Dom,
29/10/2017 - 23:03 — Raúl Perea
Horacio Correa Lucero*
1. Introducción
Analizar
los diversos factores que constituyen la comprensión íntegra de lo tecnológico,
implica, entre otras cosas, una indagación sobre los modos en que la tecnología
surge, se crea y deviene otra. “Cambio tecnológico” es el significante
usualmente utilizado para nombrar esos procesos. El presente artículo busca comprender
los modos en que Marx y el marxismo han interpretado ese cambio. Para ello,
propone analizar textos usualmente destacados por su centralidad con relación
al cambio tecnológico, incorporando trabajos de autores de la tradición
marxista e incluso no marxista para comprender el tema.
Para
comenzar, creemos conveniente recordar que, considerando la amplitud de
afirmaciones de Marx sobre la tecnología, muchas veces contradictorias en sí de
ser tomamos aisladamente y de manera descontextualizada, es entendible que el
propio marxismo tenga tal amplitud de posiciones sobre el tema tecnológico.
Creemos útil iniciar el análisis con una mención al determinismo tecnológico
atribuido a Marx usualmente por una serie de autores (ver un listado en la
Tabla 2), ligando luego esto al análisis del lugar de las relaciones entre
fuerzas productivas y relaciones de producción en la comprensión del cambio
tecnológico, cuestión que también suele asociarse al determinismo tecnológico.
Veremos que para entender esas relaciones será necesario inscribirlas en una
totalidad orgánica que las vuelve una unidad, sin perder de vista que se trata
de dos cosas que deben ser diferenciadas. Y concluiremos con la visión de Marx
sobre la subsunción formal y real del trabajo en el capital para ver cómo la
tecnología ejerce un papel clave en ese proceso, tan clave que la propia
búsqueda de nuevas tecnologías es resultado de esa posición central. Se
entenderá, ligado a esto, que su creación para Marx se vincula con la necesidad
de valorización del capital.
2.
Determinismo tecnológico y de las fuerzas productivas: La importancia de la totalidad
orgánica para inscribir la especificidad de la interacción entre fuerzas
productivas y relaciones de producción en contra del determinismo.
La
interpretación de Marx como determinista tecnológico ha generado posturas
opuestas (ver Tabla 2), y todas ellas se han valido de comentarios del propio
Marx. La consideración del determinismo es importante debido a que señala que
el cambio tecnológico se da por una autonomía de la tecnología, por la
presencia de leyes inmanentes que guían su desarrollo. Por lo tanto, comprender
si Marx era o no determinista, permite iniciar una comprensión sobre su visión
del cambio tecnológico.
Ø Tabla 2. Autores y su interpretación del determinismo
tecnológico en Marx.
Según:
|
Marx como determinista tecnológico
|
Marx como no determinista tecnológico
|
Gerald
Cohen (2000)
|
Las
fuerzas productivas son la fuerza con primacía en el desarrollo de la
historia [pero ese determinismo no exhibe simplezas]
|
–
|
Langdon
Winner (1978)
|
Marx
expuso la primera teoría coherente de tecnología autónoma.
|
–
|
William
H. Shaw (1979)
|
Marx
era determinista tecnológico [pero no vulgar y reduccionista, sino dentro de
un marco de materialismo histórico]
|
–
|
Alvin
Hansen (1921)
|
Marx
entendió los procesos sociales en términos tecnológicos y no económicos
|
–
|
Lewis
Mumford (1967, 1970)
|
Marx
dio a la tecnología un lugar central y una función directiva en el desarrollo
humano, y erróneamente dio carácter automático a la evolución de las
tecnologías, además de considerar que determinaban el carácter de todas las
otras instituciones.
|
–
|
Robert
Heilbroner (1967)
|
El
paradigma básico de Marx es determinista tecnológico.
|
–
|
[Thomas
P. Hughes (1994 [1987])
|
[Karl
Marx fue un destacado determinista tecnológico, posición evidenciada en sus
momentos de simplificación]
|
–
|
Richard
Miller (1984)
|
–
|
Marx no
fue determinista tecnológico porque las relaciones de trabajo son una fuerza
independiente en la historia. [“Las relaciones de poder, antes que las
tecnologías […] típicamente juegan un rol” (Miller, 1984: 3).
|
Nathan
Rosenberg (1983)
|
–
|
El
cambio histórico es un proceso social antes que tecnológico para Marx.
Sustento de esto se encuentra en la visión de Marx sobre la emergencia de los
primeros mercados capitalistas sin la existencia de ningún logro tecnológico.
|
Donald
McKenzie (1984)
|
–
|
Las fuerzas
productivas de Marx no deben ser igualadas simplemente con la tecnología,
ambas se diferencian.
|
Reinhard
Rürup (1974)
|
–
|
Marx no
fue un determinista tecnológico
|
David
Dickson (1975)
|
–
|
Marx no
fue un determinista tecnológico
|
Fuente:
Elaboración propia basada en Bimber (1990) y en información propia [1].
La tabla
resume las diferentes posturas desplegadas sobre el tema. Las lecturas
deterministas y las no deterministas de Marx han sabido basarse, como
adelantamos, en el propio pensador alemán, tomando pasajes de sus diversas
obras.
El Marx
determinista tecnológico ha sabido defenderse, principalmente, citando
fragmentos específicos ubicados en Miseria de la Filosofía y en el
famoso Prefacio a la Contribucióna la crítica de la economía política.
Encontramos oportuno transcribir uno de los pasajes más citados por los
defensores de la postura de un Marx determinista tecnológico presente en la
primera obra: “El molino movido a brazo nos da la sociedad del señor feudal; el
molino de vapor, la sociedad del capitalista industrial.” (Marx, 1987: 68).
Nathan
Rosenberg, por cierto, un autor no marxista[2], ha criticado
la importancia excesiva brindada a ese fragmento, sosteniendo que tal
afirmación “encuentra poco apoyo en el propio tratamiento de Marx de los
principales episodios históricos que a él le preocupaban” (Rosenberg, 2004:
36). Para dar sustento a su posición, añadió que “en un proceso no menos
central para Marx que la emergencia histórica del capitalismo, los factores
tecnológicos no juegan para nada un papel inmediato.” (Rosenberg, 2004: 36).
György
Lukács, cuatro décadas antes que Rosenberg, destacó esa misma idea al sostener
que “Marx explícitamente resalta que en la transición del trabajo artesanal
hacia el manufacturero no se involucró ningún cambio en la técnica. […] Las
precondiciones sociales de las técnicas mecanizadas modernas surgieron primero;
ellas fueron el producto de una revolución social de cien años. La técnica es
la consumación del capitalismo moderno, no su causa inicial.” (Lukács, 1966:
31).
Es cierto
que estas posiciones son útiles para invalidar numerosos argumentos de un Marx
determinista tecnológico. Sin embargo, es posible hallar argumentos que
involucran procesos más complejos de razonamiento y no sólo la cita a Miseria
de la Filosofía o a algún otro pasaje de otra obra de Marx para sustentar
la idea de fuerzas internas en la tecnología. La complejidad se observa en el
tratamiento del tema sobre la dinámica entre fuerzas productivas y relaciones
de producción, donde los autores no deterministas suelen también realizar aportes.
Es oportuno aclarar que este tema se vincula estrechamente con el cambio
tecnológico debido a que las fuerzas productivas contienen a las tecnologías[3] como una parte
integral suya. No hay una identidad, sino una pertenencia. Si hay determinismo,
la tecnología cambia por un automovimiento interno, si no lo hay, otras serán
las causas explicativas.
Retomando,
posturas deterministas y no deterministas suelen encontrarse y confrontarse en
torno a la mencionada relación. Algunos sostienen la preeminencia de una sobre
la otra, o bien interacciones en un marco dialéctico, donde la relación entre
fuerzas productivas y relaciones de producción se inscribe en una totalidad
orgánica. Las interpretaciones deterministas de Marx suelen otorgar
preeminencia a las fuerzas productivas, describiendo a las tecnologías con
(cierto) automovimiento, o incluso, como un motor de la historia (Smith y Marx,
1994).
Cohen
(2000) se inscribe a grandes rasgos en el segundo grupo, aunque con
particularidades. Siendo uno de los autores más destacados dentro de estas
perspectivas, conviene mencionar su postura. Comienza La Teoría de la
Historia de Karl Marx. Una defensa, con una extensa cita al Prefacio a
la Contribución a la Crítica a la Economía Política, una suerte de
prolegómeno en donde apoyar su defensa de una postura funcional, donde la tesis
de la primacía resulta clave para la cuestión tecnológica. En esa obra
el autor comenta:
El
determinismo tecnológico es, presumiblemente, dos cosas: tecnológico y
determinista. Uno podrá contemplar un determinismo no tecnológico y, por así
decirlo, un no-determinismo tecnológico. Nuestra versión del materialismo
histórico se puede llamar tecnológica […]. Una observación en este respecto: en
la medida en que el curso de la historia y, más en particular, la futura
revolución socialista son, para Marx, inevitables, ellos son inevitables, no a
pesar de lo que los hombres pueden hacer, sino por lo que los hombres, siendo
racionales, están destinados, predeciblemente, a hacer. (Cohen, 2000: 147).
Esta
frase da cuenta de la explicación funcional de la que hablamos. Allí, las
fuerzas productivas poseen una primacía sobre las relaciones de producción
(afectando directamente a la estructura económica), pero éstas, a su vez, son
seleccionadas entre opciones debido a su condición de posibilitar el mejor
desarrollo de las fuerzas productivas, fundamentalmente, posteriores
crecimientos tecnológicos. La racionalidad, como uno de los tres pilares
de la “tesis del desarrollo” de Cohen (junto con la situación histórica de escasez
y la inteligencia que le permite a los humanos mejorar su situación con
innovaciones tendientes a superar esa escasez), explica la orientación humana a
adoptar las innovaciones. Por fuerzas productivas entiende maquinarias,
materias primas, herramientas, y fuerza de trabajo, pero no incluye relaciones
sociales. Para que algo sea fuerza productiva tiene que poder ser usado por un
agente productor para efectivamente producir algo (Cohen, 2000: 32).
De esta
forma, según Cohen, las fuerzas productivas no pertenecen a la estructura
económica, y no poseen elementos en común con las relaciones de producción, las
que, a su vez, conforman la estructura económica. Por lo tanto, la tecnología
es parte de esas fuerzas productivas sin formar parte de esta última.
Según ha
explicitado Cohen, la tecnología es el elemento central de la transformación
histórica y, por lo tanto, de las fuerzas productivas[4]. Pero a la
vez, las fuerzas productivas —y las tecnologías— son incididas por las
relaciones de producción. Se observa, por lo tanto, que las tecnologías poseen
una posición central, determinante, guiando el proceso, pero la acción humana
también ocupa un lugar, aunque supeditado a aquellas. En palabras de Cohen,
[…] el
cambio en las fuerzas es más básico que el cambio en las relaciones: las
relaciones cambian porque las nuevas relaciones facilitan el progreso
productivo […]. El mero hecho de que las estructuras económicas desarrollan a
las fuerzas productivas no prejuzga su primacía, ya que las fuerzas seleccionan
a las estructuras en función de su capacidad para promover el desarrollo.
(Cohen, 2000: 162).
Es decir,
“las relaciones de producción son para Cohen la variable dependiente de la
relación de éstas con las fuerzas productivas.” (Bimber, 1990: 344).
Los
autores que han seguido este determinismo tecnológico o de las fuerzas
productivas, suelen entender que el cambio tecnológico puede deberse al propio
impulso de la ciencia, la que evoluciona autónomamente y, por consiguiente,
torna autónomo al propio desarrollo y cambio tecnológico. Cohen, justamente, da
esa importancia a la ciencia, y le otorga un lugar de fuerza productiva
(Astarita, 2006).
Lukács,
en oposición a la postura de Cohen, sirve de guía en el camino hacia la
comprensión de la dinámica entre fuerzas productivas y relaciones de producción
de un modo no determinista tecnológico y, a partir de ello, de la tecnología en
esa dinámica. En unas palabras dirigidas al posicionamiento determinista de
Bujarin, sostuvo Lukács que éste “atribuye a la tecnología una posición
excesivamente determinante que pierde completamente el espíritu del materialismo
dialéctico.” (Lukács, 1966: 29, el destacado es nuestro). Y añadió
Lukács que Bujarin se confunde al darle un papel autónomo a la
técnica, [p]ues si la técnica no se concibe como un momento del sistema de
producción existente, si su desarrollo no se explica por el desarrollo de las fuerzas
sociales de producción (y esto es lo que necesita aclaración), ella
simplemente es un principio trascendente dispuesto frente al hombre, como lo es
la "naturaleza", el clima, el medioambiente, las materias primas,
etc. Nadie duda de que en cada etapa determinada del desarrollo de las fuerzas
productivas, que determinan el desarrollo de la técnica, la técnica influye
retroactivamente en las fuerzas productivas. Bujarin enfatiza esto en
referencia a toda ideología [...]; pero es del todo incorrecto y no marxista
separar a la técnica de las otras formas ideológicas y proponer para ella una
auto-suficiencia de la estructura económica de la sociedad.(Lukács, 1966: 30).
En
definitiva, la idea central es que “no existe un desarrollo de las fuerzas
productivas que pueda considerarse de manera independiente de la forma social”
(Astarita, 2006: s/pág.). En términos dialécticos, no existe primacía
predeterminada de una sobre la otra, sino que debe considerarse la totalidad
orgánica como el fundamento y, en ella, mutuas determinaciones.
Hay que
tener en cuenta que las nuevas fuerzas de producción y relaciones de producción
no se desarrollan de la nada, ni caen del cielo, ni desde el vientre de la Idea
auto postulada; sino desde dentro de y en antítesis con el desarrollo existente
de la producción y las relaciones heredadas y tradicionales de propiedad.
Considerando el sistema burgués terminado, toda relación económica presupone
todas las demás en su forma económica burguesa y todo lo postulado es por lo
tanto también un presupuesto, este es el caso en todo sistema orgánico. Este
mismo sistema orgánico, como una totalidad, tiene sus presupuestos, y su
desarrollo hasta la totalidad consiste precisamente en la subordinación de
todos los elementos de la sociedad a sí misma, o en la creación de los órganos
que aún le hacen falta. Este es el modo en que históricamente se transforma en
una totalidad. (Marx, 1982b: 278).
La
totalidad en Marx es una totalidad orgánica, concepto que sirve para comprender
la dialéctica de las relaciones entre fuerzas productivas y relaciones de
producción. En principio, nos conduce a evitar la visión de la interacción
entre ambas. No confundir esto, la interacción existe, pero quedarse en ella no
implica dialéctica, por el contrario, debemos ver las partes interactuando como
elementos componentes de una totalidad orgánica, comprendiendo, a partir de
ello, el carácter específico de sus interacciones. “Por eso el error más
importante, en nuestra opinión, [...] consiste en situar a las fuerzas
productivas al lado de las relaciones de producción, cada una como esferas
autónomas, independientes, y no como momentos que deben ser concebidos en su
unidad.” (Astarita, 2006: s.d.). Según Rolando Astarita:
[…] las
fuerzas productivas tienen un contenido material, pero este contenido no puede
existir sin su forma social. [… D]e la misma manera las relaciones de
producción sólo existen en tanto están objetivadas. Por ejemplo, la relación
capitalista se objetiva en el proceso de trabajo en los medios de producción,
en la organización del trabajo y en el trabajo vivo. Esto quiere decir que no
puede existir al margen de estas formas singulares de existencia que implican,
necesariamente, contenidos materiales; no es una entelequia que esté por las
nubes. Por este motivo, si bien las fuerzas productivas deben distinguirse de
las relaciones de producción, también hay que entenderlas en su unidad, y
comprender que existe un movimiento mediador entre ambas. Las fuerzas
productivas constituyen la base material para que existan las relaciones de
producción y las relaciones de producción son las formas sociales que, como
vimos, no pueden dejar de considerarse como el medio en el que existen esas
fuerzas productivas [...]. Ambas son aspectos de una unidad, el modo de
producción. (Astarita, 2006: s.d.).
Resulta
claro cómo la idea de totalidad orgánica contribuye a nuestra comprensión del
nexo entre relaciones de producción y fuerzas productivas en Marx[5] y, como las
tecnologías son parte componente de estas últimas, su creación y desarrollo se
inscribe en esa dinámica. Por consiguiente, las tecnologías se diferencian de
las relaciones de producción, pero en tanto inscriptas en el modo de producción
capitalista, deben entenderse en su unidad con ellas en tanto partes
componentes de las fuerzas productivas. Pero no sólo eso, como las fuerzas
productivas incluyen tecnologías y fuerza de trabajo (además de medios de
trabajo naturales), debe tenerse en cuenta el lugar de esta última en el
desarrollo tecnológico. De hecho, la dinámica de la relación de los
capitalistas con los detentores de esa fuerza de trabajo da vigor sustancial al
desarrollo de tecnologías.
Esta
afirmación habilita una última cuestión sobre la comprensión del cambio
tecnológico: la subsunción real del trabajo en el capital. Ésta permitirá
observar el lugar central en el proceso de creación de nuevas tecnologías de la
valorización del capital y de las relaciones entre capital y trabajo.
3.Subsunción
formal y real del trabajo al capital: su lugar en la creación de nueva tecnología. La
centralidad de la valorización.
En Marx,
el capital, en tanto relación social de producción sustentada en la búsqueda de
una valorización creciente, depende de un valor de uso que es la fuente de esa
valorización: la fuerza de trabajo. Ella es crucial para la existencia y
reproducción del capital, pues “produce capital”[6]. La historia
de la tecnología, por lo tanto, estará marcada por esa relación entre el
capital y el trabajo, por intentos de quitar el control del proceso productivo
de las manos del trabajador, por hacer que éste produzca más eficientemente
valores de uso y, con ello, incrementar la valorización. La tecnología aparece
como un elemento clave para lograr la subsunción del trabajo en el capital, y
con ello, para lograr eficiencia en la extracción de plusvalor relativo.
Construimos esta idea a continuación.
En Maquinaria
y gran industria Marx exhibe el desarrollo de la tecnología, desde
herramientas, pasando por maquinarias, llegando a la transformación de las
fábricas y la creación de la gran industria. Es la manufactura la que produjo
las máquinas que la gran industria utilizaría para suprimir la industria
artesanal y la manufacturera. Ese cambio surge de la manufactura (en tanto
relación social) y termina con su propia transformación en otra cosa. Pareciera
que en este movimiento un objeto posee el germen de su propia transformación.
Así como
la máquina individual se mantuvo en el raquitismo mientras su fuerza motriz fue
exclusivamente la humana, y así como el sistema de las máquinas no se pudo
desarrollar libremente hasta que la máquina de vapor sustituyó a las fuerzas
motrices preexistentes —animal, eólica e incluso hidráulica—, la gran industria
vio entorpecido su desarrollo pleno mientras su medio de producción
característico —la máquina misma— debía su existencia a la fuerza y la destreza
personales, dependiendo por tanto del desarrollo muscular, de la agudeza visual
y el virtuosismo manual con que el obrero parcial, en la manufactura, y el
artesano, fuera de ella, manejaban su minúsculo instrumento. (Marx, 2003: 465).
Lo que
vemos es que las tecnologías pueden ir creciendo en abstracción, en
complejidad, y esa complejidad aumenta cuando menos dependiente es la
producción de la mano humana. Esto también se evidencia en la propia forma
material de la tecnología. Así, Marx ha sostenido que en un principio el
instrumento de trabajo se parece a otro objeto conocido y ubicado en la
naturaleza. Han existido experimentos previos al tren actual que contaban con
patas, imitando con ello al caballo, comentó Marx en El Capital. Esto no
implica un crecimiento lineal, sino una búsqueda inscripta en el propio
desarrollo de la relación capital–trabajo y de las posibilidades del
conocimiento científico y práctico de la época. El desarrollo de la mecánica y
de la práctica permiten transformar el instrumento, la máquina, en fin, el
medio de trabajo, permitiendo modificar su forma física tradicional, resultando
una forma que sigue los principios de la mecánica (Marx, 2003: 466). Es decir,
al desarrollarse el objeto, su forma se amolda a los principios dictados por el
conocimiento científico, racional y práctico. De hecho, en el desarrollo de la
maquinaria existe una “aplicación consciente de las ciencias naturales” (Marx,
2003: 469), algo que puede compararse con la definición de tecnología como
ciencia expuesta en Correa Lucero (2015). Pero la ciencia, si bien tiene un
lugar importante, no es el fundamento del cambio tecnológico.
“En la
manufactura, la organización del proceso social de trabajo es puramente
subjetiva, combinación de obreros parciales; en el sistema de las
máquinas, la gran industria posee un organismo de producción totalmente objetivo
al cual el obrero encuentra como condición de producción material, preexistente
a él y acabada.” (Marx, 2003: 469-470). Es tal la fuerza y poder de la máquina
que impone a los trabajadores el carácter cooperativo del proceso de trabajo
como necesidad técnica.[7] El desarrollo
tecnológico encuentra un sustento en esa relación del capitalista con el
trabajador, donde el primero desea quitar todo control sobre el proceso de
trabajo al segundo, depositando ese control en un elemento objetivo, la
máquina. Y a la vez, ese control se busca como modo de extraer mayor valor,
mayor plusvalor a partir de la fuerza de trabajo, su única fuente, proceso que
encierra según Marx contradicciones internas.[8] Y la ciencia
se inscribe en esa dinámica específica.
Sabemos
que algo que realiza la maquinaria es transferir valor y contribuir a que la
fuerza de trabajo produzca más valor, en otras palabras, contribuye a que el
trabajador produzca más valores de uso en igual cantidad de tiempo que antes de
la incorporación de esa máquina. Si antes producía 10 valores de uso por hora,
ahora producirá más, digamos 12, 15 o 20, todo dependerá del cambio que haya
atravesado la maquinaria. Y en ese tiempo el trabajador cobrará, en principio[9], el mismo
salario que antes. Además, también cambiarán las técnicas y exigirá adquirir
nuevas destrezas[10]
al obrero que emplea esa maquinaria, esa tecnología.
Si aún no
resulta evidente la vinculación con la plusvalía relativa y la subsunción real,
el siguiente fragmento puede contribuir a ello:
La
búsqueda de un aumento constante de la producción de plusvalor implica una
búsqueda de reducciones constantes en el precio de coste, un abaratamiento
constante de las mercancías. De esta manera el capital, en lugar de adaptarse a
una estructura de demanda dada o a necesidades socialmente reconocidas, al
revolucionar la producción revoluciona las demandas y necesidades en sí,
ampliando mercados, provocando nuevas necesidades, la creación de nuevos
productos y nuevas esferas en las que la producción de valores de cambio por
más valor, la producción con fines de lucro, hace su aparición.
Esto
conduce a una expansión constante de la tecnología, de la utilización y
búsqueda de descubrimientos científicos aplicables en el proceso de producción
mismo. Estos descubrimientos también se convierten en un negocio subsumido en
el capital. Así, una nueva y fuente formidable de aumento de la productividad
del trabajo aparece, desconocida antes de la fábrica moderna. (Mandel, 1982:
944-945).
Mandel,
entonces, lo dice explícitamente: “La búsqueda de un aumento constante de la
producción de plusvalor, conduce a una expansión constante de la tecnología”,
cuestión relacionada con el pasaje a la subsunción real del trabajo en el
capital:
Las
características generales de la subsunción formal siguen siendo, a
saber, la subordinación directa del proceso de trabajo al capital,
cualquiera que sea el estado de su desarrollo tecnológico. Pero sobre esta base
ahora surge un modo de producción de otro modo específico —la
producción capitalista— que transforma la naturaleza del proceso de
trabajo y de sus condiciones reales. Sólo cuando esto sucede es que
asistimos a la subsunción real del trabajo en el capital. (Marx, 1982a:
1034-1035).
La
subsunción real del trabajo en el capital se produce sólo cuando el capitalismo
ha desplegado sus fuerzas de tal modo que modifica el proceso de trabajo mismo,
y las condiciones en que éste se lleva a cabo. La subsunción real expresa un
mayor despliegue de las fuerzas productivas, y con éstas, de las tecnologías
que la componen. Las fuerzas productivas se desarrollan gracias a la aplicación
de la ciencia al proceso productivo, buscando con ello incrementar la
extracción de plusvalía relativa, por lo tanto, las tecnologías se
desarrollan, para incrementar la valorización del capital.
La
subsunción real entonces, expone en la especificidad del modo de producción
capitalista, una fuerza motora de la producción tecnológica. Una fuerza que
encuentra sus bases en la propia dinámica de la relación del capitalista con
los trabajadores —lo cual se entiende si tenemos presente que las relaciones de
producción conforman una unidad con las fuerzas productivas en la totalidad
orgánica del modo de producción—. En la búsqueda de los primeros por explotar
más a los segundos, se observa un intento de extraer más plusvalor por vías
tecnológicas (plusvalía relativa), en donde, además, la dinámica de las relaciones
de competencia entre capitalistas, también tiene su lugar de importancia.
Con la
subsunción real del trabajo en el capital, todos los cambios ya discutidos en
el proceso de trabajo ahora devienen realidad. Las fuerzas sociales de
producción de la mano de obra están ahora desarrolladas, y con la
producción a gran escala viene la aplicación directa de la ciencia y la
tecnología. Por un lado, la producción capitalista ahora se establece
como un modo de producción sui generis y trae a la existencia un nuevo
modo de producción material. Por otro lado, este último en sí constituye la
base para el desarrollo de las relaciones capitalistas cuya forma adecuada, por
lo tanto, supone una etapa definida en la evolución de las fuerzas productivas
del trabajo. (Marx, 1982a: 1034-1035).
La
ciencia y la tecnología no guían el cambio tecnológico, a pesar de que ayudan
en ello. En concreto, la necesidad de valorización del capital se encuentra en
la base de la explicación[11],
y las estrategias desplegadas para ello implican una relación del capitalista
con el trabajador en tanto poseedor de la mercancía productora de valor, en
donde aquel intenta quitar todo control a éste. Ambos aspectos son centrales en
la explicación del cambio tecnológico, lo cual involucrará, en múltiples
ocasiones, la creación de plusvalor relativo. Pero la forma de la tecnología en
cada caso, dependerá de su despliegue particular en esa totalidad orgánica de
la que habló Marx.
Sostenemos
que el cambio tecnológico en Marx no puede entenderse sin tener presente este
escenario. Y no debe olvidarse en el proceso la competencia intercapitalista,
cuestión que afecta en la búsqueda por mayor productividad. Y en esa búsqueda,
además, se desarrollan tecnologías de transporte y comunicación.
4.Conclusiones
El cambio
tecnológico en Marx no puede ser determinista tecnológico en el marco de una
aprehensión dialéctica inclusiva de una totalidad orgánica. Desde una
aprehensión tal, a partir de la dinámica entre relaciones de producción y
fuerzas productivas se observa que las tecnologías se crean a partir de la
objetivación de relaciones sociales, a su vez, las propias tecnologías
refuerzan esas relaciones e incluso orientan su transformación. La interacción
ingresa como fenómeno de importancia, aunque no fundante del cambio, ya que su
especificidad debe inscribirse en una totalidad orgánica, en donde la necesidad
de valorización del capital funciona como nexo articulante de todo movimiento.
Esto, sin embargo, no excluye análisis particulares, ya que ellos permiten
buscan mediaciones de importancia que explican surgimientos de tecnologías
particulares.
La
tecnología, por lo tanto, no guía ningún proceso, esto implicaría un fetichismo
tecnológico, una reificación de la tecnología elevada a la categoría de motor
de la historia y, según hemos expuesto, esa no es la visión de Marx.
La
subsunción real del trabajo en el capital como proceso tendiente a quitar
control a los trabajadores del proceso de trabajo, logrando con ello
incrementar la extracción de plusvalía y, consecuentemente, mejoras en la
valorización, encuentra en el desarrollo tecnológico el objeto que permite
quitar dicho control. En tanto y en cuando la búsqueda de valorización se
encuentra en la base de la puja con el trabajo, la propia necesidad de
valorización es posicionada como fundamento último del desarrollo
técnico/tecnológico. Esto, sin embargo, no elimina la importancia de la ciencia
ni de los conocimientos prácticos en el proceso, sino que brinda un marco
general en donde las interacciones se producen. De esta forma, comprender la
creación de una tecnología particular implicaría estudiar particularmente su
origen, las relaciones sociales singulares presentes en su origen, así como
también las tecnologías y conocimientos particulares que contribuyeron a su
creación y diseño.
Referencias
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* Doctor en Ciencias Sociales y Humanas por la Universidad Nacional de
Quilmes (UNQ). Máster en Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología por la
Universidad de Salamanca. Actualmente es becario postdoctoral del CONICET con
lugar de trabajo en el Centro IESAC de la UNQ y docente de la Universidad
Nacional Arturo Jauretche. Se especializa en estudios sociales de la tecnología
[2] Creemos conveniente aclarar que Rosenberg no
era marxista debido a que la mayoría de los autores no marxistas con alguna
opinión sobre Marx lo consideraron determinista.
[3] Las fuerzas productivas se componen para Marx
de medios de producción y de fuerza de trabajo. Y las tecnologías se incluyen
en los medios de producción. Éstos, como vimos, se componen de objetos de
trabajo (materias primas o insumos a transformar –tecnologías), y medios de
trabajo (instrumentos creados por el ser humano –tecnologías– o medios
naturales).
[4] Explícitamente dijo: “vamos a proponer lo que
se llama una interpretación 'tecnológica' del materialismo histórico” (Cohen,
2000: 29).
[5] Esta comprensión sería imposible sin considerar
el componente dialéctico como heredero de Hegel en Marx. En ello radica una de
las claves en la comprensión variada sobre la concepción marxiana de la
tecnología. En la lógica marxista tomada de la hegeliana, los
particulares se relacionan con un universal que, a su vez, deviene particular
de otro universal. La espiral de universales asciende hasta el capital, su
movimiento, se encuentra en ese lugar de la totalidad, y las formas sociales se
comprenden en su relación con él, pero de esto no debe comprenderse que esas
formas pueden deducirse de aquel. De esta manera, el capital será una totalidad
de la cual dependen el resto de los particulares, sólo entendibles en su
relación con él.
[6] “El capital presupone el trabajo asalariado; el
trabajo asalariado, el capital. Ambos se condicionan recíprocamente, ambos se
producen uno al otro. ¿El obrero de una fábrica algodonera, sólo produce
géneros de algodón? No, produce capital.” (Marx, 2003: 712).
[7] La industria moderna, afirma Marx, “nunca
considera ni trata como definitiva la forma existente de un proceso de
producción. Su base técnica, por consiguiente, es revolucionaria, mientras que
todos los modos de producción anteriores eran conservadores” (Marx, 2003: 592).
Junto con esto, como es de esperar, revoluciona la división del trabajo de modo
permanente. “La naturaleza de la gran industria, por ende, implica el cambio
del trabajo, la fluidez de la función, la movilidad omnifacética del obrero.”
(Marx, 2003: 593).
[8] La ley de la baja tendencial de la tasa de
ganancia de Marx puede señalar esas contradicciones (Marx, 2009: 269-295). El
crecimiento en la composición orgánica del capital se encuentra en sus bases, y
el desarrollo tecnológico posee un lugar clave. “Con la progresiva disminución
relativa del capital variable con respecto al capital constante, la producción
capitalista genera una composición orgánica crecientemente más alta del capital
global, cuya consecuencia directa es que la tasa del plusvalor, manteniéndose
constante el grado de explotación del trabajo e inclusive si éste aumenta, se
expresa en una tasa general de ganancia constantemente decreciente.” (Marx,
2009: 271).
[10] Las destrezas podrán ser mayores o menores. Tomando
exclusivamente a autores marxistas, podemos ver dos tendencias. Según Braverman
(1998) veremos una tendencia al descenso en los requerimientos de la
calificación de la mano de obra. Por el contrario, según estudios actuales del
llamado capitalismo informacional, veremos que por lado hay descalificación y,
por el otro, necesidad de mano de obra calificada (un ejemplo de ello es Fuchs,
2014).
[11] “En un sentido más amplio todo el proceso de producción y
cada momento del mismo, así como la circulación —en la medida en que se
considera desde un punto de vista material— no es más que medio de producción
para el capital, para el cual sólo el valor existe como fin en sí mismo.”
(Marx, 1972: 216).
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