Publicado
en marzo 15, 2018
El genoma andino está esparcido en todas los
ecosistemas de los andes donde los apus moran desde tiempos inmemoriales. Desde
los valles más profundos hasta las montañas cordilleranas, se mantiene latente
la añoranza histórica de nuestras grandiosas culturas que contrastan con el
actual sistema de opresión social. Este espíritu de recuperar la patria perdida
está presente en todos los países hermanos que fueron parte del Tahuantinsuyo
antes de que los “mistis” extranjeros se repartieran su territorio. Es el sello
de garantía de que la lucha por la reunificación no será olvidada.
Sus ancestros habrán sido del Chinchaysuyo,
Collasuyo, Antisuyo o Contisuyo, pero en todos los descendientes ancestrales
amazónicos, collas, mochicas, chachapoyas, tallanes, waris, huancas, chancas,
mapuches, tiahuanaco y demás sociedades autóctonas andinas, late el fuego de la
reivindicación ancestral que no se extinguirá jamás, mientras no se recupere el
dominio y los valores de nuestra heredad cautiva. Ni los más crueles y
sanguinarios abusos de los expropiadores europeos que nos arrebataron nuestra
patria ancestral, ni las brutales represiones de sus descendientes republicanos
ante nuestras justas aspiraciones, han podido extinguir este sentimiento.
Hace miles de años, los pueblos andinos surgieron y
se desarrollaron autónomamente habitando territorios donde trabajaban en
armonía con la naturaleza. La familia fue la base de la organización social.
Así surgieron los ayllus a partir de los apus ancestrales fundadores del árbol
genealógico que se fue extendiendo por valles y cuencas, generando pueblos de
la misma etnia, con un mismo leguaje, organización social y cultura. A partir
de los ayllus, la parentela ancestral fue gestando nacionalidades étnicas con
autonomía económica, idiomática, cultural y política.
El desarrollo de la agricultura fue la base
económica que permitió asegurar el bienestar sostenido de toda la etnia. El
trabajo mancomunado otorgaba el derecho social al disfrute comunitario. Todo se
compartía. La asamblea decidía de la forma más democrática, con la participación
de todos los miembros germinales de la sociedad. Aunque los pueblos fueron
creciendo y expandiéndose, esta forma de autogobierno prevaleció siempre como
gestión comunitaria.
Los valores sociales provenían del reconocimiento
ancestral a los líderes, del respeto a los mayores, de la cooperación y la
honestidad. Todos llevaban el apellido del jefe de familia que a su vez
descendía del fundador del ayllu y de los ancestros legendarios identificados
con el cóndor (Condori), con la serpiente (Amaru), con el puma (Pumacahua) o
con otra deidad. El líder natural tenía lazos familiares con todos y era su
responsabilidad velar por todos ellos. Al no existir la propiedad privada
tampoco surgían las ambiciones personales y todo mejoramiento era compartido en
sociedad.
Con este sistema de vida, nuestros ancestros
lograron desarrollar muchos productos alimenticios entre granos, hortalizas,
frutales, raíces, tubérculos, ganadería nativa y crianzas menores, como jamás
hizo civilización alguna. Desde los orígenes de la civilización andina, la coca
fue el alimento básico y se cultivó como planta sagrada pues no solamente los
alimentaba con sus excelentes vitaminas y minerales, sino también, les daba
mayor energía para el trabajo, evitaba la hambruna en los malos años agrícolas
y hasta predecía la suerte. Gracias a la coca, pudieron salvarse del exterminio
total. Cultivar coca nunca fue un delito y tampoco ahora lo es. La maldad de su
uso indebido vino del extranjero.
La ganadería autóctona, proporcionaba carne sana para
la alimentación y materia prima para la vestimenta, calzado y otros enseres de
uso general. La crianza del cuy no solo proporcionaba carne de alto valor
nutritivo sino también, permitía diagnosticar graves enfermedades internas. La
manufactura de harinas y deshidratados complementaban la seguridad alimentaria.
Las plantas medicinales otorgaban la seguridad de la salud.
Pero nunca lo hicieron por ambición individualista,
toda vez que la economía giraba en torno al beneficio común, sin apropiación
privada de los medios de producción. Sus proezas en medicina, arquitectura,
ingeniería agrícola, textilería, cerámica, metalurgia y más, realizadas en
faenas comunitarias, no tienen parangón con otras civilizaciones del mundo.
Ninguna como la andina, ha aportado tanto al bienestar de la humanidad y
alimentación mundial actual. La papa se come en todo el mundo, como otros
alimentos de origen andino.
El profundo conocimiento de la naturaleza y sus
principios, generó la filosofía de cosmovisión andina que se tradujo en ciencia
astronómica y tecnologías de aplicación práctica en todas las actividades de la
vida diaria. Crearon su propio sistema para medir el tiempo y un calendario
anual completo. Con admirable exactitud, ubicaron el momento preciso del
solsticio de verano y el de invierno así como, los equinoccios de otoño y
primavera. La ciencia astrofísica lo ha corroborado.
El solsticio de invierno en el hemisferio sur de
nuestro planeta ocurre indefectiblemente 21 de junio de cada año, fecha en que
nuestro planeta cambia de inclinación (23,5° de inclinación) con respecto al
sol, determinando la noche más larga del año, pues el sol tarda en aparecer. Es
el año nuevo andino que marca el fin del ciclo anual y el comienzo de uno
nuevo. De allí que, hasta hoy, celebremos la fiesta del sol o el Inti Raymi,
como gesto de gratitud y esperanza.
Y cómo no estar agradecidos del astro sol, si todo
en la vida depende de su presencia. Nos libra de la oscuridad eterna y engendra
la vida que germina emergiendo de la madre tierra. La temperatura, las lluvias
que traen agua, el clima en que se desarrolla todo ser vivo, la recarga de
energía que nos provee diariamente, la protección de la salud, la madurez de
los frutos, la prosperidad de las cosechas y en fin, todos los procesos vitales,
se lo debemos a su influencia. Su veneración no era el resultado religioso de
falsedades improbables sino, la convicción comprobada sustentada en la
cosmovisión andina como fuente de sabiduría y filosofía.
Pero los ayllus originales evolucionaron y fueron
inevitables las confrontaciones guerreras propias de toda expansión
territorial. Se gestaron diversas culturas de integración regional cuyos restos
arqueológicos generan hoy, asombro y admiración mundial. Sin embargo, las
guerras de conquista entre andinos no cambiaba el sistema social imperante en
los ayllus y naciones originarias. Los jefes ancestrales o, curacas seguían
representando a los pueblos conquistados, manteniendo toda la estructura social
y económica, aunque reconociendo la sujeción y tributación a la organización
aglutinadora predominante.
Todo ese desarrollo autárquico se fue forjando
hasta llegar al Tahuantinsuyo bajo el liderazgo de los Incas. El gobierno
territorial generó un Estado político social que mantuvo el sistema de
autogobierno, reconociendo la autonomía local de los ayllus y la autoridad de
sus curacas. El intercambio de productos era bajo la modalidad de trueque y no,
por afán de lucro. No había lugar para la corrupción ni para la apropiación del
trabajo ajeno como negocio porque el sistema no lo permitía. El Tahuantinsuyo
fue en su tiempo, el Estado más desarrollado de nuestro continente hasta el
siglo XVI, sobre una base totalmente propia, autosuficiente y forma de
autogobierno comunitario desde la base social.
Ese esplendoroso desarrollo autónomo se cortó a
partir del año 1532, con la llegada de invasores del continente europeo que
sometieron al Tahuantinsuyo con el poderío de sus armas de fuego. Ellos
trajeron e impusieron otro sistema de vida, de organización social y de gobierno.
El lucro como forma de vida, la propiedad privada de la tierra y medios de
producción, el dinero como factor de clasificación social, la explotación
humana a costa de la fuerza ajena. Superpusieron el individualismo sobre lo
comunitario, estimulando la sustracción de riquezas minerales, el despojo
violento de la propiedad ajena y la apropiación engañosa del intercambio
desigual mediante el comercio. Sembraron la maldad de la usura y la codicia.
Los invasores provenían de sociedades que habían
evolucionado a formas de poder de dominación con gran desarrollo de las armas
de guerra, navegación, y acumulación de riquezas. Predominaba la acumulación de
oro y plata como fuentes de poderío de un reino o monarquía. El rey o emperador
era el gobernante todopoderoso de un sistema de dominación brutal sobre sus
súbditos. Era el que otorgaba la posición social de cada cual según sus títulos
de nobleza. Amparaba las creencias religiosas para afianzar su dominación,
haciéndolas obligatorias para los gobernados, en colusión con los jefes de
iglesias que atribuían al emperador origen divino.
La riqueza acumulada, daba a las monarquías
europeas poder militar, comercial, y capacidad para prosperar en todos los
aspectos. Este, era el objetivo de apropiarse de otros territorios para
sustraerles sus riquezas como ocurrió con el descubrimiento de nuestro
continente. Los enfrentamientos entre monarquías europeas eran frecuentes,
haciendo prosperar el arte de la guerra que se desarrolló mucho más con las
armas de fuego usando pólvora. Fue con esa ventaja que, los conquistadores
españoles pudieron vencer y tomar posesión del Tahuantinsuyo, arrebatándonos
nuestra patria ancestral.
Destruyeron el Estado Incaico y su autonomía de
desarrollo comunitario. Desde entonces toda la población autóctona fue obligada
a trabajar para el engrandecimiento de otro país en vez de hacerlo para el
propio. Al perder su sistema de autogobierno, nuestro territorio fue anexado al
imperio español y en cumplimiento del “Estado de Derecho Monárquico”, la vida
de la sociedad autóctona pasó a depender de las decisiones de un gobierno
lejano, situado en otro continente. La economía nativa perdió su desarrollo
autónomo y cambió de orientación en función de la economía monárquica
extrajera. Se dejó de lado la agricultura, priorizándose la producción metálica
y el comercio. Nunca más la sociedad andina recuperó su autonomía y aún hoy, es
una lucha pendiente.
El Tahuantinsuyo era la patria de nuestros
ancestros y fue avasallada. El Estado de Derecho Incaico fue reemplazado por el
Estado de Derecho Monárquico cuya aplicación en las colonias sometidas, se
tradujo en virreinatos dependientes del imperio español. De este modo, los
conquistadores e invasores posteriores se atribuyeron el derecho de apropiarse
de las tierras de los ayllus, confiscar todo tesoro de oro y plata, imponiendo
tributos a la población nativa para el sostenimiento del imperio español. Esa
dominación colonial descuartizó el Tahuantinsuyo dividiendo a los pueblos
andinos en diversos virreinatos. Aun hoy, existen naciones ancestrales de un
mismo origen genético e idioma y sin embargo, habitan países distintos. La
reunificación es también otra aspiración pendiente.
Pero además, la población autóctona fue obligada a
sufragar los sueldos de las autoridades virreinales o, “corregidores” mediante
el abusivo sistema de “repartimientos” de mercadería no deseada e inútil entre
las familias nativas. Estas estaban obligadas a pagarles elevados precios bajo
penas severas y despojo de sus pertenencias. Los colonialistas establecieron el
trabajo forzado de “mitas” obligando a toda familia nativa a dar una cuota
humana para el trabajo esclavizante en las minas y talleres manufactureros.
Esta obligación abusiva causó el exterminio de gran parte de la población
autóctona.
Nuestros ancestros lucharon sin cesar en todas
partes, rebelándose contra los abusos virreinales, pero la historia ha ocultado
siempre la heroicidad de los pueblos andinos. Solo la rebelión masiva
encabezada por Túpac Amaru II, no pudo ser ocultada y su trascendencia
histórica llega hasta nuestros días porque la liberación andina quedó
inconclusa. Pese a las sangrientas represiones, las sublevaciones prosiguieron
en todos los pueblos andinos durante todo el coloniaje y hasta nuestros días,
porque es preferible morir por la libertad antes que seguir soportando tanta
injusticia. Son muchas las rebeliones ignoradas por la historia oficial,
escrita a conveniencia de los opresores.
Nuestros ancestros fueron obligados a seguir las
costumbres europeas y a vestirse a la usanza española eliminando toda
veneración al sol, a la madre tierra y a los apus ancestrales pues eran
consideradas como prácticas subversivas. Los ayllus fueron desarraigados de sus
terruños y amontonados en campos de concentración conocidos como “reducciones
de indios”. Por ser los curacas quienes lideraban las rebeliones se les despojó
de su autoridad natural suplantándola con la de “alcaldes de vara” a la usanza
española. Estos eran designados por el “corregidor” entre los traidores y
adulones de la autoridad virreinal.
Es innegable que la cultura extranjera de la
dominación colonial superpuesta sobre la nativa trascendió en la vida andina en
muchos aspectos. Aunque el acceso a la escritura y la lectura fue escaso, la
integración a un grado superior de desarrollo económico-social, elevó la base
de los conocimientos andinos ya existente. Sin embargo, la crueldad de esa
incorporación abrupta fue detestable por el procedimiento genocida de los
invasores y la segregación racial absoluta durante siglos en la que los
pobladores autóctonos eran apátridas en su propio suelo, tratándolos
despectivamente como “indios” (que no lo eran) o, “naturales” sin nacionalidad.
Esa segregación racial contra los andinos ancestrales se mantiene hasta
nuestros días porque nuestros opresores todavía mantienen su poder.
Pero por otro lado, el sistema monárquico se hizo
insoportable en Europa e incompatible con el progreso social. El descontento
contra las arbitrariedades y privilegios de la nobleza imperial hizo surgir
rebeliones sociales. Justicia, libertad, igualdad, se escuchaba por todas
partes pidiendo la abolición de dichos privilegios. A pesar de la represión
sangrienta esa lucha fue incontenible, haciendo estallar el régimen monárquico
hacia finales del siglo XVIII. Una nueva fuerza social apareció enarbolando la
libertad de comercio contra el monopolio de la nobleza. Era el engendro del
capitalismo.
De este modo, en Europa se modificó el Estado de
Derecho Monárquico entrando en vigor el Estado de Derecho Capitalista. Desde
entonces, la persona vale por su dinero y no por sus títulos de nobleza. El
nuevo sistema de gobierno tomó la forma de república representativa del pueblo
pudiente económicamente, aunque no tuviese título de nobleza. Los caudillos de
las demandas antimonárquicas pasaron a ser los políticos que desde entonces
asumieron el gobierno de los países.
Esos ideales emancipadores fueron adoptados por los
súbditos españoles nacidos en las colonias pues estaban resentidos por los
privilegios otorgados en los negocios, a los españoles de origen europeo, ya
que estos, tenían monopolio comercial y preferencia en los altos cargos
virreinales. La ola de la independencia fue estimulada y financiada por
reinados enemigos de España con cargo a obtener beneficios económicos de los
nuevos países independientes. La lucha por la independencia de los virreinatos
culminó con el establecimiento de nuevas repúblicas. Nació así, la República
del Perú como estado independiente sin sujeción al Estado monárquico español.
Pero no se trataba de la liberación del
Tahuantinsuyo. Era simplemente, la independencia del virreinato que se separaba
de España en beneficio de los colonialistas que se adueñaron del Tahuantinsuyo
sin devolver el territorio a la población nativa. Era la emancipación de los
amos pero no de los nativos avasallados. El Estado virreinal solo cambió de
nombre adoptando la forma republicana. La aristocracia virreinal pasó a
gobernar el nuevo estado republicano conservando sus títulos de nobleza,
esclavos y vasallos yanaconas indígenas. La aristocracia virreinal copó todos
los cargos del poder político y militar de la república.
Para la población autóctona, su situación no cambió
porque el Tahuantinsuyo no fue liberado de sus opresores y los descendientes
colonialistas siguieron en posesión de la patria ancestral que arrebataron a la
población nativa. Posesionados de la maquinaria estatal de dominación, el
gobierno aristocrático republicano mantuvo la contribución indígena y la
servidumbre feudal de explotación, arrebatando más tierras a los nativos para
construir sus feudos. Los supuestos patriotas nos despojaron de nuestra
heredad. Sus descendientes hoy, se aprestan a celebrar a lo grande, el
bicentenario de esa independencia que no fue de los pueblos andinos sino de los
opresores de estos.
Los colonialistas no devolvieron el territorio
hurtado a la población andina ni devolvieron el gobierno del país expropiado.
Los opresores colonialistas se disfrazaron de patriotas republicanos para
seguir gobernado como hasta ahora, usurpando nuestros derechos legítimos como
peruanos ancestrales. Esta república no la reconocemos como nuestra porque es
espuria y contiene todos los vicios capitalistas que la hacen insoportable e
indignante por el alto grado de desigualdad social, pobreza, corrupción y
entreguismo de nuestras riquezas a la voracidad del capitalismo globalizado.
Todo es falso en esta república que mantiene en la
postración a los andinos ancestrales y usurpa su representatividad. Su
democracia representativa es falsa e hipócrita pues no refleja la composición
social de nuestra sociedad. Los gobernantes y sus partidos políticos suplantan
la representación de los sectores sociales, excluyéndolos del acceso al poder.
Ellos se amparan en un sistema electoral fraudulento para usurpar la
representatividad política de los sectores sociales a los que explotan. Es
inaceptable que los opresores representen a los oprimidos. Es absurdo que sus
lacayos políticos asuman la representación de los oprimidos andinos.
Esta república mantuvo las mal llamadas
“reducciones de indios” cambiándolas de nombre como “comunidades indígenas” y
luego “Comunidades campesinas” a las cuales mantiene hasta hoy en estado
primitivo, en la más indigente situación de abandono. Parte de la población
nativa se refugió en los lugares más altos de la cordillera huyendo de los
abusos de los opresores, y cuando ya se creían libres de los codiciosos
opresores aparecen de pronto ahora como inversionistas extranjeros ambicionando
las riquezas de nuestro subsuelo.
El saqueo de nuestras riquezas prosigue como en el
virreinato con la complicidad de nuestros gobernantes. Nos dicen que los
inversionistas extranjeros traen progreso, trabajo, carreteras y otros
anzuelos. Lo que nosotros vemos, es que nos dejan daños ambientales, envenenan
nuestras aguas, contaminan alimentos cultivados y pastos para los animales.
Nuestra salud se deteriora con los gases y residuos mineros al paso que nuestro
hábitat natural es destruido.
Mientras las riquezas están bajo suelo, somos los
dueños, tenemos aire puro y ambiente natural sano. Tan luego son extraídas
estas riquezas ya no nos pertenece. Se lo llevan los inversionistas mineros al
extranjero como en el virreinato, en tanto que, los pueblos de las rutas
mineras siguen padeciendo pobreza como puede verse en los asientos mineros más
antiguos. Entonces si los beneficios no compensan los daños, ni las pérdidas de
recursos y vidas humanas, es preferible que nuestros cerros se queden como
están ya que así, nuestro hábitat se mantiene limpio en estado natural.
Actualmente, un nuevo tipo de colonialismo impera
en el mundo. Son las grandes corporaciones capitalistas las que invaden nuestro
territorio y nos esclavizan sustrayendo nuestras riquezas con la complicidad de
los políticos tradicionales corruptos y vende patria. Seguimos siendo colonias
dependientes de las potencias económicas que mediante tratados onerosos,
intercambios desiguales, inversiones para sustracción de riquezas e
intervenciones políticas y militares nos imponen su dictadura internacional.
Pero, por nuestra visión cósmica ancestral sabemos
que, al igual que la etapa monárquica, también el capitalismo se acabará. Todo
lo que nace, se desarrolla hasta alcanzar su plenitud, tras lo cual, decae y se
extingue. La etapa capitalista de la humanidad ha entrado al ocaso de su
vigencia y será reemplazado por un nuevo sistema acorde con las aspiraciones
sociales contrarias a la dominación del dinero, donde los intereses
comunitarios primarán sobre los intereses individualistas, como en nuestra
patria ancestral.
No será para siempre que los descendientes del
colonialismo y la opresión capitalista mantengan secuestrada a nuestra patria
ancestral. No cesaremos en nuestra lucha por la reivindicación de nuestros
valores ancestrales y la recuperación de nuestra heredad. Los tiempos buenos
volverán, también el autogobierno sin intermediarios, en el que primen los
interese comunitarios sobre los intereses particulares. Hemos resistido por
siglos la oprobiosa maldad de los invasores europeos y sus descendientes, pero
no han logrado eliminar nuestra rebeldía ni nuestro propósito de recuperar lo
que es nuestro. Tampoco han podido eliminar nuestras lenguas nativas ni la
visión cósmica heredada de nuestros antepasados.
La veneración a nuestro pasado andino, al grandioso
Túpac Amaru II y a nuestros héroes ancestrales ocultados por la historia
oficial, sigue firme como la piedra labrada que nos dejaron nuestros
antepasados. En nuestros genes llevamos la aptitud y capacidad para crear maravillas
mundiales como Machu Picchu. Somos de la misma cantera genética de Túpac Amaru,
Túpac Catari, Tomasa Condemaita, Micaela Bastidas y demás patriotas
tahuantinsuyanos.
Nuestra utopía no consiste en retroceder en el
tiempo. Sino en un sentimiento nacional de justo derecho, de reivindicar
nuestros valores de bien común y asumir el gobierno de nuestra heredad a la luz
de nuestro tiempo. Acabemos con la postergación de los peruanos ancestrales,
sean estos de pura sangre, cholos o mestizos. Reconocemos que en el Perú actual
existe una pluralidad étnica y muchos peruanos provienen de etnias de otros
continentes que llegaron como esclavos durante el coloniaje, como jornaleros
cautivos, como inmigrantes de toda forma. Todos somos peruanos con los mismos
derechos y deberes.
Pero lo que reclamamos es equidad. No es justo es
que los nativos sean oprimidos por los inmigrantes, que las minorías gobiernen,
posterguen y discriminen a la mayoría, como son los peruanos ancestrales. Por
justicia nos asiste el derecho de representación mayoritaria en toda instancia
de gobierno. Los peruanos ancestrales estamos en la ciencia como también en
todas las especialidades profesionales y tecnológicas. Estamos capacitados para
dirigir nuestra heredad y compartir equitativamente con todas las etnias. No
necesitamos que intermediarios políticos nos representen porque lo podemos
hacer directamente por mandato de nuestras asambleas.
No solamente reclamamos nuestros derechos de
identidad ancestral, también la autenticidad histórica que acabe con la
segregación de nuestros héroes andinos. Nuestra aspiración va mucho más allá
del simple indigenismo. Nuestras prácticas milenarias y costumbristas no pueden
ser pretextos para mantenernos bajo sepultura sin salida a la modernidad.
Tenemos el mismo derecho de todo humano de acceder al disfrute del nivel de
vida de las sociedades desarrolladas. Es preciso erradicar toda segregación a
los pueblos originarios y a sus descendientes ancestrales en todos los aspectos
del desarrollo humano. El actual “Estado de Derecho” es segregacionista, genera
injusticias y desigualdad social. No habrá paz social mientras este, no sea
cambiado profundamente.
Reclamamos equidad política porque el actual
sistema electoral determina una democracia fraudulenta que suplanta la voluntad
popular. Esta seudo democracia es la que por casi dos siglos mantiene en la
postergación a los peruanos más auténticos. Esto debe terminar. Lucharemos por
un sistema político distinto donde la democracia no sea solo nombre sino, la
expresión auténtica del pueblo gobernando con la participación de todos los
sectores sin discriminación racial, religiosa o de poder económico. Nosotros no
buscamos la violencia. Son las injusticias y los abusos de nuestros opresores
los que la generan. Solo actuamos en defensa propia.
El actual sistema electoral es antidemocrático. Por
ello propugnamos un nuevo sistema sobre la base de la representación directa de
los pueblos mediante nuestras asambleas locales, distritales, provinciales y
nacionales. Queremos gobernar nuestros valles y cuencas por elección directa
sin injerencias afuerinas. Con autonomía de desarrollo y libre disposición de
nuestros recursos naturales. Queremos un nuevo Estado democrático en que todas
las etnias tengan acceso al poder según la proporción de su masa poblacional en
cada ámbito geográfico.
Queremos una nueva república que se rija por los
valores ancestrales de honestidad y de beneficio común. Los intereses del
conjunto deben estar por encima de los intereses particulares. Pero la única manera
de garantizar una democracia verdadera es mediante una república popular que
reemplace a la decadente república del dinero. El actual Congreso de la
República no es representativo de la ciudadanía peruana sino de la corrupción,
narcotráfico y de intereses deshonestos. La Asamblea Nacional de representantes
del pueblo deberá ser la máxima autoridad de nuestra sociedad.
Atte.
Milcíades Ruiz
Marzo 2018
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