29/01/2018
En el mes de abril tendrá lugar en Lima la VII
Cumbre de las Américas, cita en la cual se ha previsto el encuentro de todos
los jefes de Estado y de Gobierno del continente; y que curiosamente, en la
circunstancia, debatirá temas vinculados a la democracia, la gobernabilidad y
la corrupción, virus que corroe la base misma de la sociedad en nuestro tiempo.
Es bueno recordar que este evento constituye la
continuación de otros, ocurridos a partir de 1994, cuando -en Miami- se produjo
por primera vez, bajo la férula del gobierno de los Estados Unidos de
Norteamérica.
Cuando ella ocurrió, el escenario continental era
otro. Básicamente estaba bajo el dominio de las fuerzas tradicionales de Poder
que al compás de Washington regían, lo que llamara el poeta, “una sociedad sin
esperanza”.
Fue precisamente a partir de aquellos años que la
situación comenzó a cambiar en la tierra de los libertadores. En Argentina, la
crisis tocó fondo, y cayeron –una a una– diversas administraciones corruptas en
tanto se afirmaba el fresco y honrado mensaje de don José de San Martín en la
conciencia de millones.
En la Patria de Bolívar, entre tanto, también
soplaban aires nuevos. El Comandante Hugo Chávez Frías usaba un lenguaje
distinto, y buscaba diseñar caminos propios para encarar los problemas de su
pueblo.
América comenzaba a moverse nuevamente tomando en
sus manos viejas banderas. Los sueños de Pancho Villa y Emiliano Zapata, de
Augusto Sandino y Farabundo Martí, asomaban otra vez entre las nubes del cielo
americano y brillaban con luz propia, alumbrando nuevos derroteros.
La década de los 90 no parecía la mejor, por
cierto. Luego de la caída de la URSS y de la quiebra del socialismo en Europa
del Este, Washington cantaba victoria.
Cuba atravesaba lo que se dio en llamar “el periodo
especial” y su pueblo heroico hacia frente con singular estoicismo a retos
inéditos en la construcción de una nueva sociedad. En Chile se salía de la
dictadura asesina de Pinochet en una discutible “sucesión” que dejara el poder
en manos de la derecha reaccionaria. Y en el Perú se afirmaba la dictadura
neonazi de Alberto Fujimori.
En otros países de la región, y casi sin variantes,
una burguesía parasitaria administraba una crisis asegurando con empeño
mantener intactos los privilegios de las grandes corporaciones imperiales.
Por eso Washington aceptó instalar la Cumbre de las
Américas, convencida como estaba la Casa Blanca que la historia había terminado
y que sólo se abría entonces una puerta: el mundo unipolar, bajo la hegemonía
yanqui. Fukuyama dixit
Pero la vida de los pueblos cambia. Y poco a poco
se fue modificando la correlación de fuerzas en el plano continental.
Surgieron los Kirchner en Argentina; Lula, en
Brasil; Ortega, en la Nicaragua Sandinista; Evo Morales, en Bolivia; Correa, en
Ecuador; se afirmó el proceso bolivariano en Venezuela; triunfó el Farabundo
Martí, en El Salvador; se formaron coaliciones más avanzadas en Chile; asomaron
gobiernos progresistas en Honduras y Paraguay, bajo la dirección de Manuel
Zelaya y Fernando Lugo, respectivamente. Y en otros países, como México, Perú,
o Colombia –con distintos matices y diverso grado- se hicieron presentes
segmentos que proclamaron voluntad de enfrentar al dominio yanqui
Por eso fue que en la VI Cumbre celebrada el 2015
en Panamá, Estados Unidos no pudo oponer resistencia, y Cuba brilló con fuerza
propia en ese escenario continental.
Cuando en abril se reúna la VII Cumbre en Lima, sin
embargo, habrá nuevos vientos de fronda, y ellos serán azuzados por una
oligarquía envilecida y en derrota. Tras ella, la siniestra figura del Imperio
digitará los hilos, para agredir a los pueblos.
En el Perú, por ejemplo, la “Prensa Grande” y los
sectores más reaccionarios de la vida nacional, han re-iniciado una violenta
ofensiva contra la administración de Caracas y en particular contra el
Presidente Nicolás Maduro. Sin empacho alguno, le han cargado todos los
epítetos para denigrar su imagen y afear su rostro.
Como parte de ese operativo de alcance continental,
ha arribado al Perú un prófugo de la justicia -Alfredo Ledesma- a quien Pedro
Pablo Kuczynski ha recibido en su casa sin importarle, en absoluto, la
naturaleza de sus delitos en la Venezuela de hoy. Y como parte también, en los
próximos días la flamante “Canciller” peruana, Cayetana Aljovín, visitará la
Casa Blanca, en tanto que el Secretario de Estado yanqui vendrá a Lima.
Nada de eso debiera sorprendernos. No sólo porque
PPK es un adulón del Imperio sino porque, además, es amigo cercano de otros
asesinos de horca y cuchillo, como Alberto Fujimori a quien llama –con
proverbial servilismo- “ex Presidente”, y cuyos execrables crímenes “pasa por
alto“, considerándolos apenas “errores” y “excesos”.
En el continente, la campaña contra el Presidente
Nicolás Maduro, no es sólo contra él. Forma parte de un despliegue mucho más
amplio, y se expresa contra Lula, en Brasil, al que se le busca excluir del
proceso electoral de su país con aviesas maniobras seudo legales; en Bolivia,
donde amaga una ofensiva desestabilizadora contra Evo Morales a fin de impedir
la renovación de su mandato presidencial; en Ecuador, país en el que busca
profundizar las diferencias entre el actual presidente, y Rafael Correa, al que
la reacción detesta; en Argentina, donde destila todas sus baterías contra
Cristina Fernández; en Nicaragua, contra Ortega y el régimen Sandinista; y en
Honduras, país en el que busca perpetuar en el Poder, por medios ilícitos, a un
“régimen suyo”, el gobierno de Hernández, cuestionado en las ánforas en los
recientes comicios en los que legítimamente triunfara la Oposición.
La campaña contra Nicolás Maduro busca también
distraer la atención del pueblo respecto a la perniciosa presencia de Donald
Trump en nuestro suelo. Busca preservarlo del masivo repudio ciudadano, que sin
duda ocurrirá cuando llegue a estas tierras rebeldes y contestatarias.
Los que dicen que Maduro es “un asesino”, no dirán
una palabra contra Trump que ahora mismo tiene tropas en Irak matando
cotidianamente a centenares de personas; que tiende la mano y proporciona armas
a los terroristas que atacan al gobierno legítimo y constitucional de Siria;
que golpea a Palestina azuzando a la camarilla sionista de Israel contra los
pueblos árabes; que alienta la guerra en Corea enfrentando a dos pueblos
hermanos –el del norte y el del sur- para preservar su bases militares
instaladas en las cercanía de Seúl, contra los rusos.
Pero Trump, no es solo enemigo de los pueblos del
Medio Oriente y el sud este asiático Es también irreconciliable enemigo de los
pueblos de América latina, a los que considera “poblaciones inferiores”. No
hace mucho, hizo una alusión procaz contra Haití y algunos pueblos africanos. Y
es que ese concepto, es el que anida en su espíritu atravesado por el odio y
por la guerra.
Si alguien quiere una prueba de ello, debiera leer
simplemente las expresiones de Trump contra el pueblo mexicano, al que busca
mantener “detrás de un muro”; pero, además, percibir la esencia de lo que
constituye hoy la “política migratoria” que impulsa la administración yanqui. Y
que se orienta, sin ninguna duda, a discriminar, y aún expulsar, a los
latinoamericanos que radican en los Estados Unidos, considerándolos poco menos
que “indeseables”.
Si miramos las cosas con objetividad, debiéramos
considerar que la Cumbre de las Américas podría -desde el punto de vista de los
pueblos- calificarse como la tumba política de Trump y de sus inclinaciones
neonazis.
Gustavo Espinoza M.
Integrante del Colectivo de Dirección de Nuestra
Bandera
https://www.alainet.org/es/articulo/190671
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