¿Es una
opción de futuro la alternativa insurreccional en América Latina?
Kritica
8-04-2018
Nota: En
América Latina se persigue a los pueblos originarios, les arrebatan sus
tierras, los encarcelan y violan a sus mujeres y niños. La pobreza y la
desigualdad social se expanden como pandemia. Nuevos totalitarismos, golpes de
Estado, fraude electoral y pérdida de derechos políticos se unen a un
imperialismo cada vez más depredador. La neo-oligarquización del poder abre la
puerta a nuevos movimientos insurgentes.
John Kennedy.
No corren buenos tiempos para la democracia
representativa, forma por excelencia de dominación burguesa occidental, en
América Latina. En nuestro continente la hechura por antonomasia de ejercicio
del poder ha sido la dictadura y los regímenes autocráticos. Su receta para
garantizarse el control de las instituciones y evitar la derrota política son
el fraude electoral y el sempiterno recurso del golpe de Estado.
Un espejismo hizo albergar falsas expectativas.
Durante un breve periodo –el comprendido entre el fin de la guerra fría y el
ataque a las Torres Gemelas (1989-2001) pareció que las burguesías
latinoamericanas habían asumido un comportamiento democrático.
Eliminado el fantasma del comunismo, no había
enemigo en el corto plazo. Imbuidas de una fe ciega por haber desarbolado
cualquier proyecto que les hiciese sombra, no dudaron en asumir un discurso
democrático reivindicando un nuevo orden, en el cual se respetarían las reglas
del juego, renunciando a las viejas prácticas desestabilizadoras, golpes de
Estado y fraudes electorales.
Por otro lado, la izquierda política
latinoamericana y, más aún, la izquierda social siempre han luchado por
conquistar espacios institucionales, ampliar los derechos sociales, políticos y
económicos bajo el marco de unas elecciones limpias donde se respetasen los
resultados. La reconversión hacia la democracia de la burguesía facilitaba el
advenimiento de un espacio común de lucha política.
La coincidencia en los objetivos de mediano y largo
plazos, un ordenamiento en el cual los conflictos se resolvieran en la arena
electoral y la negociación, llevó a consensos para reformar constituciones,
legitimar la participación de nuevos actores y asumir el resultado de las
urnas, favoreciendo a unos u otros. La vía insurreccional se descartaba y
entraba en barbecho buscando soluciones a los conflictos armados en la región
abriendo una etapa de reconciliación. Desarme, negociación y reconversión de
movimientos armados en partidos políticos era el horizonte dibujado para el
futuro siglo XXI.
Lamentablemente, las esperanzas se vieron
frustradas al momento de renacer alternativas populares cuyos proyectos
cuestionaron el orden neoliberal. La derecha política y las clases dominantes
deciden retroceder sobre sus pasos, recurriendo al fraude electoral y
reinventando los golpes de Estado.
El acceso al Ejecutivo de gobiernos populares, antimperialistas,
democráticos, se ha visto frustrado mediante la manipulación y el dolo en las
urnas. Han disparado toda la munición para hacer inviable el acceso al poder
político de alianzas populares, heterodoxas y revolucionarias en las maneras de
entender el proceso de toma de decisiones, cuyo sello de identidad es el
compromiso sin ambages con los valores democráticos. Alianzas de amplio
espectro defienden programas destinados a frenar la desarticulación de los
débiles sistemas públicos de salud, educación, vivienda y derechos laborales
emergentes en los años del desarrollismo.
Vistas como un peligro para los intereses del nuevo
complejo financiero industrial militar, sufren el ataque inmisericorde de las
burguesías trasnacionales, encuadradas en el Consenso de Washington, cuyo papel
ha sido jibarizar los espacios de representación política de las clases
trabajadoras, recortar derechos ciudadanos y articular un capitalismo predador
anclado en la privatización, desregulación y descentralización flexible del
poder, cuyo resultado ha sido el aumento de la desigualdad, la exclusión
social, la precarización laboral, reinventando la esclavitud y ampliando en
grado superlativo el rechazo a la democracia en todas sus formas, reivindicando
la explotación como fuente de progreso.
Más allá del discurso triunfalista del
neoliberalismo, los primeros síntomas de rechazo a sus reformas se hicieron
sentir en México. La insurgencia del EZLN en 1994 puso en evidencia las
consecuencias de un sistema corrupto, ilegítimo y fraudulento. Más tarde, en
1998, el triunfo electoral de Hugo Chávez en Venezuela supuso otro llamado de
atención. En 2001 se produjo en Argentina una crisis de legitimidad, dejando al
descubierto las consecuencias del neoliberalismo. Corralito financiero y despidos
acompañados de represión. Entre 2001 y 2004 ocuparon la Casa Rosada seis
presidentes, hasta el triunfo de Néstor Kirchner. Una ola de optimismo sacudió
el continente.
Lula, en Brasil; Evo Morales, en Bolivia; Correa,
en Ecuador; José Mujica, en Uruguay; Kichner, en Argentina; Manuel Zelaya, en
Honduras, y Fernando Lugo, en Paraguay, ganaban elecciones a contracorriente.
En El Salvador triunfaba el FMLN, en República Dominicana se imponía el
socialdemócrata Leonel Fernández y en Nicaragua los sandinistas recuperaban el
poder. Fue el fin de la ilusión democrática.
No todos concluyeron sus mandatos. Manuel Zelaya,
en Honduras, o Fernando Lugo, en Paraguay, inauguraron los nuevos golpes de
Estado, donde el protagonismo pasó de las fuerzas armadas a magistrados,
senadores, diputados, empresarios y trasnacionales. Asimismo, se bloquea el
acceso a la presidencia en 2012 a Andrés Manuel López Obrador en México, y en
2017, en Honduras, se ningunea el triunfo al candidato de la unidad
anticorrupción, Salvador Nasralla, religiendo a Juan Orlando Hernández con la
complicidad de institutos, centros o consejos electorales. Por no citar el
golpe de Estado en Brasil contra Dilma Rousseff y los intentos por inhabilitar
a Lula.
En la región emergen el asesinato político, las
detenciones arbitrarias, se compran jueces y fiscales, el sistema judicial se
transforma en el brazo ejecutor de las corporaciones trasnacionales y el
empresariado cipayo. Se cierran medios de comunicación independientes,
secuestran a dirigentes campesinos, la guerra sucia renace de sus cenizas.
Periodistas mueren a manos del crimen organizado y
de los cuerpos de seguridad del Estado. Se criminaliza la crítica. La sociedad
se militariza. Se vive un estado de guerra, la presencia continua de las
fuerzas armadas en la calle hace temer lo peor. La vigilancia, el control
social y la violencia estructural permean todas las esferas de la vida
cotidiana.
Se persigue a los pueblos originarios, les
arrebatan sus tierras, los encarcelan y violan a sus mujeres y niños. La
pobreza y la desigualdad social se expanden como pandemia. Nuevos
totalitarismos, golpes de Estado, fraude electoral y pérdida de derechos
políticos se unen a un imperialismo cada vez más depredador. La
neo-oligarquización del poder abre la puerta a nuevos movimientos insurgentes
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