Jorge Majfud
ALAI
AMLATINA, 16/04/2018.- Semanas atrás publicamos
unas breves reflexiones sobre “La gran crisis del siglo
XXI”. Un problema menor es que nos acusen de
dramáticos, grandilocuentes y apocalípticos. Todo eso es irrelevante,
olvidable. A riesgo de equivocarnos, como todos, como en todo, nuestra
obligación es la de aportar alguna mirada general sobre los problemas más importantes
que pueden afectar a la humanidad en el tiempo presente y en los tiempos por
venir, aunque para entonces ya no estaremos caminando sobre este hermoso
planeta ni estaremos disfrutando de ese maravilloso y tan desvalorado milagro
de estar vivo.
Para mí
no quedan dudas. La gran crisis planetaria que va a enfrentar la humanidad y el
resto de las especies sobre este planeta sigue centrada en el problema
socio-ecológico. Las dos bombas de tiempo que indicábamos en el artículo
anterior (la peligrosísima e insostenible concentración de riqueza, mero
secuestro del progreso humano por parte de una elite financiera, y la próxima
aceleración del cambio climático), ambas unidas por un sistema social y
económico basado en el consumo y el despilfarro (“La
pandemia del consumismo”, 2009), se librarán a
través de la próxima gran revolución tecnológica, sin duda con un mayor impacto
que la que produjo Internet.
Me
refiero a la Inteligencia Artificial.
Hace diez
años observábamos que “mientras las universidades logran robots que se parecen
cada vez más a los seres humanos, no sólo por su inteligencia probada sino
ahora también por sus habilidades de expresar y recibir emociones, los hábitos
consumistas nos están haciendo cada vez más similares a los robots”. La misma
idea es recogida en el libro Cyborgs (2012) pero procede de mi segundo
libro Crítica de la pasión pura (1998). Obviamente, por “robots” me
estaba refiriendo a un concepto que, por entonces, no se había desarrollado
como ahora: la Inteligencia Artificial. El tiempo ha confirmado este pesimismo
y me ha corregido en algunos optimismos de la misma época sobre la Democracia
Directa derivada de las Comunidades en línea (aunque ¿quién sabe? tal vez
todavía sea posible).
Hoy los
robots se están comiendo millones de puestos de trabajo y, con todo, eso no
parece ser nada en comparación a la revolución de la IA. Los robots son
peligrosos para los trabajadores sólo si los beneficios de su eficiencia se
siguen concentrando en los “dueños de los medios de producción” (perdón por la
terminología marxista) y no llegan a los trabajadores, que fueron quienes
aportaron, con su trabajo y sus impuestos, para que todo ese conocimiento se
desarrollara en las universidades. Los profesores no sólo recibimos nuestro
salario de las matrículas y de los impuestos (en el caso de las universidades
públicas), sino que mientras nos dedicamos a la investigación y la
especulación, a inventos que dejarán a nuestros beneficiaros sin trabajo, otros
(los beneficiarios) están doblados bajo el sol en los campos, cultivando y
cosechando los alimentos o subiendo y bajando cajones de fruta que luego
compramos casi sin esfuerzo en los aclimatados supermercados. Pero ni siquiera
los inventores ni los profesores que participaron en el proceso se beneficiaron
ni se beneficiarán económicamente de esas proezas de la alta tecnología como lo
han hecho y lo seguirán haciendo los secuestradores, los “genios” de los
negocios que más que inventar algo simplemente se embolsaron los beneficios.
Como siempre, serán los dueños del dinero quienes hagan más dinero y sean
venerados por los adelantos de nuestras sociedades. En fin, esas tonterías como
que gracias al bueno del Bill Gates o de algún otro multimillonario tenemos
internet y computadoras, etc.
Volvamos
al punto central. Las IAs no son como los robots, meros brazos efectivos, sino
cerebros implacables que ya se están usando en las grandes compañías y corporaciones
del centro del mundo. Casi nunca están en los robots, como Terminator,
sino en espacios virtuales, lo que las hace aún más temerarias. Pronto podrán
entender a los seres humanos mejor que cualquier psicoanalista y, obviamente,
no necesitarán veinte años de terapia. Actualmente, ya están siendo usadas para
leer los currículums de los solicitantes de trabajo y son capaces de
seleccionar a los mejores candidatos en base a predicciones: María renunciará
en dos años; José pedirá aumento de sueldo antes del tercer año. Etcétera.
Claro, pronto ni María ni José serán necesarios ni para cuidar niños ni
ancianos porque las IA podrán hacerlo mucho mejor y cometiendo menos errores.
Esto, que
en principio puede ser celebrado por los optimistas por su incuestionable
aumento de la repetida, hasta el hastío, efectividad, tiene su lado
tenebroso. Los robots inteligentes no necesitan ser malos para organizar el
Mal. Basta con que sirvan a los poderosos, como cualquier otra innovación
previa, ya sean gobiernos despóticos o mega compañías (despótica y
manipuladora, como cualquier gran compañía, según lo demuestra la historia).
Podríamos
poner cien ejemplos, pero por razones de espacio consideremos un simple
aspecto. Desde hace miles de años, todos llevamos nuestra privacidad de paseo
por todos los lugares públicos por dónde vamos. Con las AI, esta privacidad se
disolverá automáticamente. El reconocimiento facial no sólo puede detectar
mentirosos, o la orientación sexual (esto no es especulación; ya está
ocurriendo de forma inadvertida por el público), sino muy pronto cualquier IA
podrá determinar en unos pocos segundos qué ideas políticas, sociales,
religiosas y sociológicas tenemos, ya sea leyendo un simple CV, un texto,
artículo, carta o escaneando nuestro rostro. No será algo muy difícil de
concretar, considerando lo que ya se está haciendo.
Como
consecuencia, los disidentes de ese orden infinitamente opresivo no tomarán
armas tradicionales sino las mismas basadas en IA o similares. Serán los
hackers del futuro y, como en el pasado, serán los guerrilleros idealistas y
los criminales comunes, todos metidos en una misma bolsa por quienes ostentarán
el poder de los dioses (o los demonios).
¿Terminará
esta lucha en una negociación pacífica? Bueno, eso nunca ha ocurrido en la
historia, salvo excepciones, como el derecho a las ocho horas de trabajo, etc.
¿En una restauración violenta de la libertad y de los derechos individuales de
todos, más o menos como en la Revolución Francesa o en otros magnicidios?
¿Estarán los individuos suficientemente intoxicados por la educación funcional,
dócil, acrítica, y la manipulación ideológica y psicología como para que no
haya ninguna lucha por la libertad o la conciencia de la opresión? Como en
tantos otros períodos de la historia ¿serán los esclavos los más fervientes
defensores del sistema esclavista? ¿Podemos los “viejos anticuados” decirle
algo útil desde la perspectiva del año 2018 a los “liberados” o “superados” del
2040 y del 2070?, ¿algo que sirva de advertencia a aquellos que por entonces se
encuentren inmersos en la tormenta de su propio presente?
O, peor,
¿terminará nuestra orgullosa y arrogante especie humana en un colapso final?
Nadie
puede tener una respuesta concluyente a ninguna de estas preguntas. Pero
plantearlas y advertir los grandes problemas actuales y de las generaciones
futuras es, simplemente, nuestra obligación moral.
- Jorge
Majfud es escritor
uruguayo estadounidense, autor de Crisis y otras novelas.
URL de este artículo: https://www.alainet.org/es/articulo/192275
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