08-03-2018
En algún Congreso sobre Medios Alternativos se
decía que “La evolución de la Web, el surgimiento de los medios
alternativos, las redes sociales de Internet, así como los blogs y wikis, crean
nuevas posibilidades para la comunicación social y política. Este nuevo
escenario comunicativo a nivel internacional demanda cada vez más la creación
de condiciones para maximizar su aprovechamiento”. Sin caer en
empobrecedores maniqueísmos ni valoraciones moralizantes, ni tampoco en
triunfalismos exagerados que pierden la verdadera dimensión de las cosas,
digamos que toda esta amplia batería de nuevas tecnologías ofrece interesantes
posibilidades si lo pensamos desde una perspectiva transformadora, quizá
revolucionaria incluso, al mismo tiempo que no se pueden desconocer sus
peligros latentes. El reto está en ver cómo se navega en esas aguas y se puede
llegar a buen puerto.
Las llamadas Tecnologías de la Información y
Comunicación -TICs- son especialmente atractivas, y con mucha facilidad pueden
pasar a ser adictivas (de la real necesidad de comunicación fácilmente se puede
pasar a la “adicción”, más aún si ello está inducido, tal como sucede
efectivamente). En una investigación que se hizo vez pasada en Guatemala sobre
este tópico se preguntó a jóvenes usuarios de estas tecnologías -de distinta
extracción social, de ambos sexos, con edades de entre 17 y 25 años- si al
estar haciendo el amor reciben una llamada a su teléfono celular, ¿qué harían?
Muchos y muchas (alrededor de un 75%) respondieron que, sin dudarlo, contestarían.
No hay dudas que estamos ante un importante cambio de actitudes.
Estamos invadidos por una cultura del uso de lo
digital; se nos ha dicho incluso, interesadamente o no, que la llamada
“Primavera árabe”, por ejemplo, se provocó por la catarata de mensajes de texto
transmitidos en los teléfonos móviles y por el uso de las llamadas redes
sociales. ¿Las nuevas revoluciones, entonces, se construirán sobre la base de
realidades virtuales que movilizan a las masas? En Guatemala los movimientos
cívicos anticorrupción del 2015 que terminaron sacando del poder a presidente y
vicepresidenta se generaron casi exclusivamente a través de redes sociales
(luego se supo que hubo ahí una monumental manipulación, habiéndose creado
cantidad de perfiles falsos desde donde se lanzaron las convocatorias).
Dejamos aquí el análisis político pormenorizado
tanto del movimiento de los pueblos árabes como lo que se jugó en Guatemala,
porque no es el espacio adecuado para tratarlo, pero no podemos menos de
indicar que estas nuevas modalidades comunicacionales tienen una fuerza
decisiva. En la actualidad vivimos una cierta entronización de lo digital que
puede llevarnos a verlo como panacea. De todos modos, más allá de la interesada
prédica que identifica a las TICs con una nueva pretendida solución universal,
no hay dudas que tienen algo especial que las va tornando imprescindibles.
Estar “conectado”, estar todo el tiempo con el
teléfono celular en la mano, estar pendiente eternamente del mensaje que puede
llegar, de las redes sociales, del chat, constituye un hecho culturalmente
novedoso. ¿Quién perteneciente a una generación anterior a la actual
respondería afirmativamente a la pregunta arriba citada, respecto a la intimidad
de su vida sexual y el uso de un teléfono?
La definición más ajustada para un teléfono celular
(lo mismo se podría decir de las TICs en general) es que, poseyendo el equipo
en cuestión -teléfono, computadora, acceso a internet- se está “conectado”, que
es como decir: “estar vivo”. Definitivamente todas estas tecnologías van mucho
más allá de una circunstancial moda: constituyen un cambio cultural profundo,
un hecho civilizatorio, una modificación en la conformación misma del sujeto y,
por tanto, de los colectivos, de los imaginarios sociales con que se recrea el
mundo. Eso nos abre forzosamente la pregunta: ¿constituyen también un arma
política? ¿Son un instrumento más para el cambio social? La revolución
socialista (pensemos que eso, aunque hoy día esté supuestamente “pasado de
moda”, sigue siendo una posibilidad), ¿puede beneficiarse de estos
instrumentos?
Lo importante a destacar es que esa penetración que
tienen las TICs no es casual. Si gustan de esa manera, es por algo. Como mínimo
se podrían señalar dos características que le confieren ese grado de atracción:
a) están ligadas a la imagen, y b) permiten la interactividad en forma
perpetua.
La imagen juega un papel muy importante en las
TICs. Lo visual, cada vez más, pasa a ser definitorio. La imagen es masiva e
inmediata, dice todo en un golpe de vista. Eso fascina, atrapa; pero al mismo
tiempo no da mayores posibilidades de reflexión. “La lectura cansa. Se
prefiere el significado resumido y fulminante de la imagen sintética. Ésta
fascina y seduce. Se renuncia así al vínculo lógico, a la secuencia razonada, a
la reflexión que necesariamente implica el regreso a sí mismo”, se quejaba
amargamente Giovanni Sartori (1). Lo cierto es que el discurso y la lógica del
relato por imágenes están modificando la forma de percibir y el procesamiento
de los conocimientos que tenemos de la realidad. Hoy por hoy la tendencia es ir
suplantando lo racional-intelectual -dado en buena medida por la lectura- por
esta nueva dimensión de la imagen como nueva deidad.
Junto a eso cobra una similar importancia la
fascinación con la respuesta inmediata que permite el estar conectado en forma
perpetua y la interactividad, la respuesta siempre posible en ambas vías,
recibiendo y enviando todo tipo de mensajes. La sensación de ubicuidad está así
presente, con la promesa de una comunicación continua, amparada en el anonimato
que confieren en buena medida las TICs. (Muchos “tímidos” consiguen pareja por
su intermedio. Eso es un hecho. Además, a partir de ese anonimato, cualquiera
se puede permitir cualquier cosa, opinar, decir lo que jamás diría cara a cara,
insultar, provocar, etc., etc.).
La llegada de estas tecnologías abre una nueva
manera de pensar, de sentir, de relacionarse con los otros, de organizarse; en
otros términos: cambia las identidades, las subjetividades. ¿Quién hubiera
respondido algunas décadas atrás que prefería contestar el teléfono fijo a
seguir haciendo el amor?
Hoy día la sociedad de la información, por medio de
estas herramientas, nos sobrecarga de referencias. La suma de conocimiento, o
más específicamente: de datos, de que se dispone es fabulosa. Pero tanta
información acumulada, para el ciudadano de a pie y sin mayores criterios con
que procesarla, también puede resultar contraproducente. Puede afirmarse que existe
una sobreoferta informativa. Toda esta saturación y sobreabundancia de
¿información?, y su posible banalización, se ha trasladado a la red, a las TICs
en general, inundando todo. De una cultura del conocimiento y su posible
apropiación se puede pasar sin mayor solución de continuidad a una cultura del
divertimento, de la superficialidad. Las TICs permiten ambas vías. Se ha
hablado, entonces, de intelicidio. Parecería que las redes sociales
contribuyen mucho a eso: el olvido (¿o la muerte?) del pensamiento crítico. La
opinión política, el análisis pormenorizado, la reflexión profunda se va
reemplazando por un tuit de 150 caracteres.
Si bien las TICs se están difundiendo por toda la
sociedad global, quienes más se contactan con ellas, las utilizan, las
aprovechan en su vida diaria dedicándole más tiempo y energía, y
concomitantemente viéndose especialmente influenciados por ellas, son los
jóvenes. Es evidente que la globalización en curso uniforma criterios sin
borrar las diferencias estructurales; de ahí que, diferencias mediantes, las
generaciones actuales de jóvenes son todas “hijas de las TICs”, o “nativos
digitales”, como se les ha llamado. “Aquello que para las generaciones
anteriores es novedad, imposición externa, obstáculo, presión para adaptarse
-en el trabajo, en la gestión, en el entretenimiento- y en muchos casos temor
reverencial, para las generaciones más jóvenes es un dato más de su existencia
cotidiana, una realidad tan naturalizada y aceptada que no merece siquiera la
interrogación y menos aún la crítica. Se trata en efecto de una condición
constitutiva de la experiencia de las generaciones jóvenes, más instalada e
inadvertida a medida que se baja en la edad” (2)
En esa dimensión, lo importante, lo definitorio es
estar conectado y siempre disponible para la comunicación. De esa lógica surgen
las llamadas redes sociales, espacios interactivos donde se puede navegar todo
el tiempo a la búsqueda de lo que sea: novedades, entretenimiento, información,
aventura, etc., etc. En las redes sociales, usadas fundamentalmente por
jóvenes, alguien puede tener infinitos amigos. O, al menos, la ilusión de una
correspondencia infinita de amistades. En esa línea, creemos importante no
dejar de hacer notar que la superficialidad no es ajena a buena parte de la
cultura que generan las TICs. De ahí que debe verse muy en detalle cómo estas
tecnologías comportan, al mismo tiempo que grandes posibilidades, también
riesgos que no pueden menospreciarse. La cultura de la ligereza, de lo
superficial y falta de profundidad crítica puede venir de la mano de las TICs,
siendo los jóvenes -sus principales usuarios- quienes repitan esas pautas. Sin
caer en preocupaciones extremistas, no hay que dejar de tener en vista que esa
entronización de la imagen y la inmediatez, en muchos casos compartida con la
multifunción simultánea (se hacen infinitas cosas al mismo tiempo), puede dar
como resultado productos a revisar con aire crítico: “en términos
mayoritarios [los jóvenes usuarios de TICs] adquieren información
mecánicamente, desconectada de la realidad diaria, tienden a dedicar el mínimo
esfuerzo al estudio, necesario para la promoción, adoptan una actitud pasiva
frente al conocimiento, tienen dificultades para manejar conceptos abstractos,
no pueden establecer relaciones que articulen teoría y práctica”. (3)
Pero si bien es cierto que esta cibercultura abre
la posibilidad de esta cierta liviandad, también da la posibilidad de acceder a
un cúmulo de información y a nuevas formas de procesar la misma como nunca
antes se había dado, por lo que estamos allí ante un fenomenal reto.
Los medios alternativos de comunicación -como el
presente, en el que se está leyendo este texto, y que hacen uso de la red, de
todas estas nuevas herramientas digitales- son un granito de arena más en la larga
y continuada lucha por un mundo mejor. Hoy, caído el Muro de Berlín, y con él
muchas esperanzas, no hay dudas que el campo popular está un poco (bastante)
falto de ideas claras, de referentes precisos en la batalla por esas
transformaciones. Los ideales de algunas décadas atrás, si bien no han
desaparecido, quedaron golpeados. La fabulosa ola neoliberal que todavía nos
sigue afectando ha significado un golpe muy grande para la izquierda, para el
campo popular, para la ideología de la transformación.
En ese marco, la cultura digital que ha llegado con
una fuerza fabulosa, abre un reto: obviamente, en tanto tecnología, no es
“buena” ni “mala”. Plantearlo así es sumamente reduccionista, equivocado en
definitiva. Pero no se puede dejar de considerar cómo funciona, quién la
maneja, qué papel juega para los grandes poderes globales como negocio y como
mecanismo de control social. La posibilidad de construir ahí un espacio
alternativo está abierta.
Eso, sin dudas, implica una lucha
(¿hay acaso algún aspecto de lo humano que no la implique?), pues los grupos de
poder utilizan este instrumental con fines de conservadurismo, para que nada se
altere. Y por cierto que lo saben hacer muy bien. De hecho cada vez más
asistimos a un uso mentiroso de estas posibilidades tecnológicas. Por lo
pronto, en forma creciente y en todas partes del mundo, la práctica política se
basa en el más repugnante engaño bien montado, mercadológicamente ofrecido. “ En
la sociedad tecnotrónica el rumbo lo marcará la suma de apoyo individual de
millones de ciudadanos incoordinados que caerán fácilmente en el radio de
acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo
efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y controlar
la razón ”, pedía el polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky. Y así es,
pues cada vez más asistimos a la creación de los llamados “perfiles falsos” en
las redes sociales por parte de los políticos y/o las usinas ideológicas para
hacer creer lo que no es (que los políticos tienen muchos seguidores, que la
población los ama, que está de acuerdo con su accionar, inoculando ideología,
diezmando el pensamiento crítico. ¿Queda claro por qué lo de intelicidio?).
¿Por qué una gran cantidad de personas en todo el mundo repite lo que repite
sin cuestionárselo? Que en Venezuela hay una narcodictadura, por ejemplo; que
los misiles nucleares norcoreanos son peligrosos para la paz mundial, pero no
así los estadounidenses, solo para poner algunos patéticos ejemplos. El engaño
sigue estando presente en el ejercicio del poder, y las redes sociales
(atractivas, envolventes, fáciles de usar) lo permiten muy ampliamente. O más
aún: lo estimulan a niveles exponenciales.
No debemos dejar de tener en cuenta que se han
abierto ciertos canales para una relativa democratización de la información. En
cierto sentido, todos podemos dejar nuestra marca en la red de redes, decir,
denunciar, hacer evidentes ciertas cosas. Pero no hay que olvidar que ese
fabuloso espacio virtual también está hiper controlado por los enormes poderes
de siempre, que el tráfico satelital no lo maneja el campo popular, que
tecnológicamente dependemos de unos pocos servidores que manejan ese tráfico.
La ilusión de creer que la revolución se agota en una pantalla es un peligro.
Bienvenidas las tecnologías digitales, sin duda. Aprovechémoslas, conozcámoslas
en profundidad, saquémosle el máximo posible de provecho. Pero estemos
conscientes que la organización popular, que la revolución socialista no son
cuestiones puramente técnicas. La tecnología, si no está al servicio de la
causa del Ser Humano como especie, sigue siendo un mecanismo de dominación.
Los medios alternativos de comunicación son un
elemento más de un prolongado combate popular en pro de un mundo con mayor
justicia, combate que por cierto no ha terminado aún, que ha perdido quizá la
batalla de estas últimas décadas, pero no la guerra.
____________________
NOTAS
1. Sartori, Giovanni. Homo
videns. La sociedad teledirigida. Ed. Taurus. Barcelona, 1997.
2. Urresti, Marcelo. Ciberculturas
juveniles. La Crujía Ediciones. Buenos Aires, 2008.
3. Estévez, C. La comunicación en
el aula y el progreso del conocimiento , en Urresti, Marcelo. 2006.
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