¿Te has puesto a pensar que en estos tiempos que corren todo parece ser succionado por la lógica del espectáculo?
Todo
El
Mundial de Fútbol, el baloncesto de la NBA, las noticias más importantes, la
vida privada de las personas y hasta la política.
Sí:
también la política.
Por
eso escribí un artículo que reflexiona sobre esta espectacularización de la
política. El artículo se titula Voyeurismo del público en la era de
la política como espectáculo.
Para
comprender la vida política de hoy, y para intervenir en ella, es esencial
comprender la lógica del espectáculo. Que es muy diferente por cierto a la
lógica tradicional de la política.
No sé
si el fenómeno es bueno o es malo. Pero es lo que hay sobre la mesa. Entonces
hay que estudiarlo.
Saludos
espectaculares,
Daniel
El público del siglo 21 tiene mucho de voyeur.
Quiere ver, quiere saber, quiere echar una mirada detrás del escenario, en la
trastienda, en las zonas oscuras o pobremente iluminadas de los personajes
públicos. Ya no se conforma con lo que le muestran.
Su mirada ya no se agota en lo visible. Quiere ir más allá.
La televisión, los blogs,
Facebook y otras redes sociales, Twitter, YouTube…son todos medios que de
alguna manera conectan con esa curiosidad por el “detrás de escena” del
espectáculo.
Y la política de hoy se ha
“espectacularizado”, se ha transformado en espectáculo.
Tres notas esenciales caracterizan a un espectáculo: un cuerpo que se exhibe, una mirada que lo observa y una distancia entre cuerpo y mirada. Entonces, más allá del discurso político propiamente dicho, muchos gobernantes y candidatos se muestran, se exponen, levantan el velo que cubría su vida personal.
Tres notas esenciales caracterizan a un espectáculo: un cuerpo que se exhibe, una mirada que lo observa y una distancia entre cuerpo y mirada. Entonces, más allá del discurso político propiamente dicho, muchos gobernantes y candidatos se muestran, se exponen, levantan el velo que cubría su vida personal.
Muchos políticos, pues,
ingresan al mundo del espectáculo mediático. Cada vez más.
A veces espontáneamente, de un
modo casi natural, impulsados por ese espíritu de los tiempos actuales. Son,
como decía aquella vieja canción de Aguaviva aunque en un sentido diferente,
“todos gente de hoy”. Y al ser gente de hoy tienen el espectáculo mediático
incrustado en lo profundo del cerebro.
Al igual que el resto de las personas, claro. Incluyendo a los votantes.
Otras veces la
espectacularización de la política también es producto de la dinámica propia de
los medios de comunicación, y por supuesto de la ávida demanda de la mirada del
espectador.
Yo quiero ver. Yo quiero que me
vean. Yo quiero que lo vean. Es como un coro polifónico de espectadores,
politicos y medios.
En ocasiones, también, una
campaña política busca deliberadamente el espectáculo. ¿Por qué? Porque genera
una notoriedad mucho mayor y más explosiva que la racionalidad discursiva
clásica del político. Genera viralidad: el episodio espectacular se propaga
como un rumor, como un virus…y vuela por todas partes y atraviesa todas las
capas sociales y se aloja hasta en los cerebros más refractarios a la política.
Y además porque esa generación
de espectáculo agrega condimentos al político, aporta toques de humanidad y
facilita que muchos espectadores lo vean no como un ajeno sino como “uno de
nosotros”.
Esto no es menor porque vivimos
en un tiempo de narcisismos conflictivos, donde el ciudadano agobiado por
problemas levanta la mirada hacia los medios de comunicación buscando un
espejo, algo donde reflejarse, alguna superficie o cuerpo que le devuelva la imagen
mejorada de su cotidianeidad.
Ahora bien…¿esto da resultado y
aumenta la popularidad o los votos de alguien? ¿O afecta negativamente su
imagen?
En este sentido puede decirse
que cada caso es diferente. Lo que para uno puede ser un plus que le permite
crecer, para otro resulta un episodio más y para un tercero puede ser una grave
crisis de imagen.
Depende del político, de sus
características personales, de su trayectoria, de sus ideas. Y depende de la
sociedad en la que vive y opera, de sus prejuicios y su talante. Una cosa es
Italia, en cuanto a la expresividad emocional por ejemplo, y otra cosa es el
mundo anglosajón.
De todos modos creo que la
gente no define su voto por la vida personal de los candidatos.
El punto central es siempre y en todas partes la percepción que ese público
tenga en cuanto a qué candidato resolverá mejor sus problemas. Eso es lo que
encenderá una luz verde o una luz roja en su cerebro.
El resto acompaña. A veces
suma, otras veces resta. Es más: a veces el exceso de espectáculo resulta
rentable en imagen en el corto plazo pero pasado el tiempo se vuelve en contra
y resulta un bumeran.
Sabido es que el espectáculo
tiene sus propias leyes, y el político que lo ignore arriesga con tropezar con
algunas de ellas. La notoriedad puede ser notable y resplandeciente, sí. Pero
un paso en falso puede dejar el show fuera de cartel.
Y como el espectáculo debe continuar, ya vendrán otros con un nuevo show.
Aún quienes parezcan inmunes,
de todas maneras están jugando con fuego. Y un buen día los aplausos se trocan
en silbidos.
Me refiero a que los mismos que aplaudían se saturan y un buen día comienzan a
silbar.
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