28/04/2018
| Daniel Tanuro
"Como puede colapsarse todo", es el
título de un libro publicado en 2015. Pablo Servigne y Raphael Stevens, los
autores retomaban la tesis del colapso de las sociedades popularizada por el
exitoso autor Jared Diamond. Pretendiendo limitarse a la constatación de un
colapso inevitable vistos los diagnósticos de la ciencia, los dos autores
creaban el término de colapsología; dicho de otra forma, la ciencia de
la catástrofe ecológica que provocaría el colapso de la sociedad humana. El
término tuvo cierto éxito, hasta el punto que Le Monde, en su edición
del 14 de enero de 2018, creyó poder apreciar el nacimiento de una "nueva
ciencia interdisciplinar"... Pablo Servigne ha gozado de numerosas
posibilidades mediáticas para exponer su análisis. Queriendo saber más sobre el
tema y favorecer un debate abierto sobre la colapsología y los colapsólogos,
la revista [bimensual] de Ecología Política suiza Moins!, solicitó una
contribución de Daniel Tanuro, que ya hizo un análisis crítico de "Como se
puede colapsar todo" cuando se publicó el libro 1/.
En el texto que sigue (que publicamos con la amable autorización de la
redacción de Moins!), profundiza en el debate.
La colapsología y el ecosocialismo presentan
ciertos puntos comunes pero también serias diferencias. Hay que desear que el
debate permita resolverlas, o en su defecto, clarificarlas. Con este espíritu
está escrita esta contribución. Estamos de acuerdo en un punto importante: no
se trata de una crisis, tal como se entiende una crisis económica o una crisis
de fe, es decir, de fenómenos pasajeros. A lo que estamos confrontados es
infinitamente más grave. Pero, a pesar de todo, el porvenir permanece abierto.
Lo que está al orden del día ss la lucha, no la resignación enlutada.
Según el programa internacional geosfera-biosfera,
la sostenibilidad de la civilización humana depende de nueve parámetros
ecológicos. Para cada uno de ellos se define una frontera de riesgo que no hay
que franquear. La actual reconstitución de la capa de ozono es el único punto
positivo. Se desconoce la frontera para dos parámetros y está franqueada para
tres de los otros seis: el declive de la biodiversidad, la perturbación del
ciclo del nitrógeno y la concentración atmosférica de gas con efecto
invernadero.
Contentémonos con la indicación sobre el cambio
climático: los científicos sitúan entre +1ºC y +4ºC (en relación a la era
preindustrial) el punto de transición más allá del cual el casquete glaciar de
Groenlandia se dislocará, provocando in fine una subida de siete metros
del nivel de los océanos. Desde 2016, el calentamiento es superior a 1ºC;
estamos por tanto en la zona de riesgo. De todas formas, sin medidas drásticas,
es muy probable que en los próximos decenios el nivel de los océanos suba de 60
a 80 cm. Entonces, varios centenares de millones de personas se verán obligadas
a desplazarse.
No estaríamos en esa trágica situación si en
elmarco de la Conferencia de Río, en 1992, se hubieran decidido serias
reducciones de las emisiones de gases con efecto invernadero didas. Pero las
emisiones han aumentado más rápidamente que nunca. Incluso, en 2017, se ha
batido el récord: ¡el 3,7% de subida! Al ritmo actual, el presupuesto de
carbono que da dos oportunidades de tres de no superar 1,5º C de calentamiento
estará agotado en 2030; el de 2º C lo estará en 2050.
De esos datos, las y los colapsólogos
concluyen que es inevitable el colapso y que ya ha comenzado 2/.
Se inscriben en el análisis de Jared Diamond: la sociedad está cortando la rama
medioambiental en la que está sentada; por tanto, se colapsará, como se han
colapsado otras sociedades humanas en el pasado (Isla de Pascua, Mayas, etc.) 3/.
¿Qué significa esto? No se trata simplemente del
colapso de una estructura político-estatal, como fue el caso de la caída del
imperio romano, sino de un ecocidio, que provoca la superación de la
"capacidad de carga" y la desaparición de una gran parte de la
población, incluso de la mayoría de ésta. El éxito de esta tesis estaba
asegurado conla metáfora de la isla de Pascua. Según Diamond, la población en
la Isla de Pascua se habría multiplicado hasta alcanzar 30.000 personas.
Habrían destruido el ecosistema cortando las grandes palmeras para desplazar
sus estatuas, de forma que cuatro quintas partes de la población perecieron. El
planeta estaría hoy en la misma situación. Estaría a punto de producirse un
colapso global.
Esta es la visión que retoman Pablo Servigne y
Raphael Stevens. Solo que las cosas no ocurrieron así en la Isla de Pascua.
Está comprobado que la gente de Pascua no superó nunca las 3.500 personas. Las
grandes palmeras habrían desaparecido como consecuencia de la proliferación de
roedores importados por gente de Polinesia. El misterio del cese en la
producción de las estatuas se explica por factores sociales. El golpe de gracia
a la civilización de Pascua le llegó del exterior: las incursiones esclavistas,
que diezmaron la población.
Especialistas de los diferentes casos citados por
Diamond se asociaron para producir un libro colectivo de éxito: Questioning
Collapse 4/.
Se trata de un trabajo científico, no de un libro para el gran público; por
tanto, no tuvo la resonancia de Effondrement. Pero, ¿por qué científicos como
Pablo Servigne y Raphael Stevens continúan citando a Diamond? ¿Por qué no
mencionan Questioning Collapse, que concluye que la tesis del colapso
medioambiental de las sociedades del pasado no tiene fundamento alguno? Podrían
hacerlo porque, tratándose del presente, las y los colapsólogos tienen
toda razón la: la destrucción medioambiental hace planear una amenaza real de
colapso. Las y los ecosocialistas comparten totalmente esta inquietud. Por el
contrario, estamos en profundo desacuerdo con la forma resignada de considerar
el colapso como un acontecimiento a aceptar porque sería inevitable.
Pablo Servigne declara en una entrevista que esta
inevitabilidad se basa en un "conjunto de pruebas científicas" 5/.
Esta afirmación es muy discutible. En realidad, cuando especialistas de la
amenaza medioambiental salen de la estricta exposición de hechos, aparecen dos
grandes orientaciones.
La primera es la de los y las investigadoras para
quienes el crecimiento es una vaca sagrada. Creen que milagrosas tecnologías
permitirán evitar la catástrofe, sin cambiar nada del sistema económico. Esta
orientación es netamente mayoritaria. En el 5º informe del GIEC (que hace la
síntesis de los trabajos existentes), más del 90% de los escenarios para
permanecer por debajo de 2ºC de calentamiento están basados en la hipótesis de
un despliegue masivo de la bioenergía para la captura y el secuestro del
carbono (una forma de geoingeniería llena riesgos ecológicos y sociales).
La segunda orientación, muy minoritaria, emana de
investigadores e investigadoras para quienes el crecimiento es una calamidad y
que imputan la responsabilidad de la catástrofe al género humano. En su
opinión, la tecnología y la producción social serían productivistas por
definición. Ni se les pasa por la cabreza la idea de que la sociedad actual va
directa contra el muro porque tiene por objetivo el beneficio de capitalistas
que se pelean por partes de mercado. Debido a ello, para esta gente la única
solución es reducir la población. Algunos y algunas dicen francamente que la
Tierra está enferma de humanidad. Les resulta más fácil imaginar la
desaparición del género humano que la del capitalismo que, sin embargo, solo
existe desde hace doscientos años...
En general, estas dos orientaciones tienen en común
hacer como si las relaciones sociales de la sociedad capitalista dependieran de
leyes naturales. Ahora bien, en lugar de criticar "la Ciencia"
sobre este punto, los y las colapsólogas la imitan.
En la entrevista citada más arriba, Pablo Servigne
explica que el colapso es inevitable porque "nuestra sociedad está basada
tanto en las energías fósiles como en el sistema-deuda"; dice que
"para funcionar, cada vez necesita de más crecimiento", y que
"sin energías fósiles, no hay más crecimiento"; "por tanto jamás
se pagarán las deudas "; de ahí que "todo nuestro sistema
socio-económico se va a colapsar". En el libro escrito con Stevens
desarrolla el mismo análisis.
Sin embargo, ¡no se pueden mezclar las manzanas de
los combustibles fósiles con las peras de la deuda! Las empresas fósiles y sus
accionistas no quieren dejar de explotar los stocks fósiles porque eso haría
estallar la burbuja financiera. OK. Pero esta burbuja está compuesta de
capitales ficticios. Es el producto de la especulación. No tiene nada que ver
con el mundo físico. Ninguna ley natural dice que la factura por el estallido
de la burbuja de carbono debe ser pagada por el resto de la sociedad. Por
tanto, ninguna ley natural dice que ese estallido debe colapsar a la población
mundial. Ninguna ley natural dice, tampoco, que la única forma de escapar a esa
amenaza sea "hacer el duelo" y retirarse al campo para fundar
pequeñas comunidades resilientes (experiencias interesantes por otra parte,
pero ese no es el debate). Que los y las accionistas paguen los gastos de su
despilfarro y el problema de la deuda estará resuelto.
Más de la mitad de las emisiones de gas con efecto
invernadero es atribuible al diez por ciento más rico de la población mundial.
Dicho de otra forma: más de la mitad de la energía consumida lo hace con el
objetivo de satisfacer las necesidades de los ricos. Añadamos la energía
derrochada en la fabricación de armas (para defender los intereses de los
ricos) y productos de obsolescencia programada (para aumentar los beneficios de
los ricos), así como el derroche de cerca de la mitad de la producción
alimenticia mundial (debido sobre todo a la carrera por los beneficios
instituida por los ricos) y el análisis cambia completamente. ¿Es gravísima la
situación? ¡Si!. ¿Hay una amenaza de colapso? Si. Pero esta salida no es en
absoluto inevitable. Puede convertirse en inevitable si no imponemos
respuestas anticapitalistas. ¡Es un matiz importante! Por ello, las prácticas
comunitarias alternativas deben articularse sobre una estrategia social y
luchas anticapitalistas, en particular para bloquear los proyectos de expansión
del capital fósil.
Negándose a sacar esta sencilla conclusión, las y
los colapsólogos entran en un terreno muy resbaladizo: el de la
resignación fatalista frente al riesgo de ver a centenares de millones de seres
humanos pagar con su vida la destrucción del medio ambiente debido a la locura
desarrollista del capital. En su libro, Servigne y Stevens evocan,
acrítricamente, pronósticos de colapso de más de la mitad de la población
mundial. Su llamada fatalista a "aceptar el duelo" podría por tanto
tomar un significado siniestro. Este riesgo de derrape deriva precisamente del
hecho de que la colapsología naturaliza las relaciones sociales de la
misma forma que los investigadores partidarios de la segunda orientación
evocada más arriba, algunos de los cuales (Diamond por ejemplo) son
neomaltusianos. Las respuestas dubitativas de Pablo Servigne sobre Maltus son
por otra parte significativas: su marco de lectura colapsológica le
impide ver que el autor del Ensayo sobre el Principio de Población no
fue un precursor ecologista sino el ideólogo cínico de la eliminación de los
pobres en beneficio de la acumulación para los ricos 6/.
En un segundo libro (escrito con Gauthier
Chapelle), Pablo Servigne prolonga la reflexión de Kropotkin sobre la ayuda
muta en el mundo vivo 7/.
Es un punto importante. En concreto, la cooperación es una característica del Homo
sapiens como animal social. El capitalismo, que está basado en la lucha de
todos y todas contra todos y todas, es por ello un modo de producción
contranatura. Hay que esperar que esta constatación permitirá a las y los colapsólogos
salir de su resignación enlutada. Pero no basta con llamar al rescate a la
biología. La naturaleza humana solo existe de forma concreta a través de sus
formas históricas. La ayuda mutua verdadera, la que se manifiesta espontánea
pero fugitivamente en las catástrofes, no puede solidificarse mas que a través
de la autoorganización de la lucha contra la destrucción capitalista. A fin de
cuentas, para que se imponga, será necesario poner las bases de una sociedad
diferente, basada en la satisfacción de las necesidades humanas reales,
democrática y prudentemente determinadas en el respeto a los ecosistemas. A
esta lucha y esta forma histórica la llamamos ecosocialismo.
23/04/2018
Traducción: Faustino Eguberri para viento
sur
1/ Daniel Tanuro, ESSF (article 35111), Crise
socio-écologique : Pablo Servigne et Rafaël Stevens, ou l’effondrement dans la
joie. https://www.europe-solidaire.org/spip.php?article35111
2/ Comment tout peut s’effondrer. Petit manuel de
collapsologie, Pablo Servigne et Raphaël Stevens, Seuil, 2015
3/ Jared Diamond, Effondrement : Comment les sociétés
décident de leur disparition ou de leur survie, Folio essais 2009.
4/ Questioning Collapse. Human Resilience, Ecological
Vulnerability, and the Aftermath of Empire, Patricia A. McAnany et al.,
Cambridge University Press, 2010.
6/ Entrevista en Contretemps, 7/03/2018. Las y
los colapsólogos dicen que las poblaciones pobres del Sur serán las menos
afectadas por el desmoronamiento, porque su existencia es la menos artificial.
Es desgraciadamente (¿poer es una sorpresa?) lo contrario de lo que puede pasar
y ocurre ya ante nuestros ojos.
7/ L’entraide. L’autre loi de la jungle, Pablo
Servigne et Gauthier Chapelle, Les liens qui libèrent, 2017.
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