13/10/2018
En Brasil estamos ante una elección
presidencial que expresa el enfrentamiento entre dos grandes bloques.
El primero -y de lejos el más numeroso-
es una magma policial-liberticida canalizada por Jaír Bolsonaro -ya
prácticamente presidente- que agrupa gran parte de las clases dominantes, la
amplia mayoría de las clases medias urbanas y rurales y vastos sectores entre
las mujeres y los afros e incluso trabajadores que aceptan e interiorizan el
desprecio de aquello a quienes ven sólo como “ricos”. El odio al Otro –el
negro, los estudiantes, los negros, las mujeres- es el aglutinante
ideológico reforzado por el creacionismo anticientífico (Bolsonaro cree que la
tierra es plana). Como hace milenios, para esa gente sólo son humanos su clan y
todos los demás son inferiores, lo que justifica la dominación masculina y de
los blancos.
Ese bloque está intentando imponer el
apartheid que practica Israel y si Bolsonaro pudo saltar del 17 por ciento
de las expectativas de voto al 46 y de ahí casi seguramente a la
presidencia es porque moviliza todo el irracionalismo, la rabia y la decepción
provocadas por una “democracia” parlamentaria corrupta en la que, como cerdos
en un chiquero, se revolcaban todos los partidos, incluido el Partido de los
Trabajadores que desde hace rato no es más que una mera máquina electoral sin
principios.
Esa multitud informe y policlasista no
es fascista, a diferencia del nazi-pastor y de su entorno. Busca Orden, aunque
sea a costa de imponer el de los cementerios, quiere eliminar la inseguridad,
la corrupción, el desempleo y si apoyó y compartió la opción fascista es porque
enfrente no encuentra a nadie que le ofrezca otro Orden, el de los
trabajadores, el de un gobierno de los obreros, los campesinos y los sectores
populares que reorganice el país, expropie a los banqueros, deje de pagar la
deuda, distribuya la tierra improductiva o en manos de los capitalistas soyeros
que encarecen la producción de alimentos y arruinan el territorio y el ambiente
y garantice la seguridad de todos y el fin de las discriminaciones étnicas, de
sexo o de preferencia sexual mediante una red de consejos de productores-consumidores
y de grupos de guardias de autodefensa federados que acaben con los grupos de
delincuentes.
Brasil limita con casi todos los países
sudamericanos, podría intervenir en Venezuela o Argentina y posee grandes
recursos naturales. Bolsonaro quiere suprimir el ministerio de Ambiente y
quitarles la tierra a los indígenas porque se prepara a dar un golpe de muerte
a la Amazonía. Detrás de él está el gran capital financiero internacional y el
imperialismo estadounidense. Éstos, con las nuevas tecnologías, ya no necesitan
un excedente de mano de obra para bajar los salarios ni mano de obra no
calificada ni la educación pública de masas para tener trabajadores
productivos. Su brutal política de eliminación de conquistas civilizatorias
logradas por las luchas obreras y populares y de continua reducción de los
salarios reales y de los ingresos enfrenta fuertes resistencias que se disponen
a aplastar mediante la represión, la división de sus víctimas, el retorno de la
ignorancia masiva. Preparan además una guerra y ven con preocupación el ingreso
de China en el continente. Necesitan un subimperialismo brasileño con un
gobierno fascista.
El bloque
ambientalista-humanista-social está lastrado por su apoyo al desprestigiado PT.
Además, opone al odio al sistema la defensa de una democracia abstracta y al
irracionalismo la prédica moral o principista. No combate un sistema de
desigualdad, racismo y explotación recurriendo al solidarismo, a la
religiosidad cristiana con su idea original de justicia y caridad ni a la
tradición anticapitalista socialista y anarquista de solidaridad de clase, de
desprecio por las fuerzas represivas y de fraternidad entre las víctimas del
capital (indígenas, mujeres, afros, campesinos sin tierra, obreros
desempleados). No llama a autoorganizarse, a ocupar y hacer producir las
tierras yermas, a defender los bosques y el agua, a crear en asambleas en
cada localidad o barrios comités de autodefensa, comités de reorganización del
territorio, comités de creación de fuente de trabajo, cooperativas y centros de
cultura populares donde se enseñe la historia del Brasil desde el punto de
vista popular. No plantea la revocación de los mandatos por los electores, el
fin de los privilegios de jueces y parlamentarios, la discusión previa en asambleas
de los proyectos que afecten a Brasil y de su política internacional.
En ese bloque lleno de contradicciones
el sector constitucionalista de la burguesía teme a Bolsonaro pero sólo porque
éste podría provocar un estallido social si fracasa al cabo de su período de
prueba, que será corto dada la rapidez con la que se están amasando los
nubarrones de una nueva recaída de la crisis económica mundial. EL PT y
Haddad critican a Dilma y tratan de diferenciarse de su gobierno pero sin una
autocrítica pública y, para colmo, recurren nuevamente a las transacciones con
las cúpulas de los partidos que no apoyan a Bolsonaro y no a un congreso de
emergencia obrero-campesino-popular para intentar ganar en la segunda vuelta
sectores no fascistas que votaron por el nazi-pastor y organizar la resistencia
popular a un gobierno cívico-militar dictatorial con máscara parlamentaria.
Habrá que pasarles por encima.
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