarrollado preferentemente estrategias
de cooperación para poder afrontar en conjunto la lacha por la supervivencia.
Es decir, los seres humanos necesitamos de construir persistentemente lazos de
cooperación con los otros para enfrentar los avatares de la vida, desde las
estructuras familiares y de parientes (lealtades primordiales) hasta
comunidades más amplias y complejas de colaboración.
Si admitimos que la humanidad no se encuentra
condenada a la acción individual de personas que emprenden batallas
competitivas sin cuartel, en las cuales necesariamente se debe producir una
solución del tipo “suma cero”, la perspectiva de dar un giro a esta narrativa
no resulta tan ilusoria. Entonces, el mayor desafío de este giro consiste en ir
edificando un sistema multiescalar, en el que se articulen las diversas
experiencias que se originan en un plano local, para ir ascendiendo a una
escala regional, nacional y global.
Si bien es cierto el horizonte de un sistema
económico solidario de alcance global se ve muy lejano, cada vez son más las
experiencias que intentan construir áreas de intercambio y flujos de bienes y
servicios que no se rigen necesariamente por el parámetro de transacciones de
equivalentes en mercados convencionales. Sus principales impulsores no han sido
ni los conglomerados políticos ni las agencias públicas, sino que un sinfín de
asociaciones y organizaciones de ciudadanos, que se han inspirado en
experiencias históricas (mutualistas, cooperativas, asociaciones de autogestión
o cogestión) o que han concebido nuevas modalidades de poner en común sus
capacidades y deseos de complementarse solidariamente. Son Bancos de tiempo, de
monedas alternativas o sociales, cajas populares de ahorro y crédito, mercados
de trueque, cooperativas de diversa índole (vivienda, previsión, salud, educación,
saneamiento, compra y venta), grupos de producción y consumo autogestionarios,
etc. Es una enorme constelación de experiencias, muchas veces desperdigadas,
pero que pueden ir convergiendo en una escala planetaria a partir de elementos
comunes que las unen y que son susceptibles de articular en entes mayores.
Son iniciativas que demuestran que la historia de
la humanidad está llena de millares de esfuerzos por construir relaciones
basadas en la cooperación, la reciprocidad, la solidaridad y la búsqueda del
bien común. Su transformación en iniciativas que vayan conformando una red cada
vez más densa de relaciones y sinergias no solo representa una tendencia
deseable y urgente, sino que es absolutamente posible en función de los
repertorios culturales con que cuenta la humanidad para construir decididamente
un futuro más viable, justo y fraterno.
- Fernando Marcelo de la Cuadra es académico,
Escuela de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales y Económicas, Universidad
Católica del Maule
URL de este artículo: https://www.alainet.org/es/articulo/188847
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