Fundación
Miguel Enríquez
05-02-2018
El
franco-brasileño Michael Lowy es uno de más destacados intelectuales
revolucionarios a nivel mundial. Este sociólogo y filósofo marxista es uno de
los principales impulsores de la alternativa ecosocialista. En esta entrevista
exclusiva para Chile dialoga sobre el marxismo en América Latina, los
movimientos sociales, el nuevo internacionalismo y los desafíos del
anticapitalismo.
Marco Álvarez (MA): Michael, en tu libro El
marxismo en América Latina señalas tres periodos en la historia del
marxismo en la región: un “periodo revolucionario”, desde los años 20 hasta
mediados de los años 30, en el que sobresalen el aporte teórico de Mariátegui y
la experiencia de insurrección en El Salvador, en 1932; un “periodo
estalinista”, iniciado a mediados de los años 30 hasta 1959, marcado por la
hegemonía soviética; y un tercero que denominas «nuevo periodo revolucionario»,
iniciado con el triunfo de la revolución cubana. Continuando con esa
clasificación, ¿cómo denominarías la etapa del marxismo en América Latina de
los últimos 25 años y cuáles serían sus principales características?
Michael Löwy (ML): Buena pregunta… Es difícil saber
si el periodo revolucionario abierto por la Revolución Cubana sigue hasta hoy,
de alguna forma, o si se acabó, luego de 1990 (derrota de los Sandinistas,
Acuerdos de Paz en El Salvador). Quizás el futuro nos dará la respuesta. Otra
hipótesis es considerar cerrado el capítulo iniciado en 1959 y definir los
últimos 25 años como «la batalla anti-neoliberal»: es un periodo en el cual se
ensaya, en varios países del continente, salidas del infierno neoliberal. Una
hipótesis más optimista sería hablar de un periodo de «socialismo del siglo
21», pero este es, hasta ahora, más bien un horizonte de esperanzas que una
realidad social. Lo que caracteriza este periodo es: 1) la gran dispersión de
la referencia marxista, que ya no es limitada a las corrientes «clásicas» de la
izquierda; 2) la victoria electoral de la izquierda en la mayoría de los
países, pero con una diferenciación muy clara entre los gobiernos
social-liberales (Brasil, Uruguay, Chile) y los anti-imperialistas (Venezuela,
Bolivia, Ecuador), con varias situaciones intermedias.
MA: En el prefacio a la reedición del libro La
teoría de la revolución en el joven Marx, te refieres a las «numerosas
lagunas, limitaciones e insuficiencias de Marx y la tradición marxista» y
sugieres corregirlas «por medio de un comportamiento abierto, una disposición a
aprender y a enriquecerse con las crítica y aportes de otros sectores». En ese
contexto, ¿cómo se expresaría este comportamiento abierto y cuáles son esos
«otros sectores» claves para corregir la teoría marxista y sus aportes?
ML: En primer lugar, creo que nosotros, los
marxistas, tenemos que estar dispuestos a aprender con los movimientos
sociales: sean los más «clásicos», como el movimiento obrero y el campesino, o
los más « heterodoxos » como el feminismo, el indigenismo, las redes de lucha
en contra del racismo. Se trata, en estos últimos casos, de problemáticas -las
formas no clasistas de opresión- poco desarrolladas en la tradición marxista.
Vale la pena también «revisitar» las otras corrientes revolucionarias del
socialismo -incluyendo las que Marx y Engels ya habían «refutado»- como los
socialistas utópicos, los anarquistas y lo que yo llamaría «socialistas
románticos»: William Morris, Georges Sorel, Charles Péguy. Tenemos también que
estar abiertos a los aportes del pensamiento social no marxista, de Max Weber a
Sigmund Freud, o de Karl Mannheim a Hannah Arendt, lo que no significa, por
supuesto, aceptar todos sus planteamientos.
Pero pienso que la principal insuficiencia de la
tradición marxista -aun si se encuentran algunos elementos importantes sobre
esta temática en la obra de Marx y Engels- es la cuestión ecológica. Una
reflexión marxista en el siglo XXI tiene que darle una importancia central a la
amenaza que representa, para la humanidad, el proceso de destrucción
capitalista acelerada del medioambiente y de los equilibrios ecológicos (cambio
climático); esto implica una revisión de la visión tradicional del «desarrollo
de las fuerzas productivas» y del mismo socialismo. El concepto de «ecosocialismo»
busca traducir esta nueva visión ecológica y anti-productivista de la
revolución socialista.
MA: En Chile, desde 2011, nos encontramos con un
fuerte protagonismo de los movimientos sociales, como el estudiantil, los
regionalistas, etc. ¿Qué valoración haces de estos movimientos sociales y cuál
debe ser, a tu juicio, la relación entre estos y las organizaciones
anticapitalistas?
El movimiento de la juventud estudiantil en Chile,
y la lucha de los Mapuche, son algunos de los movimientos sociales más
importantes de América Latina en los últimos años. Creo que los
anticapitalistas deben apoyar sin reservas estas movilizaciones, tratando de
impulsar su dimensión antisistémica y haciendo propuestas concretas que se
enfrenten con la lógica del capitalismo neoliberal.
MA: Dos de los referentes históricos del marxismo
que tú has estudiado a cabalidad son Walter Benjamín y Rosa Luxemburgo. ¿Cuáles
serían, en la actualidad, los principales aportes al marxismo de estos dos
referentes?
ML: Lo que tienen en común los dos es
el énfasis en la lucha de clases como eje central del pensamiento y de la
acción marxistas. Rosa Luxemburgo representa una de las formas más radicales de
la filosofía de la praxis: es en la acción colectiva, en la lucha, que se
desarrolla la consciencia de clase, y la autoorganización de los oprimidos. Por
esto, la democracia, es decir, la participación efectiva de la clase explotada
en las decisiones, es una condición fundamental del proceso de transformación
revolucionaria de la sociedad.
Walter Benjamin se propuso entender la historia «a
contrapelo» del punto de vista de los oprimidos. Desde esta perspectiva,
rechaza la visión burguesa –compartida por buena parte de la izquierda- de la
historia como «Progreso». Para él, la revolución no es la conclusión de una
larga evolución «progresista», sino la interrupción de la cadena milenar de la
dominación.
MA: Tú militaste junto a Daniel Bensaïd durante
muchos años. ¿Cuál es, a su parecer, su principal legado teórico?
ML: Son muchos los aportes de Daniel Bensaïd, pero
el más importante me parece es su planteo –inspirado por Pascal y por los
trabajos del marxista heterodoxo de Lucien Goldmann- de la revolución como
«apuesta melancólica». Apuesta, porque no hay ninguna certeza del triunfo del
socialismo, de la emancipación de los oprimidos; el revolucionario solo puede
apostar en un futuro posible, jugándose su vida y su acción en esta esperanza,
corriendo el riesgo de la derrota. Y «melancólica» porque hasta ahora los
grandes revolucionarios –Rosa Luxemburgo, León Trotsky, Che Guevara, Miguel
Enríquez– fueron derrotados y asesinados.
MA: También has escrito bastante sobre el Che
Guevara. ¿Dónde crees tú que se encuentra la vigencia de su pensamiento?
ML: Por una parte, en su planteo estratégico: «no
hay otra revolución que hacer, o revolución socialista o caricatura de
revolución». Por otra parte, en su tentativa, durante su estadía en Cuba, de
proponer un camino hacia el socialismo alternativo al modelo soviético, con
mayor democracia y un contenido ético comunista. Es un error reducir Guevara al
«guerrillero heroico»: fue uno de los pensadores marxistas más importantes de
América Latina. Su humanismo marxista tiene su máxima expresión en su
internacionalismo, en la convicción de que un comunista tiene que sentir como
una agresión personal un golpe que atinge a un luchador en cualquier país del
mundo.
MA: Siempre has sido internacionalista. ¿Existe un
nuevo internacionalismo? ¿De qué formas se expresa hoy este nuevo
internacionalismo?
ML: Me parece que el nuevo internacionalismo, tal
como se presenta en movimientos como Vía Campesina, o en iniciativas como el
altermundialismo, o en los levantes de los «indignados», tiene un contenido
anticapitalista y/o antisistémica. Ya no plantea, como en los años 60, la
«solidaridad» con las luchas del Sur, sino una alianza entre movimientos del
Norte y del Sur en contra de sus enemigos comunes: el neo-liberalismo, el FMI,
la Banca Mundial, las multinacionales, el imperialismo. Los herederos de las mejores
tradiciones del internacionalismo del pasado –los anarquistas, los marxistas de
la IV Internacional, los guevaristas– participan en las movilizaciones del
nuevo internacionalismo.
MA: Tú eres uno de los grandes impulsores de la
alternativa Ecosocialista, el libro ¿Qué es el Ecosocialismo?, recopila
varios artículos tuyos sobre la materia. Al respecto, ¿podrías explicar
brevemente qué es el Ecosocialismo y cuáles son sus principales fundamentos
teóricos?
ML: El ecosocialismo se reclama de la herencia marxista,
de la crítica de la economía política capitalista por Marx y del programa
socialista. Al mismo tiempo, se disocia de las vertientes productivistas del
marxismo –que han predominado en el curso del siglo XX– y rompe con el modelo
soviético (antidemocrático y antiecológico) de pretensa «construcción del
socialismo».
Muchos ecologistas critican a Marx por considerarlo
un productivista. Tal crítica nos parece equivocada: al hacer la crítica del
fetichismo de la mercancía, es justamente Marx quien coloca la crítica más
radical a la lógica productivista del capitalismo, la idea de que la producción
de más y más mercancías es el objeto fundamental de la economía y de la
sociedad.
El objetivo del socialismo, explica Marx, no es
producir una cantidad infinita de bienes, pero sí reducir la jornada de
trabajo, dar al trabajador tiempo libre para participar de la vida política,
estudiar, jugar, amar. Por lo tanto, Marx proporciona las armas para una
crítica radical del productivismo y, notablemente, del productivismo
capitalista. En el primer volumen del El Capital, Marx explica cómo el
capitalismo agota no sólo las fuerzas del trabajador, sino también las propias
fuerzas de la tierra, extinguiendo las riquezas naturales. Así, esa
perspectiva, esa sensibilidad, está presente en los escritos de Marx, sin
embargo, no ha sido suficientemente desarrollada.
Una reorganización del conjunto de modos de
producción y de consumo es necesaria, basada en criterios exteriores al mercado
capitalista: las necesidades reales de la población y la defensa del equilibrio
ecológico. Esto significa una economía de transición al socialismo ecológico,
en la cual la propia población –y no las «leyes de mercado» o un Buró Político
autoritario– decidan, en un proceso de planificación democrática, las
prioridades y las inversiones. Esta transición conduciría no sólo a un nuevo
modo de producción y a una sociedad más igualitaria, más solidaria y más
democrática, sino también a un modo de vida alternativo, una nueva civilización
ecosocialista más allá del reino del dinero y de la producción al infinito de
mercancías inútiles.
MA: ¿Cuáles serían, en tu opinión, las principales
tareas de las y los militantes ecosocialistas en los países de América Latina?
ML: Participar en todas las luchas y movilizaciones
socioecológicas, de los indígenas y campesinos en contra de la furia
destructora del agronegocio y de las multinacionales, de la juventud y la
población de la periferia por el transporte público gratuito, etc. En el seno
de estas luchas contribuirá la toma de consciencia anticapitalista y presentar,
a la vez, propuestas concretas y una perspectiva alternativa radical, el
ecosocialismo.
MA: Para finalizar, podrías referirte a la
importancia que en la actualidad adquiere la unidad de las y los anticapitalistas.
ML: Me permito citar un hermoso artículo de José
Carlos Mariátegui para el Primero de Mayo del 1924: «Una variedad de tendencias
y grupos bien definidos y distintos no es un mal; al contrario, es una señal de
un periodo avanzado en el proceso revolucionario. Lo que importa es que esos
grupos y esas tendencias sepan cómo actuar en conciliación frente a la realidad
concreta del día a día. (…) Que no empleen sus armas (…) para herirse el uno al
otro, pero sí para combatir el orden social, sus instituciones y sus crímenes».
Es importante constituir, en un primer momento, un
Frente Único de las y los anticapitalistas, en base a tareas concretas de la
lucha social y ecológica; y, en un segundo momento, tratar de crear, por la
convergencia de múltiples corrientes, una Federación Anticapitalista capaz de
actuar con una perspectiva de transformación revolucionaria de la sociedad.
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