07-05-2018
Elon
Musk, el ejecutivo de Space X, entre otras empresas, manifestaba su temor con
respecto a la inteligencia artificial (IA) y, en un debate con Marc Zuckerberg,
el principal de Facebook, consideraba que éste tomaba muy a la ligera las
consecuencias para la humanidad de la IA. Si Musk se plantea tantos temores con
respecto a la IA, ¿por qué trabaja en ella con tanto ahínco? ¿Acaso sus
aprensiones no señalan una percepción más profunda que el mundo que está siendo
construido desde la globalización puede cambiar radicalmente y que no estamos
preparados para ello?
Es cierto que aún estamos lejos de desarrollar algo
parecido a una conciencia no humana, pero estamos bastante cerca de desarrollar
algoritmos lo suficientemente complejos y con una enorme capacidad heurística
que pueden ser denominados, al menos provisionalmente, como “inteligencia
artificial”.
Si esos algoritmos se integran a la producción de
mercancías y de innovación de procesos, como efectivamente ya está ocurriendo,
el resultado en crecimiento de productividad plantea una contradicción compleja
y profunda para el capitalismo: aquella de la desaparición del valor de las
mercancías, y un desafío a la ley de la escasez y, por tanto, a todo el
discurso de la economía moderna que se sustenta, precisamente, en la noción de
escasez.
La desaparición del valor se expresa en el
decrecimiento del costo marginal hasta llegar casi a cero. Cuando esto sucede
los bienes y servicios tienden a ser gratuitos, ejemplos de ello son Wikipedia,
las redes sociales que reciben información a coste cero, el programa Linux,
etc.
Los bienes y servicios que tienden a costos
marginales cero son aquellos relacionados con la sociedad de la información. El
problema radica en el hecho que el capitalismo no está dispuesto para los
bienes y servicios gratuitos. El concepto de “precio” que define y estructura
al mercado capitalista, impide pensar al capitalismo en términos de libre
acceso y gratuidad. La persistencia del valor y la existencia del capitalismo
como sistema histórico están íntimamente relacionadas.
La IA vinculada a la producción de mercancías
implica, tarde o temprano, la desaparición del valor y la emergencia de una
economía de bienes y servicios con coste marginal cero, porque la productividad
que nace desde la IA tiende al infinito. Se trata de una sociedad de
post-escasez, y una sociedad así no puede ser capitalista.
Esta intuición con todas sus consecuencias sociales
e históricas fue ya desarrollada por Marx en el siglo XIX. A la luz de una
lámpara de queroseno, el pensador que nació hace dos siglos, pudo entrever en
los mecanismos más íntimos del capitalismo el germen de un futuro que solamente
los más visionarios podían discernir.
En 1858, Marx llenaba de anotaciones varios
cuadernos de trabajo que fueron denominados como Grundrisse (Elementos
fundamentales), y que se publicarían recién a mediados del siglo XX. Fueron
sus borradores en los cuales daba rienda suelta a sus intuiciones teóricas. En
uno de ellos, aparece el denominado “Fragmento sobre las máquinas”.
La intuición que Marx plantea ahí puede ser
plenamente comprendida recién ahora en el siglo XXI: el conocimiento social
aplicado a la producción de mercancías implica la separación del trabajo de los
procesos productivos y, en consecuencia, la desaparición del valor.
El sistema social que nace desde esta dinámica, ya
no es, no puede ser, el capitalismo. Ese conocimiento social, en el Fragmento
sobre las máquinas, es denominado por Marx como “intelecto colectivo”.
Ahora bien, la IA es precisamente eso: inteligencia colectiva que puede ser
aplicada a la producción de mercancías. ¿El temor de Musk con respecto a la IA,
no es quizá la sospecha de que, finalmente, Marx pudiese tener razón? ¿Que en
la búsqueda desesperada por la productividad para sostener la tasa de ganancia
el capitalismo, ahora en el siglo XXI y por medio de la IA, estaría creando las
bases de una sociedad diferente?
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