Con Estados Unidos en retirada, Arabia Saudí se queda más débil que
nunca como resultado de su juego con los kurdos
Middle
East Eye
30-10-2017
Traducción
para Rebelión de Loles Oliván Hijós.
|
Desde el
momento en que Massud Barzani, presidente de la región del Kurdistán iraquí,
convocó su referéndum estaba claro qué grupo de países formaría una coalición
para cortar de raíz un Kurdistán independiente.
En una región con 30 millones de kurdos que abarca
cuatro países, Turquía, Irán e Iraq compartían un interés particular en
suprimir al estado en ciernes desde su nacimiento, incluso aunque para Ankara
significara abandonar al único aliado kurdo del que dependía en su guerra
contra el Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK) en el país y contra el
Partido de la Unión Democrática del Kurdistán (PDK) en Siria.
Menos claro parecía, sin embargo, qué grupo de
Estados respaldaría a Barzani. Israel fue el único actor regional que lo hizo
expresamente. Como declaró su primer ministro Benajmin Netanyahu, “Israel apoya
los esfuerzos legítimos del pueblo kurdo para lograr su propio Estado”.
Aunque Israel consideraba al PKK como un grupo
terrorista, Yair Golan, antiguo subjefe del ejército israelí, declaró en una conferencia en Washington
que él personalmente no. “Cuando miras a Irán en el este, cuando ves la
inestabilidad en la región, una entidad kurda estable y unificada en medio de
este espacio empantanado no es tan mala idea”.
El razonamiento de Golan no era del todo ajeno a
otra potencia regional con un interés en utilizar a los kurdos para cortar las
alas a Turquía, a Irán y a Iraq: Arabia Saudí. De cara a la galería, el Rey
Salman respaldaba
firmemente la unidad de Iraq. Detrás de escena, la corte real despachó una
serie de emisarios para animar a Barzani en su proyecto de dividir el Estado
iraquí y cuestionar la integridad territorial de Turquía e Irán. Uno de ellos
es un general retirado en las fuerzas armadas saudíes, Anwar Eshki, presidente
en la actualidad del think-tank saudí Centro de Estudios Estratégicos y
Legales para Oriente Próximo.
Eshki fue explícito sobre el razonamiento del
reino. Manifestó ante el
Consejo de Relaciones Exteriores que trabajar para la creación de un Gran
Kurdistán por medios pacíficos “reduciría las ambiciones iraníes, turcas e
iraquíes. Ello desarticulará un tercio del territorio de cada país a favor del
Kurdistán”. Eshki reiteró su apoyo a un Estado kurdo independiente en una
reciente entrevista telefónica con la agencia de noticias rusa Sputnik,
donde afirmó que el reino saudí no se interponía en el camino de la voluntad
del pueblo. “Creo que los kurdos tienen derecho a tener un Estado propio. […]
Iraq ha do muy lejos en la marginación de los kurdos. Y como el propio Barzani
señaló, él no se ha adherido a la constitución que dividió Iraq en razas y
sectas. Si el gobierno iraquí sigue por el mismo camino, podría ser que Iraq se
acabara dividiendo en más de dos”.
Otra señal es la enviada en marzo de este año por
un asesor de la corte saudí: Abdulá al Rabiah declaró a Saudi Okaz Daily que
el Kurdistán iraquí tenía un alto potencial económico, cultural, político y
militar imposible de eliminar por Irán y Turquía. Tras reunirse con Barzani,
Rabiah señaló que el Kurdistán tenía “las bases necesarias para la
independencia y defendía su existencia”. Otro miembro clave de la alianza
saudí, Emiratos Árabes Unidos, hizo lo propio. Me cuenta una fuente fiable que
el hijo de Barzani, Masrur, jefe del Consejo de Seguridad Nacional, hizo una
visita secreta a Abu Dhabi solo un mes antes del referéndum del 25 de
septiembre.
En Emiratos Árabes Unidos, académicos a la sombra
del Príncipe Heredero de Abu Dhabi, Muhammad bin Zayid, hicieron mucho más que
emitir declaraciones de apoyo. Abdulá Abd al Jaliq publicó un mapa donde se
representa el Estado de Kurdistán que se establecería dentro de unos años y que
tendría una población que podría ascender a 30 millones. También pidió al
presidente turco, Recep Tayip Erdogan, que no penalizase a Kurdistán por el
referéndum pues, dijo, “es una medida democrática”.
Todo esto no pasó desapercibido en Bagdad. The
New Arab citó a un funcionario iraquí que denunciaba que Irbil había
firmado un “memorando de entendimiento” con Ibtisam al Kutbi, director del
Centro de Políticas de Emiratos Árabes Unidos, para ayudar a organizar el
referéndum. Emiratos Árabes Unidos negó informes de que su cónsul en Irbil
hubiera asistido al referéndum y hubiera visitado algunos colegios electorales.
Arabia Saudí muestra sus intenciones
Arabia Saudí envió otras señales de que su política
en la región estaba cambiando. Sorprendió una visita
secreta del ministro saudí para asuntos del Golfo, Zamer al Sabhan, a Raqqa
(Siria). Según Al Quds al Arabi, al Sabhan fue fotografiado con Brett
McGurk, enviado especial de Estados Unidos para la campaña contra Daesh,
acompañado por comandantes militares de las Fuerzas Democráticas Sirias
respaldadas por Estados Unidos, los mismos que erigieron un retrato del líder
del PKK Abdulá Ocalan, en las ruinas de la ciudad recién liberada de Daesh. Era
aparentemente un mensaje dirigido a Turquía.
Una vez que se derrumbó la resistencia de los peshmerga
kurdos en Kirkuk, Riyad abandonó rápidamente el barco. Salman
llamó a Haider al Abadi, primer ministro de Iraq, para subrayar el apoyo
del reino a la unidad de Iraq y lo invitó a visitar Riad la semana siguiente.
El jefe de personal del ejército iraquí ha visitado el reino esta semana.
El fiasco de Kirkuk es el último ejemplo de la
inestabilidad asociada al desmoronamiento del imperio estadounidense en Oriente
Próximo. Tanto Turquía, como el Gobierno Regional del Kurdistán, Iraq y Arabia
Saudí son aliados en los que Estados Unidos ha invertido mucho dinero. Pero eso
ya ha dejado de significar algo habida cuenta de cómo estos aparentes aliados
militares de EEUU se miran entre sí: recuerdan más a cómo se comportaron los
estados o principados de la Europa del siglo XVIII que a cualquier otra cosa
que hayamos presenciado en el siglo pasado.
Las unidades del ejército iraquí entrenadas y
financiadas por EEUU operaron junto a las milicias chiíes respaldadas por Irán
para expulsar a las fuerzas kurdas peshmergas equipadas por EEUU, que
eran instrumentos esenciales en la lucha contra el Daesh en el norte de Iraq.
La limpieza étnica alrededor de Kirkuk durante la
última semana ha sido real. Cerca de 100.000 kurdos han tenido que huir de sus
hogares, muchos de sus negocios han sido incendiados y decenas de combatientes peshmerga
asesinados.
Mientras esto sucedía Washington se ha mantenido al
margen. Un portavoz del Departamento de Estado ha declarado que “la
reafirmación de la autoridad federal sobre las áreas en disputa de ninguna
manera cambia su status; siguen siendo disputadas hasta que su
estatuto se resuelva de acuerdo con la constitución iraquí”.
El paraguas militar estadounidense echo jirones
De hecho, la lucha sobre Kirkuk constituye la
primera gran violación del pacto en el Iraq post Sadam según el cual Bagdad no
usaría la fuerza militar contra los kurdos. El primer ministro iraquí, Abadi,
ha reafirmado su autoridad. La recuperación de Kirkuk le favorece en la lucha
contra su rival, el ex primer ministro Nuri al Maliki, en las elecciones
nacionales del próximo año, y lo que diga o no la Constitución iraquí poco
cuenta.
De manera que ser aliado de EEUU no supone tener
garantías de contar con un paraguas diplomático estadounidense y mucho menos
militar. El vacío dejado por la retirada de Estados Unidos –yo veo en el
nacionalismo de America First de Donald Trump la continuación de la
atenuación que inició Barack Obama respecto al intervencionismo de Bush– es aún
más desestabilizador que un presidente que ha convertido la Casa Blanca en un reality
show.
Cualquiera que fuera el apoyo con el que contaba
internamente de los peshmerga leales a la UPK, que no ha recibido,
Barzani también interpretó equivocadamente las señales de Riad y Abu Dhabi. Bienvenidos
al mundo post-occidental. Tanto Gran Bretaña como Rusia atravesaron el doloroso
proceso de la pérdida de sus imperios. Ahora le toca el turno a Washington.
La retirada estadounidense no deja un nuevo
equilibrio de poder controlado por potencias regionales fuertes. Deja una vasta
zona de espacios disputados controlada por ejércitos independientes y curtidos
en guerras con armas occidentales. Se abandonan aliados tradicionales y se
desintegran políticas de la noche a la mañana.
Irán gana, nuevamente
Por supuesto hay ganadores. Uno de ellos es Irán.
En ausencia de un mediador internacional fuerte y confiable, Qasim Suleimani,
el dirigente de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria Islámica, parece
haber jugado un papel mucho más eficaz al convencer al sector de la familia
Talabani de la UPK de llegar
a un acuerdo con las fuerzas de Hashd al Shaabi, aunque la milicia chií
rápidamente retiró a sus combatientes dejando el control a ejército y policía
federal iraquíes.
Solo dos días después de que su contrato nuclear
fuera “descertificado” por Donald Trump, Irán, a través de sus representantes
subsidiarios chiíes, ha logrado controlar efectivamente otra parte estratégica
de los bienes raíces de Iraq y varios de sus pozos de petróleo.
Turquía ha sido empujada todavía más a la esfera de
Teherán. La fuerza simbólica de Turquía en Iraq está ahora rodeada por todas
partes de milicias chiíes de Hashd al Shaabi, respaldadas por Irán y utilizadas
para encabezar el asalto a Kirkuk.
Arabia Saudí es más débil regionalmente que nunca.
¿Comprenderá y aprenderá algo cada vez que juega a Juego de tronos y pierde? El
legado resultante de estas luchas es un listado cada vez más largo de ciudades
suníes en ruinas y millones de refugiados. Esas ruinas y los refugiados son el
resultado del llamado liderazgo saudí en el mundo árabe suní.
No hay comentarios:
Publicar un comentario