16/03/2018
El ascenso autoritario
La radicalización reaccionaria de los gobiernos de
países como Paraguay, Argentina, Brasil, México u Honduras comienza a generar
la polémica en torno de su caracterización.
Ninguno de esos regímenes ha sido el resultado de
golpes de estado militares, en los casos de Brasil, Honduras o Paraguay la
destitución de los presidentes fue realizada (parodia constitucional mediante)
por el poder legislativo en combinación más o menos fuerte con los poderes
judicial y mediático. En Brasil la Presidencia pasó a ser ejercida por el
vicepresidente Temer (ungido por un golpe parlamentario), cuyo nivel de
aceptación popular, según diversas encuestas, rondaría apenas el 3 % de los
ciudadanos. En Paraguay ocurrió lo mismo, y el presidente destituido fue
remplazado por el vicepresidente a través de un procedimiento parlamentario
exprés y luego fueron realizadas elecciones presidenciales que consagraron a
Horacio Cartes un personaje de ultraderecha claramente vinculado al
narcotráfico.
En Honduras se realizaron elecciones presidenciales
en noviembre 2017[1],
la “Alianza de Oposición contra la Dictadura” había ganado claramente
pero el gobierno haciendo honor al calificativo con que lo había marcado la
oposición consumó un fraude escandaloso afirmando así la continuidad del
dictador Juan Orlando Hernández.
Un caso por demás curioso es el de Argentina donde
se realizaron en 2015 elecciones presidenciales en medio de una avalancha
mediática, económica y judicial sin precedentes contra el gobierno y favorable
al candidato derechista Mauricio Macri. El resultado fue la victoria de Macri
por escaso margen quien apenas asumió la presidencia avanzó sobre los otros
poderes del Estado logrando al poco tiempo de hecho la suma del poder público.
Si a esa concentración de poder le agregamos el control de los medios de
comunicación y del poder económico nos encontramos ante una pequeña camarilla
con una capacidad de control propia de una dictadura. Completa el panorama el
comportamiento cada vez más represivo del gobierno que por primera vez desde el
fin de la dictadura militar en 1983 ha decidido la intervención de las Fuerzas
Armadas en conflictos internos mediante la constitución de una “fuerza
militar de despliegue rápido” integrada por efectivos del Ejército, la
Marina y la Aeronáutica y la conformación de una fuerza operativa conjunta con
la DEA utilizando la excusa de la “lucha contra el narcotráfico y el
terrorismo”[2].
De ese modo Argentina se incorpora a una tendencia regional impuesta por los
Estados Unidos de reconversión convergente de las Fuerzas Armadas
convencionales, las policías y otras estructuras de seguridad en
policías-militares capaces de “controlar” a las poblaciones de esos países. No
siguiendo el viejo estilo conservador-cuartelario inspirado en la “doctrina de
seguridad nacional” sino estableciendo espacios sociales caóticos inmersos en
el desastre, precisamente atravesados por el narcotráfico (promovido,
manipulado desde arriba) y otras formas de criminalidad disociadora siguiendo
la doctrina de la Guerra de Cuarta Generación.
En México como sabemos se suceden los gobiernos
fraudulentos inmersos en una creciente ola de barbarie y en Colombia la
abstención electoral tradicionalmente mayoritaria llegó recientemente a cerca
de dos tercios del padrón electoral[3]
adornada por un muy publicitado “proceso de paz” que logró la rendición
de las FARC asegurando al mismo tiempo la preservación de la dinámica de
saqueos, asesinatos y concentración de ingresos que caracteriza
tradicionalmente a ese sistema. En estos dos casos no nos encontramos ante algo
“nuevo” sino frente a regímenes relativamente viejos que fueron evolucionando hasta
llegar hoy a constituir verdaderos ejemplos exitosos de aplicación de las
técnicas más avanzadas de desintegración social. La tragedia de esos países
muestra el futuro que aguarda a los recién llegados al infierno.
El panorama queda completado con las tentativas de
restauración reaccionaria en Bolivia y Venezuela. En el caso venezolano la
intervención directa de Estados Unidos busca recuperar (recolonizar) la mayor
reserva petrolera del mundo en momentos en que el reinado del petrodólar
(fundamento de la hegemonía financiera global del Imperio) entra en declinación
rápida ante el ascenso de China (el mayor comprador internacional de petróleo)
que busca imponer su propia moneda respaldada por oro (el petro-yuan-oro) en
alianza precisamente con Venezuela y otros gigantes del sector energético como
Rusia e Irán.
En Bolivia el aparato de inteligencia imperial
realiza una de sus manipulaciones de manual inspirada en la doctrina de la
Guerra de Cuarta Generación. Pone en acción sus apéndices mediáticos locales y
globales intentando desplegar la histeria (en este caso racista) de franjas
importantes de las clases medias blanca y mestiza contra el presidente indio.
Aquí no solo se trata de barrer a un gobierno progresista sino de apropiarse de
las reservas de litio, las mayores del mundo (según distintas prospecciones
Bolivia contaría con aproximadamente el 50 % de las reservas de litio del
planeta), pieza clave en la futura reconversión energética global.
Principales características
Las actuales dictaduras tienen todas las
características de presentar una imagen civil con apariencia de respeto a los
preceptos constitucionales, manteniendo un calendario electoral con pluralidad
de partidos y demás rasgos de un régimen democrático de acuerdo a las reglas occidentales.
Por otra parte no nos encontramos ante mecanismos explícitos de censura y
aunque marginales o en posiciones muy secundarias se escuchan algunas voces
divergentes. Los prisioneros políticos pasan casi siempre por los juzgados
donde los jueces los condenan de manera arbitraria pero aparentando apoyarse en
las normas legales vigentes. Los asesinatos de opositores son minimizados u
ocultados por los medios de comunicación y quedan por lo general envueltos por
mantos de confusión que diluyen las culpas estatales amalgamando de manera
sistemática los crímenes políticos con las violencias policiales contra pobres
y pequeños delincuentes sociales y represiones a las protestas populares
Esa máscara democrática, prolijamente desprolija,
resulta ser lo que es: una máscara, cuando constatamos que los medios de
comunicación convertidos en un instrumento de manipulación total de la
población están controlados por monopolios como el grupo Clarín en Argentina, O
Globo en Brasil o Televisa en México cuyos propietarios forman parte del
estrecho círculo del Poder. O cuando llegamos a la conclusión de que el sistema
judicial está completamente controlado por ese círculo del que participan los
principales intereses económicos (transnacionalizados) manejando a discreción
al aparato policial-militar. Y que en consecuencia los partidos políticos
significativos, los medios de comunicación, las grandes estructuras sindicales
y otros espacios de potencial expresión de la sociedad civil están
estratégicamente controlados (más allá de ciertos descontroles tácticos)
mediante una embrollada maraña de represiones, chantajes, crímenes selectivos,
abusos judiciales, bombardeos mediáticos apabullantes disociadores o disciplinadores
y fraude electoral más o menos descarado según el problema concreto a
resolver.
El nuevo panorama ha provocado una notable crisis
de percepción donde la realidad choca con principios ideológicos,
conceptualizaciones y otras componentes de un “sentido común” heredado
del pasado. No somos víctimas de un rígido encuadramiento de la población con
pretensiones totalitarias explícitas anulando toda posibilidad de disenso,
buscando integrar al conjunto de la sociedad a un simple esquema militar, sino
ante sistemas flexibles, en realidad embrollados, que no intentan disciplinar a
todos sino más bien desarticular, degradar a la sociedad civil convirtiéndola
en una víctima inofensiva, apabullada por la tragedia.
No se presentan proyectos nacionales desmesurados,
propios de los militares “salvadores de la patria” de otros tiempos o
imágenes siniestras como la de Pinochet, ni siquiera discursos hiper optimistas
como el de los globalistas neoliberales de los años 1990 o personajes cómicos
como Carlos Menem, sino presidentes sin carisma, por lo general torpes,
aburridos repetidores de frases banales preparadas por los asesores de imagen
que conforman una red regional globalizada de “formadores de opinión” made
in USA.
En suma, las dictaduras blindadas y triunfalistas
del pasado parecen haber sido reemplazadas por dictaduras o protodictaduras
grises que ofrecen poco y nada montadas sobre aplanadoras mediáticas
embrutecedoras. Siempre por detrás (en realidad por encima) de estos fenómenos
se encuentran el aparato de inteligencia de los Estados Unidos y los de algunos
de sus aliados. La CIA, la DEA, el MOSSAD, el M16 según los casos manipulan los
ministerios de seguridad o de defensa, los de relaciones exteriores, las
grandes estructuras policiales de esos regímenes vasallos y diseñan estrategias
electorales fraudulentas y represiones puntuales.
Capitalismo de desintegración
Se forjan así articulaciones complejas, sistemas de
dominación donde convergen élites locales (mediáticas, políticas, empresarias,
policial-militares, etc.) con aparatos externos integrantes del sistema de
poder de los Estados Unidos.
Estas fuerzas dominan sociedades marcadas por lo
que podría ser calificado como “capitalismo de desintegración”
basado en el saqueo de recursos naturales y la especulación financiera, y la
creciente marginación de población, radicalmente diferente de los viejos
capitalismos subdesarrollados estructurados en torno de actividades productivas
(agrarias, mineras, industriales). No es que en los viejos sistemas no
existiera el saqueo de recursos ni el bandidaje financiero, en algunos momentos
y países ocupaban el centro de la escena pero en el largo plazo y en la mayor
parte de los casos quedaban en un segundo plano. La superexplotación de la mano
de obra y el acaparamiento de las ganancias productivas aparecían como los
principales objetivos económicos directos de aquellas dictaduras.
Tampoco es cierto que ahora las élites dominantes
se desinteresen de los salarios o de la propiedad de la tierra, por el contrario
desarrollan una amplio abanico de estratagemas destinadas a reducir los
salarios reales y adueñarse de territorios, ya que si en los viejos
capitalismos no existía solamente producción sino también especulación y
saqueo, en los actuales la base productiva, en retracción a causa del pillaje
desmesurado, sigue siendo una fuente importantísima de beneficios. Sin embargo
su preservación, su reproducción en el largo plazo no está en el centro de las
preocupaciones cotidianas de las élites atrapadas psicológicamente por la
dinámica parasitaria de la especulación financiera y su entorno de negocios
turbios.
Entre otras cosas porque en el actual imaginario
burgués ha desaparecido el largo plazo, sus operaciones más importantes están
regidos por el corto plazo lumpecapitalista. En el saqueo de recursos naturales
a través de la megaminería a cielo abierto, de la extracción de gas y petróleo
de esquisto o de la agricultura basada en transgénicos, se utilizan tecnologías
orientadas por la velocidad del ritmo financiero al servicio de gente que no
tiene tiempo ni interés para dedicarse a temas tales como la salud de la
población afectada, el equilibrio ambiental y otras áreas impactadas por los
“daños colaterales” del éxito empresario (financierización del cambio
tecnológico, la cultura técnica dominante como auxiliar del saqueo).
Estos capitalismos de desintegración son conducidos
por élites que pueden ser caracterizadas como lumpenburguesías, burguesías
principalmente parasitarias, transnacionalizadas, financierizadas, oscilando
entre lo legal y lo ilegal, crecientemente alejadas de la producción. Son
inestables no por accidentes de la coyuntura sino por su esencia decadente. Por
encima de ellas se encuentran las grandes potencias y sus élites embarcadas desde
hace tiempo en el camino de la degradación, en un planeta donde los productos
financieros derivados representaban a fines de 2017 unas siete veces el
Producto Bruto Global, donde la deuda global total (pública más privada) era de
casi tres veces el Producto Bruto Global, donde solo cinco grandes bancos
estadounidenses disponían de “activos financieros derivados” por unos 250
billones de dólares (13 veces el Producto Bruto Interno de los Estados Unidos),
donde sumadas las ocho personas más ricas del mundo disponen de una riqueza
equivalente al 50 % de la población mundial (los más pobres).
La formación y encumbramiento de esas élites
latinoamericanas son el resultado de prolongados procesos de decadencia
estructural y cultural, de un subdesarrollo que incluyó hace ya varias décadas
componentes parasitarias que se fueron adueñando del sistema, lo fueron
carcomiendo, envenenando, pudriendo, siguiendo la lógica sobredeterminante del
capitalismo global, no de manera mecánica sino imponiendo especificidades nacionales
propias de cada degeneración social.
Por debajo de esas élites aparecen poblaciones
fragmentadas, con trabajadores integrados desde el punto de vista de las normas
laborales vigentes separados de los trabajadores informales, precarios. Con
masas crecientes de marginales urbanos, de pobres e indigentes estigmatizados
por los medios de comunicación, despreciados por buena parte de las clases
integradas que se van achicando en la medida en que avanzan los procesos de
concentración económica y pillaje de riquezas.
No se trata entonces de espacios sociales
estancados, segmentados de manera estable sino de sociedades sometidas a la
reproducción ampliada de la rapiña elitista transnacionalizada, a la sucesión
interminable de transferencias de ingresos de abajo hacia arriba y hacia el
exterior, a la degradación ascendente de la calidad de vida de las clases bajas
pero también de porciones crecientes de las capas medias.
Algunos autores se refieren al fenómeno
calificándolo de “neoliberalismo tardío”[4],
algo así como un regreso a los paradigmas ideológicos neoliberales que tuvieron
su auge en los años 1990 pero en un contexto global desfavorable a ese retorno
(ascenso del proteccionismo comercial, declinación de la unipolaridad en torno
de los Estados Unidos, etc.). Nos encontraríamos entonces frente a una
aberración histórica, un contrasentido económico y geopolítico protagonizado
por círculos dirigentes empecinados en su subordinación al Imperio
norteamericano, interrumpiendo la marcha normal, racional, progresista y
despolarizante que predominaba en América Latina. Las derechas latinoamericanas
se encontrarían embarcadas en un proyecto a contramano de la evolución del
mundo.
Pero ocurre que el mundo no se encamina hacia una
nueva armonía, un nuevo ciclo productivo, sino hacia la profundización de una
crisis de larga duración, iniciada hace casi medio siglo. La misma se
caracteriza entre otras cosas por la declinación tendencial de las tasas de
crecimiento de las economías capitalistas centrales tradicionales y la
hipertrofia financiera (financierización de la economía global) impulsando el
quiebre de normas, legitimidades institucionales y equilibrios socioculturales
que aseguraban la reproducción de la civilización burguesa más allá de las
turbulencias políticas o económicas. La mutación parasitaria-depredadora del
capitalismo tiene como centro a Occidente articulado en torno del Imperio
norteamericano pero envuelve al conjunto de la periferia y también afecta a
potencias emergentes como China o Rusia muy dependientes de sus exportaciones
donde los mercados de Europa, Estados Unidos y Japón cumplen un papel decisivo.
Así es como las tasas de crecimiento del Producto Bruto Interno de China se
vienen desacelerando y la economía rusa oscila entre la recesión, el
estancamiento y el crecimiento anémico.
Un aspecto esencial de la nueva situación global es
el carácter abiertamente devastador de las dinámicas agrarias, mineras e
industriales motorizadas tanto por las potencias tradicionales como por las
emergentes, cuyos efectos han dejado de ser una borrosa amenaza futura para
convertirse en un desastre presente que se va amplificando año tras año.
Todo ello nos debería llevar a la conclusión de que
los regímenes reaccionarios de América Latina no tienen nada de tardío, de
desactualizado, de desubicación histórica sino que son la expresión de la
podredumbre radical de sus élites, de su mutación parasitaria enlazada con un
fenómeno global que las incluye. Lo que nos permite descubrir no solo la
fragilidad histórica, la inestabilidad de esas burguesías, tan prepotentes y
voraces como enfermas, sino también las vanas ilusiones progresistas negadoras
de la realidad, que al calificar de tardío al lumpencapitalismo
dominante lo marcan como anormal, anómalo, a destiempo, alentando la
esperanza del retorno a la “normalidad” de un nuevo ciclo de prosperidad
en la región, más o menos keynesiano, más o menos productivo, más o menos
democrático, más o menos razonable, ni muy derechista ni muy izquierdista, ni
tan elitista ni tan populista. El sujeto burgués de ese horizonte burgués
fantasioso solo está en su imaginación, la marcha real del mundo lo ha
convertido en un habitante fantasmagórico de la memoria. Mientras tanto los
grandes “empresarios”, los círculos concretos de poder, participan de cuerpo y
alma en la orgía de la devastación, tan desinteresados en el largo plazo y el
desastre social y ambiental como en la racionalidad progresista (a la que
consideran un estorbo, una traba populista al libre funcionamiento del
“mercado”).
Reacciones populares y profundización de la crisis
La gran incógnita es la que se refiere al futuro
comportamiento de las grandes mayorías populares que fueron afectadas tanto
desde el punto de vista económico como cultural por la decadencia del sistema.
Las élites pudieron aprovechar la desestructuración, las irracionalidades
sociales generadas por un fenómeno perverso que atravesó tanto las etapas
derechistas como las progresistas. Durante los períodos de gobiernos de derecha
civiles o militares promoviendo y garantizando privilegios y abusos de todo
tipo, afirmando un “sentido común” egoísta, disociador, subestimador de
identidades culturales solidarias. Pero cuando llegaron las experiencias
progresistas esas élites utilizaron la degradación social existente, la
fragmentación neoliberal heredada (enlazada en algunos casos con tradiciones de
marginación muy enraizadas) impulsando irrupciones racistas, neofascistas de
las capas medias extendidas a veces hasta espacios medio-bajos donde se mezclan
el pequeño comerciante con el asalariado integrado (en consecuencia por encima
del marginado, del precario).
Vimos así en Brasil, Argentina, Bolivia o Venezuela
movilizaciones histéricas de clases medias urbanas neofascistas exigiendo las
cabezas de los gobernantes “populistas”, manipuladas por los medios de
comunicación y los poderes económicos que el progresismo había respetado como
parte de su pertenencia al sistema (admitida abiertamente, silenciada o negada
de manera superficial o insuficiente).
Ahora las llamadas restauraciones conservadoras o
derechistas no están restaurando el pasado neoliberal sino instaurando esquemas
de devastación nunca antes vistos. Pudieron triunfar gracias a las limitaciones
y desinfles de progresismos acorralados por las crisis de sistemas que ellos
pretendían mejorar, reformar o en algunos casos superar de manera indolora,
gradual, “civilizada”.
Pero las crisis nacionales no se detienen, por el
contrario son incentivadas por los comportamientos saqueadores de las derechas
gobernantes que siguen practicando sus tácticas disociadoras, de
embrutecimiento colectivo, buscando generar odio social hacia los pobres. Los medios
de comunicación trabajan a pleno detrás de esos objetivos y como la declinación
económica avanza empujada por las políticas oficiales y por la marcha de la
crisis global, las manipulaciones mediáticas comienzan a demostrarse impotentes
ante la marea ascendente de protestas populares. La virtualidad del marketing
neofascista empieza a ser desbordado por la materialidad de las penurias no
solo de los pobres sino también de capas medias que se van empobreciendo. Males
materiales que al amplificarse les abren la puerta a la rebeldía de quienes
nunca fueron engañados y de los que han sido embaucados. Es así como en Brasil
el repudio popular al gobierno de Temer es abrumador o en Argentina la imagen
edulcorada de Macri se va diluyendo velozmente mientras se extienden las
protestas populares.
La represión, la militarización de los gobiernos de
derecha aparece entonces como alternativa de gobernabilidad, las dinámicas
dictatoriales de esos regímenes van engendrando dispositivos policial-militares
con la esperanza de controlar a los de abajo, van funcionando con cada vez
mayor intensidad los mecanismos de “cooperación hemisférica”: operaciones
conjuntas con la DEA, suministro de armamento y capacitación para el control de
protestas sociales, multiplicación de estructuras represivas nacionales y
regionales monitoreadas desde los Estados Unidos.
Se trata de un combate con final abierto entre
fuerzas sociales que buscan sobrevivir y que al hacerlo pueden llegar a
engendrar vastos movimientos de regeneración nacional, radicalmente
antisistémicos y élites degradadas e inestables, dependientes del amo imperial
(que se reserva el derecho a la intervención directa, si las circunstancias lo
requieren y permiten), animadas por un nihilismo portador de pulsiones tanáticas.
- Jorge Beinstein es economista
argentino, docente de la Universidad de Buenos Aires.
[1] Hugo Noé
Pino, “Cronología del fraude electoral en Honduras”, Criterio.hn. Diciembre 8
de 2017, https://criterio.hn/2017/12/08/cronologia-del-fraude-electoral-honduras/
[2] Manuel
Gaggero, “Argentina. La historia se repite… como tragedia”, http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/02/11/argentina-la-historia-se-repitecomo-tragedia/
[3] Ana
Patricia Torres Espinosa, “Abstención electoral en Colombia. Desafección
política, violencia política y conflicto armado”, Cuadernos de Investigación,
Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología,
http://politicasysociologia.ucm.es/data/cont/docs/21-2016-12-21-CI12_W_Ana%20Patricia%20Torres.pdf
Miguel García
Sánchez, “Sobre la baja participación electoral en Colombia”, Semana,
2016-10-18, http://www.semana.com/opinion/articulo/miguel-garcia-sanchez-sobre-la-baja-participacion-electoral-de-colombia/499388
[4] “El
neoliberalismo tardío. Teoría y praxis. Documento de Trabajo nº 5”, Daniel
García Delgado y Agustina Gradin (compiladores), FLACSO, Argentina 2017.
https://www.alainet.org/es/articulo/191654
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