09/07/2018
En México, por un amplio margen, acaba
de ganar las elecciones el candidato del Movimiento de Regeneración Nacional
-MORENA- Andrés Manuel López Obrador. El campo popular en su sentido más amplio
y la izquierda -mexicana y mundial- lo festejan.
Incluso hubo quien dijo que esto
muestra que de ningún modo está terminado el ciclo de los gobiernos
progresistas en Latinoamérica, tal como los resultados electorales de varios
países lo pudieran hacer pensar, con el retorno de propuestas abiertamente
neoliberales y la caída/salida de administraciones de centro-izquierda
(Argentina, Brasil, Ecuador, Paraguay).
Por supuesto que es para saludar la
llegada de aire fresco a la casa presidencial. De hecho, México es un referente
en Latinoamérica, y su peso político influye considerablemente en el
sub-continente. Más allá de todo lo que pueda decirse de la propuesta de López
Obrador, está claro que no es el neoliberalismo descarado, una visión
ultra-derechosa de las cosas, un proyecto antipopular. Saludémoslo entonces.
Pero no se pueden
dejar de hacer algunas consideraciones críticas, imprescindibles, dada la
coyuntura. En estas últimas décadas todo el campo popular (de México y de toda
América Latina) sufrió un tremendo retroceso. Sobre las sangrientas dictaduras
que barrieron el continente (México fue la excepción en ese aspecto) se
asentaron los terribles planes neoliberales dictados por los organismos
crediticios de Bretton Woods: el Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial. En realidad, esas políticas fueron un rediseño del capitalismo a
escala global donde los únicos beneficiados fueron las grandes potencias
-Estados Unidos fundamentalmente, y más aún su banca- y la clase capitalista a
nivel mundial. Esto último, en tanto estas líneas neoliberales (capitalismo
salvaje, más precisamente dicho) significaron el retroceso y/o pérdida de
conquistas laborales y sociales históricas de la clase trabajadora. El trabajo
en situación crecientemente precarizada se hizo normal, y los sindicatos
pasaron a ser instrumentos cooptados casi completamente por el capital.
México se tornó una abierta dependencia
del capitalismo estadounidense, aumentando exponencialmente su pobreza, y como
efecto derivado, su clima de violencia generalizada. La narco-política se
enseñoreó en toda su geografía, y las migraciones irregulares hacia el “sueño
americano” quedaron casi como la única vía de escape.
¿Cambiará eso con López Obrador? Ahí
está la falacia que debe apuntarse: su llegada no deja de ser una buena
noticia, pero con la aquilatada experiencia que existe después de todos los
“progresismos” en nuestros países, debemos ser cautos.
Desde Salvador Allende en Chile, en la
década del 70 del siglo pasado, hasta todos los progresismos surgidos ya
entrando en el siglo XXI (Chávez/Maduro en Venezuela, el PT en Brasil, los
Kirchner en Argentina, Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Mujica en
Uruguay, Lugo en Paraguay, el FMLN hecho gobierno en El Salvador), la situación
estructural no ha podido modificarse. Si bien es cierto que planes
asistenciales han ayudado mucho en todos esos países, no se han visto cambios
sustanciales a largo plazo como sí pasó en Cuba. Si se puede hablar de “fin del
ciclo progresista” es porque ha habido un agotamiento en la bonanza de los
precios internacionales de ciertas materias primas, lo que hizo que, escaseando
las divisas, los planes de ayuda se fueran esfumando.
Obviamente los planes de reconversión
ultraderechista que llegaron estos años son una pésima noticia para el campo
popular. Al lado de ellos, y ante el fenomenal retroceso del ideario de
izquierda de estas décadas debido a la paliza tremenda sufrida por las fuerzas
anticapitalistas, la llegada de un poco de oxígeno que representan estas
propuestas de ¿capitalismo con rostro humano? se pueden sobredimensionar y ver
como grandes avances sociales.
Ahora bien, la realidad, siempre
obstinada y pertinaz, enseña algo a sangre y fuego: los cambios reales,
profundos, los cambios por los que tiembla la clase dominante, no se consiguen
en las urnas. El poder real nace de la movilización popular, no de figuras
carismáticas. Puede decirse que estos intentos son eso: intentos, pasos de una
larga marcha. Pero sin organización popular desde abajo (léase: revolución
socialista) no es posible torcerle el brazo a la serpiente viperina del
capitalismo. Aunque sin dudas: ¡Bienvenido López Obrador!
Marcelo Colussi
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