05/12/2017
| David Mandel
Cien años después, la cuestión del legado histórico
de la Revolución de Octubre sigue sin ser sencilla para los socialistas: el
estalinismo pudo echar raíces menos de una década después de la Revolución y la
restauración del capitalismo encontró poca resistencia popular setenta años
después.
Uno puede, por supuesto, señalar el papel
fundamental del Ejército Rojo en la victoria contra el fascismo, o que la
rivalidad entre la Unión Soviética y el mundo capitalista abrió el espacio para
las luchas antiimperialistas, o también que la existencia de una enorme
economía nacionalizada y planificada consiguió una moderación de los apetitos
capitalistas. Aun así, incluso en dichas áreas, el legado está lejos de estar
exento de ambigüedades.
Ahora bien, el principal legado de la Revolución de
Octubre para la izquierda a día de hoy es, en realidad, el menos ambiguo. Puede
sintetizarse en dos palabras: "se atrevieron". Con esto quiero decir
que los Bolcheviques cumplieron auténticamente con su misión como partido de
los trabajadores al organizar tanto la toma revolucionaria del poder político y
económico, como su defensa posterior frente a las clases propietarias:
proveyeron a los obreros -así como a los campesino- el liderazgo que
necesitaban y deseaban.
Por tanto, es cuanto menos irónico que muchos
historiadores, y bajo su estela, la opinión pública en general, hayan visto
Octubre como un crimen terrible motivado por el proyecto ideológico de construir
una utopía socialista. De acuerdo con este punto de vista, Octubre fue un acto
arbitrario que desvió a Rusia de su sendero natural de desarrollo hacia
una democracia capitalista. Octubre fue, además, la causa de la guerra civil
devastadora que asoló el país durante casi tres años.
Hay una versión modificada de esta lectura que es
abrazada incluso por personas de izquierda que rechazan el leninismo (o
lo que creen ellos que fue la estrategia de Lenin) por culpa de las dinámicas
autoritarias desatadas por la toma revolucionaria del poder y la subsiguiente
guerra civil.
No obstante, lo que sorprende sobremanera cuando
uno estudia la revolución desde abajo es lo poco que los Bolcheviques, y
los obreros que les apoyaban, estaban, de hecho, guiados por una ideología,
en el sentido de que fuesen una suerte de movimiento milenarista que
ambicionase únicamente el socialismo. En realidad y sobre todo, Octubre fue una
respuesta práctica a problemas sociales y políticos muy serios y concretos que
debían afrontar las clases populares. Esto era también, por supuesto, la
aproximación al socialismo de Marx y Engels - no una utopía que debía ser
construida a partir de unos diseños preconcebidos, pero un conjunto de
soluciones concretas a las condiciones reales de los trabajadores bajo el
capitalismo. Por ello Marx siempre rechazó obstinadamente ofrecer "recetas
para los libros de cocina del futuro" 1/.
El objetivo inmediato y principal de la
insurrección de Octubre fue anticiparse a la contrarrevolución, apoyada por las
políticas de guerra económica de la burguesía, que hubiese barrido todas las
conquistas democráticas y promesas de la Revolución de Febrero y hubiese
mantenido la participación rusa en la Guerra Mundial. Una contrarrevolución
victoriosa -y ésta hubiese sido la única alternativa real a Octubre- hubiese
probablemente dado nacimiento a la primera experiencia de un Estado fascista en
el mundo, anticipándose así unos cuantos años a las posteriores respuestas de
las burguesías italianas y alemanas a levantamientos revolucionarios similares
pero fallidos.
Los Bolcheviques, y la gran mayoría de los obreros
industriales urbanos en Rusia, eran, por descontado, socialistas. Pero todas
las corrientes del marxismo ruso consideraban que Rusia carecía de las
condiciones políticas y económicas para alcanzar el socialismo. Sin duda,
existía la esperanza de que la toma revolucionaria del poder en Rusia alentase
a los trabajadores de los países desarrollados al oeste a levantarse contra la
guerra y contra el capitalismo, abriendo así perspectivas más amplias para la
propia revolución rusa. En efecto, fue sólo una esperanza, y estaba lejos de
ser una certidumbre. Aun así, Octubre hubiese podido acontecer sin ella.
En mi labor historiográfica, presento pruebas
documentadas y, en mi opinión, convincentes en favor de esta forma de presentar
Octubre, aunque no voy a intentar resumirlas aquí. Prefiero explicar cuan
dolorosamente conscientes eran los Bolcheviques, y los trabajadores que les
apoyaban -el partido estaba abrumadoramente compuesto de obreros-, de la
amenaza de la guerra civil; lo mucho que intentaron evitarla, y, fracasando en
ello, lo mucho que quisieron disminuir su dureza. De este modo, quiero
focalizarme con más insistencia explicar el sentido del "se
atrevieron" en tanto que legado de Octubre.
El motivo por el cual los Bolcheviques, junto con
la mayoría de los trabajadores, apoyaron el "poder dual" durante el
periodo inicial de la revolución fue el deseo de evitar la guerra civil. Bajo
esta forma de acomodar las cosas, el poder ejecutivo era ejercido por el
gobierno provisional, inicialmente compuesto por políticos liberales,
representantes de las clases propietarias. Al mismo tiempo, los Soviets,
organizaciones políticas electas por los obreros y soldados, fiscalizaban el
gobierno, asegurándose de su lealtad al programa revolucionario. Este programa
estaba compuesto fundamentalmente por cuatro elementos: una república
democrática, una reforma agraria, la jornada laboral de ocho horas, y una
diplomacia enérgica que asegurase rápida y democráticamente el final de la
guerra. Ninguno de estos puntos era socialista como tal.
El apoyo al poder dual marcó una ruptura radical
con el rechazo tradicional del partido de aliarse potencialmente con la
burguesía en la lucha contra la autocracia. Ese rechazo constituía los
cimientos mismos del bolchevismo como partido de los obreros. Fue el motivo del
estatus hegemónico del partido en el movimiento obrero a lo largo de los años
de protesta obrera antes de la guerra. El rechazo a la burguesía (que era a su
vez un rechazo al Menchevismo) se enraizaba en la larga y dolorosa experiencia
obrera que veía cómo la burguesía se aliaba íntimamente con el Estado autocrático
para aplastar sus aspiraciones sociales y democráticas.
El apoyo inicial al poder dual reflejó la voluntad
de dar una oportunidad a los liberales, ya que las clases propietarias (el
partido constitucional-democrático (los Kadetes) se convirtió en su primer
representante político en 1917) se habían sumado, aunque bastante tardíamente,
a la revolución, o eso parecía. Su adhesión a la revolución facilitó de manera
considerable una victoria sin apenas derramamiento de sangre a lo largo del
vasto territorio ruso y a lo largo del frente. La asunción del poder por parte
de los Soviets en Febrero hubiese expulsado a las clases propietarias del
poder, haciendo renacer así el espectro de la guerra civil. Por otra parte, los
obreros no estaban preparados para asumir la responsabilidad directa de dirigir
el Estado y la economía.
El posterior rechazo del poder dual y la demanda de
transferir todo el poder a los soviets no fue, bajo ningún concepto, una
respuesta automática al regreso de Lenin a Rusia y la publicación de sus Tesis
de Abril. Fundamentalmente, estas tesis fueron una llamada de vuelta a las
posturas tradicionales del partido, pero en condiciones de guerra mundial y de
revolución democrática victoriosa. Si la posición de Lenin acabó ganando fue
porque era cada vez más claro que las clases propietarias y sus representantes
liberales eran hostiles a los objetivos de la revolución y querían, de hecho,
revertirla.
Ya a mediados de abril, el gobierno liberal dejo
claro su apoyo a la guerra y sus objetivos imperialistas. Incluso anteriormente
a ello, la prensa burguesa puso término final a su breve luna de miel de unidad
nacional con campañas en contra del supuesto egoísmo obrero al perseguir sus
’estrechos’ intereses económicos en detrimento de la producción para la guerra.
El motivo era claramente socavar la alianza
obreros-soldados que hizo posible la revolución.
No sin conexión con esto era la creciente sospecha
entre los obreros de un progresivo y creciente cierre patronal, enmascarado
bajo una supuesta escasez de suministros; sospecha amplificada por el
adamantino rechazo de los patrones industriales de la regulación gubernamental
de esta economía vacilante. Los cierres patronales fueron desde tiempo atrás el
arma favorita de los propietarios de las fábricas. Solamente en los seis meses
anteriores al estallido de la guerra, los patrones industriales de la capital,
en concierto con la administración de las fábricas de titularidad estatal,
organizaron al menos tres cierres patronales generalizados que trajeron consigo
el despido de un total de 300 000 trabajadores. Diez años antes, en noviembre y
diciembre de 1905, dos cierres generales asestaron un golpe mortal a la primera
revolución rusa.
A finales de la primavera y comienzos del verano de
1917, personalidades prominentes de la sociedad censal (las clases
dominantes) solicitaban la supresión de los soviets y recibían grandes
ovaciones por parte de las asambleas de su clase. Luego, a mediados de junio,
bajo una fuerte presión de sus aliados, el gobierno provisional inició una
ofensiva militar, poniendo punto y final al cese al fuego de facto que había
reinado en el frente oriental desde Febrero.
Y entonces, ya en junio, una mayoría de los obreros
de la capital abrazaron la demanda bolchevique de liberar la política
gubernamental de la influencia de las clases propietarias. Éste era, en
esencia, el significado del "todo el poder para los Soviets": un
gobierno que respondiese únicamente ante los obreros y campesinos. A esas
alturas, los Bolcheviques y los obreros de la capital aceptaron la
inevitabilidad de la guerra.
No obstante, eso no era en sí mismo tan
terrorífico, ya que los obreros y campesinos (los soldados eran en su
grandísima mayoría jóvenes campesino) eran la gran mayoría de la población.
Mucho más preocupante eran las perspectivas de una guerra civil qu enfrentase a
distintos bandos en el seno de las fuerzas que sostenían la "democracia
revolucionaria". Los socialistas moderados, los Mencheviques, y los
Socialistas Revolucionarios (eseristas), dominaban la mayoría de los soviets
fuera de la capital, así como el Comité Ejecutivo Central (CEC) de soviets y el
Comité Ejecutivo de campesinos, y apoyaban a los liberales, hasta el punto de
enviar una delegación de sus líderes a la coalición gubernamental, en un esfuerzo
por apuntalar la débil autoridad popular de esta última.
La amenaza de guerra civil en el seno de la
democracia revolucionaria resurgió con fuerza a comienzos de julio, cuando,
junto con unidades de la guarnición, los obreros de la capital se manifestaron
masivamente para presionar al CEC para que tomase el poder por sí solo. No
solamente fracasaron en ello, sino que las manifestaciones fueron el primer
derramamiento de sangre serio de la revolución, seguido de una ola de represión
gubernamental contra la izquierda y tolerada por los socialistas moderados.
Los acontecimientos de julio dejaron a los
Bolcheviques, y los obreros que les apoyaban, sin una ruta clara por la que
avanzar. Formalmente, el partido adoptó un nuevo eslogan propuesto por Lenin: el
poder para un "gobierno de los trabajadores y los campesinos pobres",
sin mención alguna a los soviets, que se hallaban dominados por los socialistas
moderados. Lenin entendía dicho eslogan como un llamamiento a preparar una
insurrección que pudiese sortear a los soviets y que, de darse las
circunstancias, se enfrentase a ellos. Ahora bien, en la práctica el eslogan no
era aceptado ni por el partido ni por los obreros de la capital, ya que
significaba dirigirse en contra de las masas populares que seguían apoyando a
los moderados - por tanto, implicaba la guerra civil en el seno de la
democracia revolucionaria.
La actitud de los socialistas, esto es, de la
minoría educada, de la intelligentsia de izquierdas, preocupaba
particularmente. La intelligentsia de izquierda apoyaba casi en su totalidad a
los socialistas moderados. Los Bolcheviques eran un partido plebeyo, y lo mismo
era cierto para los social-revolucionarios de izquierda, que se escindieron de
los eseristas en septiembre de 1917 y formaron una coalición de gobierno en los
soviets junto con los Bolcheviques en noviembre. Las perspectivas de tener que
dirigir un Estado, y probablemente también la economía, sin el apoyo de gente
formada preocupaba profundamente, en particular a los militantes de los comités
de fábrica, mayoritariamente bolcheviques.
El golpe de estado fracasado del general Kornilov a
finales de agosto, que contó con el apoyo entusiasta de las clases dominantes,
pareció despejar una solución al callejón sin salida al que se estaba llegando.
Rindiéndose ante la obviedad, los socialistas moderados parecieron aceptar la
necesidad de romper relaciones con los liberales (los ministros liberales
dimitieron la noche anterior al levantamiento militar). Los obreros
reaccionaron con una curiosa mezcla de alivio y alarma a las noticias sobre la
llegada de Kornilov a Petrogrado. Sentían alivio porque podían al menos actuar
al unísono en contra de la contrarrevolución en marcha - y así hicieron con
gran energía-, y no enfrentándose con el resto de fuerzas de la democracia
revolucionaria. Lenin, ya tras la derrota de Kornilov, ofreció el apoyo de su
partido al CEC, actuando como una fuerza leal pero de oposición, siempre y
cuando el CEC arrebatas el poder al gobierno.
Tras ciertas vacilaciones, los socialistas
moderados rechazaron romper con las clases propietarias. Permitieron a Kerensky
formar un nuevo gobierno de coalición que incluía personalidades de la
burguesía particularmente odiosas como el patrón industrial S. A. Smirnov, que
había cerrado recientemente sus fábricas textiles para echar a los
trabajadores.
Pero para finales de septiembre, los Bolcheviques
ya tenían la mayoría en casi todos los soviets de Rusia de manera que podían
contar con una mayoría en el Congreso de los Soviets, convocado a regañadientes
por el CEC el 25 de Octubre. Mientras todavía se encontraba escondido huyendo
de una orden de detención, Lenin exigió al comité central del partido que
preparase una insurrección. Pero la mayoría del comité central tenía dudas al
respecto y prefería esperar a la convocatoria de una asamblea constituyente.
Uno puede perfectamente comprender sus dudas. Después de todo, una insurrección
podía desencadenar todas las condiciones para la todavía latente guerra civil.
Era un salto terrorífico hacia lo imprevisible que pondría al partido en la
situación de gobernar en condiciones de grave crisis política y económica. Por
otra parte, la esperanza de que una asamblea constituyente pudiese superar la
profunda polarización que caracterizaba a Rusia, o que las clases dominantes
aceptasen su veredicto de ir en contra de sus intereses, era sin lugar a dudas
una ilusión. Mientras tanto, el colapso industrial y la hambruna de masas
estaban cada vez más cerca.
Si los líderes bolcheviques acabaron organizando la
insurrección no fue por la autoridad personal de Lenin, sino por la presión de
sus bases y cuadros intermedios, que estaban siendo interpelados por él. El
partido contaba como 43 000 miembros en octubre 1917 sólo en Petrogrado, de los
cuales 28 000 eran obreros (sobre un total de 420 000 obreros industriales), y
6000 eran soldados. Estos trabajadores estaban preparados para la acción.
No obstante, el estado de ánimo entre los
trabajadores fuera del partido era más complejo.
Apoyaban sin miramientos la demanda de transferir
todo el poder a los Soviets, pero no estaban por la labor de tomar la
iniciativa. Esto suponía la situación opuesta a la de los cinco primeros meses
de la revolución, en los cuales las bases obreras estaban a la vanguardia,
obligando al partido a seguirlas: así fue en la revolución de Febrero, en las
protestas de abril en contra de la política bélica del gobierno, en los
movimientos por el control obrero de las industrias como respuesta a los
cierres patronales en marcha, y en las manifestaciones de julio para exigir al
CEC que tomase el poder.
Pero el derramamiento de sangre de julio y la
represión que siguió después cambiaron significativamente las cosas. En efecto,
la situación política había evolucionado desde entonces hasta el punto de que
los Bolcheviques encabezaban los Soviets en casi todas partes. Ahora bien, los
días que precedieron a la insurrección, la totalidad de la prensa que no fuese
pro-bolchevique predecía con seguridad que la insurrección sería aplastada de
manera aún más sangrienta que en los acontecimientos de julio.
Otra fuente de indecisión para los trabajadores era
el amenazante espectro del desempleo de masas. El colapso industrial se
avecinaba, y constituía así el argumento más potente para actuar
inmediatamente, pero también una fuente de inseguridad que llenó de dudas a los
trabajadores.
Por tanto, la iniciativa se encontraba del lado del
partido, aunque ello no significase que los obreros bolcheviques estuviesen
exentos de dudas. Ahora bien, tenían ciertas cualidades, forjadas tras años de
lucha intensa contra la autocracia y los patrones, que les permitieron
superarlas. Una de sus virtudes era su deseo de independencia como clase frente
a la burguesía, que constituía a su vez el elemento definitorio del bolchevismo
como movimiento de los trabajadores. En los años previos a la revolución, ese
deseo se expresaba en la insistencia de los trabajadores de mantener sus
organizaciones, ya sean políticas, económicas o culturales, libres de influencia
de las clases dominantes.
En estrecha relación con lo anterior era el fuerte
sentimiento de dignidad que tenían los trabajadores, tanto individualmente como
en tanto que miembros de la clase obrera. El concepto de obrero consciente en
Rusia recogía una cosmovisión y un código moral separados y opuestos a los de
la burguesía. El sentimiento de dignidad se manifestaba por ejemplo, y entre
otras formas, en la demanda de ser tratados educadamente que aparecía sin
excepción en las listas de las demandas en huelgas. Demandaban ser tratados de
usted por la administración de las fábricas y que no se dirigiesen a ellos en
la segunda persona del singular, reservada para amigos, hijos y subordinados.
En una compilación de estadísticas acerca de las huelgas, el Ministerio de
Interior zarista puso en la columna de demandas políticas la exigencia
de trato educado, presumiblemente porque implicaba un rechazo de los
trabajadores a ser considerados como subordinados en la sociedad. En 1917,
resoluciones emanadas de las asambleas fabriles solían referirse a las
políticas del gobierno provisional como burlas a la clase obrera. En
Octubre, cuando los obreros de la Guardia Roja rechazaban agacharse mientras
corrían o rechazaban tener que combatir tumbados en el suelo, ya que lo
consideraban una muestra de cobardía y deshonor para un obrero revolucionario,
los soldados tuvieron que explicarles que no hay honor alguno en ofrecer tu
frente al enemigo. Pero si bien el orgullo de clase era una carga a nivel
militar, no parece que hubiese podido haber revolución de Octubre sin él.
Aunque la iniciativa de Octubre recayó
principalmente sobre los hombros de los miembros del partido, la insurrección
fue bienvenida por virtualmente todos los trabajadores, incluidos los
impresores, tradicionalmente seguidores de los Mencheviques. Sin embargo, el
problema de la composición del nuevo gobierno apareció de nuevo sobre la
escena. Todas las organizaciones obreras, para entonces lideradas por los
Bolcheviques, así como el propio partido, pedían una coalición de todos los
partidos socialistas.
Una vez más, esto era la expresión del afán de
unidad en el seno de las fuerzas de la democracia revolucionaria y el deseo de
evitar una guerra civil que las enfrentase entre sí. En el comité central, Lenin
y Trotski se oponían a incluir a los socialistas moderados (aunque no a los
eseristas de izquierda ni a los Mencheviques-internacionalistas), ya que
consideraban que iban a paralizar la acción del gobierno. No obstante, se
mantuvieron de lado mientras las negociaciones tenían lugar.
La coalición estaba condenada a no suceder. Las
negociaciones se rompieron al entrar en la cuestión del poder de los soviets:
los Bolcheviques, así como la inmensa mayoría de los trabajadores, querían que
el gobierno fuese responsable únicamente ante los soviets -esto es, un gobierno
popular libre de las influencias de las clases propietarias. Los socialistas
moderados, en cambio, consideraban que los soviets eran una base demasiado
débil para un gobierno viable. Continuaron insistiendo, aunque disfrazadamente,
en la necesidad de incluir representantes de las clases dominantes, o al menos
del "estrato intermedio" que no se encontraba representado en los
soviets. Ahora bien, la sociedad rusa se encontraba profundamente dividida, y
estos últimos estaban alineados junto a las clases dominantes. Así mismo, los
moderados rechazaban de plano cualquier gobierno con una mayoría bolchevique,
incluso si los Bolcheviques habían constituido la mayoría en el Congreso de los
Soviets que votó asumir todo el poder. En resumen, los moderados demandaban
anular la insurrección de Octubre.
Una vez que eso quedó claro, el apoyo obrero por
una coalición amplia se desvaneció. A continuación, los eseristas de izquierda,
que llegaron a la misma conclusión que los obreros, formaron una coalición de
gobierno junto a los Bolcheviques. Hacia finales de noviembre, un congreso
nacional de campesinos, dominado por los socialrevolucionarios de izquierda,
decidió fundir su comité ejecutivo junto con el CEC de diputados obreros y
soldados. Esta decisión fue recibida con alivio y júbilo por los Bolcheviques y
los trabajadores en general: se había alcanzado la unidad, al menos desde
abajo, aunque ésta no contase con la intelligentsia de izquierdas, alineada
mayoritariamente con los socialistas moderados (ahora bien, ha de resaltarse,
que los Mencheviques, a diferencia de los eseristas, no se levantaron en armas
contra el gobierno de los soviets).
Este es por tanto el significado del "se
atrevieron", como legado de Octubre. Los Bolcheviques, como genuino
partido de los trabajadores, actuó de acuerdo a la siguiente máxima: "Fais
ce que dois, advienne que pourra" (Haz lo que debas, que acontezca lo que
se pueda). Trostky pensaba que esta máxima debía guiar el hacer de todo revolucionario 2/ .
He tratado de demostrar que este reto no se aceptó a la ligera y que los
Bolcheviques no eran aventureros temerarios. Temían la guerra civil, trataron
de evitarla, y si ello no fue posible, al menos trataron de limitar su
severidad y ganar cierta ventaja en ella.
En un ensayo escrito en 1923, el líder Menchevique,
Fedor Dan, explicó el rechazo de su partido a romper relaciones con las clases
propietarias incluso después del golpe de Kornilov. El motivo era que "las
clases medias", esa parte de la "democracia" que no se
encontraba representada en los Soviets (Dan hace referencia a un profesor, a un
cooperativista, al alcalde de Moscú,...) no iba a apoyar una ruptura con las
clases propietarias - estaban convencidos de que el país era ingobernable sin
ellos - ni iba a considerar, bajo ningún concepto, participar en un gobierno
junto con los bolcheviques. Dan continuaba así:
"Entonces -teoréticamente- sólo quedaba un
camino para una inmediata solución a la coalición [con representantes de las
clases propietarias]: la formación de un gobierno en conjunto con los
Bolcheviques -una que no sólo no iba a contar con la democracia que no se
hallaba representada en los soviets, sino que también iría en contra de ella.
Considerábamos que ese camino era inaceptable, dada la postura bolchevique de
aquel periodo. Comprendimos perfectamente que adentrarse en ese camino suponía
adentrarse en el camino del terror y la guerra civil; es decir, hacer todo lo
que los Bolcheviques se vieron forzados posteriormente a hacer. Ninguno de
nosotros sentía que podía asumir la responsabilidad de esas políticas que
nacerían de un gobierno de no-coalición" 3/.
La postura de Dan puede ser contrastada con la de
una figura extraña de los socialistas moderados, V.B Stankevich (que había sido
comisario en el frente durante el gobierno provisional). En una carta fechada
en febrero de 1918 y dirigida a sus camaradas de partido, escribió:
"Debemos constatar que, a estas alturas, las
fuerzas del movimiento popular se encuentran del lado del nuevo régimen...
"Hay dos vías abiertas a los socialistas
moderados: proseguir en su lucha irreconciliable contra el gobierno, o ser una
oposición pacífica, creativa y leal... ¿Pueden las viejas fuerzas dirigentes
afirmar que, a día de hoy, han adquirido la experiencia suficiente para
gestionar la tarea de dirigir el país, una tarea que no se ha vuelto más
sencilla sino más difícil? En realidad, no tienen programa alguno que oponer al
bolchevique, y una lucha sin programa no es mejor que las aventuras de los
generales mejicanos. Pero es que incluso si la posibilidad de crear un programa
existiese, debéis comprender que no tenéis las fuerzas para ejecutarlo. Para
derrocar a los Bolcheviques necesitáis, si no es formalmente al menos de hecho,
el esfuerzo unificado de todas las fuerzas opositoras, desde los eseristas
hasta la extrema derecha. Pero, incluso dándose dicha condición, los
Bolcheviques seguirían siendo más fuertes...
"Sólo hay un camino posible: el camino del
frente popular unido, del trabajo nacional unido, de la creatividad en común...
"¿Mañana qué? ¿Se continúa con los intentos
inútiles, sin sentido y esencialmente aventureros de tomar el poder? ¡O
trabajamos en conjunto con la gente esforzándonos de forma realista a ayudar en
resolver los problemas que Rusia afronta, problemas que están vinculados con la
lucha pacífica en pro de principios políticos eternos, en pro de unas
verdaderas bases democráticas para gobernar el país!" 4/.
Dejo en manos del lector decidir qué postura tuvo
más mérito. No obstante, uno puede argumentar convincentemente que el rechazo a
atreverse de los socialistas moderados contribuyó al desenlace que clamaban
temer.
Desde octubre 1917, la Historia está repleta de
ejemplos de partidos de izquierda que no se atrevieron cuando debieron hacerlo.
Por ejemplo, el Partido Social Demócrata Alemán en 1918, los socialistas
italianos en 1920, la izquierda española en 1936, los comunistas franceses e
italianos en 1945 y 1968-69, la Unidad Popular en Chile entre 1970-73, y más
recientemente Syriza en Grecia. Lo que quiero decir no es, por supuesto, que
fallaron al organizar una insurrección en algún momento en particular, sino más
bien que rechazaron desde el comienzo adoptar una estrategia cuyo objetivo
principal fuese arrebatar el poder económico y político a la burguesía, una
estrategia que requiere necesariamente, en algún momento, una ruptura
revolucionaria con el Estado capitalista.
A día de hoy, cuando las alternativas a las que se
enfrenta la humanidad están tan polarizadas, cuando, más que nunca, las únicas
opciones reales son el socialismo o la barbarie, cuando el futuro de la
civilización está en juego, la izquierda debe inspirarse de Octubre. Esto
significa que, a pesar de las derrotas históricas sufridas por la clase obrera
y las fuerzas sociales aliadas a lo largo de las pasadas décadas, se debe
denunciar como ilusorio cualquier programa que quiera restaurar el Estado de
bienestar keynesiano o quiera volver a una socialdemocracia genuina. Un
programa así en el capitalismo contemporáneo está condenado a fracasar y a ser
un agente desmovilizador. Atreverse significa hoy desarrollar una estrategia
cuyo objetivo final sea el socialismo y aceptar que ese objetivo va a implicar
necesariamente, en un momento u otro, una ruptura revolucionaria con el poder
económico y político de la burguesía, y junto a ellos, con el Estado
capitalista.
David Mandel, politólogo e historiador marxista
especializado en Rusia y Ucrania, es profesor de la Universidad de Quebec en
Montreal, Canadá, y editor de la revista bilingüe, en ruso e inglés,
Alternatives. Es autor de The Petrograd Workers in the Russian Revolution,
Brill-Haymarket, Leiden and Boston, 2017.
Traducción:Pablo Muyo Bussac,
Notas:
1/ K. Marx, "Afterword to the
Second Edition of Capital. vol. I, International Publishers, N.Y., 1967, p. 17.
3/ I., Dan, "K
istoriiposlednykhdneiVremennogopravitel’stva, Letopis’ Russkoirevolyutsii, vol.
1, Berlin, 1923 (https://www.litres.ru/static/trials/00/17/59/00175948.a4.pdf)
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