Marielle Franco, concejala del Partido Socialismo y Libertad (PSOL,
oposición), fue
asesinada a balazos el 15 de marzo 2018 en el centro de Rio de Janeiro. Una más en la larga lista de víctimas femeninas por el sólo hecho de levantar su voz de protesta contra la irracionalidad del capitalismo.
Uno de los acontecimientos
sustantivos del siglo veinte es la adquisición por la mujer de los derechos
políticos del hombre, Gradualmente hemos llegado a la igualdad política y
jurídica de ambos sexos. La mujer ha ingresado en la política, en el
parlamento y en el gobierno. Su participación en los negocios públicos ha
dejado de ser excepcional y extraordinaria. En el ministerio laborista de
Ramsay Mac Donald una de las carteras ha sido asignada a una mujer, Miss.
Margarita Bondfield, que asciende al gobierno después de una laboriosa carrera
política: ha representado a Inglaterra en las Conferencias Internacionales del
Trabajo de Washington y Ginebra. Y Rusia ha encargado su representación
diplomática en Noruega a Alexandra Kollontay, ex-comisaría del pueblo en el
gobierno de los soviets.
Miss Bondfield y Mme.
Kollontay son, con este motivo, dos figuras actualísimas de la escena mundial.
La figura de Alexandra Kollontay, sobre todo, no tiene sólo el interés
contingente que le confiere la actualidad. Es una figura que desde hace algunos
años atrae la atención y la curiosidad europea. Y mientras Margarita Bondfield
no es la primera mujer que ocupa un ministerio de Estado, Alexandra Kollontay
es la primera mujer que ocupa la jefatura de una legación.
Alexandra Kollontay es una
protagonista de la Revolución Rusa. Cuando se inauguró el régimen de los
soviets tenía ya un puesto de primer rango en el bolchevismo. Los bolcheviques
la elevaron, casi inmediatamente, a un comisariato del pueblo, el de higiene,
y le dieron, en una oportunidad, una misión política en el extranjero. El capitán
Jacques Sadoul, en sus memorias de Rusia, emocionante crónica de las históricas
jornadas de 1917 a 1918, la llama la Virgen Roja de la Revolución.
A la historia de la
Revolución Rusa se halla, en verdad, muy conectada la historia de las
conquistas del feminismo. La constitución de los soviets acuerda a la mujer
los mismos derechos que al hombre. La mujer es en Rusia electora y elegible.
Conforme a la constitución, todos los trabajadores, sin distinción de sexo,
nacionalidad ni religión, gozan de iguales derechos. El Estado comunista no distingue
ni diferencia los sexos ni las nacionalidades; divide a la sociedad en dos
clases: burgueses y proletarios. Y, dentro de la dictadura de su clase, la
mujer proletaria puede ejercer cualquier función pública. En Rusia son
innumerables las mujeres que trabajan en la administración nacional y en las
administraciones comunales. Las mujeres, además, son llamadas con frecuencia a
formar parte de los tribunales de justicia. Varias mujeres, la Krupskaia y la
Menjinskaia, por ejemplo, colaboran en la obra educacional de Lunatcharsky.
Otras intervienen conspicuamente en la actividad del partido comunista y de la
Tercera Internacional, Angélica Balabanoff, verbigracia.
Los soviets estiman y
estimulan grandemente la colaboración femenina. Las razones de esta política
feminista son notorias. El comunismo encontró en las mujeres una peligrosa
resistencia. La mujer rusa, la campesina principalmente, era un elemento
espontáneamente hostil a la revolución. A través de sus supersticiones
religiosas, no veía en la obra de los soviets sino una obra impía, absurda y
herética. Los soviets comprendieron, desde el primer momento, la necesidad de
una sagaz labor de educación y adaptación revolucionaria de la mujer. Movilizaron,
con este objeto, a todas sus adherentes y simpatizantes, entre las cuales se
contaban, como hemos visto, algunas mujeres de elevada categoría mental.
Y no sólo en Rusia el
movimiento femenista aparece marcadamente solidarizado con el movimiento
revolucionario. Las reivindicaciones feministas han hallado en todos los
países enérgico apoyo de las izquierdas. En Italia, los socialistas han propugnado
siempre él sufragio femenino. Muchas organizadoras y agitadoras socialistas
proceden de las filas del sufragismo. Silvia Pankhurst, entre otras, ganada la
batalla sufragista, se ha enrolado en la extrema izquierda del proletariado
inglés.
Mas las reivindicaciones
victoriosas del feminismo constituyen, realmente, el cumplimiento de una
última etapa de la revolución burguesa y de un último capítulo del ideario
liberal. Antiguamente, las relaciones de las mujeres con la política eran
relaciones morganáticas. Las mujeres, en la sociedad feudal, no influyeron en
la marcha del Estado sino excepcional, irresponsable e in-directamente. Pero,
al menos, las mujeres de sangre real podían llegar al trono. El derecho divino
de reinar podía ser heredado por hembras y varones. La Revolución Francesa, en
cambio, inauguró un régimen de igualdad política para los hombres; no para las
mujeres. Los Derechos del Hombre podían haberse llamado, más bien, Derechos del
Varón. Con la burguesía las mujeres quedaron mucho más eliminadas de la
política que con la aristocracia. La democracia burguesa era una democracia
exclusivamente masculina. Su desarrollo tenía que resultar, sin embargo,
intensamente favorable a la emancipación de la mujer. La civilización
capitalista dio a la mujer los medios de aumentar su capacidad y mejorar su
posición en la vida. La habilitó, la preparó para la reivindicación y para el
uso de los derechos políticos y civiles del hombre. Hoy, finalmente, la mujer
adquiere estos derechos. Este hecho, apresurado por la gestación de la
revolución proletaria y socialista, es todavía un eco de la revolución
individualista y jacobina. La igualdad política, antes de este hecho, no era
completa, no era total. La sociedad no se dividía únicamente en clases sino en
sexos. El sexo confería o negaba derechos políticos. Tal desigualdad desaparece
ahora que la trayectoria histórica de la democracia arriba a su fin.
El primer efecto de la
igualación política de los varones y las mujeres es la entrada de algunas
mujeres de vanguardia en la política y en el manejo de los negocios públicos.
Pero la trascendencia revolucionaria de este acontecimiento tiene que ser mucho
más extensa. A los trovadores y los enamorados de la frivolidad femenina no
les falta razón para inquietarse. El tipo de mujer, producido por un siglo de
refinamiento capitalista, está condenado a la decadencia y al tramonto. Un
literato italiano, Pitigrilli, clasifica a este tipo de mujer contemporánea
como un tipo de mamífero de lujo. Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando
poco a poco. A medida que el sistema socialista reemplace al sistema
individualista, decaerán el lujo y la elegancia femenina. Paquín y el
socialismo son incompatibles y enemigos. La humanidad perderá algunos mamíferos
de lujo; pero ganará muchas mujeres. Los trajes de la mujer del futuro serán
menos caros y suntuosos; pero la condición de esa mujer será más digna. Y el
eje de la vida femenina se desplazará de lo individual a lo social. La moda no
consistirá ya en la imitación de una Mme. Pompadour ataviada por Paquín.
Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme. Kollontay. Una mujer, en suma,
costará menos, pero valdrá más.
Los literatos enemigos del
feminismo temen que la belleza y la gracia de la mujer se resientan a
consecuencia de las conquistas feministas. Creen que la política, la universidad,
los tribunales de justicia, volverán a las mujeres unos seres poco amables y
hasta antipáticos. Pero esta creencia es infundada. Los biógrafos de Mme.
Kollontay nos cuentan que, en los dramáticos días de la revolución rusa, la
ilustre rusa tuvo tiempo y disposición espiritual para enamorarse y casarse.
La luna de miel y el ejercicio de un comisariato del pueblo no le parecieron
absolutamente inconciliables ni antagónicos.
A la nueva educación de la
mujer se le deben ya varias ventajas sensibles. La poesía, por ejemplo, se ha
enriquecido mucho. La literatura de las mujeres tiene en estos tiempos un
acento femenino que no tenía antes. En tiempos pasados la literatura de las
mujeres carecía de sexo. No era generalmente masculina ni femenina. Representaba
a lo sumo un género de literatura neutra. Actualmente, la mujer empieza a sentir,
a pensar y a expresarse como mujer en su literatura y en su arte. Aparece una
literatura específica y esencialmente femenina. Esta literatura nos descubrirá
ritmos y colores desconocidos. La Condesa de Noailles, Ada Negri, Juana de
Ibarbourou, ¿no nos hablan a veces un lenguaje insólito, no nos revelan un
mundo nuevo?
Félix del Valle tiene la
traviesa y original intención de sostener en un ensayo que las mujeres están
desalojando a los hombres de la poesía. Así como los han reemplazado en varios
trabajos, parecen próximas a reemplazarlos también en la producción poética. La
poesía, en suma, comienza a ser oficio de mujeres.
Pero ésta es, en verdad,
una tesis humorística. No es cierto que la poesía masculina se extinga, sino
que por primera vez se escucha una poesía característicamente femenina. Y que
ésta le hace a aquellas, temporalmente, una concurrencia muy ventajosa.
NOTA:
1 José
Carlos Mariátegui, Publicado en Variedades, Lima, 15 de marzo de 1924.
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