domingo, 4 de febrero de 2018

LA ESTRATEGIA DEL UNO POR CIENTO Y SUS CONTRADICCIONES




LA ESTRATEGIA DEL 1% Y LA NUESTRA

03-02-2018

Los datos de los días recientes iluminan la estrategia del 1 por ciento más rico de la humanidad. Los medios divulgaron hacia finales de enero un estudio de Oxfam, donde se asegura que de toda la riqueza generada en 2017 en el mundo, 82 por ciento quedó en manos del 1 por ciento más rico, mientras la mitad de la población no recibió absolutamente nada. La economía funciona apenas para beneficiar a una ínfima minoría que concentra cada vez más poder (goo.gl/qZwgNJ).

El segundo dato proviene del Foro de Davos, donde se reúne el sector que representa los intereses del 1 por ciento. Todas las crónicas aseguran que los CEOS de las multinacionales y los hombres (hay pocas mujeres) más poderosos del mundo, estaban felices y convirtieron el encuentro anual en los Alpes suizos en una verdadera fiesta. Casi todos llegaron en jets privados; por los cuatro días de encuentros y conferencias y el acceso a las sesiones privadas pagaron 245 mil dólares (goo.gl/UBSLLa).

Realmente, tienen razones de sobra para estar felices. Las cosas, sus cosas, marchan de maravilla. Las cotizaciones en la bolsa de Wall Street se multiplicaron por tres desde la crisis de 2008. El índice Dow Jones estaba en 8 mil puntos durante 2009 y estos días cotiza a 26 mil. Una escalada permanente, aunque las economías están estancadas o apenas crecen. No hay ningún dato de la economía real que respalde el crecimiento exponencial de las bolsas, lo que muestra su desconexión con la producción y su conversión en meros casinos.

Los datos que muestran el acaparamiento de riqueza nos descubren la estrategia silenciosa del 1 por ciento. Más de 80 por ciento de la riqueza que se genera en el mundo es para ellos. Alrededor de 20 por ciento va para casi la mitad de la humanidad, esa que se mira en el espejo de la riqueza y aspira, con o sin sentido, a estar cerca de los más ricos esperando que se les caigan algunas migajas. Para la otra mitad, nada, no hay futuro, sólo pobreza y represión.

La dominación siempre busca apoyarse en tres patas: las clases dominantes, las clases medias y los sectores populares. El arte de la dominación siempre ha sido sostenerse con base en la hegemonía, que se consigue ofreciendo un lugar a los sectores medios y venderle la ilusión de progreso a los de más abajo.

En los periodos de oro del capitalismo, entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la crisis del socialismo real (1945 a 1991, aproximadamente), la sociedad funcionaba integrando a los trabajadores mediante el salario estable con plenos derechos. Eso les permitía obtener seguridad para sus familias, que esperaban (y a menudo conseguían) el tan soñado ascenso social. Las clases medias ya estaban en una posición más o menos confortable. Fueron los años del desarrollismo y la cultura del consumo.

Esa estrategia fracasó, por varias razones: rebeliones descolonizadoras en el tercer mundo; rebeliones fabriles contra el trabajo opresivo en el primer mundo; rechazo del patriarcado y el machismo por las mujeres en todo el mundo, rebeliones juveniles en las grandes urbes; ocupación masiva de las ciudades por oleadas de campesinos migrantes, y varias revoluciones como la cubana, la vietnamita y la de los guardias rojos chinos, entre muchas otras.

Lo cierto es que la clase dominante comenzó a replegarse sobre sí misma, a construir murallas para defender sus intereses y a desentenderse del resto de la humanidad, en particular del 50 por ciento más pobre y, a veces, más rebelde. Dejó de lado la integración de los trabajadores, estrategia que había urdido para neutralizar la onda expansiva de la revolución rusa (1917).

Ahora, el 1 por ciento enarbola una estrategia que consiste en reducir la población del planeta a la mitad, como señalan algunos estudiosos del Club de Bilderberg, otro espacio de los más ricos (goo.gl/C2mcdS). Es cierto que son especulaciones más o menos fundadas, porque el 1 por ciento no se arriesga a publicitar sus intenciones, como no lo hacen cada vez que deciden emprender un genocidio contra los sectores populares.

Esa estrategia viene endulzada, como diría León Felipe, con cuentos. Los gritos de angustia y los llantos, escribe el poeta, los ahogan con cuentos. Uno de esos cuentos, el más terrible por eficiente, son las promesas de derechos, ciudadanía y respeto de la voluntad popular. El sistema político brasileño es un cadáver pudriéndose a cielo abierto, sostiene un analista luego de la condena a Lula (goo.gl/ZUqhr4). Quizá por eso la bolsa de Sao Paulo bate todos los récords.

Una de las tácticas preferidas de la estrategia del 1 por ciento es el fraude electoral. Hay tres tipos, según dice la experiencia. El fraude posterior al voto, como sucedió recientemente en Honduras. El fraude antes, durante y después de la emisión del voto, técnica que se aplica en México desde 1988, por lo menos. La tercera es aceptar al vencedor y luego sobornarlo y/o amenazarlo de muerte. Esto es lo que sucedió en Grecia, según Yanis Varoufakis, el ex ministro de Syriza quien lo vivió desde dentro.

Hay más técnicas para asegurar el poder de los poderosos, siendo el golpe de Estado con genocidio (como en Chile y Argentina, entre otras) las más extremas. Lo que está claro es que el 1 por ciento se ha blindado: tiene el poder del dinero, de las armas legales, las ilegales y de los medios. Cada día acumula más poder.

Es evidente que, hoy por hoy, no los podemos derrotar, ni por las malas ni por las buenas. ¿Entonces? El problema somos los y las de abajo, porque depende de nosotros y de nosotras el seguir creyendo en los cuentos de arriba. Cuentos que tuvieron cierta credibilidad cuando el sistema aspiraba a integrarnos. El problema consiste en seguir confiando en estrategias insostenibles, porque ya no existen las bases materiales y sociales que las hicieron posible.

Como no nos vamos a rendir, el camino debe ser construir lo nuevo. Para sobrevivir en la tormenta, no tenemos otra opción que construir dos, tres, muchas Arcas de Noé (como decía el Che respecto de Vietnam). Espacios de autonomía para afrontar el colapso que nos descerrajan los de arriba.







CONTRADICCIONES EN DAVOS

República de las ideas
03-02-2018

A Davos se le ha tenido siempre por la catedral de la globalización. No en vano fue en ese foro donde hace 20 años el neoliberalismo económico se quito la máscara y proclamó con todo el descaro por boca de Tietmeyer, entonces presidente del Bundesbank: "Los mercados serán los gendarmes de los poderes políticos", con lo que se quebraba la soberanía popular.

No obstante este año, desde distintos ángulos se ha mostrado la preocupación, cosa insólita en este foro, por los perjudicados por la globalización. En realidad lo que les inquieta son los movimientos, asociaciones y partidos de todo tipo que están surgiendo en todos los países contra el sistema y que se supone que tienen como pretexto los incrementos en la desigualdad que la misma globalización genera. Según la crisis va quedando atrás se comprueba que la mejora económica no repercute sobre toda la población. Hay muchos hogares cuyos ingresos continúan estancados o disminuyen, y la pobreza permanece instalada en amplias capas de población.

Los principales líderes políticos, desde los primeros ministros de India y Canadá hasta Macron, pasando por Paolo Gentiloni o Merkel, todos han defendido la multilateralidad y han formado un frente común contra el proteccionismo que parece defender Trump. Macron ha señalado que fuera de la globalización no hay progreso posible. Angela Merkel ha manifestado tajantemente que el proteccionismo no es la solución "Me pregunto: ¿hemos aprendido realmente las lecciones de la historia, de las catástrofes provocadas por el hombre en el siglo XX? Realmente, creo que no". Y el primer ministro italiano Gentiloni ha declarado que "nuestra historia y nuestras raíces no son sinónimo de proteccionismo".

Pero también todos ellos se han hecho eco de los problemas que la globalización presenta en los momentos actuales, originados por la desigualdad. "La desigualdad está alcanzando niveles intolerables, incluso ahora que ha vuelto el crecimiento. No podemos acabar en un mundo con una élite cosmopolita y un ejército de trabajadores insatisfechos", alertó Paolo Gentiloni. Emmanuel Macron ha sostenido que el crecimiento económico por sí solo no basta para lograr el "bien común", porque ha dejado fuera del progreso a muchas personas. "Si no le puedes asegurar a la gente, afirmó, que la globalización es buena para ellos, habrá nacionalistas y extremistas que quieran deshacerse del sistema. Y ganarán. Y no pasará solo en Francia, pasará en todos los países".

Hoy el incremento de la desigualdad es tan evidente que hasta en Davos se ha aceptado como un hecho incontestable. El informe ‘Premiar el trabajo, no la riqueza’, de Oxfam, pone de manifiesto que el 82% del crecimiento fue a parar al 1% más privilegiado del mundo. Los desequilibrios obedecen no solo a que la parte de la renta que se destina a la retribución de los trabajadores se haya reducido de forma sustancial con respecto al excedente empresarial, sino porque aun dentro del sector de asalariados, el abanico retributivo es cada vez más amplio. Según este informe, en Estados Unidos, por ejemplo, "con poco más de un día de trabajo, un director general gana lo mismo que un trabajador en todo un año". Y esta misma realidad la han querido poner de manifiesto los sindicatos europeos con una imagen muy significativa, los altos ejecutivos que han participado estos cuatro días en el Foro de Davos, han cobrado más en ese corto periodo de tiempo, que la mayoría de los ciudadanos en un año y medio o dos de trabajo. Concretamente España se sitúa con un año y siete meses, entre Reino Unido (dos años) y Alemania (dieciocho meses).

Estos últimos datos tendrían que forzarnos a considerar que las políticas redistributivas hay que diseñarlas no solo entre rentas de capital y trabajo, sino también dentro de las propias rentas de trabajo y constatar la enorme injusticia que se comete al reducir los tipos marginales del IRPF en los tramos altos de renta. Los sindicatos en el Foro de Davos han propuesto limitar los sueldos de los altos directivos, dado que en algunos niveles son casi obscenos. No parece que la propuesta vaya a tener mucho éxito. Sin embargo, todo está ya inventado. El mismo efecto se lograría imponiendo a esos tramos altos de renta, tipos marginales muy elevados en el impuesto sobre la renta personal, de manera que los nuevos incrementos de ingresos pasen casi en su totalidad al fisco.

Ya en las sesiones del pasado año se plantearon inquietudes similares sin que se adaptase ninguna medida para corregir los desequilibrios, ni sin que estos hayan disminuidos, todo lo contrario. El resultado este año ha sido el mismo. Nada que vaya más allá de las palabras. La única novedad ha consistido en proponer un índice que denomina de crecimiento inclusivo. Sin duda poca cosa si todo queda en elaborar un nuevo indicador para medir el desarrollo, superando el contenido más bien estrecho de la evolución del PIB. Lo cierto es que ya existen muchos y no se precisa uno nuevo sino la voluntad de emplearlos y de sacar de ellos las consecuencias adecuadas. Por lo que parece los gobiernos no han mostrado tampoco ningún entusiasmo en la aplicación de este. Además la ordenación de los países por el nuevo indicador no difiere sustancialmente de la que resulta al utilizar la renta per cápita. Las variaciones más importantes de una a otra lista, saliéndose de la generalidad, se producen en países no pertenecientes a la Unión Europea, como EEUU, Japón, Israel etc, tal vez por poseer sus regímenes políticos un carácter más liberal, o algunos países del este europeo Eslovenia, Eslovaquia y Estonia, quizás por su herencia socialista.

No tiene nada de extraño que los últimos puestos entre los desarrollados lo ocupen los países del Sur de Europa: Grecia, Portugal, Italia, España, que han sufrido más duramente la crisis y las políticas de austeridad aplicadas por Frankfurt y Bruselas. Choca sin embargo que Italia se situé en un lugar peor que España. La explicación tal vez hay que buscarla en el mayor grado de endeudamiento público, aunque no se tenga quizás en cuenta que esta deuda está en su mayoría en manos italianas.

El problema de los mandatarios internacionales que en Davos se dan golpes de pecho, es que pretenden cuadrar el círculo. Por una parte glorifican a la globalización y afirman que sin ella no hay futuro económico ni político, pero por otra son conscientes de que el incremento de la desigualdad la pone en peligro. No se dan cuenta, o no quieren dársela, de que lo uno va unido indefectiblemente a la otra. La globalización significa, tal como Tietmeyer anuncio en ese mismo foro hace ya veintidós años, la entrega del poder a los mercados. Los gobiernos en buena medida han perdido su capacidad de actuar y de controlar al poder económico, que impone sus condiciones. La liberalización de todos los mercados conduce de forma automática y por su propia inercia a incrementar la desigualdad y los desniveles sociales.

Globalización y proteccionismo no son sin más conceptos antagónicos. Todos los estados tienden a ser proteccionistas. Es lógico que intenten defender sus economías. La globalización solo cercena aquellas medidas proteccionistas, que restringen los movimientos de capitales y que implican regulación e intervención de los mercados. Cuando se impone la globalización, el proteccionismo no desaparece solo que el estado cuenta con muchas menos armas, se apoya exclusivamente en la manipulación del tipo de cambio y en el dumping laboral y fiscal. Incluso en el caso de los países de la Eurozona tampoco pueden contar con la devaluación de la moneda; luego, para proteger la competitividad, se ven obligados a utilizar como únicas medidas la reducción de los costes sociales y fiscales. No es por casualidad que los países que se sitúan en la cola del nuevo índice que antes se ha citado, sean los países del sur de Europa cuya enorme pérdida de competitividad durante los primero años del Euro, les ha arrastrado a deflaciones competitivas de crecidas dimensiones.

Macron en Davos ha advertido "contra la evasión fiscal" y se ha pronunciado a favor de establecer "una estrategia global" a la hora de fijar impuestos a las empresas. Así mismo ha exhortado a Estados Unidos y a China a que se coordinen con Europa. La petición no se sabe si la motiva la inocencia o la hipocresía. ¿Cómo es posible pedir a otros países que armonicen su legislación fiscal con Europa cuando está después de 50 años continúa permitiendo la mayor disparidad entre los sistemas fiscales de sus miembros y cuando estados como Irlanda, Luxemburgo o Austria mantienen regímenes de claro dumping fiscal, reduciendo a mínimos la tributación de las empresas? En realidad en esta materia Trump no se separa demasiado del resto de mandatarios internacionales. Justifica su reforma fiscal en la competitividad y en la necesidad de repatriar los capitales americanos que se mantienen en otros países como Irlanda por gozar de mejores condiciones fiscales.

Merkel en su intervención se preguntaba si habíamos aprendido realmente las lecciones de la historia, de las catástrofes provocadas por el hombre en el siglo XX? Y se contestaba que no. Tenía razón, porque la causa última de esas catástrofes hay que buscarlas en el rabioso liberalismo económico que se impuso a finales del XIX, principio del XX. Sistema muy parecido al actual. Tras la segunda guerra mundial parecía que se había asimilado la enseñanza, estableciéndose en todos los países mecanismos para controlar a los mercados y al capital. A partir de los años ochenta, sin embargo, se ha vuelto a las andadas.

Globalización es ante todo libre circulación de capitales y mientras esta subsista los sistemas fiscales se irán haciendo cada vez más regresivos, y mientras las deslocalización sea una amenaza, los salarios permanecerán estancados o perdiendo incluso poder adquisitivo. Estos días hemos tenido un buen ejemplo con la factoría de Opel en Zaragoza ¿Cómo no van a incrementarse las desigualdades y las divergencias sociales? Los mandatarios internacionales a menudo parecen zombis, muertos vivientes. Aun no se han dado cuenta que con la globalización, con su renuncia, el poder no se encuentra ya en ellos, sino como hace veintidós años les dijo Tietmeyer, en los mercados.


 



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