01/11/2017
Uno de los poemas más bellos escritos por Gonzalo
Rose está dedicado a Mariátegui deplorando su muerte, ocurrida cuando apenas
había cumplido 35 años. “¿Hay algo más terrible que la muerte de un
hombre verdadero cuando aun su estación dictaba frutos?” se pregunta el
poeta de “Las Comarcas” iniciando el verso que evocamos. Pero él termina con
una formulación que no es sólo literaria, sino también política: Dice “El,
es nuestro Lenin. Sólo le falta su octubre rojo…”.
Este bello verso simboliza no sólo el
mensaje de un intelectual que juzga su deber vincular al revolucionario peruano
con el inspirador y ejecutor de la Revolución de Octubre, cuyo centenario
celebramos en nuestros días; sino que también forja un paralelo
político que debe ser analizado en una circunstancia como ésta, cuando el
recuerdo de este acontecimiento, constituye no solamente una necesidad
histórica, sino también aliento para nuevas batallas.
Hay elementos comunes entre Lenin y
Mariátegui, sin duda, pero también notables diferencias.
Ellas tienen que ver no solamente con las circunstancias en las que ambos
vivieron, sino también con los escenarios concretos en los que desarrollaron
sus luchas; las diferentes experiencias y tareas que abordaron, y hasta la
formación académica que ambos alcanzaron.
Nos se trata, entonces, de diseñar un
paralelo, ni de pretender ubicar a uno al mismo nivel que al otro en la
consideración de los pueblos. Apenas, si de esbozar un perfil que nos
ayude a comprender mejor el fenómeno que estudiamos, y nuestra realidad; al
tiempo de resaltar la opinión que el Amauta tuvo de la Gesta de Octubre y de
sus repercusiones en el escenario.
Cuatro lecciones de la historia
Hemos dicho, y es verdad, que la
Revolución Rusa fue el acontecimiento más trascendente y significativo de los
últimos cien años, que cambió el rostro del Siglo XX, y abrió una perspectiva
distinta para el desarrollo de la humanidad.
Una somera visión del fenómeno que naciera al
fragor de los cañonazos del Crucero Aurora, nos permite percibir hasta cuatro
factores que ameritan esa afirmación.
La Revolución Rusa, en primer lugar, mostró
al mundo que era posible cambiar radicalmente el escenario político de un
país. Que no tenía sustento la conocida afirmación de que “nada es posible”,
que “todo habrá de seguir igual”, que “no hay salida” a los
problemas de los pueblos. En otras palabras que es algo así como la suerte del
destino –o una simple Voluntad Suprema- la que ha hecho a algunos hombres ricos
y a otros pobres; a algunos países avanzados, y a otros dependientes; a algunos
pueblos libres, y a otros siempre oprimidos.
La Revolución de Octubre demostró que la
explotación no era perpetua; que la opresión social, podía concluir; que la
injusticia y el hambre, no eran eternos; que en un momento determinado de la
historia, podían cambiar las cosas. Y que ése era el signo de un tiempo nuevo.
Fue ese, un mensaje de oro para todos.
En segundo lugar, la Revolución de Octubre
fue capaz de sacar a un país del fondo de un pozo, y colocarlo a la
cabeza de los pueblos en la lucha por una sociedad mejor, más humana y más
justa. Hay que recordar que antes de 1917, la Rusia de los Zares era un país
secularmente atrasado.
Casi el 80% de la población vivía en el
campo; en tanto que más del 60% de los que habitaban las ciudades,
registraban muy altos niveles de pobreza y aún de miseria. El 95% de la
población rural, era analfabeta. Había, ciertamente, esbozos de desarrollo
industrial, pero eran escogidos, y se situaban en lugares precisos. No
implicaban un nivel compatible con el alcanzado por otros países europeos.
En pocos años, la Unión Soviética logró
impresionantes niveles de desarrollo. En 1931 puso en vigencia sus Planes
Quinquenales y asumió dos políticas complementarias: la industrialización
forzada y la colectivización forzosa de la agricultura Ambas herramientas
le permitieron, diez años más tarde, enfrentar militarmente al la primera
potencia mundial -el eje Berlín / Roma- y vencerlo.
Y luego del 45, convertirse en una de las
cuatro “Grandes Potencias”. En los años 50 superó prontamente a Inglaterra y
Francia y a partir de 1950 comenzó a igualar a los Estados Unidos de
Norteamérica, a quien superó en diversos escenarios –como la conquista del
espacio- en los años 60.
De modo general, en la educación, la ciencia,
el arte, y la cultura, la URSS alcanzó niveles excepcionales. Ni
siquiera sus adversarios más enconados, pudieron nunca negar tales
evidencias. Si hoy se habla de los adelantos de Cuba en materia de educación,
por ejemplo. Hay que admitir que ésa, fue una escuela que dejó el
socialismo, desde los tiempos de Lenin hasta nuestros días.
Y es que, en muy poco tiempo, en apenas
medio siglo, la Unión Soviética se forjó como una Gran Potencia. Fue el primer
Estado Pacífico y Creador de la historia humana Y abrió una perspectiva sin
igual para el hombre. Por eso, su implosión constituyó la mayor tragedia para
los pueblos.
El tercer elemento clave estuvo vinculado a
la capacidad de la URSS para salvar al mundo de la barbarie Nazi-Fascista. Mucho
más allá de lo que hoy dice la prensa imperialista, fue la Unión Soviética, la
que derrotó a la Alemania Nazi en la II Guerra Mundial. Portentosas hazañas
como la defensa de Moscú, el Cerco a Leningrado, la batalla de Stalingrado, el
Arco de Kurts y la Marcha hacia Berlín; fueron, una a una, epopeyas que
marcaron historia y costaron la vida a 25 millones de soviéticos. Nadie, jamás,
pagó tan alto precio por la libertad.
Hoy se conocen los planes hitlerianos,
aquellos que se habrían puesto en ejecución en el caso que la Alemania Nazi
hubiera ganado la guerra: Moscú habría desaparecido completamente ahogada con
todos sus habitantes, quedando convertida en una nueva imagen del Mar Muerto. Y
en nuestro continente habrían sido exterminadas todas las llamadas “poblaciones
nativas”. Se habría “repoblado” estos territorios con exponentes de
la “raza superior”, la Raza Aria.
La URSS no sólo se salvó a sí
misma. Salvó al mundo del oprobio nazi; y nos salvó, a los
latinoamericanos, de la extinción total. Eso, nunca hay que olvidarlo.
Y el cuarto elemento a considerar es que,
gracias a la Revolución de Octubre y a la lucha nacional liberadora de los
pueblos, se desmoronó definitivamente el régimen colonial. Cayeron -para no
levantarse más- los viejos Imperios Coloniales y asomaron centenares de
nuevos países en Asia, Africa y América Latina. Y fue posible la Revolución
China, la liberación de la India, la victoria de Corea, la Revolución Cubana,
el triunfo de Vietnam, el ascenso de las luchas de la clase obrera europea y el
desarrollo de una solida conciencia antiimperialista de los pueblos de América
Latina. La URSS, fue el comienzo. Lo dijo el Amauta en 1921: “La
Revolución Rusa, es siempre el principio de la Revolución Social”.
Aunque aún subsisten algunos enclaves
coloniales, es claro que ya quedó en la historia la etapa aquella en la que los
Grandes Imperios, vivían de las riquezas de los pueblos sometidos. Con el
advenimiento del Imperialismo, los esquemas de la dominación, son otros. Y los
Estados –surgidos en nuestro tiempo- afirman de manera constante y creciente,
su independencia y su soberanía.
Vidas paralelas
Guardando las distancias que la realidad
reclama, hay que subrayar que, definitivamente, Lenin y Mariátegui fueron vidas
paralelas.
Ambos nacieron, aunque en distintas
fechas, en el siglo XIX. Mientras el líder ruso vio la luz en una aldea
lejana en 1870; nuestro Amauta nació al sur del país, en Moquegua,
en 1894. Y ambos vivieron poco tiempo muriendo en la primera parte del siglo XX
con apenas seis años de diferencia. Uno, en 1924 y el otro en 1930; con
53 y 35 años, apenas, respectivamente.
Los dos se guiaron por el ideario Marxista. Y
lo asumieron a partir de su propia experiencia de vida. Estudiaron la teoría,
asimilaron su práctica y enriquecieron sus formulaciones con aportes
ideológicos y políticos de innegable valor. Asistieron a la fundación de sus
propios Partidos, y fueron sus líderes históricos y naturales, sin apego alguno
por cargos o por puestos.
Trabajaron siempre estrechamente vinculados a
la clase obrera de sus propios países, Y aportaron a sus luchas con vigorosas
ideas y concepciones de clase. Fueron plenamente conscientes del papel de la
prensa y trabajaron de manera infatigable en la batalla de ideas que libran los
pueblos contra sus opresores.
Para Lenin, la “Iskra” –“las Chispa”-
y “Pravda” -Verdad-; fueron valiosas herramientas de combate: para
Mariátegui, “Amauta” y “Labor” jugaron un rol de primera
importancia en la tarea de difundir el pensamiento.
Y los dos buscaron afanosamente conocer
la realidad de sus países y extraer de ella los caminos para avanzar a la tarea
de sus pueblos. No en vano, la primea obra de Lenin se llamó “El desarrollo
del capitalismo en Rusia”, en tanto que la más conocida de Mariátegui
fue sus “7 Ensayos…”
Pero al mismo tiempo, fueron marcadamente
internacionalistas, convencidos que la lucha que libraban no podría resolverse
sólo en el marco de las fronteras de sus países, y que ellos tenían el deber de
aportar al combate del proletariado universal alentando la Revolución Mundial;
porque, como Carlos Marx, habían llegado a la conclusión que no bastaba
conocer el mundo, sino que había que transformarlo.
Pero, sobre todo, los dos fueron
revolucionarios a carta cabal. Nunca se encasillaron en conceptos formales, ni
en dogmas, rechazaron el diletantismo, y pusieron su mayor esperanza en
la organización, y en la conciencia de clase de los trabajadores. Enarbolaron
la bandera del Socialismo con seguridad absoluta en el porvenir de los pueblos,
y estuvieron imbuidos del más alto sentido del optimismo en la
historia. Los dos hicieron de la Política una elevada práctica de Pedagogía, y
la ennoblecieron para colocarla en el sitial que le correspondía.
Mariategui en la senda de octubre
Algunos analistas del escenario mundial y
hasta incluso personas consideradas “de izquierda”, se empeñan con
cierta pertinacia, en ubicar a Mariátegui alejado de la experiencia Soviética.
Argumentando que fue un “revolucionario original”, “distinto y
distante de los comunistas ortodoxos”, lo sitúan casi como “contestatario”
de la visión bolchevique, Algo así como un “libre
pensador”, “ajeno a esquemas y a dogmas”.
Las palabras dichas al desgaire pueden
inducir a engaño. Hay que partir de la idea que Mariátegui fue un comunista. Y
que los comunistas, por el mismo hecho de serlo, son originales, libre
pensadores, ajenos a dogmas y a criterios formales, y a esquemas. Si alguien
los tiene, registra defectos y deformaciones de ese orden, que finalmente
lo alejan de su auto definición.
Veamos en el caso concreto, cuál fue la
posición del Amauta respecto a la Revolución de Octubre. Recordemos, en primer
lugar que sólo cuando ella se produjo (noviembre de 1917) fue que Mariátegui
encontró el rumbo que buscaba: “nauseado de política criolla, me orienté
resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de
literato inficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares” dijo
a inicios del 18 y muy poco antes de asegurar, que si bien su revista “Nuestra
Época” no portaba un programa socialista, si aparecía “como un
esfuerzo ideológico y propagandístico en ese sentido”.
Y porque “andaba en ese sentido”,
Mariátegui se vinculó a las organizaciones sindicales de la época, a la
Federación Gráfica del Perú, a los textiles, panaderos y otros, a los que
procuró entregarles un mensaje de clase que lo distanció
obviamente de los anarquistas, que, a su vez, lo combatieron como lo
recuerda en sus memorias Julio Portocarrero.
Fue con la intención de conocer la
experiencia europea que Mariátegui viajó al viejo continente. Allí
estudió el proceso de formación de los Partidos Comunistas, se vinculó a los
núcleos revolucionarios ligados al Partido de Gramsci, nacido en Livorno; y
analizó con singular detenimiento la evolución de la naciente Rusia
Soviética.
Cuando tuvo lugar la Conferencia de Génova
para la reconstrucción de la economía de Europa,, en 1922, se anunció la
posible asistencia de Lenin. Este no pudo concurrir. En su lugar estuvo
el diplomático soviético Georgui Chicherin. Mariátegui
lo entrevistó con singular interés porque eso respondía a su más definida
vocación política.
Mariátegui no pudo viajar a Rusia por razones
de orden estrictamente personal, como lo aseguró, pero eso no disminuyó su
interés por el proceso soviético, que siguió con diligencia ejemplar. Cuando
retornó al Perú, su quinta conferencia en las Universidades Populares González
Prada –el 13 de julio de 1923- fue sobre la Revolución Rusa; y luego, el
22 de septiembre de ese mismo año, en la revista “Variedades”, insertó un
extenso artículo titulado precisamente “Lenin”. Recordemos algunos
párrafos del mismo:
“la figura de Lenin, esta nimbada de
leyenda, de mito y de fabula. Se mueve sobre un escenario lejano que como
todos los escenarios rusos, es un poco fantástico y un poco aladinesco. Posee
las sugestiones y atributos misteriosos de los hombres y las cosas
eslavas…”
“Quienes han asistido a asambleas mítines,
comicios en los cuales ha hablado Lenin, cuentan la religiosidad, el fervor, la
pasión que suscita el líder ruso. Cuando Lenin se alza para hablar, se
suceden ovaciones febriles, espasmódicas, frenéticas. Las gentes vitorean,
gritan, sollozan. Pero Lenin no es un tipo místico, un tipo sacerdotal, ni un
tipo hierático. Es un hombre terso, sencillo, cristalino actual, moderno”…
“Lenin es un revolucionario sin desconfianzas
sin vacilaciones, sin grimas. Pero no es un político rígido ni inmóvil. Es,
antes bien, un político ágil, flexible, dinámico, que revisa, corrige y
rectifica sagaz y continuamente su obra… la historia rusa de estos seis
años, es un testimonio de su capacidad de estratega y de conductor
de muchedumbres y de pueblos”
Alguien podría decir que estos escritos
corresponden a una etapa de la obra del Amauta cuando estaba sensiblemente
atraído por el genio de Lenin, por su vida o por su muerte. Pero no, años
después. En febrero de 1928, cuando Trotski fue separado del Partido
Bolchevique, Mariátegui consideró su deber resaltar nuevamente el papel de
Lenin, Dijo:
“La Revolución Rusa, que como toda gran
revolución histórica, avanza por una trocha difícil que se va abriendo ella
misma con su impulso, no conoce hasta ahora días fáciles, ni ociosos Es la obra
de hombres heroicos y excepcionales, y, por este mismo hecho, no ha sido
posible sino con una máxima y tremenda tensión creadora. El Partido
Bolchevique. Por tanto, no es ni puede ser una apacible y unánime academia.
Lenin le impuso hasta poco antes de su muerte, su dirección genial; pero
ni aún bajo la inmensa y única autoridad de este jefe extraordinario,
escasearon dentro del Partido los debates violentos. El Partido Bolchevique
no se sometió nunca pasivamente a las órdenes de Lenin, sobre cuyo despotismo
fantaseó a su modo un periodismo folletinesco que no podía imaginarlo sino como
un Zar Rojo… Lenin ganó su autoridad con sus propias fuerzas; la mantuvo luego
con la superioridad y clarividencia de su pensamiento. Sus puntos de vista
prevalecían siempre por ser los que mejor correspondían a la realidad”.
No necesitamos aludir extensamente a la posición
que asumió Mariátegui cuando la crisis tocó las fibras del Partido Bolchevique
Tan sólo decir que el Amauta recordó que Trotski resultó “el líder de
una composición heterogénea en la cual se mezclaban elementos sospechosos de
desviación derechista y social-democrática, con elementos incandescentemente
extremistas, amotinados contra las concesiones de la Nueva Política Económica,
la NEP”. Por eso, pese a reconocerle innegables méritos, nunca se sintió
particularmente atraído por su figura ni por sus planteamientos.
Por lo demás, Mariátegui observó con claridad un
fenómeno errático. Y dijo: “El trotskismo no sale de un radicalismo
teórico que no logra condensarse en fórmulas concretas y precisas”.
Esta “toma de posición” que reviste el carácter de
una opción de principios, no debe llevarnos a la confusión. Hay que juzgar
siempre a los hombres de acuerdo al tiempo en el que vivieron, a los elementos
de juicio con los que contaron, a los compromisos y tareas que abordaron, y al
escenario concreto en el que les tocó vivir y luchar.
Sería estéril inducir un debate respecto a lo
que “podría haber sido” la posición del Amauta si éste hubiese tenido a la mano
los elementos de juicio y los recursos con los que contamos hoy. El
subjetivismo, en ese plano, siempre nos habría ganado la batalla.
Perfiles en la historia
Como puede apreciarse, al evocar el Centenario de
la Revolución Socialista de Octubre, resulta legítimo –y emblemático- citar a
Lenin y a Mariátegui. Sus vidas estuvieron estrechamente vinculadas
a ese ideal que hoy vuelve a estar en los sueños y en las expectativas de los
pueblos.
Aunque la URSS hoy no exista, los mensajes de su
fundador, y los de su primer discípulo en el Perú, se levantan con renovados
bríos y palpitan en el pecho de millones.
Llegará día, sin duda, en el que volverá a brillar
el sol del Socialismo alumbrando el derrotero de los pueblos. Cuando eso
ocurra, se podrá decir que Lenin y Mariátegui, con sus perfiles diseñados
en la historia, sellaron finalmente su obra.
Lima, octubre del 2017
Ponencia sustentada en Simposio “José Carlos
Mariátegui y la Revolución de Octubre”. Lima, 25 - 27 de octubre del 2017. Casa
Museo José Carlos Mariátegui
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